LA FUERZA DEL PCE

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Nota de la Red: Si comparamos al PCE con el vecino PCP (Ver  10 reflexiones sobre el PCE e IU) veremos diferencias sustanciales. La capacidad de movilización social del PCE es incomparable a la del PCP debido a que éste último mantiene una fuerte vinculación de masas con el movimiento obrero y el trabajo político en los centros de trabajo, que el PCE abandonó hace ya 38 años al convertir las células en organizaciones territoriales vinculadas exclusivamente al reto electoral, abandonando de forma irresponsable la organización de los comunistas en los frentes de masas.

Analizar la actual situación del PCE supone partir de esta premisa, si de verdad se quiere recuperar un partido comunista, vanguardia de la clase obrera y de masas, necesario para el proceso revolucionario hacia el socialismo.

Javier Parra, actual secretario general del PCPV, presenta los siguientes artículos para el debate del XX Congreso del PCE, en los que reclama un PCE organizado en los centros de trabajo y vinculado al movimiento obrero.

Parra propone una autocrítica que se debe remontar al proceso de transición. Los dirigentes del PCE en aquel momento de auge de la lucha de clases a nivel estatal e internacional aceptaron tras la “propuesta eurocomunista”, un “comproumiso histórico” con la clase dominante, que supuso abandonar la estrategia de ruptura democrática, la república popular, aceptando la monarquía, lo que hoy se denomina “régimen del 78”,  la salida capitalista a la crisis a través de los pactos de la Moncloa y el ingreso de España en la CEE.

Parra señala  al eurocomunismo como responsable ideológico del abandono no sólo del marxismo-leninismo sino de la conversión del PCE en una organización exclusivamente montada para la acción electoral, relegando la organización en el conflicto capital-trabajo, como contradicción principal de la actual formación socioeconómica capitalista en España, a un papel secundario.

Parra plantea recuperar el carácter de clase y revolucionario del PCE, la organización en los centros de trabajo y los frentes de masas, el centralismo democrático, la unidad político-ideológica interna y externa, sin fisuras frente a los medios de comunicación capitalistas, retomar el papel de la cultura, del ejército, la prensa comunista (Mundo Obrero), el papel de la mujer en la lucha de clases, el carácter plurinacional de España y la clase obrera como vínculo común de los pueblos de España.

Por un partido que luche por la ruptura democrática, y la salida de España de la OTAN y la UE imperialista. Por un PCE que se coloque sin duplicidades organizativas hacia el nuevo modelo de convergencia político-social de la izquierda. Un partido que vuelva al Lenin que analizó certeramente como nadie la actual fase imperialista del capitalismo y que rescate a Gramsci y su continuidad ideológica y política con Lenin, contra la pobreza intelectual y el revisionismo del S.XXI.

Quizá se eche en falta en el texto de Parra señalar la recuperación del carácter internacionalista de clase del PCE. Internacionalismo solidario con los procesos revolucionarios socialistas y anti-imperialistas del mundo, firme contra las guerras imperialistas y de recolonización, y en consecuencia solidarios con los países agredidos por el imperialismo y sus lacayos mercenarios a sueldo. Recordemos la incorrecta postura que los dirigentes del PCE tomaron en su momento contra el único régimen democrático y progresista de toda la historia en Afganistán que luchaba contra el fundamentalismo financiado y armado por la CIA desde Pakistán, o las recientes posturas proimperialistas de algunos representantes de la izquierda postmarxista guardando silencio, cuando no aplaudiendo, las agresiones del imperialismo, la OTAN el neofascismo y el yihadismo en Libia, Ucrania o Siria. El internacionalismo proletario sigue siendo el adn de los partidos comunistas dignos de tal nombre.

El PCE, al contrario de lo que se pueda pensar, ha jugado un papel de primerísimo orden en la lucha de clases en la historia de España. Desde los comunistas del PCE y del PSUC se impulsó la unidad política de la clase obrera, el antifascismo, el frente popular y el ejército popular antifascista, desde los comunistas  se impulsó el amplio movimiento obrero unitario, clandestino y organizado en los centros de trabajo, que fueron las Comisiones Obreras, en oposición al régimen franquista, desde los comunistas se impulsó la lucha contra el ingreso de España en la OTAN y la unidad de la izquierda, creando Izquierda Unida como modelo de convergencia político social de la izquierda en los años 80-90. El papel de los comunistas ha sido clave en nuestra historia, y va ligado a las luchas y conquistas democráticas y revolucionarias de la clase obrera y nuestro pueblo a lo largo del S.XX. Recuperar ese carácter de clase y revolucionario, el ser o no ser, es lo que hoy coloca al PCE nuevamente ante la historia.

Por último, esperar y desear que las siguientes tesis planteadas por Parra salgan hegemónicas en la discusión del próximo Congreso del PCE.

Javier Parra

publicado en lafuerzadelpce.es

Nota previa

Estas son algunas reflexiones (susceptibles de ser ampliadas o reformuladas a lo largo de estos meses) que he decidido publicar como aportaciones al debate que durante 2016 se abordará en el marco del XX Congreso del PCE, un Congreso que en mi opinión debe ser el del gran salto adelante en el proceso de reconstrucción del Partido Comunista de España.

Índice.

Prólogo: hacia un XX Congreso que debe ser histórico 

¿Qué PCE necesita la clase trabajadora?

  • Organizado en los centros de trabajo 
  • Impulsor y organizador de una NUEVA CULTURA 
  • Máxima democracia interna, disciplina y unidad de acción 
  • Vanguardia en comunicación y blindado frente a los medios de masas 
  • Por un nuevo concepto de “Mundo Obrero” que llegue a cientos de miles de trabajadores
  • Autosuficiente económicamente, independiente y sin hipotecas 
  • El Partido Comunista y “España”
  • Por un PCE que lidere la salida del EURO y la UE y la recuperación de la soberanía económica.
  • El papel central de la mujer en la reconstrucción del partido comunista
  • El Partido y el Ejército

Por un PCE con todas las competencias en un nuevo modelo de convergencia político-social

Epílogo: Un Partido para la Revolución. Volver a Lenin, rescatar a Gramsci  

Prólogo: hacia un XX Congreso del PCE que debe ser histórico

En 2015 se cumplieron 100 años de la Conferencia de Zimmerwald, posiblemente la reunión más importante de la historia del Socialismo. La conferencia debatió la postura de los socialistas frente a la guerra mundial, y lo hizo en un contexto en el que la Segunda Internacional se había dividido: la mayoría de los socialistas se habían aliado con la burguesía para apoyar los esfuerzos de guerra de sus países frente a la solidaridad de clase internacional. En aquella conferencia, la llamada “izquierda de Zimmerwald” con Lenin al frente mostró su posición frente a la guerra, indicando que esta era una forma de favorecer al imperialismo y apostando por la Revolución frente a la guerra. Aquella Conferencia fue el germen de la Revolución de Octubre,  de los Partidos Comunistas y la Tercera Internacional

Hoy, a principios de 2016, y a un año de conmemorar el centenario de la Revolución de 1917, el mundo está nuevamente inmerso en la guerra, y en medio de una ofensiva internacional del imperialismo que se está cobrando la vida de millones de personas, y obligando a decenas y decenas de millones a huir de sus países, con un peligroso auge del fascismo y la xenofobia, y con una izquierda que vuelve a dividirse entre la que se alinea con el imperialismo y sus gobiernos y la que se alinea con la clase trabajadora mundial y los gobiernos populares.

En este contexto se plantea cada vez con más urgencia el debate sobre el papel de los revolucionarios del mundo en general y de los Partidos Comunistas en particular, también en nuestro país.

España vive en estos momentos, tras casi nueve años de una de las mayores crisis del capitalismo, un retroceso imparable de derechos y libertades, y una ofensiva total contra las organizaciones de clase.

Nos toca a las y los comunistas españoles hacer una reflexión profunda sobre las razones por las que ante la mayor crisis capitalista de las últimas décadas no hemos sido capaces de incidir decisivamente en ella poniendo a la ofensiva a la clase trabajadora y a las clases populares.

Sin embargo, esa reflexión no puede limitarse únicamente a analizar los acontecimientos de los últimos meses o los últimos años, sino que debemos analizar las razones por las que desde principios de los años 80 no solo no se han producido avances para la clase trabajadora, sino que en el caso de nuestro país ni siquiera se ha podido frenar la ofensiva neoliberal de los sucesivos gobiernos de PSOE y PP.

Las razones van mucho más allá de las que puedan desprenderse de análisis de lo sucedido en España en estas décadas, y tienen mucho que ver con la transformación ideologica y organizativa que sufrieron las organizaciones comunistas a partir de los años 60-70, y de la propia transformación que ha sufrido la propia clase trabajadora.

En este sentido el PCE tiene pendiente aún hacer su propio relato, con sus luces y sus sombras, con sus aciertos y errores, de las decisiones tomadas a lo largo de la llamada “Transición” y la influencia que tuvieron en las décadas sucesivas y en la consolidación de eso que se ha venido a llamar el “Régimen del 78”.

A menudo se habla del llamado “Régimen del 78” sin caracterizarlo y analizarlo de una manera dialéctica, y sin tener en cuenta que éste no era el mismo en el momento en el que se aprobó la Constitución de 1978 que lo es en nuestros días, principios de 2016.

Es incuestionable que los grandes avances democráticos y la conquista de libertades durante la “Transición”, incluso una parte importante de los artículos más sociales y avanzados de aquella Constitución, tienen en el PCE, en su fuerza social y política, y en el movimiento obrero en aquellos años, su principal artífice. Puede ser discutible, y por supuesto criticable, que se asumieran determinados símbolos e instituciones en aquella Constitución, pero lo que es irrefutable es que el poder económico – que también plasmó su fuerza en aquella Constitución – fue mucho más dialéctico que el PCE.

Para el PCE, la aprobación de la Constitución, las nuevas libertades conquistadas, fueron vistas como un fin conseguido de un marco legal y democrático ideal en el que se podría desarrollar plenamente su acción política. Es más, la acción política del PCE se empezó a limitar única y exclusivamente al campo electoral, que además se desarrollaba condicionado por una Ley Electoral diseñada para minimizar la fuerza del propio Partido Comunista.

En lugar de considerar la Constitución del 78 como un paso más en la conquista de libertades que permitieran avanzar en la conquista del poder por parte de la clase trabajadora, y de empezar a trabajar desde el primer día para la superación de aquella Constitución, no sería hasta 1996 cuando el PCE amenazaría con abandonar el pacto constitucional “si continuaba el clima de degradación democrática”.

El poder económico fue mucho más dialéctico desde el primer día y no tardó en poner a su servicio aquel “pacto”. En un primer momento incluso  llegó a aceptar determinados artículos constitucionales que supuestamente garantizaban derechos como la vivienda o el trabajo, o la supeditación de la riqueza nacional al interés general. Sin embargo, el poder económico se puso a trabajar inmediatamente para convertir aquellos artículos en papel mojado.

El Partido Comunista, que durante años de dictadura se había organizado como una organización para el combate en todos los frentes (movimiento obrero, movimiento asociativo, ejército, ámbito cultural…), había dejado de organizarse en los centros de trabajo, había dejado de impulsar y reforzar el frente cultural, había renunciado a símbolos y luchas, y a aspiraciones como la República, y además había limitado prácticamente su lucha a la acción en las urnas, en una decisión que aún pesa sobre nuestros hombros.

Décadas después de aquellas decisiones tenemos un Partido Comunista organizado únicamente de manera territorial, primando la acción electoral, y relegando la organización en el conflicto capital-trabajo y el trabajo en el frente cultural, quedando a merced de los resultados en los sucesivos procesos electorales (con sus crisis consiguientes) y de las ofensivas mediático-culturales.

La muestra del trágico resultado de ser dejar de ser interlocutor directo con la clase trabajadora tuvo consecuencias también en el sindicato CCOO, cuyo inicio de la deriva actual se escenificaría en aquel Congreso de 1987 donde Antonio Gutierrez – miembro entonces del PCE y años más tarde diputado del PSOE – arrebataría la dirección del sindicato a Marcelino Camacho. Se habían producido así dos hechos catastróficos: la renuncia a organizarse en el conflicto, y el enfrentamiento entre miembros (dirigentes) del PCE en el seno del sindicato. Con Antonio Gutierrez al frente de CCOO, y siendo miembro de la dirección del PCE, contribuiría a alejar a CCOO de la influencia del Partido Comunista, llegando a abandonar él mismo la militancia en dicho partido en 1991.

Y de manera simultánea estaba en marcha una profunda transformación en la composición interna de la clase trabajadora que invalidaba una parte importante de los esquemas operativos de la izquierda.

Esta transformación, unida en España a la “desconexión” organizativa del Partido Comunista con la clase trabajadora,  y a la consiguiente deriva sindical de CCOO y UGT y de buena parte de los dirigentes sindicales, hizo que durante las siguientes décadas se produjese un alejamiento de las organizaciones de clase con propia clase trabajadora. Millones de trabajadores y trabajadoras quedaban a merced así de la voluntad de la patronal y los poderes económicos, que a través del aparato mediático-cultural desataban una ofensiva ideológica de gran calibre que dura hasta nuestros días. Como muestra está el hecho de que los dos grandes partidos del régimen, PP y PSOE, artífices de extraordinarios recortes en derechos laborales y sociales, durante décadas se han nutrido fundamentalmente del voto de millones de trabajadores y trabajadoras. La caída de la URSS y del llamado campo socialista también fueron una consecuencia de dicha ofensiva a nivel mundial, y supusieron en sí mismo una pesada losa sobre la clase obrera internacional y sobre sus aspiraciones históricas de tomar el poder.

Hoy un debate similar al de los años 70 recorre la izquierda española,  que se dirime entre quienes defendemos que la contradicción capital-trabajo sigue siendo la contradicción principal y entre quienes creen que es necesario caminar hacia posiciones post-marxistas (yo diría anti-marxistas) donde la clase trabajadora ya no debe ser el sujeto transformador y donde la contradicción principal ya no es la contradicción de clase. El poder económico trabaja nuevamente para la victoria de estas últimas tesis.

Sin embargo este debate ha surgido de nuevo por errores propios, por el hecho de que las organizaciones de clase no hemos sabido adaptarnos a las transformaciones que ha sufrido la clase trabajadora en las últimas décadas, lo que ha derivado en la incapacidad de la clase trabajadora organizada para liderar un proceso de transformación, así como en el descrédito de las organizaciones de clase, fundamentalmente de los sindicatos.

De esto se derivan una serie de interrogantes.

¿Cómo hacer que las organizaciones de clase – fundamentalmente el Partido Comunista – recuperen el terreno perdido? ¿Como organizarse para ser interlocutor directo con la clase trabajadora? ¿Como organizar a los comunistas en el movimiento obrero y cómo organizar a los trabajadores y trabajadoras teniendo en cuenta la nueva composición de clase? ¿Como hacer que la clase trabajadora se sienta parte del mismo sujeto transformador? ¿Como poner la contradicción capital-trabajo en el centro del debate? En definitiva… ¿qué PCE necesita la clase trabajadora?

En el sentido de intentar empezar a resolver esas cuestiones, que requerirá una profunda discusión y análisis, que sirvan estos apuntes como simples reflexiones y aportaciones al debate de los próximos meses que debe abordar el Partido Comunista de España de cara a un XX Congreso que debe ser histórico.

Un Partido organizado en los centros de trabajo como tarea

En 1976 el Pleno de Roma del Comité Central del PCE decidió eliminar la estructura de la organización basada en sus células de base y se reorganizó a los militantes en agrupaciones de carácter territorial, lo que en la práctica significaba la disolución de toda la estructura en las empresas, el ejército,  y los frentes de masas; una decisión que facilitaba su legalización y desactivaba el peligro para el nuevo régimen de la verdadera fuerza del PCE. Las células del PCE eran grupos pequeños cohesionados y con una vida política intensa, estrechamente vinculados con un sector social o alrededor de un lugar de trabajo. Esto permitía una interlocución y acción directa con la clase obrera, lo que explicaba la extraordinaria fuerza del Partido Comunista en el movimiento obrero, de donde además extraía a la mayor parte de sus militantes. 

Desde hace años los militantes que ingresan en el Partido Comunista lo hacen fundamentalmente porque se sienten comunistas y tienen el convencimiento de que el Partido Comunista es donde deben organizarse. Los nuevos y las nuevas militantes no suelen proceder, sin embargo, (en algunos casos sí) de la acción y el ejemplo del Partido en el conflicto laboral; en los centros de trabajo, allí donde el Partido debería ser interlocutor directo con la clase trabajadora, de la que debería nutrirse continuamente, y a la que debería contribuir a organizar frente a los incesantes ataques que sufre día a día.

La ofensiva contra la clase trabajadora es una ofensiva en forma de reducción de sueldos y salarios, de aumento de la jornada laboral, de generalización de la precariedad, del facilitamiento y el abaratamiento del despido, de ataques contra la negociación colectiva, y en definitiva del debilitamiento del trabajo frente al capital.

Desde hace décadas han sido sucesivos los cambios en la legislación laboral, reformas que han ido liquidando poco a poco derechos y debilitando a la clase trabajadora. Por tanto, frente a la imposición de medidas que aumentan la explotación en las empresas es necesario responder organizando a los trabajadores y trabajadoras en los centros de trabajo.

La tarea estratégica del PCE debe ser la organización y el despliegue en los centros de trabajo como garantía también de que existan organizaciones representativas de los trabajadores más fuertes y fiables. Es ahí donde se producen día a día sucesivas luchas y donde se producen los ataques más violentos contra los trabajadores y trabajadoras. Debe ser ese, por tanto, el principal frente de lucha.

Es fundamental que el Partido Comunista comience a extraer a sus militantes fundamentalmente de los centros de trabajo a través de su acción en estos, y organizarse para tal efecto, siendo conscientes de la diversidad de situaciones de los trabajadores y trabajadoras, especialmente de los precarios, a quienes resulta más complicado llegar y organizar.

Es necesario hacer un análisis correcto de la sociedad en la que vivimos, de cual es el comportamiento y cuáles están siendo las transformaciones de la clase obrera, para empezar a dar pasos adelante. Y en ese sentido, el estudio de análisis como los de Daniel Lacalle (“La clase obrera en España. Continuidades, transformaciones, cambios”, “Trabajadores precarios, trabajadores sin derechos”, “Conflictividad y Crisis”, editadas por la FIM y El Viejo Topo)  cobra una especial importancia.

Es cierto que la clase obrera en el siglo XXI no tiene mucho que ver con la de hace un siglo, pero eso no quiere decir que la clase obrera ya no exista, sino que se ha transformado.  Por ejemplo, ese antagonismo en el que unos eran los dueños de producción y otros son los que trabajaban  y generan las plusvalías, y donde el conflicto se producía entre ambos,  ha derivado en una nueva realidad. En una realidad en la que por un lado están los propietarios de los medios de producción, y por otro lado una clase obrera dividida, por un lado a causa del nuevo modelo productivo, y por otro lado por la división entre los empleados con un contrato más estable y salarios más altos, y los trabajadores precarios con peores sueldos.

Hay un párrafo en El Manifiesto Comunista (1848) que señala que el trabajo asalariado presuponía obligatoriamente la competencia de los trabajadores entre sí, pero que en lugar de que eso llevase a los trabajadores a aislarse y enfrentarse, los progresos de la industría lo que hacían es que les llevaba a unirse y organizarse.

Eso ha cambiado hoy día, y parece que la competencia entre los propios trabajadores es superior a su capacidad de organizarse y de unirse, precisamente porque la transformación del proceso productivo, ha variado también la propia composición de la clase trabajadora, y su forma de participación en el sistema productivo.

Por ejemplo, el sector de la industria en España en los años 70 era de un 35%, y hoy es de un 17%, mientras que el sector servicios ha pasado de un 46% a un 72%.

El hecho es que la radical transformación del modelo productivo no ha ido acompañada de la transformación necesaria en las organizaciones de clase, sino que se caminó en el sentido contrario. Por eso cuando por ejemplo se convoca una Huelga General esta tiene éxito fundamentalmente en la industria, pero sin embargo las calles de las ciudades en general las empresas y los comercios siguen funcionando con relativa normalidad.

En definitiva, ni las condiciones de los trabajadores del sector público, ni su organización, o la de los trabajadores de la industría, son iguales que la de los trabajadores y trabajadoras del sector servicios en la empresa privada, ya sea un centro comercial, una cadena de restaurantes, de ropa, o de la tienda o el bar de la esquina.

Es importante, por tanto, partir de un análisis correcto de cual es la situación de la clase trabajadora hoy, para abordar con éxito las tareas políticas y organizativas futuras del Partido Comunista en los centros de trabajo. Dichas tareas además deben estar íntimamente ligadas a la estrategia de comunicación, por lo que es fundamental que el PCE sea capaz de hacer llegar a cada vez más trabajadores y trabajadoras las posiciones y las consignas del Partido para que estos las hagan suyas. Y por supuesto, que la comunicación se haga en un doble sentido, de los trabajadores con el Partido. En este sentido Mundo Obrero debe reformular su concepto y su formato, por lo que más adelante se dedicará un apartado con unas breves reflexiones sobre cómo llegar a cientos de miles de personas con la prensa del Partido.

Además, debemos tener en cuenta que capacidad de organización de los y las comunistas en los centros de trabajo repercutiría directamente en la influencia de los comunistas en las estructuras sindicales. En la situación actual, incluso aunque todos los militantes del Partido estuviesen afiliados al mismo sindicato,  seríamos incapaces de ser decisivos en él y en el conjunto de la clase trabajadora, por lo que es fundamental ligar la estrategia futura – también en el terreno sindical – a la organización del Partido en el conflicto capital-trabajo.

El PCE como impulsor y organizador de una NUEVA CULTURA

Simultáneamente a que el PCE empezase a adoptar sus formas organizativas para la batalla electoral, renunciando a organizarse en los centros de trabajo, se fue abandonando también uno de los frentes principales de lucha para un Partido Comunista: el frente cultural. La primera batalla que perdimos no fueron las reformas laborales, ni las reformas educativas, ni los recortes en sanidad, en educación, en derechos, las privatizaciones, etc. La primera batalla que perdimos, y que de alguna manera fue decisiva en el devenir de las batallas posteriores, fue la batalla cultural.

El capitalismo nunca habría podido vencer el asalto del siglo XX si no hubiese inundado el mundo con todas las formas posibles de expresión cultural para difundir los valores sobre los que se sostiene: el individualismo, la competitividad y la guerra…(y por supuesto el anticomunismo). Para ello ha utilizado todos los medios a su disposición: la televisión, el cine, la música, los videojuegos, los libros, las revistas, los periódicos, la publicidad.

El capitalismo logró imponer la cultura del individualismo ante la inacción y la incapacidad para responder culturalmente desde las organizaciones de clase, que además de no saberse adaptar e intervenir ante la nueva composición de la clase trabajadora, fueron incapaces de dar impulso a una nueva cultura de la solidaridad que pusiese a la clase trabajadora en el centro de la transformación social, y que lograse que el conjunto de esta se sintiese parte del mismo sujeto transformador; es decir, la mayoría de la clase trabajadora dejó de considerarse a sí misma como clase trabajadora, y por tanto abandonó su aspiración para disputar la hegemonía y el poder a las clases dominantes.

Los momentos de la historia del PCE en los que ha sabido impulsar una política cultural efectiva, tejiendo las alianzas oportunas, han sido precisamente los momentos en los que la acción política del Partido ha sido decisiva, incluso hegemónica. Tanto en los años 30 del siglo pasado, como durante los años 50 y 60 de la dictadura franquista, e incluso en los años de la llamada “Transición”, quedaba patente el papel del Partido en la construcción de una cultura al servicio de la transformación. Sin embargo, la política cultural del PCE, al igual que su acción directa en el movimiento obrero fue abandonada, con los resultados trágicos consiguientes.

Volver a Renau

Cuenta Josep Renau – histórico cartelista, pintor y destacado militante del PCE – en un texto escrito en 1975 donde recuerda la situación en el Partido en los años 30, como allá por 1931 el Comité del PCE en Valencia estaba formado por tres artistas plásticos, un barítono, tres o cuatro estudiantes universitarios y algún artesano. Y cuenta como en las reuniones plenarias de la organización podía observar casi la misma composición social “sin que hubiese rastro del proletariado”.

Era aquella la época en la que el Partido Comunista no era capaz de llegar a la gran masa de la clase trabajadora y vivía encerrado en sí mismo. Eso hizo que el propio Renau enviase una carta muy crítica a la dirección del Partido que casi le cuesta la expulsión.

Pero hubo algo que la frenó, y fue la llegada de Pepe Díaz a la Secretaría General del PCE, quien acudió a Valencia poco después de su nombramiento y tuvo una entrevista especial con los intelectuales del grupo de Renau para decirles que su actitud critica había sido debidamente apreciada por la nueva dirección, y le aseguró que se redoblaría el esfuerzo del Partido para llegar a la clase trabajadora y que los intelectuales eran fundamentales para la lucha ideológica.

Meses después de aquella entrevista con Pepe Díaz, a mediados de 1932 se crea en Valencia la Unión de Escritores y Artistas Proletarios, que pocos meses después ya contaría con unos 60 intelectuales valencianos de distintas disciplinas y matices ideológicos.

Empezó entonces a retomar una vieja idea de fundar una revista que fuera asequible a los sectores más curiosos e inquietos de la clase obrera y de la pequeña burguesía campesina y urbana. Sus vivencias le habían descubierto una parte muy importante del frente cultural totalmente desguarnecida. Y creía que había llegado la hora, como él decía”de hincar el arado en aquellas tierras feraces, abruptas y abandonadas por la cultura clasista”.

Y así empieza a concretar el proyecto de fundar la revista NUEVA CULTURA, una revista que abogaría por una nueva cultura eminentemente popular sin caer en el populismo, y que vio la luz y se publicó entre 1935 y 1937. A ella dedicó Renau sus principales esfuerzos durante ese tiempo. En ella colaboraron los principales intelectuales españoles del momento y fue clave para librar la batalla ideológica contra el fascismo y por la unidad de la clase trabajadora.

La aportación de Renau con su obra, con sus inconmensurables carteles, fue enorme. Como enorme fue también su labor política y organizativa,  y muy importante es también la visión que Renau tenía sobre el papel que debía jugar la cultura en la transformación social.

Recuperar la política cultural del Partido pasa por recuperar la visión de Renau para utilizar el arte como vanguardia, como lenguaje, como canal para la proyección de una idea; como potencia y fuerza creadora sobre las condiciones políticas y sociales. Supone activar los mecanismos necesarios que permita poner a marchar juntos a los trabajadores y al mundo de la Cultura, al menos aquella parte que considera a esta como un vehículo para la difusión de valores superiores, al servicio del ser humano, y contra las élites.

La cultura puede y debe ser la potente palanca para transformar las condiciones históricas y sociales, para la creación de un nuevo país, y debe incitar el desarrollo de los mujeres y hombres, jóvenes y mayores, que han emergido de la lucha contra los recortes, contra la represión, contra los desahucios, contra la explotación, contra los EREs, a través de una cultura superior de contenido humano, sintetizando en ella la inquietud de todas las generaciones de ar­tistas (especialmente las más jóvenes) que sienten hervir en su sangre los latidos de estos nuevos tiempos.

Es labor del Partido Comunista, como lo fue en otros momentos de nuestra historia, saber imprimir el impulso a esa nueva cultura que gire en torno al trabajo y se levante en armas contra el capital.

Máxima democracia interna, disciplina y unidad externa

En abril de 1978 el IX Congreso del PCE decidió rechazar el término “centralismo democrático” y sustituirlo por una definición en la señalaba que su funcionamiento estaría regido “por reglas democráticas cuyos militantes deben participar en la elaboración de la línea política y propagarla entre las masas, y en el que la disciplina se considera un factor fundamental de la capacidad, fuerza y prestigio del partido”. Se argumentaba entonces para la retirada del término que “el centralismo democrático había desarrollado prácticas de funcionamiento que en realidad llevan a un centralismo burocrático” y que “contra ello había que adoptar una posición ofensiva y decir a las masas que el centralismo democrático es únicamente un conjunto de reglas democráticas”.

Alvaro Cunhal, el histórico Secretario General del Partido Comunista Portugués,  en su obra “Un Partido con paredes de cristal” (1985), era bastante más riguroso y honesto señalaba que  “la observancia formal de los principios básicos del centralismo democrático definidos por Lenin […] no define por sí sola el funcionamiento orgánico del Partido, la verdadera relación entre la Dirección y la base, y mucho menos el estilo de trabajo”. Y añadía que “dentro del cumplimiento formal de los principios básicos del centralismo democrático caben muchos y variados métodos de trabajo de dirección y de intervención de los organismos y de los militantes en la vida partidaria. La correlación del centralismo y la democracia puede presentar diferencias profundas en el marco del cumplimiento formal de los principios clásicos fundamentales. Puede haber un fuerte centralismo en las decisiones, sin participación efectiva de las organizaciones y de los militantes, salvo por la aprobación de las propuestas llegadas del centro; o puede haber una intervención efectiva de las organizaciones y militantes. Puede haber un proceso sistemático de adopción de las decisiones por mayoría y minoría, que sin embargo refleje graves conflictos internos; o puede haber una adopción establecida en el debate profundizado de opiniones convergentes que no llega a exigir ninguna votación. Puede haber una práctica democrática en que los militantes expresan libremente su opinión; o puede haber a partir del centro un clima de presión y hasta de coacción que limita o traba la vida democrática interna […] En ciertos momentos de su historia, el Partido conoció los daños, tanto de los excesos de centralismo como del democratismo anarquizante. Mejoró sus métodos. Corrigió errores. Aprendió con la vida”.

Pues bien, a las puertas del XX Congreso del PCE es necesario hacer una reflexión sobre las implicaciones que tuvieron determinadas decisiones – como el abandono del centralismo democrático, y evidentemente no solo del término – y hacerlo con el fin de aprender, mejorar y de corregir errores. Errores que quizá no puedan subsanarse de una manera sencilla , sobre todo porque han formado parte del funcionamiento habitual durante muchos años.

Pero hay una realidad sobre la que hay que actuar con urgencia. Durante décadas se ha producido en el PCE una situación que ha ido debilitando durante mucho tiempo a la organización, y es el hecho de que militantes del Partido, especialmente dirigentes, han defendido posiciones distintas fuera del Partido, confrontado, incluso en contra de las decisiones debatidas en el seno del PCE. Hemos visto como en el seno de Izquierda Unida y de sus sucesivas Asambleas – a todos los niveles – se han venido produciendo confrontaciones entre miembros del Partido, afectando al conjunto de IU y debilitando al propio Partido con conflictos que pocas veces se cerraban satisfactoriamente. Enfrentamientos que en su día también se produjeron en el seno de CCOO con consecuencias trágicas para el Partido, el sindicato y la clase trabajadora de nuestro país.

Es por tanto, necesario, empezar a tomar decisiones efectivas para que no vuelvan a reproducirse problemas pasados, y eso tiene mucho que ver con la profundización de la democracia interna y con la máxima exigencia de disciplina de los y las comunistas en los distintos frentes. Ambas cosas deben ir necesariamente ligadas, y es necesario dedicar importantes esfuerzos a garantizar lo primero, al tiempo que se exige lo segundo.

La democracia interna va mucho más allá de conceptos o definiciones, y está profundamente ligado al trabajo colectivo, a la intervención efectiva de las organizaciones de base y de los y las militantes en el examen de los problemas y en la elaboración de la orientación del Partido. Vuelvo a Cunhal cuando señala que “la democracia interna presupone el hábito de escuchar, con respeto efectivo e interés de comprender y aprender, opiniones diferentes y eventualmente discordantes. Presupone la conciencia de que, como regla, el colectivo va mejor que el individuo. Presupone la conciencia, en cada militante, de que los demás camaradas pueden conocer, ver y analizar mejor los problemas y tener opiniones más justas y más correctas. […] Por eso el comunismo educado en los principios democráticos es demócrata sin esfuerzo. Es demócrata porque no sabe pensar y proceder de otro modo. Porque no tiene un desmedido orgullo y vanidad individual. Porque tiene conciencia de sus propias limitaciones. Porque respeta, porque escucha, porque aprende, porque acepta que los demás pueden tener razón”.

No tendría sentido plantear la recuperación de la definición del “centralismo democrático” si esto queda solo en un papel, pero sí es necesario establecer los mecanismos para garantizar sus principios; que todos los dirigentes rindan cuenta regularmente a sus organizaciones,  que tras un debate verdaderamente democrático se someta la minoría a la mayoría; el carácter obligatorio de las resoluciones de los órganos; la disciplina; la no existencia de fracciones

Es necesario incidir en el hecho de que esto no puede establecerse por decreto, pero sí será responsabilidad de la dirección del Partido establecer los mecanismos para garantizar la máxima democracia interna para poder exigir posteriormente el cumplimiento de las decisiones mayoritarias.

Un Partido vanguardia en comunicación y sin fisuras frente a los medios de masas

La comunicación (interna y externa) ha sido uno de los talones de Aquiles del Partido Comunista durante las últimas décadas. Además, teniendo en cuenta que la comunicación es una herramienta fundamental para la organización interna y para la acción política externa, no debe sorprendernos el impacto negativo sobre la organización que han tenido para nosotros las carencias que hemos tenido en el ámbito de la comunicación.

Debemos distinguir además las tareas a desarrollar en los distintos aspectos comunicativos. Por un lado en lo referido a la comunicación interna – la que contribuye a dinamizar el debate y la información, a mejorar la democracia interna y a agilizar la construcción de organización -, por otro lado la referida a la comunicación externa desde los medios propios del Partido, y también la política respecto a los grandes medios de comunicación de masas.

De manera transversal a estas – y desarrollada en otro apartado – estaría la política cultural del Partido, teniendo en cuenta que la cultura en todas sus formas es una vía de difusión de ideas y valores entre las masas.

Es necesario tener muy en cuenta estos tres aspectos fundamentales de la comunicación para afrontar con éxito la tareas de un Partido Comunista con la aspiración de volver a convertirse en vanguardia.

En el ámbito de la comunicación interna, debemos tener la agilidad necesaria para ir incorporando las nuevas tecnologías al funcionamiento interno del Partido, para agilizar el flujo de información y el resultado de las decisiones entre la base y la dirección, y viceversa. La comunicación interna debe servir fundamentalmente para acortar la distancia entre la dirección y las bases del Partido y para dinamizar la organización. Los dirigentes en todo momento deben ser conscientes de los debates que se está produciendo en las bases, las dudas, el ánimo, las preocupaciones y las certezas, y de la misma manera la militancia debe saber en todo momento cuales son los debates que se producen en los órganos de dirección.

Por eso, en la política de comunicación interna debe hacerse también un ejercicio de síntesis, de clarificación y de transparencia. Las organizaciones más eficaces tienen los mecanismos de comunicación más eficaces. Si se desliga la organización de  la comunicación las consecuencias son muy negativas para el conjunto del Partido, ya que puede abrirse paso a la confusión interna, y al consiguiente debilitamiento organizativo.

En el ámbito de la comunicación externa, aquel en el que proyectamos nuestro Partido al exterior el desarrollo de una política de comunicación de carácter vanguardista será también vital para visualizarnos como organización de vanguardia. No es una cuestión baladí señalar que el PCE debe ser en todo momento el Partido más innovador a la hora de proyectar su imagen (que debe unificarse), así como en las herramientas que utilice, y que a su vez deben jugar un papel organizativo (página web, redes sociales, Mundo Obrero…)

Y más allá de la política de comunicación (interna y externa) propia de los mecanismos y herramientas del PCE, es necesario diseñar una política clara, única y no permitir ningún tipo de fisuras respecto a los Medios de Comunicación de Masas, TV, radio, prensa, etc. fundamentalmente respecto a aquellos que están en manos del poder económico y financiero nacional e internacional (es decir, prácticamente todos los medios privados).

Por un lado se debe hacer consciente al conjunto de militantes y simpatizantes de quienes son los propietarios de los medios de masas, del uso que hacen de determinados individuos supuestamente cercanos a nosotros pero que no representan a la organización, y no se debe permitir que desde estos medios se marque nuestra agenda y nuestros debates, y para eso es necesario un funcionamiento extremadamente eficiente en los mecanismos de comunicación interna del Partido, pero también se debe considerar inaceptable que miembros del PCE utilicen los grandes medios para combatir las posiciones democráticamente debatidas en el PCE o para sus intereses personales, como ha sucedido en demasiadas ocasiones y con especial notoriedad en el pasado reciente.

Si respecto a los medios de masas no tenemos una política definida, conocida y extendida en el conjunto de la organización, y escrupulosamente cumplida por todos, especialmente por los y las dirigentes, estaremos siempre a merced de los intereses de los propietarios de éstos, que son exactamente los mismos que los del poder económico y financiero.

Por un nuevo “Mundo Obrero” que llegue a las manos de cientos de miles de trabajadores

A cada uno de los militantes del PCE cada mes nos llega a casa Mundo Obrero, el órgano de expresión del Partido, fundado el 23 de agosto de 1930, y que a lo largo de su historia ha atravesado por muy distintos periodos. Durante buena parte de la Segunda República y durante la Guerra Civil, Mundo Obrero se publicaba diariamente teniendo una extraordinaria difusión. Después, durante el franquismo se continuó publicando en el exilio, mientras que en el interior muchos ejemplares se elaboraban clandestinamente en las cárceles y en las agrupaciones guerrilleras, siendo una herramienta fundamental para organizar las actividades comunistas y clave para organizar la lucha antifranquista.

Más tarde, ya durante la llamada “Transición”, entre 1978 y 1980,  Mundo Obrero volvía a publicarse de manera semanal y después de manera diaria alcanzando una importante tirada gracias a los 100 millones de pesetas que se logró reunir con la contribución de militantes y trabajadores. Sin embargo a principios de los 80, con la crisis del Partido, volvió a su tirada semanal para posteriormente convertirse en quincenal y finalmente – hasta la actualidad – mensual.

En estos momentos MUNDO OBRERO es una publicación fundamentalmente de consumo interno para los propios militantes, más allá de que la publicación digital pueda llegar a otros lectores. Además, el formato actual – por diversas cuestiones – no es ni lo suficientemente atractivo para la propia militancia y los simpatizantes, y además no tiene la capacidad de ser una herramienta verdaderamente útil para la acción política del Partido. Es decir,  no está jugando el papel que debería corresponderle como órgano del Partido Comunista, y su difusión dentro del movimiento obrero es residual.

Sin embargo, existen grandes posibilidades de convertir a MUNDO OBRERO en lo que debería ser y de lograr que se llegue a distribuir mensualmente entre cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. Para ello es necesario tomar decisiones políticas y organizativas que nos lleven a reformular el concepto del periódico con el fin de convertirlo en una herramienta útil de trabajo político de los comunistas dentro del movimiento obrero. Es necesaria visión, voluntad y desde luego, audacia.

Como ya se ha comentado en otro apartado, la tarea estratégica organizar a los comunistas en los centros de trabajo debe estar íntimamente ligada a la estrategia comunicativa del Partido. Es fundamental, por tanto,  que el PCE sea capaz de hacer llegar a cada vez más trabajadores y trabajadoras sus planteamientos y sus análisis, y por supuesto, que la comunicación sea en un doble sentido; es decir también desde los trabajadores hacia el Partido. En ese sentido no debemos desdeñar el valor de las nuevas herramientas telemáticas y las nuevas tecnologías,  como tampoco debemos despreciar el valor que sigue teniendo la prensa escrita y que va a seguir teniendo durante muchos años.

Dicho esto sería posible – sin aumentar el coste de la elaboración y producción del periódico -, un nuevo concepto de Mundo Obrero que tuviese la aspiración a corto/medio plazo de llegar todos los meses a medio millón de personas en los centros de trabajo y en los barrios. En primer lugar con el rediseño de su formato, reduciendo sus 32 páginas en su formato actual a 4 páginas en gran formato o formato sábana   – en el formato digital podrían ampliarse los contenidos –   y centrándolo en las ideas básicas que el PCE quiere hacer llegar en cada momento a la clase trabajadora. Y en segundo lugar haciendo que en lugar de hacer llegar un ejemplar a cada militante, hacerle llegar entre 10 y 15 ejemplares, junto a la consigna de repartirlos gratuitamente entre compañeros/as de trabajo o entre los vecinos del barrio . De esta manera Mundo Obrero podría tener una tirada de unos 150.000 ejemplares mensuales, con unos 500.000 lectores potenciales, multiplicando exponencialmente su influencia, dotando de una tarea concreta a cada uno de los militantes, y pudiéndose convertir en una herramienta de acción política de los comunistas en el movimiento obrero.

MUNDO OBRERO, junto al resto de mecanismos de comunicación del Partido deben ser herramientas de organización. Comunicación y organización deben ir de la mano para penetrar en la clase obrera, organizarla y extraer de ahí a los y las militantes comunistas, y para eso, entre otras cuestiones, es necesario un nuevo MUNDO OBRERO.

Si hacemos los deberes y somos audaces posiblemente en un futuro no muy lejano podríamos proponernos poner MUNDO OBRERO en las manos de millones de trabajadores.

Una organización autosuficiente económicamente, independiente y sin hipotecas

El hecho de haber puesto durante años el centro de la acción política en el campo electoral, ha significado que el PCE se haya vuelto tremendamente vulnerable – también económicamente – ante los resultados de las elecciones. Esto ha hecho que la capacidad de mejorar la organización, abrir sedes, etc. normalmente ha crecido en función de que crecían las aportaciones y donaciones de los cargos públicos  a la organización, y que en los momentos de crisis electorales y malos resultados – con su correspondiente pérdida de ingresos a través de los cargos públicos – la organización se haya visto profundamente afectada. Por tanto, con la misma facilidad con la que en los buenos tiempos se abren nuevas sedes y se dispone de más recursos para hacer política, en los malos tiempos se cierran sedes y se dispone de menos recursos para la organización.

Además, el hecho de que los ingresos hayan ido desde 1986 a Izquierda Unida y no al PCE, sumado a las deudas contraídas para afrontar los procesos electorales – que luego no cumplían las expectativas – o para mantener estructuras organizativas, han hecho cada vez más dependiente al PCE de la presencia de IU en las instituciones.

Debemos tener en cuenta que todo Partido revolucionario que aspire a enfrentarse al Estado para tomarlo en sus manos y transformarlo debe ser capaz de mantener y reforzar sus estructuras de manera autónoma, y hacerlo independientemente de los resultados electorales. Eso implica empezar a priorizar la construcción de un entorno económico, absolutamente independiente y alejado de todas las instituciones del Estado, basado en el cooperativismo, y que garantice la actividad política revolucionaria de cada vez más trabajadores y trabajadoras.

Por su complejidad esta es una cuestión que escapa a un análisis en profundidad en estas reflexiones, pero es algo a tener en cuenta de cara al futuro, la independencia económica del Estado, si queremos construir una organización realmente revolucionaria.

El Partido Comunista y “España”

En 1970 Dolores Ibárruri escribía:

“La España «una, grande e imperial», que campea en las banderas franquistas bajo símbolos medievales, como el yugo y las flechas, arrancados de viejos escudos, que hablan de guerras y de luchas fratricidas, no tiene nada de común con la verdadera España. En su territorio peninsular e insular, España es varia y múltiple en sus hombres y en sus pueblos, y nada ni nadie puede borrar esta realidad. Un nexo común fundamental existe entre todos los pueblos y regiones de España: la clase obrera. Ella es igual a sí misma en todas las regiones y nacionalidades. Ella es hoy, y lo será aún más mañana, el aglutinante humano y social del multinacional Estado español, que habrá de estructurarse democráticamente al desaparecer la dictadura franquista”.

La dictadura franquista desaparecería, pero nunca llegaría a florecer la verdadera España de la que hablaba Pasionaria, y no lo hizo quizá porque especialmente a partir de la instauración de la Monarquía post-franquista la izquierda política y social, acomplejada, renunció a reivindicar esa “Patria” y esa “España” por la que millones de hombres y mujeres dieron la vida, las que como nadie reflejaron nuestros más grandes poetas, intelectuales y dirigentes obreros, desde Miguel Hernandez, Machado, Lorca, hasta Pepe Diaz o la propia Dolores. Esa Patria solidaria e internacionalista que defendieron con su vida aquellas heroicas Brigadas Internacionales. La que fue perseguida, encarcelada, asesinada y enterrada en las cunetas de los campos de España. Se renunció a la Patria como concepto de espacio de convivencia en paz entre iguales y libre de explotación del hombre por el hombre, como aspiración de Patria Internacionalista basada en la desaparición del antagonismo de las clases en el interior de las naciones, en la desaparición de la explotación de un individuo por otro, en  la abolición definitiva de la explotación de una nación por otra, en el derecho de autodeterminación de las naciones, también de las del Estado español.

En su momento la renuncia por parte de la izquierda a la Patria del pueblo y su rendición ante la Nación de reyes, fascistas y curas traería estos lodos. Más tarde, la traición – siempre en nombre de esa falsa España – de quienes sometieron nuestro ejército al de EEUU, de quienes supeditaron nuestra economía al poder financiero y económico internacional, de quienes saquearon la riqueza del pueblo y la pusieron en manos del IBEX 35, y de quienes desarticularon la fuerza social, sindical y politica acumulada durante la dictadura, nos conduciría a esta situación.

Hoy el pueblo español es un pueblo sin soberanía politica ni económica, un pueblo sometido a poderes antidemocráticos, que a lo largo de siglos se han conformado como tal a través de la imposición y la violencia. Hoy, la gran burguesía, con sus medios de comunicación y los partidos políticos de los que dispone, continúa el saqueo a través de las privatizaciones y el recorte de derechos fundamentales hasta limites insospechados hace no mucho tiempo. Todo ello desde una defensa patriótica de esa falsa España.

La izquierda renunció a proclamar que España no es una bandera, un himno, una cruz o una frontera. Renunció proclamar que España es su pueblo, sus trabajadores, sus parados, sus estudiantes, sus hombres y mujeres, nacidos aquí o en cualquier otro lugar del mundo pero que defienden con su trabajo o con sus luchas el patrimonio de todos: la sanidad, la educación, la cultura, la vivienda, la justicia… el futuro.

Por eso la lucha por la soberanía de nuestro pueblo debe ir necesariamente ligada a la reconquista de esos conceptos, y ello implica una batalla política, una batalla cultural y una batalla económica. Debemos volver a transitar la senda que recorrieron quienes durante siglos han luchado por hacer florecer esa verdadera España; esa España sin complejos, solidaria, culta y luminosa, con un nexo fundamental con todos los pueblos y regiones del mundo: la clase trabajadora.

Y esa también es tarea del Partido Comunista… de España.

Por un PCE que lidere la salida del EURO y la UE y la recuperación de la soberanía económica

El proyecto de la UE y el Euro han sido un terrible desastre para los pueblos de Europa, especialmente para la clase trabajadora y las capas populares. Los efectos sobre la clase trabajadora y sobre el tejido productivo de nuestro país han sido demoledores. Esto es un hecho absolutamente objetivo, fruto de un proyecto irracional y perverso cuya desaparición es cada vez más necesaria. Tanto la UE como el euro son irreformables dado que se han construido sobre los valores y los principios del capitalismo, y se han construido para servir los intereses del poder económico y financiero.

La discusión radica en si la desaparición del euro vendrá dado por un proceso de ruptura desde la izquierda internacionalista, liderado por los trabajadores de los pueblos de Europa frente al gran capital, o lo hará por la derecha, si se permite que las formaciones de ultraderecha capitalicen el descontento y se produzca un peligroso proceso que tenga graves implicaciones políticas y sociales en el continente.

No parece probable que la ruptura del euro se produzca mediante un proceso controlado y consensuado que evite daños imponderables, por lo que caminamos de una manera a que se produzca mediante salidas unilaterales de la zona euro.

Las ventajas de la “ruptura controlada” no garantizarían además un proceso sensato y equilibrado como podría ser deseable, y no es la opción en este momento, desde luego, de los poderes económicos y financieros para los que el actual proyecto europeo es una sofisticada y efectiva herramienta de dominación. Por tanto deben ser las posiciones rupturistas, internacionalistas y anticapitalistas las que lideren la recuperación de la soberanía de los pueblos para la construcción posterior de un proyecto económico europeo solidario y construido sobre unos valores distintos de los actuales.

El proceso de ruptura será turbulento y destructivo, pues hay muchos intereses confrontados, y no debemos olvidar que intentar que en el marco del capitalismo dominen otros valores y criterios es un acto de fe sin fundamento alguno. La UE y el Euro son irreformables.

Además, debemos recordar que se sigue en marcha el intento de implantar el acuerdo conocido como el TTIP entre la UE y los Estados Unidos con absoluta impunidad y secretismo, un tratado que destruye la capacidad de regulación de los estados en aspectos esenciales de las condiciones de vida de toda la población – laborales, sanitarias, ecológicas, culturales – y reduce la soberanía de éstos al punto de equipararlos – incluso someterlos – con las multinacionales en cuanto a poder de negociación.

Solo la salida del euro evitaría tener que compartir ese acuerdo que se está gestando a espaldas de los pueblos, y la lucha de estos por su soberanía irá inevitablemente ligada a la defensa y la construcción de la democracia política.

España, como otros países de la UE se encuentra desde hace años en una encrucijada: o se deja arrastrar por la senda de la austeridad a ultranza, como exigen las instituciones y los mercados financieros internacionales, o se emprende el camino de recuperar la soberanía económica y monetaria para construir un futuro que corrija el desastre en que está sumida la sociedad española. Un camino, desde luego, no exento de complejidad.

El PCE debe estar a la altura de las circunstancias y debe evitar que se confunda a la población, y no permitir que se susciten expectativas irrealizables que nos aboquen a una decepción profunda y frustrante que ocasione cambios contraproducentes en la conciencia de las gentes oprimidas y vejadas. Debemos decir claramente que en el marco de la unión monetaria no cabe otra política que no sea la que impulsa la Troika. Es esta verdad que hay que transmitir a la población y confrontarla con la encrucijada en la que seguimos instalados la sociedad española. Y debemos decir que incluso aunque desapareciera la deuda que devora al país no sería posible remontar la situación y crear una economía suficientemente fuerte y competitiva para sobrevivir en la zona del euro.

Es necesario dirigirse al conjunto de las fuerzas comprometidas con el cambio y a todos los ciudadanos que sufren descarnadamente la crisis económica para impulsar la única salida válida, la de la recuperación de la soberanía económica.

El PCE debe contribuir a liberar al pueblo español y al resto de pueblos de Europa del yugo impuesto por las oligarquías dominantes en la UE y poder así, fuera de la trampa del euro,construir una alternativa económica, social y política que nos aleje de la barbarie.

Ante el fracaso y los desastres causados por el actual proyecto europeo, los pueblos sojuzgados de la UE deben emprender otras soluciones basadas en la recuperación de la soberanía popular, la solidaridad, la cooperación y la fraternidad.

Por tanto, debemos apostar ineludiblemente por organizar la salida del euro, organizando y construyendo la alternativa, y siendo absolutamente claros con la población sobre la situación y la dificultad del camino.

El PCE debe apostar por la necesidad ineludible de romper con la Unión Europea y salirnos del euro, por lo que es necesario elaborar una propuesta política y económica sólida desde el campo del marxismo y la izquierda transformadora.

Confrontar con el consenso ideológico dominante que sitúa a la Unión Europea como falso garante del bienestar social y económico social y económico del país pasa por poner el foco en la raíz de buena parte de los problemas de la clase trabajadora y las capas populares: el paro crónico, la desindustrialización del país, el recorte de derechos políticos y sociales, el recorte de servicios públicos, la pérdida de poder adquisitivo, el aumento de la represión, el aumento del racismo y la xenofobia.

El PCE tiene la autoridad política para hacer un relato de lo que ha supuesto la UE para los pueblos de Europa y para los trabajadores y trabajadoras de nuestro país y del resto del continente. Un relato que comienza con nuestra oposición al Tratado de Maastricht donde ya argumentábamos – y el tiempo nos ha vuelto a dar la razón – que Maastricht no serviría para construir Europa, sino para destruirla. Ya se advertía que el Tratado suponía una reforma constitucional encubierta que entrocinaba a los mercados. Un Tratado que se iría modificando y ampliando por los Tratados de Ámsterdam, Niza y Lisboa, hasta constituir la actual arquitectura Europea.

En 1997 tendría lugar el Tratado de Amsterdam en el que se incorporaban Finlandia, Suecia y Austria. Con él se aprobaba el Pacto de Estabilidad y Crecimiento con el objetivo de la convergencia duradera, déficit 0 e incluso superávit, recomendación de recortes en gastos sociales, política fiscal regresiva, y con el que se acentuaba la precariedad en los planes de empleo, trasvases de fondos públicos (especialmente cuotas de la Seguridad Social) para subvencionar a empresas privadas y maquillar los déficit con la subsiguiente aparición de la llamada contabilidad creativa y además se intensificaba el desmantelamiento del sector público.

En el año 2000 el Tratado de Niza aprobaría para el 2004 la entrada de Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Malta y Chipre. Un febril aumento de socios, a instigación de USA para controlar el patio trasero de la UE, que fue creando una situación en la que en la Unión existen varias velocidades en lo económico, lo monetario, lo militar y lo político. Cuando en el 2001 entró el vigor el euro el edificio estaba sólidamente establecido con la aquiescencia de fuerzas políticas (salvo IU y el PCE) y sindicatos.

Más tarde, en 2007, el Tratado de Lisboa promocionaría la desregulación del mercado e impediría la intervención del Estado para lograr objetivos sociales y se convirtió, en esencia, en el mismo tratado que fue rechazado por Francia y Holanda en 2004, la Constitución Europea.

En definitiva, la mejor estrategia pasa por plantear una oposición frontal al euro y a la UE con los argumentos que hemos ido construyendo durante años, cargándonos de las razones que nos da la realidad trágica de decenas de millones de trabajadores y trabajadoras de toda Europa; de millones de trabajadores y trabajadores y trabajadoras de nuestro país.

Somos la única fuerza que hemos tenido un planteamiento coherente desde el inicio de la construcción de la Europa de los mercados, por lo que debemos tender la mano a construir una alternativa política, económica, pero también cultural.

Es necesario un proyecto de integración europea, sin embargo este no puede darse mientras no se haya producido la recuperación de la soberanía política y económica de los pueblos de Europa. Y dicho proyecto deberá construirse precisamente con aquellos países cuyos pueblos hayan hecho efectiva su voluntad de conquistar su soberanía política y económica y además muestren su disposición de construir un nuevo proyecto de integración sobre unos nuevos principios y valores solidarios e internacionalistas.

En este sentido es importante dar prioridad a las alianzas con los paises más castigados por la deuda y sometidos por la arquitectura la UE, impulsando y coordinando un proyecto de izquierdas y rupturista con otras fuerzas europeas. Es posible fundar una alternativa anticapitalista que traspase el marco de los estados-nación sobre la idea de construir una especie de ALBA de los países periféricos de Europa

Es posible y necesario compatibilizar el anhelo de soberanía nacional generado por las políticas de recortes y austeridad de la UE con nuestra tradición internacionalista y los ilógicos complejos (fruto de errores propios) sobre el concepto de España que aún padecemos. Es imprescidible construir y trabajar un concepto de patriotismo revolucionario integrador con las nacionalidades del estado.

El Partido y el Ejército

Un Partido Comunista debe organizarse y ser influyente en todos los frentes decisivos donde se disputen la hegemonía la clase trabajadora y las clases dominantes. El Ejército es uno de esos frentes, y es algo que durante muchas décadas el PCE ha tenido meridianamente claro. Por ello, más allá de su importante papel durante la guerra civil para combatir el fascismo, más tarde trabajó y se organizó en el seno del propio ejército franquista hasta 1974, cuando nació la Unión Militar Democrática, al calor de la revolución de los claveles en Portugal.  Una UMD que acabaría disolviéndose en junio de 1977 por considerar que ya no tenía sentido su existencia y que, en una democracia, no tenían cabida organizaciones militares de este tipo. El tiempo ha venido a demostrar lo erróneo de ese análisis y lo erróneo de dejar de tener una política dirigida al Ejército.

La lucha del PCE siempre ha sido una lucha por la paz, pero eso no debe hacernos caer en debates idealistas que nos hagan renunciar a una política clara a este respecto. Como no debemos olvidar que en un sistema económico internacional que únicamente puede abrirse paso por medio de la guerra son necesarios ejércitos que apuesten por la paz, y que actúen en defensa de las clases populares y de los trabajadores y trabajadoras, y no en defensa de intereses económicos internacionales.

Para empezar debemos tener en cuenta que el Ejército está organizado como la propia sociedad: en clases. Por un lado los altos mandos del ejército, un espacio casi cerrado y exclusivo para las castas familiares procedentes del franquismo, y donde se hace muy difícil el progreso en la carrera militar de los miembros de la tropa. Estos son los que lo tienen todo, viven bien, hacen sus negocios, tienen buena relación con el poder, tienen el futuro asegurado, sus hijos se casan entre ellos para perpetuar la casta, etc… Y por otro lado la tropa y parte de los suboficiales, procedentes principalmente de familias trabajadoras, con pocos derechos, a merced de la arbitrariedad de los altos mandos y sin ningún futuro asegurado.

La transformación del Ejército, al igual que la transformación cultural, económica, social y política de nuestro país debe ser un proceso simultáneo, paralelo y organizado. Por eso, cuanto antes comience a llover sobre los cuarteles y sobre las calles esa idea de que Otro Ejército es Posible antes comenzaremos a dar pasos en ese sentido. Y esa lluvia debe desencadenarla, entre otras, la acción del Partido Comunista.

Para empezar hay que ser muy claros en nuestra postura respecto al ejército: hemos de ser muy críticos y beligerantes con la cúpula militar mientras siga siendo una casta, y debemos ser  comprensivos con los soldados. Desde el Partido Comunista, y desde el conjunto de la sociedad civil, debemos defender que los soldados puedan organizarse para defender sus derechos, que puedan defenderse de los abusos, de las arbitrariedades, que puedan exigir mejoras en sus condiciones cuando estas no sean adecuadas. Debemos promover que los soldados no se sientan parte de un cuerpo ajeno al pueblo, y mucho menos superior a él, sino que sientan como propios los problemas sociales del pueblo, porque le son propios, porque son también los problemas de sus familias… los recortes, el paro, los servicios públicos, la falta de democracia.

Debemos exigir que se respeten los DDHH dentro de los cuarteles, y por supuesto que la actuación fuera de los cuarteles, y fuera de nuestras fronteras, sea siempre en base a la defensa de los derechos humanos, y no en base a intereses económicos.

Es importante establecer un vínculo entre la clase trabajadora de nuestro país, con los soldados del ejército, procedentes fundamentalmente de la clase trabajadora. Y todo esto ligarlo a una nueva concepción de país y de Patria, que nada tiene que ver con la que hoy está atrincherada en los cuarteles.

El papel central de la mujer en la reconstrucción del Partido Comunista

“Os llaman hijos de Pasionaria, como si quisieran insultarme a mí, y no podían haberme hecho más honor al hacerme vuestra madre” 

Dolores Ibárruri

En noviembre de 1989, pocos días después de la muerte de Dolores escribía Manuel Vázquez Montalbán: “Pasionaria ya no es un simple apodo, sino un vocablo y un significado incorporado a todos los idiomas de la tierra. Los vocablos españoles incorporados hasta ahora son significativos: guerrillero, desesperado… pasionaria. Allá donde emerja una mujer que luche por cualquier causa de emancipación será llamada ya para siempre pasionaria. Éste es un tipo de inmortalidad que no se le ocurrió ni a Unamuno”.

Si miramos a nuestro alrededor estamos rodeados de “Pasionarias”. Mujeres partiéndose el alma parando desahucios, enfrentándose a los uniformados, organizando a los estudiantes, a los trabajadores en muchos comités de empresa, trabajando y organizando la resistencia en los centros sociales, en muchas tribunas, defendiendo a su pueblo allí donde sea golpeado, militando – o no – en el Partido. Entre ellas se reconocen, se organizan, te miran y se miran a los ojos de igual a igual. Sin embargo, en muchas ocasiones no son valoradas lo suficiente por los ojos prepotentes, que no reconocen – o temen – su capacidad de organización y dirección.

Son muchas las tareas que debemos abordar para reconstruir lo perdido, para reconstruir el país, para reconstruir el Partido. Y en esas tareas deben jugar un papel central las mujeres comunistas, quienes luchan en un entorno mayoritariamente ocupado por hombres y lo hacen sin resignarse a ser un cupo, con la doble dificultad de ser mujer y comunista.

No debemos olvidar nunca que las mujeres están cargando sobre sus hombros la mayor carga de explotación y violencia en todos los sentidos. Como trabajadoras la brecha en la tasa de empleo es enorme, pero aumenta casi hasta el 30% en lo que se refiere a la diferencia salarial.  Además, como mujeres soportan sobre sus hombros la mayor carga del trabajo familiar y lo hacen en una situación de enorme desprotección a la hora de acceder a prestaciones por desempleo o pensiones. A esto se une la violencia machista fruto de un sistema patriarcal que reproduce sus valores generación tras generación a través del sistema educativo y del aparato mediatico-cultural.

La realidad de la situación de la mujer, sector más explotado y desprotegido de la clase trabajadora, y ademas víctima de la cultura predominante, pone de manifiesto de nuevo la necesidad de emprender dos tareas fundamentales: organizar al Partido Comunista allí donde se produce la explotación, y e impulsar una contraofensiva frente la cultura hegemonica del capitalismo y el patriarcado.

En la medida que el Partido Comunista sepa reconfigurar su organización para integrar en sus filas a la clase trabajadora, la mujer, como sector más explotado y consciente de esta, asumirá el rol principal que le corresponde.

Por tanto, la organización del Partido Comunista para la Revolución, y no únicamente para las disputas electorales – que además se producen según las reglas y en los parámetros de la clase dominante – , y la batalla cultural total – con especial mención a los medios de comunicación -, será lo que situará a la mujer en el lugar de vanguardia que le corresponde y que también en el interior del Partido les es negado en demasiadas ocasiones.

Por un PCE con todas las competencias en un nuevo modelo de convergencia político-social

Los documentos del XVI Congreso del PCE, en 2002, ya recogían la evolución de IU y su efecto sobre el PCE: “La evolución de IU ha supuesto el debilitamiento del PCE por dos motivos: 1) los esfuerzos de los militantes y los órganos del Partido se han dedicado casi exclusivamente al proyecto de IU. 2) El mantenimiento de una doble estructura (agrupación, asamblea, comité, consejo) obliga a los camaradas del PCE a redoblar su actividad, al mismo tiempo que permite la confrontación entre camaradas del PCE que pertenecen a dos órganos con las mismas competencias territoriales. En este contexto, el Partido ha sido considerado en numerosas ocasiones como un instrumento a través del cual acceder a una responsabilidad en la organización de IU, lo que ha producido que luchas dentro de lo que llamamos IU se trasladen al PCE y viceversa”.

El análisis del problema fue correcto, y desde entonces no se han tomado las medidas necesarias para solventarlo. Los intereses creados en las distintas estructuras impedían una resolución efectiva del problema, hasta el punto de que la realidad nos ha hecho situarnos ante el espejo y obligarnos a decidir qué hacer. Y debemos hacerlo siendo capaces de sintetizar las distintas visiones parciales o territoriales del problema, conjugando la defensa del espacio político y social de IU – cientos de colectivos, decenas de miles de afiliados, miles de cargos públicos – , con la necesidad de despojarla de sus corsé de partido político tradicional.

Desde la creación de Izquierda Unida, y en las sucesivas Asambleas Federales, Asambleas de federacion, así como en infinidad de asambleas locales, se ha visto la confrontación entre militantes del PCE, tanto a nivel de posiciones políticas, como en la elección de direcciones o de candidaturas. Esto significaba que las diferencias en el seno del PCE, en lugar de ser resueltas en el seno de la organización a través del debate y la votación o el consenso, se trasladaban al seno de Izquierda Unida (que en no pocas ocasiones se convertía en la segunda vuelta donde ganar las votaciones que se habían perdido en el Partido), debilitando con ello la Unidad en el Partido, consolidándose dobles estructuras (a veces enfrentadas entre sí), en lugar de constituir un espacio político y social ágil, desburocratizado y con la capacidad de sumar a otras fuerzas en un espacio de entendimiento de igual a igual.

Sin embargo, estos análisis, por muy acertados que puedan ser, no solo no tendrán solución sino que se reproducirían en el futuro en cualquier nuevo proyecto de convergencia que pudiera plantease, si no se establecen algunos mecanismos efectivos y simples.

Para que no vuelvan a reproducirse estructuras de Partido en cualquier proyecto de convergencia que anulase a las propias fuerzas que la componen, es necesario construir un espacio desburocratizado (partiendo de la realidad actual de IU) al que puedan sumarse otras fuerzas en base a un programa común, y que lo hagan con identidad propia y respetando la identidad del resto.

Es decir, los miembros de los espacios de coordinación de cualquier espacio de convergencia (a todos los niveles), deberían trasladar a éste las posiciones de su Partido, responderían ante él y deberían poder ser revocados en cualquier momento. Ningún miembro de ninguna fuerza política podría pertenecer a estos espacios de coordinación (más que de dirección) si no han sido nombrados democráticamente por su Partido previamente. Esto evitaría que miembros del PCE utilizasen dichos espacios en contra de las decisiones de su propio Partido.

Evidentemente esto requiere profundizar la democracia interna y la participación en el seno de las organizaciones en la toma de decisiones, en este caso del Partido Comunista, en el sentido en el que se señalaba en otro apartado: máxima democracia interna para la máxima unidad externa.

Además, ser militante de un Partido en este nuevo espacio de convergencia político-social debe otorgar plenos derechos para participar en este, evitando situaciones como las creadas en las primarias de Unidad Popular, en las que militantes del PCE que a su vez eran afiliados a IU, no podían participar en las Primarias si además no se registraban también en estas. Una situación absurda de fácil solución si el mero hecho de formar parte del PCE da derecho a cualquier militante a participar allí donde participa su Partido. Algo de sentido común, por otra parte.

Un mecanismo necesario más sería anular las dobles cuotas. En este momento miles de afiliados a IU pagan una doble cuota: la del PCE y la de IU. En el sentido de lo propuesto anteriormente, el hecho de pagar la cuota del PCE, como de cualquier fuerza que forme parte de un proyecto de convergencia, debería dar derechos a formar parte de este. De esta manera se reforzaría la organización de las distintas fuerzas (muchos militantes tienen grandes dificultades para hacer frente a una doble cuota), al tiempo que se aligerarían las estructuras del espacio de convergencia.

Este espacio de convergencia político-social debería fundamentar su actividad únicamente en tres aspectos: elaboración de un programa común, organización de las movilizaciones en torno a dicho programa y elaboración de candidaturas electorales. Evidentemente la participación en estas tareas fundamentales de personas a título individual (que no formen parte de otro Partido) sería perfectamente posible. En todo caso serían necesario un censo – y real en todo momento – de todos/as las participantes en dicho espacio. Y en cuanto a la distribución de los recursos entre organizaciones debería ser proporcional en función del número de militantes que aporte cada una.

Con este planteamiento el peso de la actividad política recaería en las fuerzas políticas y sociales, y los espacios de convergencia serían simplemente espacios de coordinación y no de conflicto o luchas de poder.

En el caso de los/as militantes del PCE, su actividad se centraría fundamentalmente en las tareas establecidas por el Partido en su acción directa en la sociedad y en el movimiento obrero, y no se desgastarían en estructuras paralelas.como ha venido sucediendo a lo largo de demasiados años.

Evidentemente estas cuestiones modifican sustancialmente el modelo de convergencia actual, pero permitirán construir un espacio dinámico, desburocratizado, capaz de crecer e incorporar a nuevas fuerzas, que podría adaptarse de una manera ágil a los nuevos acontecimientos, y que permitiría ir compatibilizando la movilización social y la acción electoral, acumulando fuerza simultáneamente en los dos ámbitos.

La experiencia del 22M, que mostró una capacidad de movilización inédita en la historia reciente de nuestro país, demostró que es posible la construcción de la unidad en base al programa y la movilización, desde el respeto entre organizaciones y colectivos, y desde la construcción de espacios de coordinación entre estos.

Este planteamiento tendría una serie de consecuencias positivas, partiendo de la realidad actual:

-El PCE recuperaría todas sus competencias y tendría voz propia en todos los espacios, también en los espacios de convergencia y electorales.

-Seguiría existiendo el espacio político y social que actualmente es Izquierda Unida y además se establecerían los pilares básicos para ampliarse enormemente.

-Se mantendría la referencia politica para miles de cargos públicos, decenas de miles de afiliados y cientos de colectivos de IU en toda España.

-El espacio de convergencia en su nueva configuración tendría la capacidad de incorporar a nuevas fuerzas políticas y sociales a todos los niveles (desde el nivel local hasta el federal).

Se eliminaría el problema de la doble cuota y la doble militancia. Pertenecer a un Partido (en este caso el PCE), le daría el derecho a cualquier militante a participar de los espacios de los que forme parte éste. Eso en la actual configuración de IU no es posible.

-Este modelo compaginaría la lucha social con la acción electoral, haciendo que en todo momento nuestra acción institucional tuviese su reflejo en las calles y viceversa.

-Se construiría un espacio ágil y desburocratizado tal y como venimos teorizando desde hace años.

-No se reproducirían los debates y los conflictos del interior de los Partidos en el espacio de convergencia.

-La denominación de dicho espacio de convergencia en su nueva configuración (actualmente “Izquierda Unida”), deberían decidirla los afiliados a través de un referéndum para que todos/as la sientan como propia.

Un PCE para la Revolución. Volver a Lenin, rescatar a Gramsci

A finales de los años 70 y principios de los años 80, y teniendo acto principal el IX Congreso del PCE, se produjo el mayor viraje ideológico y organizativo de la clase obrera en nuestro país, de consecuencias nefastas en las décadas siguientes hasta nuestros días.

En septiembre de 1977, meses antes de aquel IX Congreso del PCE, aparecía un artículo en EL PAÍS en el que se señalaba: “se pone de relieve el deshielo que parece haberse iniciado en los últimos tiempos entre la Administración estadounidense y el Partido Comunista de España. Se recuerda los contactos habidos en Madrid, en la última semana del pasado mes de julio, entre funcionarios de la embajada norteamericana en la capital de España”, y se citaba un informe del gobierno de EEUU que señalaba que ”el PCE aparece como el partido comunista europeo más independiente de Moscú”. Sobre el “eurocomunismo”, en dicho informe se señalaba que “la llegada al poder de los comunistas europeos no constituiría una catástrofe para Estados Unidos”.

La decisión del Partido Comunista de España durante el IX Congreso de abandonar conceptos como el leninismo o el centralismo democrático (aunque formalmente este se no se abandonaría hasta el XIII Congreso siendo sustituido por el “federalismo democrático”), iba mucho más allá del cambio en el uso de términos o identidades a lo que normalmente se pretende reducir lo que se escondía tras ello: era la renuncia a la perspectiva revolucionaria y la decisión de considerar el escenario principal de acción política del Partido Comunista en el campo electoral.

Ante esta nueva estrategia y en este nuevo escenario, la acción social del PCE se limitaría a discutir el papel de las organizaciones populares en su propósito de extender y consolidar un tejido social en beneficio de una democracia parlamentaria; pero sin trasladar allí sus tácticas particulares. Por decirlo claramente, se apostó por romper las correas de transmisión del Partido con las organizaciones populares, sociales y sindicales.

El llamado “eurocomunismo” supuso una corriente de     transformación profunda dentro del movimiento comunista en Europa, el alejamiento de la URSS, la ruptura con Lenin y el abandono de la  perspectiva revolucionaria de quienes lo asumían

Este viraje traía consigo dos grandes modificaciones sustanciales. La primera en lo que se refiere a la democracia y el Socialismo, estableciendo la máxima de que al Socialismo hay que ir a traves de las urnas y a traves de la ampliación de las libertades existentes. En lo organizativo suponía adaptarse para la acción electoral y el abandono de la organización de los comunistas en todos los frentes, especialmente en el movimiento obrero,  renunciando por un lado a extraer del conflicto capital-trabajo a sus componentesa más conscientes, y por otro renunciando a trasladar la táctica del Partido a través de las correas de transmisión.

Una segunda modificación sustancial viene dada por el abandono del Centralismo Democrático bajo la excusa del exceso de poder del aparato y del Secretario General.  El tiempo ha venido a demostrar que el abandono del Centralismo Democrático solo tuvo como consecuencia el debilitamiento de la organización y la entrada en un proceso anarquizante que sin embargo no atajaba los vicios burocráticos.

La nueva realidad viene a decirnos que es posible la profundización de la democracia interna sin renunciar a que el Partido actúe con una misma táctica en todos los frentes.

Volver a Lenin significa, para empezar, la aspiración de recuperar la perspectiva revolucionaria del Partido Comunista, teniendo en cuenta que las libertades de la democracia burguesa (cierto que en continuo retroceso) facilitan de momento la actividad del Partido y es posible plantear la toma del poder parlamentario a través de las urnas. Ahora bien, la toma del poder parlamentario es absolutamente insuficiente para la transformación social y la construcción del Socialismo. Es necesario que seamos capaces de disputar la hegemonía en todos los frentes: el frente cultural, el movimento obrero (donde se produce la contradicción principal) , los movimientos sociales (donde se producen las luchas subalternas), el ejército y los cuerpos armados (decisivos ante una quiebra de la hegemonía dominante)…

Y al igual que debemos volver a Lenin, es necesario rescatar a Gramsci de las garras del post-mårxismo anticomunista.

Rescatar a Gramsci

Cada vez que escuchamos hablar de “hegemonía” nos viene a la cabeza Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano, y uno de los más brillantes  dirigentes y teóricos comunistas de la historia, que no solo fue perseguido y encarcelado prácticamente hasta su muerte por el fascismo italiano, sino pisoteado por quienes, desde la presunta izquierda, han manipulado, mutilado y amputado su obra para justificar la destrucción de las organizaciones de clase. Nunca ha sido más citado Gramsci como cuando se ha tratado de justificar la disolución de los Partidos Comunistas, empezando por el PCI, allá por 1991.  Un insulto a la memoria del propio Gramsci, una mente prodigiosa como reconocería incluso el régimen de Mussolini, después de que lo detuvieran y lo condenasen a una larga pena de cárcel afirmando que “había que impedir que ese cerebro funcionase durante veinte años”. Mussolini trató de impedir a aquel cerebro funcionar, otros se han ocupado de manipular  su pensamiento.

Sin duda la obra de Gramsci es increíblemente poderosa y necesaria en estos días, pero no se le puede leer amputado ni tergiversado, sino que hay que leer su obra completa, o al menos conocer sus principales líneas de pensamiento. Un pensamiento que, entre otras cosas, debe alumbrar el camino que las y los comunistas hemos emprendido para la reconstrucción de un Partido Comunista de España como organización revolucionaria capaz de hacer que la clase trabajadora (y no otra) sea hegemónica en la sociedad. Porque en toda sociedad – como indicaba Gramsci – siempre hay una clase que impone su forma de ver el mundo, su cosmovisión, al resto. En el caso de nuestro país son las oligarquías empresarial y financiera, que actualmente están muy bien representadas en el el IBEX 35. Unas oligarquías que a través del llamado “consenso de la transición”, han ido imponiendo  sus leyes y sus postulados al resto de las clases, y lo han hecho, con la inestimable colaboración de PP y PSOE, a través del sistema educativo, religioso y a través de los medios de comunicación.

Pero Gramsci también nos enseña que la Hegemonía nunca es absoluta. Siempre hay conflictos y rupturas, siempre hay movimientos contrahegemónicos (huelgas, movilizaciones, literatura…), que cuando se hacen muy intensos, acaban desquebrajando la hegemonía y el consenso existente. Es cuando la clase dominante pierde el consentimiento, y deja de ser dirigente, y es únicamente dominante por medio de la coerción, de la fuerza.

En el caso de nuestro país, la aprobación de la llamada “Ley de Seguridad Ciudadana” demostró que la clase dominante había perdido su consentimiento, y ya solo era capaz de dominar por la fuerza, lo cual no quería  decir que no pueda recomponerse y establecer un nuevo consenso en la que siga siendo dominante, tal y como está intentando, y va camino de conseguir.

Lo cierto es que en este momento las masas ya no creen en lo que creían. Ya no creen en lo que habían estado creyendo en España durante los últimos 35 años. Este es el momento que definía Gramsci en el que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, el claroscuro en el que aparecen los monstruos, “en el que aparecen los más diversos fenómenos morbosos”.

Debemos reivindicar el pensamiento de Gramsci, debemos estudiarlo, incorporarlo a nuestros debates, a nuestra acción política y organizativa para la conquista de la hegemonía por parte de la clase obrera.  No debemos permitir que lo usurpen quienes pretenden tergiversarlo, quienes pretenden lanzarlo contra el Partido Comunista, quienes hablan de “hegemonía” para quién sabe qué clase, quienes quieren, en definitiva llevarlo a una segunda muerte. Gramsci nos pertenece.

 

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