PARTE 6. LA REVOLUCIÓN.

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Miguel A. Montes

15 Enero 2010

(*) El apartado 5.8.1.5 es incorporado en julio de 2.014.

INDICE

  1. LA REVOLUCIÓN

5.1 Universalidad de la revolución

5.1.1 Revueltas de clase contra la exclavitud y el feudalismo

5.1.2 Leyes de la revolución socialista

5.2 ¿Existe igualdad absoluta entre la revolución burguesa y la socialista?    

5.2.1 Aclaraciones en torno a las revoluciones burguesas y la revolución anti-colonial

5.3 ¿Se derrumba el capitalismo por sus fuerzas productivas centrífugas o hay que empujarlo?

5.3.1 El marxismo-leninismo sobre la crisis

5.3.2 Causas que contrarrestan la caída de la tasa de ganancias

5.3.3 Nuevas interpretaciones burguesas de la crisis bajo el neoliberalismo

5.3.4 Sociedad de consumo, inflación y redistribución de la renta nacional

5.3.5 Monopolios, competencia y tasa de ganancia

5.3.6 El carácter general de la crisis capitalista bajo el imperialismo

5.3.7 Alternativas a la crisis

5.3.8  La especulación y el neoliberalismo como expresión de la crisis estructural del capitalismo

5.3.9 ¿Existe un capital productivo independiente y bueno del capital financiero especulador y malo?

5.4 Lenin en el análisis de la situación concreta y la política de alianzas 

5.5 Los objetivos de la revolución socialista y política de alianzas en Gramsci  

5.6 Guerra de posición y la guerra de movimiento en Gramsci y los debates de la IIIª Internacional  

5.7 Sobre la impaciencia revolucionaria y sus efectos 

5.8 Acerca de dos experiencias revolucionarias: mayo francés y anti-franquismo 

5.8.1 Situación revolucionaria sobrepasada por la reforma pactada

5.8.1.1 La autocrítica de la vanguardia. El Vº Congrés del PSUC

5.8.1.2 El ataque contra el sindicalismo de nuevo tipo:las Comisiones Obreras

5.8.1.3 La política económica en el cambio de estrategia, de la ruptura a la reforma

5.8.1.4 Era posible la ruptura democrática.

5.8.1.5 Ni modélica ni pacífica.

5.8.2 Situación revolucionaria en el mayo francés del 68

Notas de La revolución

5. LA REVOLUCIÓN

¿Cómo acontece el desarrollo histórico?. ¿De forma gradual o rupturista? ¿Por medio del voluntarismo o del desarrollo de la lucha de clases? ¿Son similares todos los procesos históricos, repetitivos, u obedecen a una dialéctica interna de gestación y desarrollo?. Ante esta problemática, aparece el concepto de revolución, con sus partidarios, sus detractores y sus tergiversadores.

Para acceder al comunismo ¿es necesaria la revolución, entendida como conquista del poder político, o se puede expropiar a los expropiadores capitalistas, al margen del Estado, independientemente de su forma y carácter?. Trataremos aquí de defender, tomando partido por la posición revolucionaria, en base a la interpretación dialéctico materialista de la historia.

  

5.1 Universalidad de la Revolución 

Aunque no lo parezca, ya que es muy empleada y manipulada la palabra revolución, es un término cuyo contenido está en revisión permanente, y por contra en nuestros tiempos prevalecen los términos del progresismo y el evolucionismo como únicas tendencias de cambio social posibles en el capitalismo actual, lo malo de ello es que gran parte de la izquierda hacen de banderas suyas tales estandartes anti-revolucionarios.

El materialismo histórico está impregnado de la dialéctica como método que entiende la tendencia de sucesión de los diferentes modos de producción, tomados como automovimiento de unidad de contrarios entre los cuales no cabe evolución ni reformismo, sino ruptura revolucionaria. El período de tránsito de un modo de producción a otro es un periodo de revolución social no en línea ascendente, sino en espiral, con avances y retrocesos, donde la ruptura política junto al desarrollo de las fuerzas productivas coinciden en la culminación del proceso revolucionario.

No es casual que los revisionistas de viejo y nuevo cuño siempre hayan querido suprimir del marxismo-leninismo la dialéctica, como única aportación revolucionaria del sistema hegeliano aún deformada de idealismo subjetivo, para sustituirla por la metafísica kantiana o el positivismo sociológico. Rechazar la dialéctica materialista significa negar la unidad y lucha de los contrarios, negar la tendencia hacia la supresión de lo viejo por lo nuevo y considerar la historia como simples cambios cuantitativos en continuidad, sin cambios cualitativos discontinuos de ruptura, de saltos revolucionarios.

Alvarez-Junco, partidario de un análisis evolutivo y continuista de los procesos de transformación en las formaciones sociales lo argumenta así:

“Las revoluciones existen, pero no son transiciones globales de una estructura global a otra; no son cambios cualitativos… que transformen repentinamente la vida social. En este sentido Leibniz, y no Hegel, tenía razón… La forma de transición de una estructura política y social compleja a otra, es, casi por definición, diversificada, matizada, continuista. La revolución, aparte de ser excepcional, sólo afecta a ciertas esferas de la actividad social, aunque para justificarse los revolucionartios la presenten como un fenómeno de mayor alcance”. (1).

Es decir, para el pensamiento metafísico y evolucionista, la revolución es un momento puntual “excepcional” que no genera cambios “cualitativos”, por lo que Leibniz que consideraba que en el mundo todo procede por grados y nunca por saltos, tiene mayor fundamento que la dialéctica planteada por Hegel. Si partimos de esta base todas las revoluciones existentes, como la inglesa del S.XVII, la francesa del XVIII, y la soviética del XX, no impulsaron cambios globales, socioeconómicos, políticos y culturales diferentes entre los modos de producción (feudalismo/capitalismo, capitalismo/socialismo), sino que sólo introdujeron aspectos jurídicos e ideológicos. En realidad los procesos considerados por Junco, de “transición”, como la abolición de la servidumbre, el desarrollo hegemónico del modo de producción capitalista y la construcción del socialismo fueron aspectos de desarrollo posterior a los procesos revolucionarios, y precisamente sin el elemento de ruptura, sea la toma de la Bastilla o la unificación alemana, el salto cualitativo es impensable en esas sociedades, a no ser que se crea que las clases explotadoras que detentan el poder político, sean quienes por cansancio o convicción llevan los cambios en la historia al margen de la lucha de clases, donde los terratenientes, reyes y capitalistas convencidos de la injusta distribución social, o impulsados por una fuerza extraña y ciega, inician o toleran el cambio continuista y de tránsito a lo largo de la historia.

Que los procesos revolucionarios en las formaciones sociales nacional-estatales hayan sido dispares, que la burguesía haya jugado en la mayoría de los casos un papel subalterno en el terreno de la acción política en el marco de los procesos tomando prestados intelectuales orgánicos de otras clases (terratenientes, pequeña burguesía urbana) para encabezar y hasta tutelar los cambios políticos y económicos de carácter burgués, no quiere decir que exista una continuidad en el desarrollo histórico entre los modos de producción, porque sin los actos revolucionarios que son el punto álgido de la lucha de clases, harían esta innecesaria, y el desarrollo económico y cultural sería permanentemente oprimido y vencido por el arbitrio de la superestructura jurídico-política dominante, sea esclavista, feudal o capitalista. La ruptura es el salto necesario, que emana de la lucha de clases en su forma más suprema, para pasar en la historia dialécticamente de un modo de producción a otro.

En el Manifiesto del PC Marx y Engels lo comentaban fundamentando históricamente el lugar de las luchas de clases y su tendencia histórica hacia la transformación revolucionaria:

“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, maestros y oficiales, en una palabra, opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna” (2).

La lucha de clases es el motor de la historia. La base dialéctica de la lucha de clases y la revolución social es la contradicción entre la apropiación del plustrabajo y la lucha social y política de los explotados contra su condición y sus explotadores, a lo largo de las tres formaciones explotadoras: esclavismo, feudalismo y capitalismo.

La revolución es la ruptura que se produce en el marco de la coyuntura histórico-concreta de la lucha de clases, en la que la superestructura política (ejercicio del dominio político de la clase dominante) se resquebraja y entra en contradicción con las relaciones de producción emergentes o potenciales al desarrollo de las fuerzas productivas.

5.1.1. Revueltas de clase contra la exclavitud y el feudalismo

A lo largo de la historia atravesando los diferentes modos de producción, se han producido revueltas, levantamientos y revoluciones por las clases explotadas y oprimidas.

En Egipto las rebeliones de esclavos datan de 1750 antes de nuestra era (a.n.e) en Egipto, contra la brutal explotación de las pirámides. En Babilonia en 1700 a.n.e. los esclavos y campesinos que debían de participar en trabajos pesados exigidos por la realeza, también se rebelaron (3).

Las revoluciones sociales de Grecia en los siglos VII° y VI° antes de nuestra era supuso el salto definitivo en la superación del régimen gentilicio de las comunidades primitivas, dando paso a la formación de las ciudades Estado (polis) de la Grecia antigua. Se constituyó un orden político que sustentaba las relaciones de producción esclavistas que se extendieron a todas las ramas de la producción social, conduciendo a la depauperación de las capas bajas plebeyas de las ciudades y los pequeños agricultores, concentrándose el poder el manos de la aristocracia esclavista patricia y terrateniente dueñas de las ramas de la economía, cuyo régimen social se nutría de las guerras de conquista y colonización como fuente creadora de la fuerza productora de la sociedad: los esclavos, como señalara Marx en sus estudios sobre las formaciones sociales precapitalistas.

Bajo la “democracia ateniense” se produjeron rebeliones campesinas y de esclavos, que aspiraban a una nueva redistribución de la tierra y la condonación de las deudas, la libertad e igualdad social, contra el poder terrateniente y exclavista. La mayoría de los levantamientos estallaron en las colonias del imperio griego, en 494 a.ne. en Argós, Agripento en 472 a.n.e., y Siracusa en 466 a.n.e., los esclavos llegaron a ocupar la ciudad Cerca, se fugaron hacia la montaña y durante 10 años organizaron una sociedad alternativa en 464 a.n.e. Durante la guerra del Peloponeso se produjo otra rebelión de esclavos en la isla de Quiós, liderada por Daomaco, huyeron 20.000 esclavos. En esta época Licurgo en Esparta adoptó medidas sobre el reparto de tierras con la división de los latifundios, pero el Estado griego seguía siendo esclavista, y continuaron las revueltas, sobre todo en las colonias (4).

Bajo el Imperio romano, se produjeron 7 insurrecciones armadas de esclavos, además de rebeliones campesinas y protestas de los sectores más pobres del artesanado. Las insurrecciones de esclavos se sucedieron durante 200 años con la formación de fuertes ejércitos, superando el carácter localista. Espartaco llegó a plantear un Estado propio en la baja Italia (5).

La rebelión más temprana fue la encabazada en la península ibérica por Viriato en el 150 a.n.e. quien derrotó varias veces a las legiones romanas con el apoyo de los campesinos, en una guerra de resistencia que se prolongó durante 11 años. En 134 a.n.e. se levantaron 70.000 esclavos en Sicilia, comandados por Euno y Cleón, que llegaron a controlar la isla durante 2 años, derrotando a los ejércitos romanos. Esta insurrección fue aplastada en el 132 a.n.e. En Asia Menor en el 133 a.n.e. los esclavos de Pérgamo comenzaron una rebelión comandada por Aristónico, quien decretó la libertad de los esclavos, aliandose con los campesinos y artesanos, proclamando la libertad y la igualdad. El nuevo poder se extendió por Asia Menor durante 3 años hasta que fueron derrotados por los romanos que enviaron nuevos ejércitos (6).

En 133 a.n.e. Tiberio Graco proclamó en Roma la Reforma Agraria, la cual fue rechazada por la aristocracia. La lucha de los pequeños propietarios de la ciudad y del campo (movimiento de los Gracos en Roma) obligaron a las clases dominantes a adoptar reformas económicas y políticas (ampliación de los derechos de acceso de a la tierra, y de los derechos de la ciudad romana a todo el territorio itálico para los plebeyos). Los patricios se levantaron, en el año 121 a.n.e. decapitaron a Cayo Graco y a 3.000 de sus partidarios, dando al traste con la primera reforma agraria de la historia. No obstante, estas reformas no superaron el modo de producción esclavista dado que sólo extendían los derechos de ciudadanía a los no esclavos pero sin abolir la esclavitud.

En el 104 a.n.e. se volvieron a levantar los esclavos en Sicilia, encabezados por Salvio y Atenión, pasaron 3 años hasta que el ejército romano sofocó la rebelión. La rebelión de Espartaco, se produjo en el 73 a.n.e., logró unificar a todos los esclavos de la baja Italia, fue la rebelión más importante contra el Imperio romano, levantó un ejército de liberación de más de 100.000 esclavos, influyendo en los campesinos y artesanos de Roma, las colonias mediterráneas y Asia Menor (7). Hacia la misma época se produjo la rebelón de  los 40.000 esclavos que trabajaban en las minas de la península ibérica, la sublevación de los esclavos de Macedonia y Delos, medio siglo antes la rebelión de los mineros de Laurio en Grecia.

Otra de las rebeliones contra la dominación romana fueron las bagaudas a finales del siglo III en Galia, donde miles de campesinos y esclavos formaron un ejército que ocupó haciendas y ciudades llegando a proclamar la separación de Roma. Su resistencia duró 15 años (8).

Las invasiones de los visigodos en el imperio bizantino fueron acompañadas de rebeliones de esclavos, los mineros de Tracia. Más tarde estalla en el imperio bizantino una nueva rebelión de esclavos que sólo se aplastó al cabo de 3 años de campaña militar (820-823). En la misma época, se reveló un ejército de esclavos negros utilizados por los árabes para desecar el río Shatt-el-Arab (868), teniendo durante 15 años en jaque a los ejércitos imperiales.

Toda la história de la antigüedad, Egipto, Grecia, Roma, está llena de movimientos de insurrección campesina contra la usura y la concentración de propiedad. En los siglos V y VI se produce el movimiento de los mazdequeos en el Imperio persa, que piden la comunidad de bienes, la abolición de todos los privilegios y la prohibición de matar.

Antes que en Grecia, fue en China fue donde se produjeron las primeras rebeliones de carácter insurreccional y de masas. Una de las primeras sublevaciones campesinas estalló en el año 1000 antes de nuestra era (a.n.e) bajo la dinastía Chou y otra en el 842 donde el pueblo puso en jaque al rey Li Van. En el 209 a.n.e., los campesinos, liderados por Cheng Seng y Wu Guang se alzaron contra la dinastía Qin, rebelión que continuó con otros líderes, Xiang Yu y Liu Bang, que derrotaron a los 200.000 soldados del ejército imperial. La rebelión de los “pañuelos amarillos” encabezada por Zang Jiao, duró 15 años, comenzó en el año 184 de nuestra era, consistía en la toma de tierras, la constitución de un poder campesino y la lucha contra el ejército imperial. En el siglo VII surgió un nuevo líder campesino, Wang, que a la cabeza de 10.000 hombres y mujeres, conquistaron ciudades, en el año 618 de nuestra era derrotaron a las legiones del Imperio y ocuparon Jiangdu. En 860, 30.000 campesinos liderados por Qiu Fu conquistaron el distrito Shaxian. En 875, se produjo una rebelión que duró 10 años, encabezada por Huang Chao, el “general de la igualdad”, con un claro planteamiento de igualdad social. Ya en el siglo X los campesinos liderados por Wang Xiabo se rebelaron con la bandera de la igualdad social levantada por sus predecesores. Sus reivindicaciones fueron retomadas en 1211 por los “casacas rojas” dirijidos por Yang An´es y su hija Yang Miao Zhan, que llegaron a establecer un poder campesino que duró 14 años. La tradición de lucha campesina logró en 1350 constituir “el ejército de los pañuelos rojos” dirigido por Han Shantong y Liu Futang, que llegó a contar con 100.000 combatientes (9).

Las limitaciones históricas de los esclavos para superar el modo de producción esclavista se fundamentaba en que no eran una clase portadora de modo de producción superior, ni de reorganización de la sociedad sobre bases nuevas, y sólo aspiraban a su liberación personal, por lo que no pudieron elaborar un programa revolucionario que uniese de forma estable a todas las masas de los explotados. La caída del esclavismo en Europa fue el resultado de la conjunción de las rebeliones de esclavos, colonos y tribus bárbaras, o lo que es lo mismo por la rebelión de la fuente proveedora de los esclavos contra el poder político esclavista, lo que provocó el hundimiento de los Estados esclavistas y su disgregación debido񗹤al estancamiento y ruina de la producción esclavista con la fragmentación de las grandes haciendas basadas en la explotación de los esclavos y surgimiento de los colonos (agricultores vendidos junto a las parcelas), como predecesores del campesinado en régimen de servidumbre, base social del modo de producción feudal.

Coincidiendo con el predominio feudal en Europa, no deberíamos ignorar la resistencia de los pueblos originarios de América a la colonización, donde la lucha contra el colonialismo iba ligado a la lucha contra la esclavitud. Contra la colonización española se levantaron Herniquillo (1519-33), Hatuey, quien en el oriente cubano organizó una guerrilla, y el alzamiento encabezado por Guama en 1534. En México el más destacado fue Cuathémoc en 1531. En Venezuela la resistencia armada fue encabezada por Guaicaipuro quien logró coordinar un ejército de 14.000 personas, entre 1560-68. En Perú Manko Inca y Túpac Amaru (éste último puso sitio a Cuzco -1781- decretó la libertad de los esclavos, abolió impuestos y la repartición de mano de obra indígena). En Ecuador Rimiñaue. La región donde se llevó una resistencia más prolongada fue en Chile, donde los mapuches reisitieron durante siglos a la colonización, Lautaro, Pelantaru, Fresia y Guacolda fueron sus líderes. Utilizaron la táctica de guerra de guerrillas, e incluso crearon una infantería montada (10). Una vez tuvieron que repoblar América con esclavos africanos, se produjeron rebeliones de esclavos afroamericanos, los diukas de la Guyana holandesa que fueron derrotados, y los esclavos cimarrones fundaron el reino de Palmares al nordeste de Brasil, resistieron durante todo el S. XVII el asedio de colonialistas holandeses y portugueses, utilizaron las tácticas guerrilleras que hicieron inexpugnable su refugio hasta que cayó en 1693. En Palmares fue el único lugar de Brasil donde se desarrolló el policultivo de alimentos, lo que contrastaba con la penuria de las zonas azucareras del litoral, en Palmares se cultivaba de todo y la tierra era comunitaria.

Fue en Haití donde se produjo la primera revolución de esclavos triunfante de la historia, cuya lucha adquirió un carácter de liberación nacional al independizarse en 1804 de Francia, siendo la primera nación independiente de Latinoamérica. La guerra por la independencia se combinó con la guerra social por la liberación de los esclavos. En 1796 Tousaint y Dessalines se pusieron al frente de un poderoso ejército rebelde que derrotó a los colonialistas franceses tomando el gobierno el 1 de agosto de 1800, los colonialistas pidieron apoyo a Inglaterra, enviando un ejército, adquiriendo la revolución de esclavos un carácter internacional, el ejército de esclabos acabó por derrotar al ejército francés, quien en 1802 envió una nueva expedición de 50.000 soldados, y a la potencia naval más importante de la época. El ejército de Napoleón perdió 62.000 soldados, Dessalines proclamó el 1 de enero de 1804 la independencia (11).

También el feudalismo está jalonado por innumerables sublevaciones de los campesinos siervos explotados y los artesanos y aprendices oprimidos de las ciudades por los señores feudales terratenientes. Las rebeliones adquirieron la magnitud de insurrecciones cuya duración se prolongó 3 años en Italia de los Ciompi, 2 en la Alemania de Muntzer, 5 en Flandes y 18 años con los husitas. Se llevaron a cabo diversos métodos de lucha, ocupación de latifundios, organización de campos de entrenamiento, instalación en las montañas de comunidades con formas de vida alternativa, ocupación de ciudades, etc (12).

Estas guerras municipalistas o revoluciones comunales como movimiento popular abarcaban amplios territorios, donde algunas ciudades como en Italia conquistaron la independencia política y económica, u otras como en Alemania y Francia conquistaron el fuero de ciudad libre vasalla del Emperador o monarca con quien adquirían compromisos a cambio de la independencia en la gestión de las comunidades.

En las ciudades europeas que recobraron su independencia política, se produjeron las sublevaciones de las capas más oprimidas, el artesanado, que se dirigían contra la cúspide mercantil-usurera y de los gremios que les oprimían y explotaban. La consolidación dominante de las relaciones de producción capitalistas en el período de transición empujó las luchas hacia la revolución burguesa y antifeudal entre los siglos XIII y XVIII.

Hagamos un recorrido. En Flandes en 1245 en Douai se produjeron combativas huelgas artesanales. Brujas fue ocupada por los artesanos en 1301 con apoyo de los campesinos. En Gante en 1338 los bataneros y tejedores ocuparon la ciudad. En 1432 en Lieja, los mineros exigieron elecciones populares logrando un gran respaldo de los campesinos (13).

En Italia, rebelión de los tejedores lombardos encabezados por Dolcino quien llegó a vencer dos veces al ejército (1307) quien al final fue derrotado. La insurgencia de los campesinos y artesanos se extendió en 1339 a Génova, en 1356 a Pavía, 1368 Siena, 1376 a Bolonia, y en (1379-1382) la rebelión de los Ciompi dirigida por los trabajadores de la lana, los ciompi eran obreros mal pagados de los talleres, constituyeron Asociaciones de Ayuda Mútua y de Defensa (14).

La revolución de 1383 en Portugal, fue de carácter social y antifeudal, encabezada por los comerciantes en alianza con los campesinos y artesanos que se apoderaban de los castillos y las tierras (15).

No sólo en las ciudades europeas, también los artesanos de las ciudades del islam a través del movimiento de los Quarmates que surgió en el siglo IX de nuestra era prolongándose hasta el siglo XVII promovió algunas insurrecciones de gremios urbanos en Anatolia y Estambul, incluso consiguió establecer un Estado comunista en Bahrein y Yemen, que perduró durante más de 100 años entre los siglos XI y XII (Mandel).

Las guerras campesinas en Europa. Las jacqueries en Francia durante el siglo XIV, fueron provocadas por el descontento de los campesinos con la nobleza y la miseria de la guerra. La primera y más importante en 1357-58 encabezada por Etienne Marcel, en 1379 la jacquerie de Touchons, donde obreros sin trabajo y campesinos arruinados recorrieron durante 6 años los campos de Languedoc, en el Maine y Normandía se produjeron nuevas jacqueries. La influencia del movimiento campesino llegó hasta París, en 1382 las corporación de carniceros ocupó la ciudad, movilización urbana que se propaga hasta 1413 con altibajos, durante  más de 30 años (16).

En Inglaterra el levantamiento campesino encabezado por Wat Tyler, John Ball y Jack Straw en 1381, los campesinos marcharon sobre Londres encontrando el respaldo de los trabajadores artesanos con problemas de subsistencia. Un siglo después los campesinos volvieron a sublevarse en Surey, Sussex y Kent, encabezados por Jack Cade, que se enfrentó con el ejército y ocupó Londres (17).

En el S.XV se produjo la rebelión del movimiento husita, que duró 18 años, de 1419 a 1437. En Bohemia participaron los campesinos, jornaleros y artesanos probres enfrentándose a la jerarquía eclesiástica y los señores feudales. El promotor fue Juan Hus, estudiante pobre excomulgado e influenciado por las ideas inglesas de cambio social de John Wyclif, movilizó a los campesinos, siendo quemado en la hoguera por la reacción feudal. En respuesta, los artesanos y Juan de Zeliv asaltaron en 1419 la alcaldía de Praga dando comienzo a la insurrección. Se concentraron Tabor con 40.000 personas de diferentes lugares, fundaron una comunidad y se extendieron a Pisek y Vodmang, donde abolieron la propiedad privada. Se basaban en una organización comunal, la elección directa de sus dirigentes, la preparación militar y en los métodos de ocupación de campos y ciudades. Como respuesta la nobleza y el clero lanzaron una brutal represión de los husitas en Praga, 1420, los campesinos del norte y el este se reagruparon y tomaron Praga el 14 de julio de 1420 con Juan Zizka a la cabeza estableciendo un gobierno autónomo. La ciudad de Tábor y otras vieron cómo se realizaba una tentativa de abolición completa del feudalismo, extendiendo las ideas de construir una sociedad sobre la igualdad social y económica (18).

En el S.XVI en Alemania (1.525) al filo de la Reforma Protestante de Lutero, se dio la más grandiosa rebelión de los campesinos durante toda la Edad Media encabezada por el anabaptista Thomas Munzer, teólogo de la revolución de planteamientos utópico-comunistas que buscaba implantar a través del movimiento campesino y los plebeyos de las ciudades una sociedad cristiano-comunista, sin propiedad privada y sin diferencias de clase. Fue el primer agitador que partía de la acción revolucionaria para implantar una sociedad nueva, milenaria, y sin caer en el mesianismo, ya que las bandas de campesinos y plebeyos armados a las que Munzer dirigía renunciaban a la espera piadosa del un salvador, y confiaban en salvarse por su propia acción revolucionaria (19). Las acciones comenzaron en 1524, en el sudoeste de Alemania, la rebelión arrastró toda la región de Bohemia, incorporándose miles de campesinos y artesanos que exigían el reparto de la tierra. Los insurrectos libraron muchos combates en un año, pero fueron derrotados, cayendo 130.000 campesinos, cifra que da una idea de la magnitud de este movimiento. La represión del movimiento de Munzer fue llevada a cabo por la alianza táctica de luteranos y católicos que dejaron a un lado sus desafueros teológicos para la salvaguarda de los intereses de clase de la nobleza, la burguesía y la Iglesia.

En Rusia destacan durante el S. XVII las insurrecciones campesinas encabezadas por Iván Bolotnikov (1606-07), por Stenka Razin (1666-71) que aglutinó un ejercito de 10.000 personas a la que se incorporaron también obreros y ciudadanos pobres que ocuparon varias ciudades (Astracán, Tsaritsin, Saratov, Penza, etc.), Kondrat Bulavin (1707-08), y la Gran Guerra Campesina (1.773-75) encabezada por Emelián Pugachov contra el sistema de servidumbre y esclavitud de la nobleza. En Japón se produjeron más de 1.000 revueltas campesinas entre los siglos XVII y XIX.

Las clases explotadas en el esclavismo y el feudalismo (esclavos, siervos y artesanos) de la misma manera que les faltó la unidad de objetivos políticos y la coordinación de sus acciones, frente a un enemigo de clase siempre unido en voluntad y unidad de acción contra quienes cuestionaran su dominio, apenas han dispuesto de un arsenal teórico que les permitiera marcarse objetivos políticos para su liberación y sus planteamientos siempre quedaban recluidos en el ámbito de lo social y la utopía.

La Gran Revolución Francesa de 1.789 imprime un giro en la historia, pues a partir de ella se produce la interconexión entre las organizaciones populares de masas y las organizaciones políticas con objetivos revolucionarios, de conquista del poder político con objetivos democráticos y de transformación social.

El conocimiento teórico (filosófico, económico, técnico, etc.), no estuvo siempre a disposición de las masas explotadas y oprimidas, por lo que fue la burguesía y la pequeña burguesía las que dieron los primeros revolucionarios por la transformación social en el terreno político, a través de su vinculación con el movimiento de masas existentes de las clases explotadas y oprimidas (artesanado urbano y campesinado).

En el modo de producción capitalista el marxismo-leninismo supuso un salto más, dado que la clase explotada, el proletariado, clase portadora de un nuevo modo de producción, sí pudo adquirir por su propia experiencia de lucha, y su vinculación con la teoría revolucionaria (producto de los conocimientos adquiridos por la humanidad) en el marco de la organización política, la capacidad para construir organizaciones revolucionarias de masas útiles para la preparación y dirección de las luchas de clases y del proceso revolucionario, dotándose de un programa revolucionario propio para la transformación de la sociedad.

El modo de producción capitalista, por el fuerte impulso al desarrollo de las fuerzas productivas, crea por primera vez en la historia las condiciones económicas  para la supresión de la sociedad de clases. Las clases dominantes pierden toda razón histórica de ser. La organización consciente del trabajo, ya objetivamente socializada por el capitalismo, se convierte en una condición indispensable para un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas. También crea  las condiciones sociales, porque produce una clase que adquiere el mayor interés en la eliminación de toda forma de propiedad privada de los medios de producción, y al mismo tiempo reúne en sus manos y su celebro todas las funciones productivas de la sociedad capitalista. El sepulturero del capitalismo, la clase obrera, ya encarna el futuro modo de producción.

5.1.2 Leyes de la revolución socialista

El problema fundamental de toda revolución es el poder político del Estado y su carácter, y ello adquiere mayor importancia en el tránsito de la sociedad capitalista a la comunista en su fase inferior.

En nuestras latitudes histórico-contemporáneas, para que una revolución socialista se produzca le deben preceder un conjunto de factores subjetivos y objetivos ineludibles relacionados dialécticamente y no de forma metafísica. Es decir, que la capacidad revolucionaria de transformación del proletariado no obedece a condiciones escatológicas (determinismo económico) ni a condiciones predestinadas (voluntarismo), sino a la dialéctica de las condiciones objetivas y subjetivas en unidad de ruptura, porque ni la revolución es un efecto automático del choque entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, ni el socialismo es un proceso positivista lineal y ascendente, sino que ambos son producto de la interacción dialéctica de las condiciones objetivos y subjetivos que la misma lucha de clases encierra.

Las condiciones objetivas de la situación revolucionaria socialista incluyen, el desarrollo de las fuerzas productivas como condiciones socioeconómicas donde la socialización productiva alcanza altos niveles; la existencia de una estructura socio-clasista que da la existencia de unas fuerzas sociales que jueguen el papel de elemento motriz y sujeto de la revolución socialista, compuesta de una fuerza social dirigente revolucionaria, la clase obrera, cada vez más numerosa o mayoritaria que arrastra a las fuerzas motrices (clases o fracciones aliadas que participan en el proceso revolucionario) y a la fuerza social principal, la más numerosa, que puede ser la propia clase obrera; y la existencia de grandes organizaciones obreras, un fuerte movimiento revolucionario y una vanguardia política.

La situación revolucionaria, es definida por Lenin como la coyuntura que hace imposible que la clase dominante mantenga su dominio, provocada por la crisis política-ideológica y económica, crisis en las relaciones internacionales, crisis que se convierte en eslabón más débil de la cadena de contradicciones del imperialismo, que rompen el equilibrio sistémico; el empeoramiento de las condiciones de vida de las masas, y la polarización extrema de las contradicciones de clase que impulsan la actividad de las masas “…a una actuación histórica independiente” (20). Donde no sólo el proletariado, sino también otras clases, capas y fracciones se suman a la acción confluyendo diferentes movimientos de masas (obrero,  vecinal, campesino, pacifista, etc.).

Por la propia experiencia histórica sabemos que reunidas todas las condiciones objetivas y la existencia de una situación revolucionaria no provocan la revolución, hace falta la complementariedad de las condiciones subjetivas, la capacidad de la clase obrera para realizar acciones revolucionarias de masa lo suficiente contundentes como para romper completa o parcialmente el antiguo gobierno, “que no caerá si no se le hace caer” (21). Es decir, la capacidad de emprender las acciones dirigidas a quebrar el poder de las clases dominantes.

Las condiciones subjetivas de la revolución, son la voluntad, la aspiración, la capacidad y disposición del sujeto revolucionario para dedicarse a la actividad que tiende a la revolución, actividad que amplifique el nivel de organización y conciencia de la clase obrera y sus aliados a través de la dirección política de las masas por el partido de vanguardia, y si este no existe garantizando su creación. Por lo que la toma del poder para el planteamiento marxista-leninista, no se realiza ni espontáneamente por las masas, ni por complot o conjura de un grupo o partido, sino por la relación dialéctica vanguardia-clase donde el partido conquista la mayoría y toma la dirección del sujeto revolucionario que es la clase que actúa y da apoyo a la actividad revolucionaria, masas inflamadas por un activismo fuera de lo común, que coincide con las vacilaciones, el desconcierto de la clase dominante, y la ampliación de las alianzas.

Por tanto, a diferencia del blanquismo, la revolución no puede consistir en un complot militar, ya que la insurrección militar sería contraproducente si esta no contara con el apoyo mayoritario de las masas organizadas y armadas. Y a diferencia de la espontaneidad la actividad y el descontento creciente de las masas (movilizaciones, huelgas, etc.) es insuficiente sin una vanguardia capaz de aglutinar y dirigir a las masas con objetivos revolucionarios claros. La relación vanguardia-masas en la revolución socialista es dialéctica, porque a pesar de que la situación revolucionaria empuje al gobierno al borde del abismo, este no caerá sino se le hace caer.

Los procesos revolucionarios pueden ser tanto pacíficos como no pacíficos en la forma de la conquista del poder político, pero la actividad insurreccional de las masas, popular e incluso electoral o armada, es imprescindible para materializar tal evento. El propio poder zarista había sido derribado por una insurrección armada en febrero de 1.917, lo que no impedía a los bolcheviques descartar el paso pacífico a la revolución socialista.

En el proceso revolucionario de Octubre en Rusia Lenin supo definir la insurrección como un arte levantándose frente a acusaciones de blanquismo y putschismo. En línea con este planteamiento estratégico la situación analizada por Lenin y el partido bolchevique sobre las movilizaciones del 3 y el 4 de julio de 1.917 en Petrogrado, vieron con claridad que no existían las condiciones objetivas para el triunfo de la insurrección revolucionaria pacífica, dado que la mayoría de los soviets, como órganos del nuevo poder revolucionario, estaban controlados por los mencheviques y socialrevolucionarios, contrarios a la revolución, por lo que la consigna “todo el poder a los soviets” que no tenía un contenido insurreccional, era a todas luces inviable. Tras la manifestación de más de medio millón de trabajadores desbocados bajo la consigna del “todo el poder a los soviets”, se desató la represión política hacia los bolcheviques, se declinó la dualidad de poderes, y la burguesía con el apoyo del gobierno provisional burgués (alianza de mencheviques, socialrevolucionarios y kadetes) creó su propio aparato represivo, perfilándose la desaparición del tránsito pacífico de la revolución. La contrarrevolución se hizo fuerte, lo que sedujo el intento de golpe militar de Kornilov (21 al 31 de agosto), que fue sofocado finalmente en situación de clandestinidad (mientras el gobierno y todas las organizaciones políticas legales vacilaban), por los soviets de obreros y soldados, encabezados por el partido bolchevique ilegal, lo que acabó por dar la vuelta a la situación, provocando el flujo revolucionario de Octubre, con el ascenso mayoritario de los bolcheviques en los soviets, los sindicatos, el ejército y las elecciones a las dumas parlamentarias.

Por tanto, es incorrecto acusar a la insurrección de Octubre como un acto pustchista y no como una insurrección de masas en toda regla, bien organizada y dirigida, atendiendo a condiciones objetivas y subjetivas para desatarla, dirigida a la destrucción de la máquina burocrático-militar por el pueblo armado (obreros y soldados) algo que de por sí una minoría de revolucionarios bien preparados sería incapaz de concurrir.

El partido bolchevique venció la resistencia del bloque dominante burgués, por que aprovechando las condiciones objetivas, en la dirección de las fuerzas sociales activadas, lo superó en unidad de acción de objetivos y convicción.

De estos parámetros, condiciones objetivas, subjetivas e insurrección de las masas, debemos concluir que:

1.- La revolución socialista como acto en sí es la culminación de un proceso que se manifiesta en una coyuntura donde las contradicciones se fusionan en una unidad de ruptura. A partir del triunfo de la revolución se crea una situación cualitativamente diferente y una nueva jerarquía de las contradicciones, donde la dictadura del proletariado y la transición al socialismo pasa a ser el motor principal de la lucha de clases frente a la resistencia de las clases explotadoras y el imperialismo. Donde las consignas y cualidades revolucionarias deben de ser enriquecidas; al espíritu de sacrificio, disciplina y capacidad de organización revolucionarias mantenidas durante la lucha por el poder se le debe unir la capacidad de análisis económico, de organización técnica y comprensión de las nuevas contradicciones sociales.

2.-La constitución de la conciencia de clase de todo el proletariado sólo es viable tras la revolución, puesto que antes existen amplios sectores atrasados con escasa experiencia revolucionaria, ya que no existe la superclase visionaria con fin y misión histórica. Si hubiese que esperar a que el proletariado entrara en bloque conscientemente en la lucha sin fisuras en sus filas, nunca se hubiesen producido, ni se producirían las revoluciones socialistas. No es condición necesaria que la conciencia revolucionaria se apodere de toda la clase antes de la revolución, pero si es condición que la mayoría actúe consciente del objetivo revolucionario. Así lo entendían Marx Y Engels: “…tanto para engendrar en masa esa conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases” (22).

3.-Las situaciones más graves (guerras, paro masivo, hambruna, etc.) no son una condición imprescindible para la revolución tanto si estas se dan como sino, lo fundamental es la existencia de una amplitud de fuerzas sociales revolucionarias y la conflictividad social y política de las masas obreras y populares.

4.-Para que el acto de la toma del poder político por vías pacíficas o no pacíficas sea posible debe concursar la participación masiva de las fuerzas sociales revolucionarias con dirección política, en una coyuntura de condiciones objetivas y subjetivas (situación revolucionaria).

5.-Sin las luchas masivas de las fuerzas sociales no es posible la revolución ni la constitución de una vanguardia fuerte y eficaz. Las fuerzas sociales revolucionarias no son amorfas sino activas y organizadas, las cuales dialécticamente necesitan la orientación revolucionaria que sólo pueden llevar a cabo las organizaciones revolucionarias (partidos, frentes populares, frentes anti-imperialistas, etc.), tal y como los procesos revolucionarios de carácter socialista y anti-imperialista que hasta la fecha se han realizado.

6.-El carácter revolucionario del proceso lo encabeza el sector más consciente y organizado de la clase obrera a través de su vanguardia política, el partido con capacidad de dirección política, demostrado en la praxis a través de la conquista de la mayoría de las masas. La relación con las masas pasa a ser el elemento motriz de la acción política, aprendiendo de las luchas y sus formas, donde el partido no sólo debe educar, sino a su vez ser educado. Los bolcheviques aprendieron de las masas, los soviets como formas de organización, lucha y contrapoder, no fueron inventados por ellos, sino que aportada por la experiencia de las masas fueron relanzados y generalizados en el ámbito de la acción política de los bolcheviques como organización de control y futuro Estado proletario.

7.-Que la revolución socialista haya tenido lugar en la periferia no ha sido porque la contradicción fundamental relaciones de producción/fuerzas productivas haya alcanzado su mayor grado de intensidad, sino porque existía una contradicción principal que había llegado a un alto grado de intensidad y que los revolucionarios de tales países la han sabido dirigir colocándose a la cabeza para aplicar la transformación social: lucha contra la guerra y por la tierra en Rusia, lucha contra la dictadura de Batista en Cuba, la lucha contra el colonialismo y la liberación nacional en Angola, Vietnam, etc, y a partir de ahí se asignaron la tarea de superar la contradicción fundamental.

8.- Síntesis. Los objetivos de la revolución y la construcción del socialismo dispone de sus propias leyes:

a.-Dirección de las masas populares por la clase obrera y su vanguardia política.

      b.-Alianza de la clase obrera con las clases, fracciones y categorías sociales populares.

      c.-Implantación de la dictadura del proletariado bajo las condiciones concretas de cada país.

      d.-Transformación de las relaciones de producción capitalistas en socialistas. Propiedad social de los medios de producción.

      e-Planificación socialista de la economía.

      f-Revolución en todos los campos: fuerzas productivas, ciencia, ideología y cultura.

      g-Supresión de la desigualdad social, género y de la opresión nacional.

      h-Internacionalismo proletario. Solidaridad con el resto de proletarios y pueblos del mundo.

 

5.2 ¿Existe igualdad absoluta entre la revolución burguesa y la socialista?

Cuando decimos con Marx que el motor de la historia es la lucha de clases no lo hacemos de forma metafísica ni voluntarista, sino que hay que dejar bien claro que la correspondencia y contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de la producción no operan automática y fatalmente sino que dependen enteramente de la lucha de clases, por lo que nos encontramos con países donde las condiciones subjetivas están más avanzados que los objetivas y viceversa. Lo cual también quiere decir que en determinadas situaciones las relaciones de la producción estén más avanzadas que las fuerzas productivas, como por ejemplo en la Rusia soviética de los años 20 o en la Cuba de los años 60. Sin embargo la lectura ecléctica, y determinista del proceso revolucionario realizada por la socialdemocracia, sólo entiende la revolución como un proceso gradualista, como una anti-revolución, donde el socialismo sólo es alcanzable cuando el proletariado sume la mitad más uno de la población y las fuerzas productivas hayan llegado a su estado ecuánime, ignorando toda condición subjetiva, invocando la objetividad del desarrollo socioeconómico como corchete paralizador de toda actividad revolucionaria.

Los principios que definen el momento preparatorio del acto de la revolución socialista son básicos, pero este no es el problema principal de hoy. La cuestión es saber si ¿es necesaria la revolución para transformar el capitalismo, o puede la voluntad de la denominada sociedad civil trastocar progresivamente reforma a reforma o micro-organizativamente las relaciones de producción capitalistas?. Puesto el dedo en la llaga concretemos las diferencias de la revolución burguesa con respecto a la socialista.

En el desarrollo del capitalismo, el proceso de acumulación crea y desarrolla una clase-fuerza social anticapitalista, el proletariado. También impulsa el desarrollo de las fuerzas productivas a unos niveles inimaginables en épocas anteriores (esclavismo y feudalismo), tiende a la socialización creciente de tales fuerzas productivas, a la creación de las condiciones materiales para el bienestar general, para el acceso al comunismo, que las relaciones de producción capitalistas son incapaces de ofrecer, por sus continuas crisis y la consecuente destrucción masiva de fuerzas productivas y bienes materiales, necesarios para la reproducción humana.

Ya Marx señalaría analizando las sociedades por acciones, que el capital privado es una fase transitoria del capitalismo hacia su etapa superior en la que las funciones de dirección de las empresas aparecen separadas de la propiedad privada del capital, y en consecuencia el capital privado se trueca en capital social de varios individuos asociados, por lo que el capital se suprime en como propiedad privada en los marcos del modo de producción capitalista y se convierte en propiedad capitalista (23), que impulsa la planificación o programación de la producción con el objetivo de la mayor tasa de plusvalía, modificándose la anarquía de la producción en beneficio de los monopolios y truts. Marx nos está indicando que en el seno del capitalismo que se prepara un nuevo orden social, pero aún existiendo condiciones maduras (sociedades por acciones, monopolios, Transnacionales…), la existencia de las relaciones de propiedad capitalista y su superestructura que garantizan su proceso de reproducción obstaculizan el nacimiento del sujeto político-económico que sustituya la economía mercantil y el mercado por la contabilidad y la planificación social de la asociación de los productores libres, es decir por el socialismo.

No entender este planteamiento (socialización de las fuerzas productivas en el capitalismo) en su contexto dialéctico de la lucha de clases, nos puede llevar a ignorar que el propio desarrollo del capitalismo no sólo genera aspectos favorables para la revolución sino que también cultiva grandes obstáculos, a los que hoy el acervo cultural de la izquierda no presta la necesaria atención. Por ej., el capitalismo a través del desarrollo desigual genera diferencias entre la composición de la clase obrera a nivel mundial, estatal, por regiones, por sectores productivos o de actividad, provoca movimientos migratorios con flujos constantes, diversas formas de opresión de género y nacional, que el capital utiliza como palanca de sobreexplotación y división de la clase obrera, a lo que se une la diversa composición ideológica del proletariado, con sectores revolucionarios, menos revolucionarios, meramente reivindicativos, sectores pasivos y la aristocracia obrera.

Pero el factor más adverso a un desarrollo progresivo de acumulación de fuerzas, al contrario de lo que supuso el ascenso de la burguesía, es que la clase obrera no puede constituirse en clase económica independiente. Ni siquiera con las cooperativas de producción, servicios sociales autónomos, sindicatos (financiados o no por el Estado capitalista) suponen un elemento de relaciones de producción socialistas, dado que se insertan subordinadamente en el cuadro de las relaciones capitalistas de producción, y son incapaces de competir con el modo de producción capitalista.

Rosa Luxemburgo a diferencia de Bernstein consideraba tales remedios (cooperativas y sindicatos), como incapaces para transformar el modo de producir capitalista (24). Marx consideraba que para convertir la producción social en un sistema armonioso de trabajo libre de explotación y cooperativo, hay que ir más allá de la mera lucha salarial y que se necesita realizar una transformación social que sólo puede llevarse a cabo mediante la transferencia del poder estatal de los capitalistas y terratenientes a la clase obrera. La lucha política por la reducción de la jornada, la eliminación del desempleo, la política industrial, el cooperativismo, etc., deben ir ligadas a la lucha por la conquista del poder político, ya que la explotación directa del capital produce una conciencia sindicalista, pero no una conciencia que supere la relación capital-trabajo asalariado.

El fin no pasa sólo por organizarse en sindicatos, luchar por mejores salarios y obligar al gobiernos a aprobar mejores leyes laborales, hay que luchar políticamente, hay que desmitificar el poder del capital, la  venta de la fuerza de trabajo oculta la explotación, la relación mercantil oculta la relación real de explotación, es esta relación oculta la que Marx pone al descubierto en El Capital, suministrando una teoría para desvelar la dominación del capital y superarla por medio de la organización política nacional e internacional de la clase obrera.

Debemos por tanto retener que la clase obrera, como clase revolucionaria, no puede disponer de un modo de producción socialista opuesto al capitalista antes de la revolución política, bajo el capitalismo no pueden surgir espontáneamente relaciones de producción antagónicas, para ello es  necesaria el acto revolucionario que sustituya el poder político anterior y cuyo objetivo sea la construcción de las relaciones de producción socialistas.

Lo mismo que no se puede negar el salto revolucionario, en ninguno de los procesos revolucionarios (burgués o socialista) tampoco pueden importarse paralelismos históricos, pues entre una y otra revolución se invierten las fases de construcción entre lo político y lo económico. Es decir, que ante la estrechez de las relaciones de producción en el capitalismo, que dificulta el desarrollo pleno y coherente de las fuerzas productivas, éstas por sí solas no acaban de dar origen al nuevo modo de producción.

Esto quiere decir que lo que es válido para la decadencia del modo feudal, no lo es tanto para la decadencia del capitalismo y el surgimiento del modo de producción socialista.

El desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo, aunque crea condiciones objetivas para la revolución (alta socialización de las fuerzas productivas que contradice su envoltura capitalista) no engendra una clase que pueda liberarse como tal del yugo dentro del sistema antes de la revolución. Si mientras en la transición del feudalismo al capitalismo, entre los siglos XIV y XVIII, la manufactura que emana del desarrollo de las fuerzas productivas, fue burguesa, en el capitalismo, la gran industria y la producción en masa sin embargo no son proletarias. Mientras el burgués es portador del modo de producción capitalista en el período de transición y soporte social al mismo tiempo, el proletario sólo puede ser el soporte social del socialismo pero no su portador antes de la revolución política. El burgués a través de su actividad social realiza y promueve el capitalismo, el burgués es comerciante, industrial o banquero y revoluciona espontáneamente las relaciones de producción capitalistas, valorizando y acumulando el capital a través del proceso productivo, potenciando relaciones sociales que fundamentan el trabajo asalariado, la extorsión de la plusvalía. Ahí radica la fuerza social incontenible que levanta la burguesía frente al feudalismo y su sostenedor social y político (la aristocracia, los terratenientes y el alto clero). El proletariado no puede personificar como portador el socialismo, es condición, fuerza productiva y soporte social para la realización del socialismo, pero no nace en el capitalismo como la burguesía nace y se expande bajo el feudalismo como portador del modo de producción capitalista.

El proletariado es la mercancía fuerza de trabajo, propiedad del capitalista. El proletariado en el proceso revolucionario no sobrelleva intereses económicos en su actividad social, porque mientras los intereses económicos de la burguesía niegan el régimen feudal, la lucha económica del proletariado no consiste en negar el capitalismo sino en conquistar mejoras y derechos sociales, que en parte reproducen el capitalismo al ser un factor de cohesión y paz social y reproductora de la fuerza de trabajo necesaria al capital. El proletariado sólo tiene interés económico en derrocar el capitalismo en el terreno de la actividad ideológica y política. Propende a la revolución que sirva para organizar otro régimen que no exista la explotación asalariada a través de una superestructura jurídico-política e ideológica nueva.

La burguesía dispone en su favor del modo de producción capitalista en el período de transición del feudalismo al capitalismo, donde el Estado en cierto momento de equilibrio de fuerzas adquiere relativa independencia. Entre la propiedad feudal y la propiedad capitalista no existe el abismo que separa a la propiedad capitalista de la propiedad socialista. Esto significa que en el proceso de revolución burguesa existen largos periodos de convivencia pacífica entre las clases dominantes feudales y la burguesía. Además el feudalismo como modo de producción implica la existencia del campesino siervo, mientras que el capitalismo implica la existencia del proletariado, por lo que el enfrentamiento burguesía-aristocracia no proviene de una relación social directa como entre el capital y el proletario, sino jurídico-política. No es de extrañar, por tanto, que en ninguna de las revoluciones burguesas se registrara una expropiación de las completa de todas las tierras nobiliarias por parte de la burguesía, excepto por los campesinos apoyados por la pequeña burguesía urbana radical, y que ninguna de esas revoluciones destruyese la propiedad agraria terrateniente, ni realizara una reforma agraria nacional.

Las relaciones capitalistas se desarrollan espontánea y previamemente en el marco del feudalismo, y las transformaciones políticas reformistas o revolucionarias de la burguesía van a la zaga y vienen a culminar un proceso previo de acumulación de fuerzas del nuevo modo de producción capitalista, que se gestó en lo comercial a través del mercantilismo, y en lo productivo a través del desarrollo de las manufacturas y la capitalización de la renta de la tierra con la conversión de parte de la nobleza y el alto clero en burguesía. A continuación de estas premisas se culmina el proceso de afirmación del Estado burgués con las revoluciones holandesa en el S.XVI (anticolonial y burguesa); la inglesa de mitad del S. XVII; la de los EE.UU como primera sobre bases no feudales (por la independencia de los colonos, no confundir con revolución anticolonial -ver próximo apartado 5.2.1-), que concluyó en la Guerra Civil (1861-65) con la victoria del norte capitalista industrial sobre el sur exclavista; la francesa a fines del S. XVIII; las unificaciones de Italia (Risorgimento) y de Alemania bajo Bismarck y la revolución Meiji en Japón en el S. XIX. En el plano político ninguna de estas revoluciones burguesas instauraron un Estado burgués democrático como el que conocemos hoy. Las revoluciones holandesa e inglesa no modificaron los criterios de limitación del derecho a voto, los EE.UU. no tocaron la institución de la exclavitud, la revolución francesa desembocó en la dictadura militar y la restauración monárquica, las de Alemania, Italia y Japón dieron vida a diferentes tipos de Estados autoritarios, que posteriormente sirvieron de cuna al fascismo. Sólo la irrupción del proletariado a la lucha política hizo posible la ampliación de la democracia burguesa, los derechos sociales y políticos de todas las clases explotadas y oprimidas.

Todas las revoluciones burguesas, fueron posteriores al afianzamiento primero de las relaciones capitalistas como dominantes en lo económico, una vez conquistado el dominio o una influencia importante sobre el poder político esta emprendió no sólo su dominación clasista  superando y sometiendo todo vestigio del modo de producción anterior, sino que además imprimió un desarrollo más agudo del modo de producción capitalista, catapultándolo en el S.XIX junto con el surgimiento masivo del proletariado.

No todas las revoluciones burguesas fueron victoriosas, como por ejemplo la española, pero todo un siglo español de revueltas, pronunciamientos militares, cambios legislativos (desamortización de Mendizábal), desarrollo del capitalismo en las ciudades, penetración del capital  financiero extranjero asociado al capital bancario (que se apoderan del sector minero, la construcción del ferrocarril, apadrinan la constitución de bancos), desarrollo de la burguesía industrial vasca y catalana, conversión de la nobleza terrateniente en latifundistas agrarios repúblicas burguesas, etc., han caracterizado el proceso revolucionario burgués en España con saltos y retrocesos. De todas maneras hay que decir que las desamortización de las tierras de la iglesia que fueron adquiridas por la burguesía liberal y la aristocracia, no dieron solución al problema de industrialización capitalista de España, ante la carencia de una reforma agraria real, ya que la desamortización era más operación financiera para pagar la deuda del Estado que una reforma agraria (Tuñón de Lara), y no sirvió para crear una clase de nuevos propietarios campesinos, sino para aumentar los bienes de los ya propietarios. A los latifundios eclesiásticos de manos muertas le sucedieron los latifundios particulares, afianzándose una oligarquía terrateniente no consiguiendo barrer todos los restos feudales del campo (mantenimiento de los foros -renta feudal- en Galicia hasta los años 30 del S.XX, extensión de latifuncios en el sur), lo que frenaría el futuro desarrollo industrial de España.

En definitiva, todos los procesos revolucionarios burgueses a nivel jurídico-político han sido precedidos por una revolución espontánea en lo económico. La toma del poder político de la burguesía no hace sino consolidar y expandir las fuerzas productivas y las relaciones de producción correspondientes, en función del desarrullo y desenlace político de las luchas de clases en la formación socioeconómica histórico-concreta.

Ello marca la diferencia fundamental entre el proceso de ascenso del capitalismo y el proceso revolucionario socialista. Si hasta el advenimiento del modo de producción capitalista las relaciones jurídico-políticas surgen posteriormente para garantizar y reproducir las relaciones de producción que han surgido espontáneamente a priori en la infraestructura socioeconómica, esto ya no es válido para el socialismo, donde  en la transición del capitalismo al socialismo las relaciones jurídico-políticas son las primeras en imponerse.

El capitalismo es una sociedad en desarrollo espontáneo, el socialismo es una sociedad dirigida conscientemente. El capitalismo surgió bajo el feudalismo, en forma de cooperación simple y manufacturas capitalistas, primero, y de gran producción maquinizada, después. La tarea de la revolución burguesa se limitaba a adaptar el poder político a la nueva economía capitalista, a transferir el poder de los feudales a la burguesía. El surgimiento espontáneo de la nueva sociedad dentro de la vieja era posible porque todas las sociedades antagónicas tenían por base la propiedad privada de los medios de producción y la explotación social. El socialismo acaba definitivamente con la propiedad privada y la explotación. Pero la propiedad social no crece espontáneamente de la privada, como tampoco puede crecer del capitalismo la sociedad socialista. La sociedad comunista sólo se crea como resultado de la actividad consiciente de las masas populares guiadas por el Estado proletario.

Por tanto, la diferencia cualitativa entre las revoluciones burguesa y la revolución socialista consiste en que la última las relaciones de producción socialistas no se pueden configurar y madurar bajo el capitalismo. Lenin también situaba la característica de la transición del capitalismo al socialismo que consiste en que dentro del capitalismo no pueden surgir relaciones de producción socialistas, por lo que la revolución proletaria precede a la creación de las relaciones de producción socialistas (25). Por tanto, la revolución social proletaria supone una previa intervención de lo político sobre la base económica para transformar las relaciones de producción, a diferencia de la revolución política burguesa que confirma e impulsa a la condición de dominante un modo de producción, unas relaciones de propiedad, ya creadas.

Si bien la base económica fundamental que determina la revolución socialista es la creciente socialización de la producción que se da ya bajo el capitalismo, socialización que carente de relaciones socialistas entra en contradicción con su envoltura capitalista, con su apropiación privada, ésta es insuficiente en sí para la afloración de las relaciones socialistas. La superestructura jurídico-política, el Estado proletario es el instrumento principal en la construcción de las relaciones de producción socialistas, por medio del cual se vigorizan en su lucha contra el capitalismo y frente a las contradicciones de la pequeña producción mercantil. Superestructura que tras concentrar en sus manos los medios fundamentales de la producción, dirige la lucha por la transformación de las relaciones sociales de la producción, como base económica de la sociedad que en última instancia determina la pervivencia de la superestructura socialista, ya que en caso de no culminar la construcción y desarrollo de las nuevas relaciones sociales y económicas del socialismo en el marco de la lucha de clases nacional e internacional, ésta puede derrumbarse, como recientemente se ha demostrado con la caída de los regímenes políticos este-europeos.

Que el capitalismo se edifica sobre relaciones capitalistas mientras que el socialismo no puede apoyarse sobre relaciones socialistas de producción, también lo admitía Marx en la Crítica del Programa de Gotha, al considerar que la sociedad comunista no se desarrolla sobre su propia base, sino que emana de la sociedad capitalista y es condicionada espiritual y económicamente “por la matriz de la sociedad de cuyo seno acaba de salir” (26). Engels en el Anti-Duhring también destacaba la superación progresiva de la vieja sociedad después de la revolución, con la posesión social de los medios de producción, el dominio del productor sobre la producción, el dominio de la conciencia sobre las fuerzas objetivas de la historia (27).

El error de varios teóricos marxistas que se movieron y se mueven en el fatalismo y el voluntarismo deterministas, es que consideran unos que el socialismo es movido por la rebelión y desarrollo de las fuerzas productivas, y otros por la evolución de la gran técnica industrial, con cambios organizativos del trabajo que hacen surgir una nueva clase  obrera “culta” y capaz de controlar todo el proceso productivo partiendo de la base de las relaciones capitalistas, tesis en la que coinciden los intelectuales más dispares, Pannekoeck, Serge Mallet, Toni Negri, J. Miras (28), etc.

Este planteamiento impide el desarrollo correcto de los problemas de la revolución socialista. Mientras el capitalismo se desarrolla en parte transformando la sociedad feudal primero, donde las relaciones de producción capitalistas (sometidas inicialmente) se van formando orgánicamente dentro del propio modo de producción feudal, en el proletariado esa labor reformista, por mucho que el proceso de concentración de capital prepare materialmente el socialismo, sólo puede darse victoriosamente a partir de una revolución política con la toma del poder político, que levante los obstáculos de las relaciones de producción capitalistas, expropie a la burguesía y abra la vía de la transformación de las relaciones sociales y de producción en sentido socialistas. Ya que la clase obrera en el capitalismo a diferencia de la burguesía que controlaba muchos resortes de la economía en su lucha contra el feudalismo, no domina los medios de producción y distribución, ni tampoco el Estado. En consecuencia, no puede apoyarse en el control económico, sino desplegar su influencia como fuerza social transformadora en pugna por la toma del poder y la hegemonía política por medio de la revolución socialista.

Es decir, antes de proceder a la destrucción-sustitución de la vieja base económica debe procederse con la parte más importante de la superestructura jurídico-política e ideológica: el Estado. Las reformas en el marco de la sociedad capitalista sólo se entienden dentro el proceso revolucionario para acumular las fuerzas políticas y sociales necesarias a la revolución socialista. Y si mientras las revoluciones anteriores tomaban al Estado y reforzaban y perfeccionaban su aparato burocrático-militar, la revolución proletaria lo debe destruir y sustituir por uno nuevo. Por tanto, es plenamente imposible enfocar el cambio de las relaciones de producción capitalistas en socialistas sin la transformación de la superestructura jurídico-política sean estas reaccionarias o democrático-parlamentarias.

5.2.1 Aclaraciones en torno a las revoluciones burguesas y la revolución anti-colonial

      Vamos a hacer un parántesis en torno a las revoluciones burguesas, para diferenciarlas de la revolución anti-colonial, porque no toda revolución burguesa desarrollada en territorios colonizados ha supuesto la descolonización completa propiamente dicha.

La revolución de EE.UU fue una revolución política de carácter burgués de liberación nacional contra el absolutismo inglés. Burguesa porque ayudó a la unificación y expansión del mercado nacional de las antiguas colonias, por medio de la conquista de la independencia política y económica de la burguesía colonizadora de los EE.UU, rompiendo la superestructura jurídico-política de dependencia que les ataba al dominio monárquico con la presencia de autoridades de la metrópoli inglesa, y el sometimiento económico en cuestiones de producción, comercio e impuestos perjudiciales para los colonos. Para la corona inglesa las colonias norteamericanas seguían siendo mercados de venta y fuentes de materias primas y recursos monetarios, ramas enteras de la industria como la siderurgia y la lana, estaban prohibidas o se les ponían muchos obstáculos (29).

La revolución no introdujo grandes cambios en la estructura socio-clasista, ni grandes avances en los derechos democráticos. Los colonos ya eran propietarios de tierras antes de 1776, la población negra siguió sumida en la esclavitud y el sufragio de voto era censitario, aunque este se hizo universal en la constitución de 1.787, excepto para esclavos e indigenas.

La revolución de EE.UU, no fue propiamente una revolución anti-colonial. Coincidiendo con Samir Amin, ésta revolución y otras bajo dominio británico y español,

“sólo transfirieron el poder de decisión de las metrópolis a los colonos de modo que éstos continuaron haciendo lo mismo, persiguiendo los mismos proyectos aún con mayor brutalidad, sólo que sin tener que compartir las ganancias con la madre patria” (30).

La prueba ¡todavía viviente! de ello, fue de que muchos americanos fueron excluidos de la Declaración de la Independencia de EE.UU (1.776), cuya revolución política aunque ya no partía de vestigios feudales, toleraba el esclavismo y potenciaba sobre bases nuevas el pillaje colonial del oeste, excluyendo de derechos sociales y políticos a los indios nativos y los esclavos negros capturados en Africa. La nueva Constitución (1.787) elaborada por banqueros, comerciantes, industriales, dueños de plantaciones garantizaba la unidad estatal bajo el poder de la burguesía colonial en bloque con los esclavistas (31).

Según el historiador norteamericano Howard Zinn, con la expulsión de los británicos, los colonos blancos norteamericanos podían empezar el proceso de desplazar a los indios de sus tierras, y luchar en dos frentes contra el control imperial británico en el Este, y por su propio imperialismo hacia el Oeste. En la nueva sociedad se afirmaba la posición inferior de los negros, la exclusión de los indios nativos, el establecimiento de la supremacía para los ricos y los poderosos en la nueva nación, todo lo que ya había sido establecido en las colonias ya antes revolución (32). En 1780 se llegaría a un acuerdo común de todos los Estados para llevar la expansión hacia el oeste como una empresa de carácter nacional.

Después vino la doctrina Monroe de 1.823 en adelante, America para los americanos, preludio del destino que deparaba a los pueblos latinos como patio trasero de los EE.UU. El Far West o Anschluss no se detenía en las orillas del Pacífico para EE.UU, que de los 160.000 km2 en 1.776 había pasado a los casi 9,4 millones de km2 de extensión territorial actuales, arrebatando a México la mitad de su territorio (Texas, Nuevo México y California).

Desde un principio la independencia de las naciones hispanoamericanas fue vista bajo el prisma del emergente imperialismo norteamericano, el cual era contrario a las tentativas unitaristas de Bolivar prefiriendo un continente dividido, separado por multiplicidad de fronteras y conflictos, en lugar de un solo Estado como fuerte competidor.

La consigna América para los americanos, era en la práctica interpretada como América para los norteamericanos. El apoyo a la independencia de Texas de México no se hacía por motivos humanitarios, sino expansionistas, ya que mientras México decretaba la abolición de la exclavitud en sus territorios, este hecho era utilizado por el gobierno norteamericano (John Tyler) para defender la anexión ¡en defensa de la exclavitud en nombre de la civilización!, los colonos y los recursos económicos. Posteriormente aparecería el oro en California, el petróleo y gas en Texas, contribuyendo al fuerte desarrollo económico de los EE.UU. Esta política colonialista continuaría hasta principios del S.XX.

Tras la independencia de Cuba, los EE.UU. impondrían la Emmienda Platt (1.903) en la Constitución cubana, santificando las relaciones de vasallaje donde el gobierno de Cuba preservaba el derecho de los EE.UU a intervenir en la isla para la salvaguarda de la “independencia, el gobierno y la propiedad”.

En definitiva, los EE.UU. vienen desarrollando una política colonial primero, y neocolonial después de derrotar la competencia imperial de los Estados europeos (España, Francia y Reino Unido) sobre los pueblos de latinoamérica, política neocolonial que dura hasta nuestros días.

Según Marx la expansión colonial forma parte de la acumulación originaria del capital y es la materia prima del desarrollo del modo de producción capitalista. En casi toda América y Tasmania, el civilizado” genocidio realizado por los métodos de conquista de los imperios español, inglés, portugués y frances, continuados por la liberada EE.UU hacia el “salvaje oeste”, eliminaron al 99% de la población indígena de América y Oceanía, desde 1.492 hasta estos lares. Los vestigios que quedan son restos de “reservas indias” en norteamérica y pequeñas regiones de campesinos indígenas en latinoamérica que comienzan a despertar a raíz del proceso de lucha anti-imperialista.

Si bien este tipo de revoluciones habidas en EE.UU, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Rhodesia y la República Surafricana, contienen un carácter de liberación nacional de las burguesías coloniales, frente al dominio exterior de un Estado europeo burgués o de transición (absolutista), en aras del rigor científico de la historia, nunca se pueden confundir con la lucha anticolonial librada por los pueblos autóctonos contra el dominio de los imperios británico, español, francés, belga, italiano y alemán en Africa y Asia durante los siglos XVIII, XIX y XX, y la liberación de los esclavos importados por los colonos en Haití, y la independencia política de Cuba, India, Vietnam, Argelia, Angola, la liberación de Sudáfrica del aparteith, etc, realizadas la mayoría justamente en el proceso de descolonización posterior a la IIª Guerra Mundial.

5.3 ¿Se derrumba el capitalismo por sus fuerzas productivas centrífugas o hay que empujarlo?

La crisis capitalista tiene una lógica interna, quienes plantean que esta se genera por un desajuste entre la oferta y la demanda, sólo nos descubren su manifestación. Keynes por ej., veía la causa de la crisis en la falta de consumo, culpabilizando al ahorro de dinero y los capitales ociosos. En realidad, la caída de ventas, la desinversión de capitales y la reducción de las producciones sólo son manifestaciones de la crisis pero no sus causas. Por ej. un choque de trenes nos explica un accidente pero no su causa.

¿Pero qué es la crisis?. La crisis constituye un momento del proceso de acumulación de capital, la cual se manifiesta en la sobreproducción de mercancías que no tienen salida en relación con la demanda y sobreacumulación de capitales no invertidos; a continuación viene la fase depresiva con la reducción de las producciones, aumento del paro que obliga a tolerar la rebaja del salario y la bajada de los precios que suprime la desproporción entre la producción y el consumo hasta llegar al punto más bajo en el que la oferta y la demanda se equilibran, reduciéndo los costes con una mayor explotación de la clase obrera; posteriormente se pasa a la fase de la reanimación la propia desvalorización masiva de capital constante y variable por medio de la quiebra y/o fusiones de empresas contribuye a recuperar la tasa de ganancia y permite que la plusvalía vuelva a ser suficiente para rentabilizar a los capitales que han sido reducidos-desvalorizados por el efecto de la crisis; con la renovación de los elementos del capital constante (más tecnología) se incorpora mas fuerza de trabajo y se genera mayor demanda de consumo, el aparato de producción se amplia, crece el comercio, suben los precios, aumentan las ganancias y baja el paro; y por último, el auge, fase final y reinicio del proceso de la crisis, donde se generan nuevas premisas para la futura crisis ligada a la evolución decreciente de la tasa de ganancias.

Ya incluso antes de El Capital Marx y Engels ya señalaban en el Manifiesto del PC la dinámica de la crisis capitalista:

“Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es mas que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación… Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía?. De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas”. (33).

Este es el proceso aparente de la crisis, lo que se ve en la superficie. Vamos a ver la causa de la crisis, su carácter, las teorías no marxistas, la tendencia histórica y las salidas (revolucionaria o regresiva) a su resolución.

 5.3.1 El marxismo-leninismo sobre la crisis

      Marx desvela la base estructural del movimiento cíclico de la crisis a través de sus fases, y la sitúa no como una anormalidad, sino como una regularidad de la naturaleza del sistema capitalista, que necesita la purga económica, ya que después de causar la ruina de empresas y el desempleo, facilita una nueva etapa de acumulación de capital y crecimiento económico basado en la reconstrucción de lo destruido.

Marx contempla a la producción capitalista en su ciclo completo, y coloca las diferentes contradicciones en su globalidad dialéctica:

  • la contradicción del proceso de trabajo, trabajo necesario-trabajo adicional (salario-plusvalía),
  • las contradicciones de la propia acumulación de capital,fuerzas productivas-tasa de ganancia,
  • las contradicciones en la esfera del intercambio, producción-consumo de mercancías.

Analizados todos los momentos que forman parte integrante del proceso de producción capitalista, Marx nunca concluye que la causa y fuerza motriz de la crisis sea ni la desinversión de capital, ni el desequilibrio de los sectores, ni el subconsumo de la población (contradicción producción-circulación o producción-mercado), teoría para la cual no habría crisis si la producción coincidiera con el mercado, es decir, si éste tuviera una capacidad ilimitada de expansión y consumo. Se contrapone la línea que ve la explicación de la crisis en la disminución de la demanda, el problema de la realización o subconsumo, el hecho causal y la caída de la tasa de ganancia la consecuencia (R. Luxemburgo y Keynes, gran teórico de la demanda). De hacer caso a estas teorías antimarxistas entraríamos en el campo del fetichismo viendo a las crisis fuera de la producción, en el dinero, en las finanzas o en el mercado, como algunos reformistas y refundadores del capitalismo pretenden hacernos creer hoy en el siglo XXI.

Por tanto, si la sobreproducción de mercancías que no se pueden vender o de capitales que se mantienen ociosos son manifestaciones de la crisis, no son su causa, deberemos recuperar no a Keynes ni cualquier versión liberal, sino a Marx, para ver con la exactitud científica las verdaderas causas de la crisis. Deberemos desterrar el opio que dominan en el campo de la izquierda, el antimarxismo y el anticomunismo militantes. Hoy Marx (El Capital) y Lenin (Contribución a la caracterización del romanticismo económico, El imperialismo fase superior del capitalismo) nos dicen más del capitalismo y su carácter clasista que todas las chorradas del liberalismo social que se han escrito hasta nuestros días.

La crisis por la bancarrota y el cierre de numerosas fábricas, significa la destrucción de una masa de máquinas capitales fijos. A causa de la caída de precios, los capitales se desvalorizan también como valores de cambio.

La contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio, entre la mercancía y su equivalente en dinero, sólo crean posibilidad de la crisis de sobreproducción, no explican por qué ni en qué condiciones surgen periódicamente las crisis.

El ritmo de producción de las industrias que suministran la maquinaria depende de la expansión de la producción de las industrias que fabrican los bienes de consumo. Si estas últimas dejan de desarrollarse las primeras pierden parte de sus mercados y se ven obligadas a reducir su actividad. Por eso la desinversión de capital comienza siempre en los bienes de equipo. Esa es la base de la desproporción y la anarquía de la producción en el capitalismo.

Para explicar las crisis periódicas los partidarios de las teorías del subconsumo parten de la contradicción entre la tendencia al desarrollo ilimitado de la producción y la tendencia a la restricción del consumo de las masas. En efecto, esta contradicción es característica del modo de producción capitalista, las crisis periódicas resultan crisis de realización de la plusvalía que permanece cristalizada en mercancías invendibles. En las condiciones capitalistas la demanda se desarrolla siempre más lentamente que la oferta. Pero semejante concepción no explica por qué deben estallar las crisis; explica más bien la permanencia de la sobreproducción y la imposibilidad del capitalismo.

Hasta los años 30 dominó en la economía política burguesa la teoría neoclásica del equilibrio general, basado en que las fuerzas de la competencia mediante el mecanismo de los precios establecen el estado de equilibrio con la plena utilización de todos los factores productivos. La crisis del 29 puso en tela de juicio la concepción sobre las posibilidades ilimitadas del mecanismo del mercado.

Tras la crisis de los años 30 la economía política burguesa comenzó a reconocer el paro forzoso cuando los obreros no pueden conseguir trabajo aún estando dispuestos a trabajar por un salario bajo. Keynes señaló que las causas de estas crisis y del paro forzoso radicaba en la escasez de demanda provocada por la propensión de la gente al ahorro y los pocos estímulos a la inversión. Keynes buscaba el origen de la crisis fuera de la producción en la escasez de demanda, y en los factores psicológicos las razones del ahorro y la falta de inversión.

Keynes con su teoría de la psicología no comprendió las causas del movimiento cíclico de la ‘producción capitalista, basado en las relaciones de producción. Los motivos de la acumulación del capital tratan de encontrarlos en el consumo y en la psicología de los inversionistas. La ley psicológica fundamental conforme según Keynes, el aumento del consumo se reduce a medida que crece el ingreso, conduce inevitablemente al estancamiento de la economía. Sin embargo, la fuerza fundamental que obliga a los capitalistas a acumular capital y ampliar la producción es la competencia y la acumulación de plusvalía.

Este modelo simplista que explica las crisis por la insuficiente demanda, sirve de base teórica a la política anticíclica cuyo principal instrumento es el aparato estatal, la disminución o elevación de los tipos de interés bancario por los créditos para animar la actividad empresarial. Los keynesianos estiman como condición indispensable para el crecimiento económico la intervención económica del Estado en todas las fases del ciclo: depresión, reanimación y auge.

Para ellos la única salida de tal situación sólo puede ser ofrecida por el Estado el cual, mediante sus inversiones y la redistribución de los ingresos a favor de los individuos con mayor protección al consumo, es capaz de crear demanda efectiva, eliminar las crisis y el desempleo.

En realidad el exceso relativo de fuerza de trabajo es resultado inevitable del modo de producción capitalista y le es inherente no sólo en los períodos de crisis y depresión, sino también durante la reanimación y el auge. El aumento de las inversiones y la ampliación de la producción van acompañados del perfeccionamiento tecnológico, en el crecimiento de la composición orgánica del capital. La disminución relativa de la demanda de fuerza de trabajo como consecuencia de ello, es precisamente la causa fundamental del desempleo. La superpoblación relativa, el ejército industrial de reserva (parados + empleo inestable) es generado por el crecimiento de la composición orgánica de capital.

La política keynesiana del financiamiento deficitario, cuando el aumento de los gastos del Estado excede al crecimiento de sus ingresos conduce al incremento de la masa de dinero en circulación y la desvalorización de éste. Esta política conduce a la elevación de los precios, en la cual están interesados los monopolios, ya que aumenta el rendimiento del capital invertido y la ganancia al crecer la cuantía monetaria. Al mismo tiempo se extiende el capital por acciones a cuenta del dinero de los pequeños depositantes que, en lugar de tener sus ahorros en el banco donde puede desvalorizarse, prefieren comprar acciones que proporcionan crecientes dividendos.

La política keynesiana de aumentar la demanda a cuenta de la deuda estatal es contradictoria, por cuanto el aumento de la deuda estatal acrecienta la inflación. Esta política golpea a las masas trabajadoras y proporciona ganancias a los monopolios, sobre todo al complejo militar-industrial.

El sentido de clase de estas políticas anticrisis es evidente. Para congelar la inflación se exige congelar el salario, y para ello es necesario mantener un determinado nivel de desempleo y ejército de reserva industrial. En cuanto al control de los precios, es poco efectivo ya que no afecta a los responsables de la inflación, los monopolios. Precisamente a finales de los 60 ya antes de la crisis de 1973 la agudización de la inflación ha ido acompañada del aumento del desempleo y el estancamiento de la producción (estagflación), lo que evidencia la imposibilidad de que el programa anticíclico keynesiano afecte a las verdaderas causas del carácter cíclico de la economía capitalista.

En el otro extremo, los neoclásicos o neoliberales, también ven la causa de la crisis fuera de la producción, en la inflación señalando que la espiral salarios-precios constituye la causa real de la inflación, critican la política estatal de pleno empleo y consideran que el paro forzoso sólo desaparecerá a través del mercado, al tiempo que se pronuncian contra la legislación social estatal, cargando sobre los hombros de la clase obrera el peso de las dificultades originadas por la crisis capitalista. Esta teoría no se corresponde en realidad con las condiciones de desarrollo del mercado capitalista, cuando precisamente los monopolios y el aparato de regulación económica estatal limitan la competencia, y además la ofensiva contra el nivel de vida de la clase obrera reduce el poder adquisitivo y agudiza los fenómenos de la crisis en la economía.

Las teorías neoliberales del crecimiento económico eluden por completo el problema de la realización de la plusvalía e interpretan unilateralmente el problema de la reproducción, fijando la atención en los costes de producción y en que con el mínimo de gastos se obtenga el máximo de ganancia. No toman en cuenta que la reducción del salario conduce a la disminución relativa de la demanda y al empeoramiento de las condiciones de realización de la plusvalía. Los representantes de las teorías neoliberales proponen desmontar como alternativa el mecanismo de regulación estatal y traspasar muchas de sus funciones a los monopolios, es decir, a los responsables directos de la inflación.

En los años 70 entraron en crisis ambas teorías del crecimiento económico, keynesianas y neoliberales. La crisis de 1973 sirvió de refutación de las teorías del desarrollo sin crisis del capitalismo.

En realidad el desarrollo cíclico de la economía capitalista y todas las consecuencias negativas se deben no a errores de los organismos financieros estatales, como manifiestan los monetaristas neoliberales, sino a la agudización fundamental del capitalismo. Al no comprenderse esto se busca las causas de las fluctuaciones cíclicas únicamente en la esfera de la circulación. Por eso, no es la variación de la cantidad de dinero en circulación la que determina el movimiento cíclico de la producción capitalista, sino, al contrario, el auge industrial, es el que provoca el incremento de la masa monetaria en la circulación, y la crisis la que provoca su reducción. Por tanto, la política de regulación monetaria es incapaz de librar al capitalismo de las desproporciones de la reproducción cíclica de la economía, la cual es generada por la contradicción fundamental del Modo de Producción Capitalista.

La tesis de que la causa de la crisis reside en el subconsumo de las masas populares (es decir, en los bajos salarios) no es nueva y ya fué expuesta sistemáticamente, en el siglo XIX, antes que Keynes por el economista suizo Sismondi y refutada por Lenin en su polémica con los populistas rusos.

Sismondi opinaba que la desproporción entre la producción y el consumo era la causa fundamental de las crisis, con la particularidad de que colocaba en primer lugar el consumo insuficiente de las masas del pueblo. Lenin planteaba que la acumulación de capital es en realidad el exceso de producción sobre la renta (artículos de consumo). Para ampliar la producción es preciso fabricar primero los medios de producción, y para esto hay que ampliar, por consiguiente el sector de medios de producción. No sólo no es obligatorio que la ampliación de los dos sectores de la producción capitalista sea igual sino que al contrario, no se puede evitar el desarrollo desigual entre los dos sectores productivos. Es sabido que la ley del desarrollo del capital estriba en que el capital constante crece más deprisa que el capital variable, o sea, que una cantidad mayor cada día de capitales de nueva formación va al sector de medios de producción. Por consiguiente, este sector crece más deprisa necesariamente que el de artículos de consumo, es decir, ocurre precisamente lo que Sismondi declaraba como imposible y peligroso.

Para Lenin el análisis científico de Marx de la acumulación de capital y la realización del producto socavó los cimientos de esa teoría, mostrando que precisamente en los períodos que preceden a las crisis aumenta el consumo de los obreros, que el consumo insuficiente ha existido en los regímenes económicos más diversos y que las crisis son un rasgo distintivo de un solo régimen, del régimen capitalista. Esta teoría explica las crisis por la contradicción entre el carácter social de la producción, socializada por el capitalismo, y el modo privado de apropiación. La teoría de Sismondi lo hace por la contradicción entre la producción y el consumo de la clase obrera; la teoría de Marx por la que media entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación. Sismondi ve la raíz del fenómeno fuera de la producción, Marx la ve en las condiciones de la producción. Sismondi indica la posibilidad, Marx explica la necesidad del fenómeno.

Para Lenin el marxismo reconoce la contradicción entre la producción y el consumo, pero le concede un lugar secundario que le corresponde como hecho relativo a un solo sector de la producción capitalista. La anarquía de la producción, la desproporción, son expresiones que nos hablan de la contradicción fundamental que explica la crisis del capitalismo. La proporción adecuada entre la oferta y la demanda, hace tiempo que dejó de existir. Su época fue posible en los tiempos en que estaban limitados los medios de producción y el intercambio transcurría en límites reducidos. Con la gran industria esta proporción desaparece y la producción atraviesa las vicisitudes de la prosperidad, estancamiento, crisis, nueva prosperidad, etc. Antes la  demanda regía y precedía a la oferta, la producción seguía los pasos del consumo, ahora la gran industria no puede esperar a la demanda, la producción adelanta a la demanda, la oferta toma a la demanda. La anarquía de la producción, fuente de calamidades, pasa a ser a su vez causa de progreso (Lenin. Contribución a la caracterización del romanticismo económico).

Otra escuela de economistas ve la causa de la crisis en la anarquía de la producción que trastorna periódicamente el equilibrio de los dos sectores, de bienes de consumo y de bienes de producción. Esta escuela plantea que la crisis se origina porque cada empresario intenta aumentar al máximo sus ganancias sin tener en cuenta en sus inversiones las tendencias del mercado. De esta concepción se deduce que si los capitalistas invirtieran “racionalmente” de manera que pudieran mantener las proporciones de equilibrio entre los dos sectores de producción podrían evitar la crisis.

Es erróneo pensar que la organización racional de las inversiones en el capitalismo, la reglamentación de la competencia (cárteles, trust, etc.) pueda suprimir las fluctuaciones económicas, ya que ninguna lógica los empujará a conservar en un nivel medio sus inversiones, en el momento en que su producción corriente no pueda ser absorbida por el mercado, o en el momento en que la tasa de ganancias baje. Para eliminar la crisis habría que suprimir toda la marcha cíclica de la producción, todo desarrollo desigual, toda competencia, todo intento de aumentar la tasa de ganancia y plusvalía, es decir, todo lo que hay de capitalista en la producción.

No olvidemos tampoco que la recuperación capitalista de la crisis de los años 30 no se encuentra en las medidas keynesianas encaminadas a elevar la demanda efectiva, sino en la reorganización del capitalismo. Precisamente la recuperación capitalista de las crisis comienza a darse precisamente en los momentos en el que el nivel de consumo de las masas ha alcanzado sus cotas más bajas. El subconsumo y la infrautilización de la capacidad productiva no son más que fenómenos derivados de interrupción del proceso de acumulación que tiene su origen en la caída de la tasa de ganancias. Impulsar la demanda global a través de aumentos salariales entra en contradicción con ese clima empresarial que Keynes considera imprescindible para la recuperación. El capital vuelve a invertir en la medida en que obtiene una tasa de ganancias elevada para valorizar y expandir el capital, en la medida en que disminuye el tiempo de trabajo necesario, en la medida en que desvaloriza la fuerza de trabajo, en la medida en que reduce la participación de los salarios en la renta nacional.

Recordemos que la crisis se produce en una economía cuyo objetivo final es la ganancia realizada por la venta de mercancías. Los partidarios de la teoría del subconsumo que afirman que la crisis puede evitarse por el aumento del poder adquisitivo de los trabajadores durante la fase del auge, olvidan que los capitalistas no trabajan para la venta, sino para la venta con ganancia. Cuando los salarios aumentan en un momento en el que la tasa de ganancia ya está en bajada, ésta puede hundirse, y lejos de prolongar el auge, esta alza de salarios lo precipitaría. En el margen contrario los partidarios de las teorías de la desproporcionalidad, la anarquía de la producción, afirman que la crisis se evitaría impidiendo un descenso de la tasa de ganancia durante la fase final del auge bloqueando los salarios. Olvidan que si la tasa de ganancia asciende en el mismo momento que se restringen los mercados, no se impediría la limitación de las inversiones. Lo que en efecto le interesa al capital no es la ganancia teórica, sino la ganancia real que piensa realizar.

En la recuperación económica y al principio del auge, se dan dos condiciones simultáneas, una tasa de ganancia creciente y mercados reales en expansión. Al principio del ciclo económico estas dos condiciones pueden coincidir. Por una parte descenso de la composición orgánica del capital (mayor nº de obreros con la misma masa de equipo), salario real bajo, alza de la tasa de plusvalía, aceleración de la velocidad de rotación de capital; por otra parte, incremento del poder adquisitivo de los asalariados (reducción del paro), inversiones de fondos ahorrados durante la crisis y la depresión, y ganancias crecientes rápidamente realizadas. Pero las mismas fuerzas que aseguran la coincidencia de estos dos factores al principio del ciclo minan su existencia a medida que el ciclo se desarrolla y provocan su hundimiento al final del ciclo. Incremento de la composición orgánica del capital, descenso de la tasa de plusvalía, disminución de la velocidad de rotación del capital, encarecimiento del crédito, aumento de los gastos adicionales, alza de salarios, etc. La coincidencia del descenso de la tasa de ganancia con la restricción de los mercados provoca la crisis. La recuperación económica al determinar un alza de la tasa de plusvalía y un alza de la tasa de ganancia, modifica el reparto de la renta nacional entre las clases en beneficio del capital a expensas de los asalariados.

En el hundimiento del auge se dan el despliegue de todas las contradicciones inherentes al capitalismo, que intervienen totalmente en la explotación de la crisis: contradicción entre el mayor desarrollo de la capacidad de producción y desarrollo restringido de la capacidad de consumo de masas, contradicciones originadas en la anarquía de la producción que resulta de la competencia, del aumento de la composición orgánica del capital y de la caída de la tasa de ganancia, contradicción entre la socialización cada vez mayor de la producción y la forma capitalista  y privada de apropiación.

Siguiendo la lógica de acumulación el capital siempre busca a los sectores que proporcionen una tasa de ganancias superior a la media (ganancia extra). La tasa de ganancia que sale de la plusvalía arrancada a la clase obrera en el proceso de trabajo, es el motor de la producción y la acumulación capitalista, que sólo produce lo que se pueda con una ganancia creciente, es decir con un incremento general de la explotación de la fuerza de trabajo.

Es cierto que, a cada aumento de la composición orgánica, el capital reduce también el trabajo necesario (y por tanto aumenta el plustrabajo) con respecto a la masa de trabajo empleada. Pero el aumento del plustrabajo, por más que se incremente, sólo puede tener lugar dentro de unos límites bien definidos. Ello hace inevitable que se llegue a un punto a partir del cual un posterior acrecentamiento del capital comportaría la diminución de la masa de trabajo excedente extraída, y una reducción de la tasa de ganancia. Y en la medida que la tasa se reduce es menos conveniente reinvertir en la producción, el dinero se retiene en colocaciones bancarias o crece la inversión financiera especulativa más rentable, o se envía capital al exterior en busca de mayor rentabilidad, por lo que desaparece la inversión productiva. Se produce menos, menos empleo, menos materia prima, no actualiza sus técnicas de producción, no invierte en maquinarias, es la tasa de ganancia la que regula la demanda de inversión. El desempleo implica una disminución de la demanda y disminución de la inversión. Estos efectos amplifican la crisis pero no la han creado, la causa original ha sido el proceso de disminución de la tasa de ganancias. Adicionalmente el sistema de créditos es minado por la alta exposición al riesgo, contrayéndose y amplificando la crisis. El capital deja de invertir no cuando la economía se estanca sino antes, cuando su tasa de ganancia decrece, cesando la reproducción ampliada de capital.

Eso quiere decir que por muy enorme que sea la plusvalía acumulada, esta crece a un ritmo inferior al resto del capital, por lo que se llega a un punto en el que el ciclo del capital se rompe al no poder absorver en la producción todo el volumen de capital acumulado con una tasa de ganancia creciente, se genera la crisis, y es entonces cuando éste capital acumulado al no poder volver al ciclo productivo donde habría de valorizarse (crear más plusvalía), se mantiene ocioso y se destina a los canales del crédito (especulación financiera y bursátil). Y si el capital se mantiene ocioso, es precisamente porque ningún capital invierte con una tasa de ganancia inferior a la ganancia media lo que como consecuencia conduce a una disminución de la masa de trabajo empleada y de los salarios, paro crónico y empobrecimiento absoluto de la masa de obreros, provocando la crisis de realización de las mercancías almacenadas, crisis de sobreproducción en relación a la capacidad productiva lograda previamente acorde con la demanda solvente anterior al repliegue de la inversión.

El problema trasciende a la raíz del sistema, incluso el monopolio no logra erradicar la anarquía de la producción, en la que también tratan de producir lo máximo posible a bajo coste para copar los mercados y obtener el máximo beneficio. Las consecuencias de ello (acumulación ampliada de capital) son enunciadas por Marx en El Capital: ampliación de la composición orgánica del capital y reducción de la capacidad adquisitiva obrera. La crisis de sobreproducción va siempre de la mano de la sobreacumulación, no es que haya falta de capital, sino que hay un excedente que no encuentra salida en el sector productivo ante la caída de la tasa de ganancias

A esta situación de sobreacumulación de capital se llega por el crecimiento de la composición del capital. Partiendo de la teoría marxista del valor-trabajo, la ganancia procede de la plusvalía, del valor adicional que la mercancía fuerza de trabajo aplicada por los trabajadores crea, valor adicional que ni de los medios de producción, ni de las materias primas se puede sacar. La ampliación del proceso de producción y acumulación de la plusvalía concentra y centraliza de masas de capital en fuerzas productivas, cantidades crecientes de maquinaria, tecnologías y obreros, acrecentando la composición orgánica y técnica del capital con una proporción cada vez mayor de la parte fija (medios de producción y materias primas) sobre la parte variable (fuerza de trabajo-obreros). Por tanto ese crecimiento del capital constante en maquinaria, materias primas y energía, que es más rápido que el crecimiento del capital variable, tiende a reducir el peso de la fuerza laboral con respecto al capital constante utilizado. Para Marx, paradójicamente mientras la tasa de la plusvalía aumenta, lo que es la relación de los salarios con las ganancias, la tasa de ganancias decrece, lo que es la relación de las ganancias con el capital total invertido.

En la medida que la tasa de ganancias se reduce, el capital se retiene en operaciones bancarias, crece la inversión financiera especulativa, se frena la inversión productiva, el empresario no actualiza las maquinas, contrata menos empleo y compra menos materias primas, siendo la tasa de ganancias la que regula la inversión. Y debido a la incapacidad de que la plusvalía absorva la renovación del capital fijo, la crisis se inicia primero con la sobreproducción de consumo productivo (medios de producción: maquinaria, bienes de equipo…) y en su efecto se traslada a la industria de bienes de consumo.

Es decir, la propia acumulación de capital amplía la producción a gran escala y aumenta la masa de ganancia pero a un ritmo más lento que el resto del capital y por tanto a costa de reducir su peso sobre el capital global (instalaciones, maquinaria, materias primas, salarios) acelerando la disminución de la tasa de ganancia y acelerando la crisis que ya en su fase depresiva agrava el fenómeno de la superpoblación relativa  con el aumento de la masa de obreros desocupados junto a la masa de capital-plusvalía ocioso.

Por tanto, el proceso de acumulación ampliado de la plusvalía tal y como nos situaba Marx (Ley General de la Acumulación capitalista) se rompe en la producción capitalista porque el capitalismo nunca podrá estar en condiciones de emplear a todo el trabajo disponible, ni explotar el trabajo asalariado de forma ininterrumpida sin crisis en la acumulación de capital, y sin recesión en la producción social (34). El capitalismo como sistema económico de producción y valorización (creación y acumulación de plusvalía) construye así sus límites, lo mismo que construye a sus enterradores.

Esta situación denominada por Marx en El Capital como la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancias, es, según Lenin, la ley fundamental de la economía política del capitalismo (tendencia fundamental del modo de producción capitalista) y la expresión clara de la contradicción fundamental del modo de producción capitalista entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción o lo que es lo mismo, entre el carácter social creciente de la producción y su forma capitalista de apropiación, la cual se manifiesta en la lucha de clases bajo la forma del antagonismo entre el proletariado y la burguesía. Marx señalo que al multiplicarse las mercancías a mercados con decrecientes posibilidades de generar ganancias también se detrae la inversión y aumentan las dificultades para valorizar el capital. En un momento este desequilibrio desencadena la sobreacumulación de capitales que no encuentran colocación. Partiendo de ello Marx definió que la caída tendencial de la ganancia constituye la ley más importante de la economía política.

El modo de producción capitalista no produce mercancías para satisfacer las necesidades de la población, sino para obtener un beneficio acumulando capital, beneficio que se crea en la producción y se reparte o realiza en la circulación mercantil y monetaria, a través de los comercios y las entidades financieras. Es en la producción donde nace la plusvalía, y es en la circulación donde se valoriza la plusvalía que se convierte en el beneficio que se reparte entre el capital industrial, comercial, bancario, y la renta del suelo. Los obreros producen o realizan la plusvalía (según el sector) y luego la valorizan en el consumo con su poder de compra.

En realidad, la crisis actual del S. XXI es una crisis de superproducción de capital, es la manifestación del límite histórico del modo de producción capitalista, el neoliberalismo no es el problema, lo es el capitalismo. Estamos frente a una crisis estructural del capitalismo, el keynesianismo no evita la caída de la tasa de ganancias. La crisis no puede evitarse ni con políticas monetarias ni con políticas fiscales. La intervención estatal no puede hacer nada frente a un problema de rentabilidad que va ligada a las tendencias estructurales de la acumulación y sobreacumulación de capital, la tendencia decreciente de la tasa de ganancias.

Cuando el mercado se contrae existe superproducción de mercancías, es decir, se producen más mercancías de las que se pueden vender con ganacias; igualmente se da un subconsumo, es decir son adquiridas menos mercancías de las que se producen; también existe desproporción entre sectores, es decir algunos sectores absorben menos de lo que producen los sectores complementarios, o viceversa, algunos sectores producen más de lo que pueden absorber los sectores complementarios. Todo esto (superproducción de mercancías, subconsumo, desproporción) es una manifestación, pero no la causa de la crisis actual, al igual que es un síntoma, pero no la causa de la enfermedad de una persona, el hecho de que tenga fiebre o se encuentre sin fuerzas. No se trata de poner en cuestión la existencia o no de estos fenómenos, sino de saber si éstos son la causa motriz de la crisis o simplemente síntomas de ella. En la historia de la sociedad burguesa ha habido tanto crisis de superproducción de mercancías y crisis de subconsumo, como crisis de desproporción.

Para Marx lo que rige y determina la acumulación ampliada de capital es la rentabilidad de la producción material a través de su expansión por el predominio de la producción sobre la circulación mercantil y dineraria.

Cuando es imposible consumar el ciclo capital-productivo-mercantil completo sin la realización de las mercancías producidas en el mercado, se manifiesta la contradicción que repercute en el estancamiento de la producción. La fractura del ciclo capital productivo + capital mercantil + capital dinerario lo provoca la caída de la tasa de ganancias en la producción y en su efecto detrae masas de capital de la esfera productiva a la especulación.

Los procesos de valorización de capital (creación de la plusvalía) y su realización (reparto de la plusvalía entre capitales) son dos partes diferenciadas de un mismo proceso de la explotación capitalista que van asociadas, y su disociación es provocada por la crisis, ya que sin el intercambio, la producción de capital y su valorización no existen, sin la realización de la plusvalía no hay apropiación y reparto del capital en beneficios, entre diferentes capitales y accionistas.

Marx ha puesto de manifiesto que la posibilidad de la crisis en el sentido capitalista surge con el comienzo de la producción capitalista, que es esencialmente una producción para la acumulación de capital en lugar de una producción para el consumo.

Y no es que no hayan mercancías necesarias para consumir por la población, sino que estas se amontonan porque no tienen salida en el mercado. Precisamente, la razón última de la crisis reside en la pobreza y el limitado consumo de las masas frente a la tendencia del capitalismo por desarrollar las fuerzas productivas. El almacenamiento de mercancías que no tienen salida y las privaciones de las masas coinciden como un dilema: el hambre y el frío se extienden porque se produce demasiado trigo o demasiada energía para el mercado. La producción bajo el capitalismo actúa por delante de la demanda y el mercado, la oferta no espera a la demanda y el consumo no determina a la producción sino que es la tasa de ganancias la que determina el nivel de la producción. Por tanto, la sobreproducción y sobreacumulación de mercancías y capitales se crea en la producción y esta se manifiesta abiertamente en la circulación, en el mercado, y esa crisis de sobreproducción y sobreacumulación inevitable que no puede tener solución, mientras no se supere el capitalismo, será periódica y estructural. El capitalismo no puede vivir sin crisis.

En una teoría de la crisis se deben tomar en cuenta tres elementos, la tasa de ganancia, la demanda y la desproporción (desquilibrio), pero sólo la primera es el hilo conductor e indicador de la evolución de la economía capitalista. A diferencia de los neoclásicos que realzan el papel del mercado, y de los keynesianos que destacan el intervencionismo estatal, el enfoque marxista-leninista sitúa el centro del capitalismo en la producción. La acción de la ley del valor que impulsa la creciente tecnificación de la producción por la presión competitiva, provoca la reducción del trabajo vivo o capital variable respecto al trabajo muerto o capital constante incorporado en las mercancías, por lo cual la tasa de ganancia tiende a decrecer. En tal sentido la ley del valor es el principio básico del análisis ya que explica porqué el capitalismo funciona de forma desequilibrada. La ley del valor establece que a través de la competencia y la innovación se fijan la eficiencia productiva en cada rama, suprime las empresas que derrochan tiempo de trabajo social (costos superiores al promedio) y compensa con ganancias transitorias a las empresas que economizan el tiempo de trabajo social (costos inferiores al promedio). La ley del valor obliga a aumentar la proporción que el capital dedica a la inversión, la competencia les obliga a ello, haciendo inevitable la sobreproducción, y privilegia la ganancia sobre las necesidades sociales, lo que impide la introducción de formas racionales de la producción.

Concluyendo, para Marx las causas de la crisis no provienen ni de la masa absoluta de ganancia, ya que esta puede ser enorme mientras la tasa de ganancias decrece, ni de la cantidad de mercancías producidas, ni de la incapacidad adquisitiva para consumirlas por la sociedad, sino del propio régimen de producción capitalista. La sobreproducción y sobreacumulación de mercancías y capitales y el subconsumo (limitación del consumo de las masas trabajadoras) son los efectos y manifestaciones de la crisis, pero ni son su causa, ni su motor. No es el consumo de los trabajadores lo que limita el funcionamiento del capital, sino las leyes del funcionamiento del capital lo que limita el consumo de los trabajadores, y la lógica del capitalismo no consiste en consumir todo lo que se produce, sino en producir todo aquello que garantice la capitalización de la plusvalía con una tasa de ganancia creciente.

Por tanto, la crisis estructural de sobreproducción y sobreacumulación del sistema capitalista es causada por la contradicción entre la socialización creciente de las fuerzas productivas y su apropiación capitalista (causa general) que impide la planificación social de las necesidades y su fuerza motriz es la tendencia decreciente de la tasa de ganancias, la tendencia decreciente de esa apropiación capitalista. La forma de producción capitalista se vuelve contra el cambio (sobreproducción) y las fuerzas productivas (socialización de la economía) se vuelven contra la forma de producción capitalista.

5.3.2 Causas que contrarrestan la caída de la tasa de ganancias

La Ley de Tendencia Decreciente de la Tasa de Ganancias aparece en El Capital de Marx en el Libro III, capítulo XIII, en el capítulo XIV las causas contrarrestantes, y en el capítulo XV el desarrollo de las contradicciones internas de la ley: conflicto entre la expansión de la producción y valorización, y el exceso de capital con exceso de población. ¿Qué es la valorización?, si el capital es valor que se valoriza, valorización del valor significa aumento (cuantitativo) del valor, por consiguiente, incremento continuo de la masa de valor que recorre el ciclo dinero-mercancías-producción-mercancías-dinero, como un río que se agranda y toma más fuerza en cada giro de su curso (reproducción ampliada de capital).

En esta tercera sección del libro III de El Capital (capítulos XIII, XIV y XV), Marx demuestra claramente la relación entre la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y la superproducción absoluta de capital, como tendencia inevitable de la crisis capitalista, cuya causa es la contradicción entre el carácter colectivo de las fuerzas productivas y la forma capitalista de apropiación y acumulación.

En un determinado momento la inversión de los capitalistas en la producción de mercancías (en capital constante o variable) deja de crecer al ritmo que precisa el empleo de todo el capital existente en la producción de mercancías. Porque si la inversión aumentara con los costes constantes de capital a ese ritmo la plusvalía producida no sólo no aumentaría sino que incluso bajaría y en consecuencia la tasa de ganancia (plusvalía sobre el capital total invertido). Porque ningún capitalista aceptará emplear un capital mayor para obtener una masa de plusvalía menor o igual a la que obtiene empleando un capital menor. Porque se ha producido más capital del que puede existir según las leyes del mismo capital, porque hay superproducción absoluta de capital (es decir, extendida a todos los sectores). O con palabras de Marx, el verdadero límite de la producción capitalista lo es el propio capital, que la producción sólo es producción para el capital y no a la inversa.

Decir superproducción de mercancías, significa que la realización de las mercancías producidas (es decir, su transformación en dinero, su venta) no sigue a su producción, limita su producción y más concretamente el aumento de la misma. El sistema capitalista impide que la sociedad pueda consumir todos los bienes y servicios que produce, precisamente porque no puede invertir en el nuevo ciclo productivo todo el capital que existe bajo la forma de mercancías al final del ciclo productivo que acaba de terminar, so pena de producir una plusvalía inferior o igual a la producida, pero con un capital inferior.

En el seno del modo de producción capitalista se produce en un determinado momento un conflicto inevitable e irresoluble entre la producción de la plusvalía y la realización del valor del producto. Para no tener problemas en la realización del valor del producto, los capitalistas deberían invertir en el proceso productivo todo el capital acumulado, aunque de esta manera baje la tasa de ganancia por la plusvalía extraida; por consiguiente deberían conformarse con producir menos tasa de ganancia. Para no producir menos, los capitalistas no deben invertir en el proceso productivo todo el capital acumulado, es decir, que deben producir menos valor y no valorizar todo el capital acumulado: de ahí la superproducción de mercancías y la superpoblación (paro y marginación) y de ahí la intervención de las causas contrarrestantes que aludía Marx:

1. Elevación del grado de explotación del trabajo (prolongación de la jornada laboral e intensificación del trabajo). 2. Reducción del salario por debajo de su valor (desvalorización del valor de la fuerza de trabajo). 3. Abaratamiento de los elementos del capital constante (desvalorización del capital existente con el acrecentamiento de las fuerzas productivas). 4. La sobrepoblación relativa (obreros desocupados dispuestos a volver a ser empleados en sectores con baja composición orgánica de capital). 5. El comercio exterior que aprovecha el intercambio desigual y abarata todos los elementos del capital variable y constante (materias primas y medios de consumo a costos menores, arrojando una tasa de ganancia superior al competir con mercancías de baja composición orgánica de capital). 6. El aumento del capital por acciones, que deja fuera de la nivelación a los pequeños accionistas.

Según Marx a través de estas causas contrarrestantes la producción capitalista tiende constantemente a superar sus límites, pero sólo lo consigue en virtud de medios que vuelven a alzar ante ella esos mismos límites en escala mucho más grandes.

La ley apunta a explicar la crisis del capitalismo, su objetivo no es esclarecer tanto el carácter inestable de la reproducción de capital, sino la desembocadura de esos desequilibrios en crisis estructurales de valorización. La ley implica una doble tendencia simultánea, una masa absoluta de ganancias creciente y una tasa de ganancia decreciente. La ley también significa mayor capital para poner en movimiento la misma fuerza de trabajo, y por tanto, una tendencia a que el capital crezca más deprisa que la población activa, es decir, una sobrepoblación obrera permanente. Para que la masa de ganancia aumente, el capital debe aumentar más deprisa y en mayor proporción de lo que disminuya la tasa de ganancia. Las mismas causas estimulan la formación de capital adicional en forma de una acumulación acelerada de capital. La ley demuestra cómo los empresarios provocan la declinación de su propia tasa de ganancia a través de acciones destinadas a aumentar las ganancias, por medio de las innovaciones que terminan provocando la reducción general del trabajo vivo respecto al trabajo muerto por mercancía. Esto es importante para no olvidar que la rentabilidad general siempre declina en contra del deseo de los capitalistas y que la competencia les obliga a contrariar a largo plazo sus propios intereses. En la búsqueda de mayores ganancias individuales, los propios capitalistas generan ¡¡¡en la producción!!! un aumento de la composición orgánica del capital que desemboca en la caída general de la tasa de ganancia.

La sobreproducción de capital es sobreproducción de medios de producción en cuanto funcionan como capital, se produce periódicamente un exceso de medios de producción capaz de explotar obreros a determinada tasa de ganancia. La limitación del modo de producción capitalista se manifiesta en que el desarrollo de las fuerzas productivas genera una ley que en cierto punto se opone con la mayor hostilidad a su desarrollo y sólo se puede superar mediante la crisis. Las crisis son inevitables y necesarias para el funcionamiento del capitalismo. La desvalorización de capitales por medio de la depreciación de los medios de producción, la destrucción física del capital por las quiebras y fusiones que limpian del mercado a las empresas menos lucrativas, y concentran y centralizan el capital,  el despido masivo, la comprensión del salario real, y el cambio del marco político institucional, y un nuevo periodo de renovación tecnológica permiten el aumento de la tasa de ganancias, la salida de la crisis y reinician el proceso de acumulación interrumpido. Todo lo cual comienza a recuperar la tasa de ganancias del capital, que vuelve a invertir generando mayor demanda de medios de producción y fuerza de trabajo, aumentando el consumo. La expansión genera los elementos que llevarán a la crisis y la crisis realiza los cambios que permiten la expansión. Dos siglos de capitalismo muestran que el resultado ha sido un fuerte crecimiento económico aun cuando cada nueva crisis haya sido más grave que la anterior, y el hilo conductor que nos permite explicar sus fases es la tasa de ganancia, la rentabilidad empresarial, su existencia asegura la reproducción ampliada de la producción, su caída genera la depresión de la economía y lleva a cambios en el sistema, forzados por la crisis, para retomar la rentabilidad. El hilo conductor del crecimiento es la búsqueda del capital de incrementar sus beneficios y más en concreto su tasa de ganancias.

La lectura reformista de la crisis, el subconsumo, donde la crisis se traslada al ámbito de la circulación fuera de la producción, nos empuja a preguntarnos ¿que sería del análisis marxista de la crisis capitalista si esta se pudiera resolver simplemente en el mercado con más demanda y con un aumento de salarios? ¿Dónde queda la lógica de la acumulación y valorización del capital? ¿no es la tasa de ganancia la que determina la producción?. Con el subconsumo se llega a la pelegrina conclusión de que la crisis es evitable, porque si la disminución de la demanda provocada por la disminución del salario es causante de la crisis y la caída de la tasa de ganancias su consecuencia, sólo hay que aumentar la demanda por medio del Estado y subir los salarios. Con este planteamiento Marx se equivocaría y Keynes tendría razón. Es sobre esta tesis donde se han basado y se basan las recetas ilusorias con las que los políticos reformistas y de ultraizquierda limitan la acción de las masas a las reivindicaciones económicas, en detrimento de la lucha por la conquista del poder.

La «solución de la crisis», propuesta por los reformistas (defensa del Estado de Bienestar), tal y como ya señalamos a la larga es una ilusión, al igual que lo es la solución propuesta y puesta en práctica por los reaccionarios neoliberales: la austeridad recomendada e impuesta por el FMI, las reducciones salariales y de plantillas (cuando una reducción termina, enseguida se hace otra necesaria), etc. Los despidos y la reducción de salarios no provocan más que una mayor agravación de la crisis. La crisis no puede encontrar solución en el contexto de las relaciones sociales, políticas e ideológicas actuales.

La superpoblación relativa es solamente una manifestación de la crisis, no la causa de la misma. Hay crisis no porque los parados no pueden comprar bienes de consumo; al contrario, los capitalistas despiden obreros (y por tanto fabrican parados) porque  no invierten «bastante». Es verdad que los parados no pueden comprar mercancías y que como consecuencia de esto reducen por tanto la demanda de mercancías, al igual que es cierto que los despidos y las reducciones salariales no son una solución ni ponen fin a la crisis, sino que la aceleran. Pero, ¿por qué los capitalistas no invierten «suficientemente»? Porque si invirtieran hasta emplear a toda la población disponible, el trabajo excedente o no retribuido arrancado, en relación con el capital total, disminuiría en lugar de aumentar.

Dentro de los razonamientos reformistas, algunos colectivos de economistas marxistas como Taifa, plantean que la “causa real” de la crisis es el estancamiento de los salarios durante los últimos 30 años y que como consecuencia los trabajadores consumen cada vez menos. Nos volvemos a topar con la teoría del subconsumo como causa de la crisis. Esta teoría sin embargo no explica cómo el consumo ha crecido hasta hace poco con el dinero ficticio, crédito, indispensable como dijera Marx para el funcionamiento del capitalismo, a pesar del estancamiento salarial y también esta teoría puede ser perniciosa ya que si la causa de la crisis es el decrecimiento de los salarios se puede llegar a la peregrina conclusión de que dentro del capitalismo se pueden subir los salarios sin que el capital recurra a otros medios (inflación, sobrexplotación del trabajo asalariado…), y que por tanto la crisis es evitable dentro del sistema si se someten a los monopolios y accionistas especuladores a la subida salarial. Llegados a esta conclusión se pueden desprender tres cuestiones:

  • Que el capitalismo puede reformarse desde dentro, que sería la posición más socialdemócrata (keynesianismo duro).
  • Que el capital tienda a anularse a sí mismo suprimiendo el trabajo adicional-plusvalía decreciente (derrumbe automático del sistema) frente al crecimiento del salario, que sería la posición más izquierdista.
  • Que Marx se equivocaba cuando nos decía que la tendencia general de la producción capitalista es reducir el nivel medio del salario y que este por el contrario, puede crecer de forma estable dentro del capitalismo.

Estos debates no son nuevos, el marxismo ya los vivió a principios del S.XX.

Sobre la reforma del capitalismo, habló hace más de un siglo Hilferding, el cual planteaba que la preponderancia del capital financiero frente al industrial y mercantil dotaba al capitalismo de un nivel de organización superior eliminando la anarquía productiva y su tendencia a la crisis. De forma interesada Hilferding ignoraba que los activos financieros son derechos de papel sobre la plusvalía que se crea en la economía productiva y que para Marx si no hay ciclo productivo, no hay capital y acumulación, ya que de la existencia del capital industrial depende no sólo la apropiación sino la creación de la plusvalía, que el resto de capitales son formas funcionales del capital industrial en la circulación y que el ciclo productivo bajo las leyes de acumulación de capital llevan ya el motor de la crisis (ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancias). Por tanto, ni se elimina la anarquía productiva y la competitividad en el mercado, ni se erradica la crisis bajo el capitalismo.

Las posteriores teorías del capitalismo regulado, neocapitalismo, sociedad post-industrial, sociedad del consumo y la opulencia, capaces de garantizar un crecimiento económico sostenido, un reparto equitativo de la renta y un bienestar creciente, como elementos de legitimación del sistema, incubadas durante los años 50-70 del siglo pasado al filo de la etapa de crecimiento económico de esas décadas de keynesianismo fueron echadas por tierra por la crisis de 1973. La intervención del Estado capitalista y el desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas han mostrado su incapacidad para garantizar el desarrollo equilibrado de un sistema carcomido por la crisis estructural que refleja los límites del Estado capitalista para continuar desempeñando el papel de garante de la paz social, regulador del sistema e intervención benefactora que se le había asignado por el reformismo socialdemócrata en el periodo de postguerra. A partir de ahí se comenzó por cuestionar los fundamentos políticos y sociales del modelo de acumulación capitalista, iniciándose una reestructuración global del sistema con la con el cambio de modelo de acumulación, el neoliberalismo.

La ignorancia de la tendencia decreciente de la tasa de ganancias como motor de la crisis, conduce a los teóricos del subconsumo que consideran la crisis como un simple efecto de la caída de los salarios y el aumento de los precios a no analizar los otros aspectos que también contrarrestan la caída de la tasa de ganancias.

Aspectos que además del aumento de la explotación de la clase obrera por otras vías (ritmos de trabajo, plusvalía absoluta, reducción del salario por debajo de su valor real) pueden permitir al capital salir de la crisis de acumulación recuperando los beneficios, siempre que su opuesto, el proletariado, se lo permitamos.

Estos amigos olvidan que si la plusvalía sale del trabajo vivo adicional, al ser cada vez mayor el coste de las máquinas, energía y materias primas invertidas sobre el capital global adelantado, por mucho que se reduzca el salario, por mucho que se aumente la superexplotación de la clase obrera, la tendencia es hacia el decrecimiento de la tasa de ganancias. Por eso la crisis capitalista es inevitable, porque la crisis viene a ser un bálsamo en la acumulación y competitividad que desvaloriza el capital constante con las quiebras y venta de empresas con sus medios e instalaciones a otros monopolios más fuertes, ya que la desaparición de esas empresas deja cuota de mercado para los capitales que continúan y ven aumentar su rentabilidad.

Marx también contemplaba que en la fase de reanimación de la crisis el capital se vea obligado a abaratar los costes constantes de capital con la aplicación de la tecnología avanzada, las nuevas fuentes de energía y el abaratamiento de los costes de las materias primas-energéticas. En consecuencia, el abaratamiento de los costes fijos de la producción capitalista, como causa contrarrestante, reanima la tasa general de las ganancias junto a la explotación creciente de la clase obrera.

En este capítulo, hoy son las Transnacionales las que llevan la delantera. Las 200 mayores empresas industriales del mundo tuvieron en 1973 unos beneficios netos del 13,55%, esa tarifa se redujo hasta el 7,21% en 1991, a partir de ese momento los esfuerzos de reestructuración, segmentación de los procesos productivos, causaron la reducción del empleo en las empresas principales donde 832.000 obreros perdieron sus empleos en 5 años en el seno de esas grandes empresas. Resultado, la tasa de ganancias remontó en 1.997 al 15,51% en las 200 Transnacionales más grandes (35).

En el polo opuesto a Hilferding, los teóricos del subconsumo más a la izquierda convierten a la crisis como algo no sólo estructural sino permanente y sin posibilidades de recuperación, dando pie a la teoría del Apocalipsis o derrumbe automático del capitalismo.

Por el contrario, históricamente se ha demostrado que es el resultado de la lucha de clases lo que condiciona la salida a las crisis y su forma, ya que el imperialismo aun siendo el capitalismo parasitario en descomposición, sin el elemento de la acción revolucionaria que intervenga, éste no perece automáticamente.

Por último, los más socialdemócratas partidarios del keynesianismo duro consideran viable el Estado de bienestar bajo el capitalismo como finalidad que expande la demanda indefinidamente y que puede acabar con la crisis sistémica. La finalidad histórica de la planificación por la asociación de los productores libres es sustituida aquí por el mercado regulado. Esta cosmovisión olvida el capitalismo no puede subsistir sin las crisis periódicas de sobreproducción que forman parte de la crisis estructural (tendencia decreciente de la tasa de ganancias) y general (lucha de clases), e ignoran la causa contrarrestante que mantiene el salario por debajo de su nivel medio.

Llegados aquí es necesario aclarar que el fomento de una demanda suplementaria de mercancías por el Estado (con una política de trabajos e inversiones públicas, es decir, con una política keynesiana) y el desarrollo de políticas sociales de bienestar (aumento del salario diferido) aunque no pone fin a la crisis, ya que ésta no tiene su origen en una demanda insuficiente de mercancías, sin embargo, ello no quita para que los gastos e inversiones públicas sean una justa reivindicación de la clase obrera para defender sus condiciones de vida y acumular fuerzas en vistas de eliminar la causa real de la crisis, y por consiguiente, concluir que no se pone fin a la crisis favorable a la clase obrera, en tanto no se acabe con el modo de producción capitalista.

Cada sector de la clase obrera debe defender a cualquier precio sus propias conquistas, los puestos de trabajo, los derechos conquistados, los ingresos, etc., debe reivindicar los salarios, las subvenciones, los trabajos públicos, etc. Todo ello atenuará los padecimientos de las masas y puede contribuir, si la clase obrera y su partido desempeñan en ello un papel dirigente, a movilizar, reunir y desarrollar las fuerzas revolucionarias para hacerlas capaces de desencadenar exitosamente el ataque contra la actual clase dirigente para tomar el poder y comenzar la transformación socialista de la sociedad. La clase obrera debe encabezar cada lucha defensiva y el Partido comunista debe impulsarla, dirigirla y hacerla converger en la lucha por el socialismo.

Pero volvamos a las causas que contrarrestan la caída de la tasa de ganancias. En realidad, sólo un aumento de la tasa de ganancia puede explicar la inversión masiva de los capitales excedentes, del mismo modo que una caída prolongada de la tasa de ganancia puede explicar la ociosidad del mismo capital durante años. Sólo cuando las condiciones permiten un alza acelerada de la tasa media de ganancia y una extensión del mercado, podrá la actividad inversora apoderarse de los descubrimientos técnicos capaces de revolucionar a toda la industria, y provocar una tendencia expansiva en la acumulación de capital y en la demanda de capital dinero. Las condiciones son, la caída brusca del costo de las materias primas, el aumento de la tasa de plusvalía y la expansión del mercado mundial.

Por tanto, esta ley tampoco se puede tomar de forma metafísica ya que actúa tanto en los periodos de crisis como en las fases de auge y prosperidad, ya que hay que tomar tanto la caída de la tasa de ganancias como sus causas contrarrestantes que abaratan capital constante y variable. Establecer cómo se conecta el aumento de la composición orgánica del capital, la contracción de la tasa de ganancia y las fuerzas que la contrarrestan.

Echando una mirada histórica vemos que después de las revoluciones de 1848 el alza de la tasa de ganancia se debió a la rápida expansión del mercado mundial, lo que condujo a un abaratamiento radical del capital constante y un aumento de la tasa de plusvalía.  El movimiento de exportación de capitales hasta las colonias y el abaratamiento de las materias primas hicieron posible la segunda revolución tecnológica, la caída de los costes del capital fijo y la reducción del tiempo de rotación del capital, en síntesis, un aumento de envergadura de la plusvalía, la ganancia y sus tasas. Las causas que llevaron a un incremento permanente de la tasa general de ganancia a finales del S. XIX y principios del XX, fueron la inversión masiva en las colonias del capital excedente exportado por los países imperialistas, que provocó la caída de la composición orgánica de capital a nivel mundial y una reducción del precio del capital constante circulante, lo mismo puede decirse tras la IIª Guerra Mundial y tras la difusión del neoliberalismo. Actualmente estas causas que son 6 siguen funcionando, las analizaremos para ver cómo intervienen hoy bajo el imperialismo y cómo se mantiene la esencia del funcionamiento interno analizado por Marx:

1.- aumento de la explotación del proletariado mediante la plusvalía relativa, reduciendo el valor relativo de la fuerza de trabajo por el aumento de la productividad en las ramas de consumo obrero, que genera la reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario de los productos de consumo rebajando así su valor, con lo que se puede dar al mismo tiempo un aumento de la tasa de plusvalía y del salario real (lo que amplía los mercados), los obreros gozan de un poder adquisitivo mayor pero aún producen más plusvalía, fortaleciendo la explotación económica del proletariado. Y también mediante la plusvalía absoluta con la prolongación de la jornada de trabajo, además de la intensificación de los ritmos de trabajo y nuevos métodos organizativos de la explotación –toyotismo-.

2.- disminución absoluta del valor de la fuerza de trabajo rebajando el poder adquisitivo, el salario real, mediante la inflación, el paro, la precariedad, que presionan el salario a la baja, aumentando también la calificación en el empleo de la fuerza de trabajo sin la elevación equivalente del salario (dejar claro que por la optimización de la ganancia el capital al rebajar el valor del salario o aumentar los precios patrocina el subconsumo de la población asalariada, lo que sin la aplicación de los otros aspectos que frenan la caída de la tasa de ganancias, aquí enumerados, convertirían a la crisis como algo no sólo estructural sino permanente y sin posibilidades de recuperación, aspecto que eluden los teóricos del subconsumo que consideran la crisis como un simple efecto de la caida de los salarios y el aumento de los precios.);

3.-incremento de la plusvalía extraordinaria, que reduce el valor unitario de producto por debajo de su valor social, debido al abaratamiento de los costes de producción constantes de capital, de la composición orgánica, que aumenta la productividad (crecimiento de la composición orgánica del capital (medios de producción, edificios y materias primas) donde la fuerza de trabajo en un tiempo unitario de producción absorve una cantidad mayor de medios de producción, aumentando la producción por obrero ocupado. Como componente orgánico del capital, las materias primas y energéticas aumentan su enclave estratégico, lo que provoca las guerras locales por su control para el abaratamiento de sus costes a la acumulación del capital;

4.-sobrepoblación relativa, obreros desocupados dispuestos a volver a ser empleados en la producción en sectores con baja composición orgánica de capital, donde el ejército de reserva sigue siendo el mayor propulsor de la precariedad salarial;

5.-el comercio exterior que permite obtener materias primas y medios de consumo con costos menores (intercambio desigual), donde los capitales invertidos en unidades de producción consiguen una tasa de ganancia más alta al competir con mercancías que otros países producen con menos facilidades, lo que permite a los primeros vender sus mercancías por encima de su valor real. La ley apunta a explicar la crisis del capitalismo, su objetivo no es esclarecer tanto el carácter inestable de la reproducción de capital, sino la desembocadura de esos desequilibrios en crisis estructurales de valorización. La exportación de capital constante y la importación de materias primas y de medios de consumo que abaraten el capital variable, ambos relacionados con el colonialismo, el imperialismo y ahora con la nueva división internacional del trabajo, son fenómenos del sistema capitalista mundial que disminuyen la composición orgánica de capital, por lo que la ley que Marx descubriera hay que verla desde la economía capitalista mundial en general, en la periferia y el centro del sistema. La exportación del capital puede aumentar la tasa de ganancia si las inversiones se realizan en áreas donde la composición orgánica es baja y la tasa de ganancia alta. El desarrollo del comercio y el crédito permiten rotar más rápidamente al capital aumentando la masa y tasa de ganancia. Los capitales invertidos en los países dependientes, arrojan tasas más altas de ganancia por el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas (composición orgánica baja) y por el grado de sobreexplotación de la fuerza de trabajo de tales países. La transnacionalización de las relaciones capitalistas en su fase imperialista acrecienta el antagonismo entre el carácter socializado de la producción (fuerzas productivas) y la forma capitalista y privada de apropiación (relaciones de producción), con la inversión en nuevos mercados, el control y pillaje de materias primas (colonialismo, neocolonialismo), la agudización del intercambio desigual (centro-periferia), la deuda externa, la deslocalización de actividades (servicios y producciones), y la creciente proletarización del mundo, que sirve de contrapeso al capital para frenar el crecimiento de los salarios en los países centrales. La crisis estructural adquiere rasgos generales, se acelera la proletarización objetiva de todas las formaciones sociales nacionales, con más paro y precariedad laboral. Hoy en el aumento de la explotación de la clase obrera juega un papel importante la deslocalización del trabajo industrial hacia países de la periferia con mano de obra más barata, sin derechos y una composición orgánica de capital más baja (menor tecnología y productividad) donde la tasa de ganancia (rentabilidad del capital) es mayor que en el centro, desaparecen empleos y actividades en EE.UU., Europa y reaparecen en Brasil, México, India, Malasia…, provocando un aumento de la tasa de plusvalía y ganancias a nivel mundial.

6.-el capital accionario que amplia la actividad financiera de capital en base al crédito y la especulación, ensanchando el mercado por encima de sus límites reales, aumentando la cadena de deudas privadas y públicas.

La ley plantea dos movimientos opuestos, hacia la caída y hacia la atenuación de la caída. No obstante Marx dejó claro que la ley se refería al movimiento descendente de la tasa de ganancia por considerar que la caída se desarrolla de manera contrarrestada, es un proceso necesario, determinante y previsible de la acumulación. Estas compensaciones que frenan la tendencia decreciente de la tasa de ganancias, pueden amortiguar pero no cambiar la tendencia general, nunca logran pararla de forma definitiva, por eso hoy estos mecanismos no sólo se mantienen sino que se han desarrollado aún de forma más infinita, en escala mucho más formidable, junto al espectacular desarrollo del capital financiero especulativo (capital ficticio), desde principios del S.XX.

La tasa de ganancias ha sido creciente desde la IIª Guerra Mundial hasta la crisis de 1.973, desde entonces nunca se ha logrado alcanzar las cotas máximas de crecimiento de los años 60. El punto álgido se encontraba en 1.968, mientras que en 1.990 se encontraba 16 puntos por debajo (36), y en la actualidad aún no se ha logrado alcanzar tales ritmos de crecimiento. El capitalismo, por tanto, tras esa crisis se encuentra con un problema de crecimiento. Mientras en aquel entonces la producción y el consumo crecieron a un ritmo sin precedentes en el periodo 1945-73, con posterioridad a esta crisis sólo ha habido un ritmo moderado, con retrocesos y recuperaciones, y con un nivel creciente de desempleo desconocido en el periodo anterior. La interrupción de ese crecimiento sostenido, no sin crisis, de casi 3 décadas, revelan en su crudeza el carácter estructural de la crisis. Desde 1973 el sistema capitalista tiene una sobrecapacidad de producción de lo que la gente puede comprar, y ha ido tapando provisionalmente los agujeros con ventajas financieras para el capital y crédito para los trabajadores creando las burbujas financieras y una demanda artificial desde finales de los 80 hasta el actual crack financiero.

La caída tendencial de la tasa de ganancia emana de los grandes centros de la economía capitalista, porque el fundamento de esta caída es un aumento de la composición orgánica del capital que requiere altos volúmenes de inversión y alta productividad localizados en tales países. La tasa de ganancia de EE.UU. por ej. tiene una tendencia decreciente sobre todo a partir de 1979. La tasa de ganancia del 2005 ya era la mitad que la de 1929 antes de la crisis. La tasa anual de crecimiento de la economía pasó del 13% en la década de los 40, al 4,9% entre 1950-73, al 3,4% entre 1973-79, al 3,3% en la década de los 80 y al 2,3% en la de los 90. La tasa de ganancia ascendió durante la postguerra, declinó en los 70, recuperó margen en décadas posteriores y vuelve a desplomarse. Se debe dilucidar cuál es la relación entre la rentabilidad del capital y la tendencia decreciente de la tasa de ganancias. En la actualidad.Shaikh Anwar (La crisis en las economías capitalistas) observa que en los EE.UU. la relación capital-producto aumenta un 40%, este dato ilustra la elevación de la composición del capital y correlaciona esta subida con la caída de la tasa de ganancia de las transnacionales yanquis, presenta ambas estimaciones como ilustrativa de la vigencia de ley de Marx.

Las propias relaciones de producción capitalistas impiden el desarrollo geométrico, pacífico y sostenible, de las fuerzas productivas. Si echamos un ojo al crecimiento del PIB mundial veremos que si entre 1870 y 1914 las tasas de crecimiento fueron del 3,5%, tras el crack del 29 y la IIª Guerra Mundial entre 1950-1973 las tasas de crecimiento fueron de un 5,3% anual, las más altas del capitalismo en su fase imperialista, desde entonces las tasas de crecimiento del PIB mundial están por debajo del 3%. Según el FMI 10 años antes de que estallara la crisis actual la tasa de crecimiento del PIB mundial está en tendencia decreciente con una pérdida del 0,1% por año, y ello a pesar de la rápida modernización tecnológica emprendida en todos los sectores en los últimos 20 años del siglo XX.

La crisis de 1973 no puede explicarse de forma artificiosa por la subida del petróleo, ya que la caída de la tasa de ganancias había comenzado años antes, mientras que el primer aumento importante de los precios del crudo se produjo en 1.973, además el precio del petróleo volvió a bajar e incluso en los 90 se encontraban a un nivel relativo más bajo que en los 60, lo que no impide que la crisis estructural haya perdurado, tanto en la caída de la tasa de ganancias como en el crecimiento moderado de la economía.

Tras la IIª Guerra Mundial el crecimiento de la tasa de ganancias se debió a la tercera revolución tecnológica (nuevas fuentes de energía, informática, etc.) que tuvo su contrapeso en la homogeneización de las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera que impulsó su capacidad de resistencia con los procesos revolucionarios de Europa occidental a fines de los 60 y mediados de los 70, que junto al contrapeso de los Estados socialistas y las luchas de clase en los países capitalistas, y el movimiento de liberación nacional en la periferia, acorralaron los mecanismos contrarrestantes de la caída de la tasa de ganancias y en la lucha de clases fueron los contrapesos que aceleraron la crisis general del sistema capitalista, ya que constituían un freno para la aplicación de las medidas anti-crisis y para la recuperación de la tasa de ganancias dentro del ciclo fordista-keynesiano de acumulación de capital. Las políticas keynesianas se agotaron a principios de los 70 al no ser capaces de garantizar una tasa de ganancia suficiente para sostener la acumulación de capital, dieron paso a la salida neoliberal o neoclásica de la crisis donde el Estado capitalista sigue interviniendo para contrarrestar la caída de la tasa de ganancias. La recuperación de la tasa de ganancias en los 90 en los países de la OCDE puede atribuirse a la derrota del proceso revolucionario en Occidente y el estancamiento de los salarios, más de 20 años de aumentos de la tasa de explotación permitieron restaurar parcialmente la tasa de ganancias (aumento tasa de plusvalía y abaratamiento del capital variable), pero esta restauración hubiera sido imposible sin la desvalorización del capital constante, con la ola de fusiones, absorciones y privatización de los sectores públicos liquidando las empresas públicas no rentables y traspasando las rentables al sector privado, además del socorro estatal a los bancos y grandes empresas.

Siendo la política keynesiana, fundamentada en el pacto social, un elemento reductor de la tasa de ganancias, no es casual su sustitución por la política neoliberal como el factor principal en la recuperación de la tasa de ganancias en la triada imperialista (EE.UU, UE, Japón), incluso antes de la caída de la URSS. Esta nueva realidad trasladada a la lucha de clases, empujó a parte de la socialdemocracia hacia posiciones fuera de la izquierda a partir de la década de los 80, hacia el denominado centro político-tercera vía, ya que para mantenerse en los gobiernos sin transformar la sociedad, no les quedó otra que fiscalizar las recetas neoliberales. Tatcher (1979) Reagan (1981) y Kohl en la RFA (1983) iniciaron en el centro imperialista la ofensiva contrarrevolucionaria del nuevo modelo de acumulación, eliminación de la regulación estatal sobre el capital, desregulación del mercado de trabajo, moderación salarial, etc, recetas que se dirigieron para elevar la tasa de ganancias, no sin antes doblegar al movimiento sindical y obrero en Occidente. Paralelamente los gobiernos socialdemócratas de Francia, Portugal y España a mediados de los 80 también se adhirieron a las exigencias del neoliberalismo como doctrina económica. Una década antes en la periferia, las dictaduras fascistas chilena (1.973-89) y Argentina (1.976-83) anticiparon, a punta de bayoneta, la práctica neoliberal patrocinada por los Chicago boys de Friedman. Precisamente Hayek y Friedman viajaron varias ocasiones a Chile donde tuvieron una gran acogida por la intelectualidad ligada al régimen militar.

Los límites del capital se encuentran en su propia tendencia interna antagónica, por la dialéctica acumulación-crisis-acumulación, que emana de la contradicción fundamental del capitalismo entre el carácter social de la producción y la forma privada de apropiación, lo que hace que la crisis sea estructural. Cada repunte de la crisis crea condiciones económicas y políticas para un nuevo modelo de acumulación de capital. El modelo neoliberal actual, diseñado por el economista hayekiano Milton Friedman, responde al proceso general de acumulación del capital actual, el cual ha destapado el declive de la propuesta socialdemócrata de política redistributiva.

El reformismo socialdemócrata ha sido y sigue siendo incapaz de vislumbrar la envergadura estructural de la crisis del capitalismo, y todavía pretende ignorar que a diferencia de la etapa de crecimiento expansivo posterior a la IIª Guerra Mundial, el proceso de acumulación de capital dentro de las potencias imperialistas es hoy por hoy incompatible con el incremento y estabilidad del empleo, los salarios y otras formas de redistribución social, lo que mina el mantenimiento del Estado de bienestar que ha sido y es considerado erróneamente por las todas las variantes reformistas, incluyendo la eurocomunista de los años 70, como la antesala del socialismo o última etapa del capitalismo, ignorando que el capitalismo no funciona sin crisis periódicas y que ésta es estructural, y aunque la crisis no sea automáticamente la antesala inevitable del socialismo, no se accede a él de forma progresiva ni sin crisis.

Yendo aún más lejos, la tercera vía, la versión proliberal dentro del campo socialdemócrata, no tiene ya interés en ver la envergadura de la crisis, ni en rescatar el Estado de Bienestar, sino en continuar corrigiendo los desajustes del mercado, es decir, mantener el modelo neoliberal como inevitable corrigiendo sus excesos. Esta política en los países de la UE ha conseguido poner en letra muerta las conquistas de las constituciones nacionales (derecho al trabajo, a la vivienda, a la sanidad pública, a pensiones suficientes, planificación económica, etc). Fue en la década de los 90 cuando nos impusieron las directrices de Maastrich (déficit cero) y la tercera vía socialdemócrata, nueva izquierda ecosocialista incluida, comenzaban a defender ya abiertamente el capitalismo. Los valores de la socialdemocracia promovidos para la defensa del Estado benefactor (equidad, justicia social, igualdad de oportunidades, solidaridad…) fueron sustituidos por la racionalidad capitalista en su proceso de acumulación mundializado (economía de mercado, competitiva, dinámica, flexible, promotora de la iniciativa privada…), Blair, Schroder, Jospin, Zapatero, etc, pertenecen a esa nueva escuela de liberalismo social que representa una ruptura con las políticas reformistas y se configura como el “ala social” del proyecto neoliberal en la Unión Europea.

En la actualidad, la Agenda y el Tratado de Lisboa (que sólo ha pasado por consulta popular en Irlanda) persiguen rebajar las conquistas sociales, anticipando directivas para contratar trabajadores con los salarios del país de origen (Bolkestein), directivas para privatizar los sectores públicos (flexiseguridad), directivas de retorno para deportar a  millones de trabajadores inmigrantes, y la aprobación del consejo de ministros de la UE del visto bueno para legalizar en Europa la jornada de 65 horas. Y otras propuestas patronales, como el contrato anticrisis con una indemnización de 20 días por año, la tramitación de expedientes de regulación de empleo sin estar sujetos a la autorización administrativa, la elevación de la edad de jubilación a los 67 años… A todas estas medidas elaboradas en época de crisis para frenar la caída de la tasa de ganancias, la tercera vía social-liberal contesta con ¡¡¡refundar el capitalismo y frenar sus excesos!!!, con regular las finanzas. Es imposible que desde tales páramos pueda haber un atisbo de marxismo y de visión general del carácter de clase de la crisis y su irresolución en los márgenes del capitalismo. La resolución de la crisis pasa por suprimir las dos causas que provocan la recesión, la explotación de la fuerza de trabajo y la propiedad capitalista de los medios de producción.

No hay que olvidar que a diferencia de la burguesía, la clase obrera no dispone de un poder económico independiente para imponer su modo de producción, y que sólo mediante la revolución puede implantar la propiedad social de los medios de producción y la planificación socialista.

5.3.3 Nuevas interpretaciones burguesas de la crisis bajo el neoliberalismo

La Economía Política burguesa ha difundido algunas teorías “novedosas” a raíz de las tres últimas crisis (1973, 1992, 2007) que acompañan al modelo neoliberal de acumulación de capital vigente.

¡¡¡La culpa de la crisis la tiene el salario!!!, gritan desde hace siglos los gurús del capitalismo para cuestionar la lucha sindical acusándola de provocar la inflación y la crisis. En realidad la subida del salario lo único que provoca directamente es una reducción de la plusvalía y los márgenes de ganancia para la acumulación de capital, el cual intenta recuperar aumentando los precios y la inflación. Ya hemos visto que por mucho que se reduzca el salario artificialmente la tasa de ganancia tiende a reducirse en relación al capital adelantado paralelamente con el crecimiento de la productividad donde el peso del capital constante se hace cada vez mayor y la tasa de ganancia cada vez más pequeña aunque la masa de plusvalía sea mayor en perjuicio del salario. No, el aumento de los salarios ni causan, ni provocan la crisis. Además, en general la tendencia histórica del salario bajo el capitalismo es a disminuir, el salario se ve subordinado a las tasas de inflación y salvo situaciones puntuales el incremento de los salarios se ha movido por detrás de la productividad y las rentas nacionales en las últimas décadas. Tampoco podemos olvidar que la reducción de los salarios al contraer la demanda y elevar los stocks de mercancías desincentiva la inversión de capital y genera más desempleo.

¡¡¡Que el alza de los precios del petróleo en 1973 produjo un efecto convulsivo sobre la economía provocando la crisis!!!. La llamada crisis del petróleo, no ha sido más que una manifestación particular que sacó a la superficie la profunda crisis que venía fraguándose a lo largo de la expansión de la postguerra y que a fines de los 60 comenzó a declinar.

¡¡¡Las materias primas se agotan!!!. La escasez de las materias primas tampoco resulta consistente para explicar la crisis, la humanidad dispone de enormes reservas de recursos y materias primas y existen avances científicos que permiten extraer mayores cantidades de petróleo en tierras y profundidades no exploradas. Pero además, y esto es lo más importante, existen inventos y máquinas que consumen menos combustible, capaces de funcionar con otro tipo de energías renovables, solar, eólica, etc.

El techo ecológico del desarrollo de las fuerzas productivas como explicación de las crisis, es una nueva escusa del capitalismo como sistema responsable del daño ecológico. En primer lugar, la manifestación inmediata de la crisis de sobreproducción no es la escasez en la oferta sino de excedentes de mercancías que no se venden. En segundo lugar, las contradicciones del capitalismo le llevan a despilfarrar y orientar de forma destructiva e insostenible el desarrollo económico. El desarrollo productivo de la economía, ecológicamente sostenible, no es viable ni rentable con el capitalismo. Sólo el socialismo puede elevar el desarrollo de las fuerzas productivas de carácter ecológicamente sostenible sin consumismos supérfluos, desarrollo muy necesario para la emancipación de un gran número de países situados en las fronteras del subdesarrollo donde viven más del 75% de la humanidad.

Mientras se habla de crisis ecológica, paradójicamente los ideólogos del imperialismo tratan de atribuir a la industria bélica un motor impulsor del desarrollo económico alternativo a la crisis, otorgándole una gran capacidad para la generación de empleo y ser avanzadilla de la investigación y desarrollo tecnológico que luego se traspasa a la industria civil. En realidad la industria bélica detrae parte de la plusvalía generada en los sectores productivos reduciendo la rentabilidad de éstos, la relación inversión-empleo es más superior en la industria bélica que en el resto de sectores, lo cual significa que aquella genera menos empleo por unidad de inversión de capital, crear un puesto de trabajo en la industria bélica requiere una inversión 5 veces mayor que en la industria civil y la sanidad. El rodeo de mejorar la economía civil a través de la militar es pura dilapidación de recursos, la inversión directa en investigación civil es más provechosa. En los EE.UU. la industria bélica absorve más de la mitad de los recursos dedicados a la investigación en general y solamente una décima parte de los descubrimientos son aprovechados y asimilables a la industria civil. En realidad el desarrollo de la industria bélica sólo se benefician un puñado de monopolios transnacionales a expensas de toda la sociedad.

La crisis financiera aparece como colofón explicativo de la crisis actual que en el fondo sólo sirve para exculpar al capitalismo como causa de la crisis. Aunque la primera manifestación de la última crisis se de en la esfera financiera, hace ya tiempo que estamos ante una crisis de sobre producción, tanto de capital como de mercancías. La estructura financiera con el crédito ha permitido que los salarios financien esa crisis de sobreproducción atrasando los pagos de deuda, saturando mercados, recortando la capacidad de los salarios con la deuda, manteniendo tasas de beneficio, etc. Cuando el crédito ya no es suficiente para mantener la capacidad adquisitiva, las tasas de benficio caen, se destapa el exceso de producción sobre la demanda real, la sobreproducción oculta aflora a la superficie y el mercado estalla.

Tanto los vaivenes del sistema monetario y financiero, de la energía y las materias primas, de los salarios, del mercado, etc., son manifestaciones de la crisis, no sus causas y todas ellas tienen una matriz en común, la caída de la rentabilidad de capital provocada por la sobreacumulación relativa de capital y la consecuente caída de la tasa de ganancias, como expresión más precisa de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas, su socialización creciente y la apropiación capitalista, el sistema de relaciones sociales capitalistas en el que se desenvuelve este desarrollo. La crisis y la interrupción del proceso productivo se produce no porque no existan recursos y medios económicos disponibles, sino porque dicho desarrollo socava las condiciones de valorización del capital, a partir de entonces el desarrollo de las fuerzas productivas se sacrifica al interés supremo de la rentabilidad del capital en torno al cual se articula todo el edificio socioeconómico del capitalismo. La crisis cumple el objetivo de reajustar el equilibrio entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las condiciones de valorización del capital, facilitando una nueva etapa de acumulación y expansión de capital. Como ya hemos visto se trata del resultado de la propia lógica de acumulación del capital, el excesivo crecimiento relativo como consecuencia del progreso tecnológico que aumenta el peso del capital constante que debe movilizar y rentabilizar cada trabajador que acaba por empujar la tasa de ganancia hacia abajo.

5.3.4 Sociedad de consumo, inflación y redistribución de la renta nacional

      Marx describió la base de la sociedad de consumo, ya que la extensión del modo de producción capitalista significa la extensión masiva del salario y el mercado interno para bienes de consumo industrial. Con excepción de sus propios obreros, la masa total de todos los demás obreros se presenta frente a cada capitalista como consumidores y no como obreros, sino como poseedores de valores de cambio, y cuando mayor es su número y la masa de dinero (salarios) que disponen, mayor es la esfera del intercambio para el capital (Marx, Grundisse).

Ello no está exento de contradicción ya que por una parte el capital está obligado a reducir el valor de las mercancías individuales por medio de la expansión de la producción y su creciente mecanización que requieren la producción y venta en masa, de ahí su empreño en estimular nuevas necesidades de consumo en la población, incluyendo a la clase obrera. Pero por otra parte, la producción de plusvalía y la realización de las ganancias siguen siendo los objetivos de la acumulación de capital, de ahí la ofensiva a limitar los salarios y mantenerlos por debajo de las nuevas necesidades de consumo generadas por la producción capitalista. Esta contradicción se ve temporalmente amortiguada por la expansión del trabajo asalariado hacia otros sectores de la clase obrera dentro de la familia individual, las mujeres y los jóvenes.

En orden inverso lo que puede aparecer para el capitalista individual al considerar al resto de la clase obrera como potenciales consumidores, carece de sentido para la clase capitalista en su conjunto ya que la lógica del modo de producción capitalista empuja hacia una menor participación del proletariado en la renta nacional. La extensión del crédito al consumidor bajo el capitalismo tras la IIª Guerra Mundial constituye una evidencia de las crecientes dificultades para la realización de la plusvalía, y la contradicción entre la tendencia de las fuerzas productivas al desarrollo ilimitado y la tendencia a la limitación de la demanda y el consumo bajo las relaciones de producción capitalistas.

Las crisis de las relaciones de producción capitalistas se presenta como una crisis de las condiciones de apropiación, valorización y acumulación de capital. El sistema ya no es capaz de utilizar parte de su capacidad productiva sin la inflación y el crédito. Las dificultades de realización de la plusvalía nunca han sido tan claras tras la IIª Guerra Mundial.  La acumulación de capital empuja a una expansión artificial del mercado, la clase capitalista a la par que lucha por ampliar la tasa de plusvalía y contener el salario, debe ampliar el mercado de los bienes de consumo y asegurar la valorización del capital. El comercio y el crédito son dos medios de evitar temporalmente las dificultades de la realización la plusvalía. Sólo la inflación permanente permite la realización y apropiación de la plusvalía en la producción total de las mercancías. Estos igual que ningún otro de los remedios pueden suprimir el hecho de que la dificultad de realizar la plusvalía y elevar la tasa de plusvalía simultáneamente está anclada en el modo de producción capitalista mismo.

El crédito de circulación y el crédito de inversión se mantienen en el círculo de la burguesía, grande y pequeña. Pero en el capitalismo también reaparece el crédito al consumo bajo la producción en serie de bienes de consumo duraderos (cocinas, lavadoras, automóviles, etc.) y viviendas. El pago de una fracción del salario permite su compra. Industriales y comerciantes tienen interés en favorecer la venta a plazos, ya que representa el único medio de ampliar el mercado de esos bienes de consumo y porque cobran un interés considerable sobre ese crédito. Además los gastos generales de los comerciantes de almacenamiento y conservación se reducen de esta manera. El nexo entre el crédito al consumo y la producción en serie se comienza a desarrollar en EE.UU. tras la Iª Guerra Mundial y en Europa tras la IIª Guerra Mundial, coincidiendo con el auge de la industria automovilística, de electrodomésticos y de la construcción. El crédito al consumo dispara la inflación y reduce el poder adquisitivo real.

Al permitir la expansión de la producción sin relación con la capacidad del mercado, al velar durante un período las relaciones reales entre el potencial productivo y las posibilidades del consumo real, al estimular la circulación y el consumo de las mercancías más allá del poder de compra real disponible, el crédito retrasa el desencadenamiento de la depresión, agrava los factores de desequilibrio y hace a la crisis más violenta cuando estalla.

Por otra parte, en torno a la redeistribución de la renta diremos que los empréstitos públicos transfieren de los particulares al Estado una fracción de la riqueza nacional acumulada, a cambio, el Estado transfiere una fracción de sus ingresos por impuestos (directos e indirectos). Los impuestos indirectos afectan mucho más a los trabajadores que a los capitalistas ya que provoca una reducción de los ingresos de todos los consumidores independientemente del nivel de renta, lo que hace que la reducción porcentual sobre los asalariados sea superior a la de otras clases, además normalmente todos los asalariados pagan en términos absolutos el doble de impuestos indirectos que empresarios y profesiones liberales. Y aun suponiendo menos de la mitad de la renta nacional los asalariados siguen pagando la mayor parte de los impuestos directos que los empresarios y profesiones liberales (entre 75% y 80%).

Por otro lado la emisión inflacionista de billetes de banco, representa para el Estado una fuente de ingresos al permitirle comprar mercancías y pagar sueldos. Surte el mismo efecto que un aumento de impuestos indirectos, encarecimiento de los precios que afecta mucho más a la clase obrera y la pequeña burguesía que a la burguesía que además pueden transformar una parte de sus ingresos en valores estables (divisas, bienes inmuebles, acciones, etc.). Pero es el aumento desmesurado de la deuda pública lo más determinante de la inflación monetaria, las contrapartidas de los créditos concedidos son títulos de deuda pública que deben pagar los trabajadores con sus impuestos para las rentas altas poseedoras de los títulos de deuda, rentas altas y de capitalistas. La deuda pública es regresiva ya que los impuestos recaen en exceso sobre las rentas salariales y redistributivamente injusta ya que los poseedores de la deuda pública son las rentas altas. La deuda se convierte así en un mecanismo de trasvase de ingresos de los contribuyentes asalariados a los propietarios de títulos de deuda (sistema financiero, rentas altas).

Teniendo en cuenta todo lo analizado, si hablamos del estado de bienestar como mecanismo redistributivo, si hacemos balance de los impuestos pagados por los trabajadores y la inflación, en relación a las prestaciones sociales, llegaremos a la conclusión de que la redistribución a favor de los trabajadores, es mínima o inexistente. En realidad el estado de bienestar al asegurar a los asalariados esas prestaciones sociales, no hace otra cosa que asegurar en nombre del conjunto de la burguesía el pago de una parte integrante de los salarios, el salario diferido. El Estado capitalista no transforma ni redistribuye plusvalía en salarios mediante un impuesto progresivo inexistente, sólo actúa como cajero principal para desembolsar una parte de los salarios en forma colectiva, socializando ciertas necesidades, e incluso las pérdidas del capital.

La inflación siempre implica una redistribución de la renta y sus víctimas son los asalariados.

Al culpabilizar a los salarios los economistas burgueses declaran que el principal culpable del crecimiento inflacionista de los precios son los sindicatos, dejando al margen a los verdaderos culpables de la elevación de los precios, las transnacionales y el Estado capitalista con su política de gasto militar y encubren el hecho de que la mayoría de los trabajadores sufren pérdidas materiales debido a la inflación. Los monetaristas neoliberales que ven la causa de la crisis en la inflación ignoran que primero suben los precios y luego estas subidas se cubren con el incremento monetario, ya sea con emisión de papel moneda, créditos y salarios. Con su teoría los monetaristas culpan de todos los males a las políticas keynesianas de los gobiernos, los sindicatos y a la clase obrera, exculpando de toda responsabilidad a los monopolios y al capitalismo.

Cuando la clase obrera reivindica un aumento salarial se limita a exigir que se le pague el valor incrementado de su fuerza de trabajo, ni más ni menos, lo mismo que cualquier otra mercancía en la que aumenta su coste de producción. Los sindicatos de clase están atentos al cambio de los precios así como de la productividad, para exigir que los salarios se eleven en consonancia.

Los economistas burgueses confunden causa y efecto, ya que el salario tan sólo se adapta con retraso al crecimiento de los precios. El aumento de los salarios nominales es anulado por la inflación ya que marchan a la zaga del crecimiento de los precios. En la década de los 70 el salario real disminuyó como consecuencia del alza considerable de los precios, lo que provocó un aumento del salario nominal para contrarrestar la subida de precios mediante las huelgas y otras formas de protesta, quedando no obstante a la zaga del salario real.

De no alterarse la duración del tiempo de trabajo y la cantidad de fuerza de trabajo utilizada, el aumento o disminución del capital variable invertido en salarios no influye en la magnitud total del valor creado, de la mercancía, influye únicamente en la magnitud de la plusvalía, la cual varía en relación inversa al capital variable.

Las dos causas determinantes de la subida de los precios son la práctica monopolista de la formación de los precios orientadas a la obtención de sobreganancias y la ampliación del consumo improductivo, ante todo militar, de los Estados capitalistas, los cuales constituyen la base económica que permite seguir elevando el nivel de los precios y la inflación. Los economistas burgueses encubren el hecho de que el desarrollo de la inflación va acompañado del aumento de las sobreganancias monopolistas calculadas por encima de la ganancia media. Precisamente la inflación hace que se acreciente la riqueza social en manos de la oligarquía financiera.

El papel decisivo en la elevación de los precios de los servicios y la alimentación en los países capitalistas lo desempeñan las políticas de las grandes compañías comerciales. La subida de los combustibles (gasolina, gas, electricidad) en los países capitalistas desarrollados se debe a la labor de las compañías petroleras, eléctricas y de gas que se sirven de convenios de cártel para asegurarse ganancias de monopolio. Las ganancias netas de las grandes compañías petroleras aumentaron el 62% en 1973 durante la crisis. También los inmensos gastos en armamento se costean a expensa de la emisión de papel moneda lo que dispara la inflación. El PIB de los países capitalistas desarrollados entre 1971-1973 aumentó un 5,2% anual, en tanto que la masa de los medios de circulación aumentó un 13,7% de media anual, es decir, el incremento de la masa dineraria casi triplicó el volumen de la producción.

Los Estados capitalistas han adoptado 4 medidas para frenar la inflación en beneficio de la oligarquía financiera: la regulación de los precios en un número de productos, la regulación de los salarios, la limitación de la demanda solvente y la reducción de gastos estatales, los cuales están relacionados con las prestaciones sociales pero no con la militarización. Estas medidas cargan su peso sobre la clase obrera.

5.3.5 Monopolios, competencia y tasas de ganancia

Adam Smith ya observaba que los industriales de una misma rama se reunían para conspirar a fin de hacer subir los precios al público. En la antesala del desarrollo de los monopolios con objeto de defender, mantener o aumentar su tasa de ganancias, las empresas capitalistas establecían acuerdos o convenios de mercado y producciones que revistieron formas diversas (pools, cártels, trusts, los holdings, fusiones, etc).

La concentración del capital industrial condujo a la formación de monopolios, donde una sola empresa o varias controlan entre el 50% al 100% de la producción de todo un sector, lo que les empuja a llegar a acuerdos para fijar los precios, volumen de las producciones, relaciones y reparto del mercado y garantizar las ganancias, casi todos los campos industriales se ven afectados, y así la competencia se ve reglamentada por los monopolios. Apoderándose de la parte decisiva y mayoritaria de la producción de mercancías les permitió a los monopolios dictar sus condiciones y sus precios al comprador. En Europa predominaron los cárteles y el EE.UU. los trusts que valiéndose de su poder sobre la producción de sector o rama practicaban la política de mercado más favorable obligando a las demás empresas no monopolistas a someterse.

Los monopolios existen en todas las ramas de la economía. La concentración de capital hizo que en todos los países capitalistas desarrollados apareciesen monopolios mastodónicos. En Gran Bretaña las 100 principales compañías controlaban el 16% de la producción industrial en 1909, en 1970 casi la mitad, en Japón en los años 70 el 0,9% de las compañías poseían el 86% del capital por acciones, en la RFA el 4,7% de las compañías poseían casi el 65% del capital por acciones del país, en los EE.UU. el 0,2% de las corporaciones disponían del 69,2% de los activos totales. Los primeros puestos de volumen de capital hoy igual que a principios del siglo pasado lo ocupan los monopolios del automóvil, el petróleo, la maquinaria eléctrica y electrónica, el metal y la química.

Los economistas burgueses señalan que pese a que las corporaciones son en apariencia independientes de los mercados financieros, se hallan bajo la influencia del sector financiero. Los grandes paquetes de acciones se concentran en los bancos, fondos de pensiones y compañías de seguros, los cuales tienen la posibilidad de presionar sobre las corporaciones industriales. Pero además, la influencia de los monopolios industriales sobre las instituciones financieras genera la tendencia a la unión y fusión de las dos fuerzas monopolistas, lo que queda fuera del campo visual de la economía burguesa. En realidad, no son los bancos ni las demás entidades financieras por sí solas los dueños de la economía capitalista, sino el capital financiero y la oligarquía financiera, en cuyas manos estas instituciones junto a los monopolios industriales y comerciales, se convierten en importantísimo instrumento de dominio sobre la vida económica capitalista.

Los grupos financieros que controlan los monopolios industriales, son también los dueños de los bancos, compañías de seguros, comerciales y de transporte. El estudio de los consejos de administración en cada país capitalista avanzado nos lleva a ver que un puñado de grupos financieros extiende su control sobre una gran parte de la actividad financiera e industrial, son las 100 o 200 familias instaladas en la cima. En los EE.UU. por ej., Winthrop W. Aldrich, presidente del Chase National Bank (grupo Rockefeller), director de la compañía del trusts de teléfonos, y administrador de varios trust y monopolios, llegó a controlar a principios de los años 50 un capital equivalente a 3 veces el presupuesto anual de Francia. En Francia a finales de los años 50, 4 familias de los grandes banqueros ocupaban de 16 hasta 51 puestos en los consejos de administración de distintas compañías, bancos, comercios, etc. En los EE.UU. podían contarse 7 grupos financieros principales (Morgan National City Bank, Kuhn-Loeb, Rockefeller, Mellon, du Pont, Chicago, Bank of América), en Alemania 13 grupos financieros ligados entre sí (IG Farbem, Thyssen, Mannesmann, Haniel, Krupp, Flick, Siemens, Quandt, Werhahn, Stumm, Oetker, Merck-Fink Opepnheim), en Italia 8 grupos (Montecatini, Edison, Falck, Snia Vicosa, Fiat, Pirelli, Caproni, Breda), en Japón 5 grupos (Mitsubishi, Mitsui, Sumitomo, Fuji Bank, Sanwa), en Francia 11 grupos (Schneider-Creusot, Michelin-Citroen, Louis-Dreyfus, Printemps, Saint-Gobain, Boussac, Fould, etc), en Gran Bretaña 9 grupos (ICI, Unilever, Vickers-Armstrong, Spens, etc.). Estos grupos controlan la mayor parte de bancos, industrias, comercios y de todos los sectores de la economía.

Los monopolios al controlar la mayor parte de la economía limitan las producciones para provocar la subida de precios e imponen los precios de monopolio por encima de los precios de producción (gastos de producción + ganancia media) y el valor de la mercancía, además de limitar y rebajar los precios que ellos adquieren para la producción de los sectores no monopolistas y los países dependientes, lucrándose dos veces, como compradores de mercancías a precios de monopolio bajo, y como vendedores del producto acabado a precios de monopolio alto, realizando una ganancia extra o sobreganancia. En 1976 el volumen de las ventas de las filiares extranjeras de las transnacionales suponía el 90% de la exportación de todos los países capitalistas. Esto permite a las transnacionales imponer los precios que le convengan, precios de monopolio alto para las mercancías exportadas a los países dependientes y precios de monopolio bajos para las materias primas y alimentos adquiridos.

Los monopolios aumentan constantemente su presión sobre la clase obrera como consumidores, ya que con los precios de monopolio les arrebatan una parte cada vez mayor del salario, aumentando los precios de los productos alimenticios, ropa, vivienda y otros medios de subsistencia. Esto afecta a todos los obreros tanto de las industrias monopolizadas como de las no monopolizadas.

La ganancia de monopolio consta de tres componentes, la ganancia media, la ganancia extraordinaria por la diferencia entre el valor social e individual de la producción (productividad) y la superganancia monopolista debido al precio de monopolio, más alto que el valor.

El monopolio obtiene un exceso de ganancias por encima de la ganancia media, debido a dos aspectos, por un lado por las mejores condiciones tecnológicas, de utilización de patentes nuevas y la mayor productividad (plusvalía extraordinaria), intensificando la explotación relativa del proletariado y por otro lado, apoyándose en su poder de monopolio de la producción y el mercado, se embolsan una plusvalía mucho más elevada gracias a la formación de los precios de monopolio apropiándose de una parte de la plusvalía que los obreros producen en las empresas no monopolistas y del intercambio desigual con los países dependientes, produciéndose una redistribución de la plusvalía producida. Por tanto la ley del valor sigue funcionando igual bajo el imperialismo, la suma conjunta de todas las ganancias, monopolistas y no monopolistas, es igual a la suma de toda la plusvalía generada. La ley del valor continúa determinando la suma total de los precios de las mercancías a nivel de toda la economía capitalista, lo que ganan los monopolios lo pierden los obreros, los campesinos, los capitalistas no monopolistas y los países dependientes. Ya Lenin adelantó la transformación con el imperialismo del capitalismo en un sistema de exclavización financiera y actualmente de opresión neocolonial de la mayoría de la población que han convertido a las economías nacionales en eslabones de una sola cadena de la economía mundial y han dividido a la población en dos partes por un lado un puñado de países imperialistas y acreedores, y por otro lado a una enorme mayoría de países dependientes. Esa es la base de las sobreganancias monopolistas en los países dependientes (dependencia financiera, tecnológica y comercial). Precisamente el objetivo de la explotación de millones de trabajadores de los países dependientes y la opresión de tales naciones es la obtención de superganancias, lo que convierte a tales países en reservas de la revolución anti-imperialista y socialista.

Estas sobreganancias son el producto de la limitación de la competencia pero no su eliminación. Sin embargo, más allá de determinados límites, los trusts y cártels monopolistas no pueden fijar sus precios y sobreganancias de forma arbitraria ya que un aumento excesivo de precios haría descender la demanda y venta, provocando un recrudecimiento de la competencia y romper los acuerdos o convenios. Además los sectores industriales monopolizados no son completamente autárquicos, están obligados a comprar materias primas, máquinas, utilizar transporte, etc., que están controlados por otros sectores de monopolios. Entre estos trusts estallan luchas inevitables en el terreno de los precios, estableciéndose una igualación de la tasa de ganancia entre los diferentes sectores impidiendo una elevación arbitraria de los precios y ganancias de forma permanente. Por consiguiente, la formación de los precios en el capitalismo monopolista se aproxima al modelo de precio de producción elaborado con rigor científico en el tercer tomo de El Capital de Marx.

Las ganancias de los sectores monopolizados se hace a expensas de los sectores no monopolizados, cuya tasa media de ganancia tiende a descender. La gran concentración monopolista, puede llegar a vender sus productos a precios con pérdidas para hundir a los sectores no monopolistas, es lo que se llama dumping interior con el objetivo de arruinar a competidores y suplantarlos. Estas prácticas provocan un recrudecimiento de la competencia, que reduce la diferencia entre la tasa media de ganancia y la ganancia extraordinaria de los monopolios hasta igualarla.

Con el surgimiento de los monopolios algunos socialistas de la época saludaron la creación de los cárteles internacionales como fase del capitalismo organizado, olvidando que una de las válvulas de escape de la contradicción entre la socialización de la producción por los monopolios y las ganancias en los países imperialistas sobrecapitalizados es precisamente la guerra imperialista y no la industrialización desinteresada de los países dependientes.

Precisamente Lenin planteaba como cuarto rasgo fundamental del imperialismo la aparición del monopolio internacional, del cual su característica más importante es su participación en el reparto económico del mundo tanto mediante acuerdos de cártel sobre el reparto de países e incluso regiones enteras en calidad de mercados, como a través de la exportación de capital y la formación en el extranjero de redes filiales bajo su control. Reparto que no se realiza sin pugna con sus competidores y  entre las potencias imperialistas.

Reconocer la socialización de la economía es una cosa y suprimir la propiedad y gestión capitalistas que impiden la organización racional, es otra cosa diferente. Los cárteles, trusts y monopolios no suprimen la competencia capitalista, la reproducen a escala más elevada y de forma más cruda, exacerba la contradicción entre el carácter organizado del proceso de producción en el interior de la empresa, del trust o de la rama industrial y la anarquía de la economía capitalista en su conjunto. La idea de planificación es aceptada y aplicada por el capital en la medida que facilita la ganancia, y no suprime la competencia. Esta competencia puede llevarse mediante alianzas, represalias, patentes, procesos judiciales, cambios de producto, estrategias publicitarias, etc., pero siempre con el fin de modificar el reparto del mercado y las áreas de influencia.

De vez en cuando, en los sectores muy monopolizados se acentúa la competencias de precios abierta, a las que se recurre sobre todo cuando el deterioro de la coyuntura económica cambia la correlación de fuerzas entre los que intervienen en el trust o cártel. Esta competencia puede llevarse mediante guerras económicas entre diferentes trusts y monopolios (las guerras del trust del petróleo contra el trust del automóvil, las guerras de General Motors y Ford, General Electric y Westinghouse en la lucha por el primer puesto, la guerra de precios en la industria del acero entre la Bethelehem Steel y la United States Steel, etc.), además de la competencia entre sectores monopolizados y no monopolizados.

Por tanto, los acuerdos, carteles, son de duración limitada, debido al desarrollo desigual del capitalismo. Los cárteles fijan cuotas de exportación, producción, reparto del mercado mundial, según la capacidad de producción y productividad de las empresas que participan en el cártel. Pero estas relaciones nunca son estables, basta con las mejoras tecnológicas y la expansión de la capacidad provoquen un cambio de la relación de fuerzas para que el monopolio más firme rompa el acuerdo con el objeto de obtener un mejor reparto del mercado. Los cárteles y trust monopolistas son como armisticios durante un conflicto armado, en el que cada participante no pierde un instante en abrir de nuevo las hostilidades buscando condiciones más ventajosas.

A partir de la crisis de 1929 el Estado capitalista interviene como regulador en beneficio de los monopolios imponiendo por ley los cárteles. En Alemania se hizo bajo el nazismo en 1933, imponiendo los convenios profesionales cuya dirección corría a cargo de cada uno de los monopolios principales. En Inglaterra en 1930 el gobierno impuso el cártel en la industria del carbón. En EE.UU. en 1933 Roosevelt concedió a los convenios profesionales el poder de códigos de competencia en cada sector, estos códigos estabilizaron los negocios bajo presión del gobierno a favor de las grandes empresas. En Francia en 1934 la derecha quiso establecer los convenios industriales obligatorios, el régimen de Vichy lo generalizaría, los comités de organización de industrias eran dirigidos por los presidentes de las grandes empresas. Tras la IIª Guerra Mundial la RFA restableció la práctica de los cárteles.

El Estado capitalista se convierte en el garante de las ganancias de los monopolios. Toma a su cargo los sectores no rentables, lo que conduce a la baja de los precios de venta de la energía y las materias primas, lo que permite una reducción de los precios de costo y el incremento de la tasa de ganancia. Además las sociedades nacionalizadas siguen dirigidas por representantes del sector privado. Todas las nacionalizaciones europeas, realizadas bajo diferentes gobiernos de derecha y socialdemócratas han perseguido el mismo fin, garantizar a la industria precios de costo más bajos. El Estado otorga subsidios a empresas privadas y desgravaciones fiscales. El Estado ayuda a empresas capitalistas con dificultades, nacionalizando las pérdidas mediante ayudas, reprivatizando luego las ganancias. Por ejemplo, tras la crisis bancaria de 1931, la república de Weimar adquirió el 35% de las acciones del Deutsche Bank, y entre el 70% y hasta el 90% de otros 3 bancos, en 1937 todas estas acciones fueron cedidas de nuevo a los bancos privados en el momento que éstos obtienen ganancias. El régimen nazi reprivatizaría incluso sociedades municipales de gas y electricidad. El Estado yanqui entregó a los trusts empresas construidas con dinero público durante la IIª Guerra Mundial. El Estado da garantía a las ganancias, toda la recuperación económica de la Alemania nazi fue financiada por letras cuyo pago era garantizado por el Estado, eso significaba que todos los monopolios que trabajaran para la recuperación tenían garantizadas de antemano las ganancias. En los EE.UU. desde la IIª Guerra Mundial la industria de petróleo tiene asegurada una ganancia permanente, además los EE.UU. han concedido en múltiples ocasiones una garantía de deudas, inversiones y ganancias sobre capitales privados sin una reducción equivalente de los precios para el público, socializando los riesgos del capitalismo sin una reducción correspondiente de sus sobreganancias. Las legislaciones sobre la exportación de capitales también tienen garantía estatal, la garantía del riesgo de exportación constituye otra forma de garantía de las ganancias.

En los países capitalistas más avanzados, la situación se caracteriza por el dominio de un puñado de trusts sobre sectores enteros de la industria y los bancos, cuyos dirigentes se intercambian entre los diferentes consejos de administración de los monopolios. En Gran Bretaña, ya en los años 50, si los grandes trusts como Vickers, British Petroleum, etc., tienen sus representantes en los consejos de numerosos bancos, los 5 grandes bancos están representados a su vez en los consejos de administración de los mayores trusts británicos.

No obstante los monopolios experimentan una sobrecapitalización tal que ya no es necesario recurrir a adelantos bancarios, y constituyen sus propios bancos para colocar sus ganancias disponibles, esto se llama autofinanciación y financiamiento de la expansión de los monopolios transnacionales. La autofinanciación en Alemania pasó del 17% de las inversiones industriales en 1926-1928 al 66,1% en 1957. En los EE.UU. ya en 1953 el 64% de la ampliación de las empresas procedían de ganancias internas no distribuidas y reservas.

Los precios de monopolio se fijan de tal manera que aseguren de antemano la expansión constante de la empresa, su capital y su capacidad productiva, esta técnica se denomina “financiación por los precios” donde los precios de monopolio se calculan en forma de que produzcan ingresos de autofinanciación disfrazados de costos. La autofinanciación es el producto de las sobreganancias monopolistas, y son tan elevadas que los monopolios prefieren no confesar el importe total de sus reservas a fin de disminuir los impuestos. Por otra parte, la política de amortización acelerada proporciona grandes posibilidades a los monopolios para esquivar los impuestos. Por lo general, los equipos se gastan al cabo de 10 y más años, por eso al valor de la producción acabada se desplaza cada año una décima parte del valor de los equipos, el fondo de amortización. Pero la amortización de los monopolios es acelerada, pueden amortizar su valor en 5 años, como resultado incluyen en el fondo de amortización parte de la ganancia durante 5 años más, y esta parte igual que todo el fondo de amortización, no paga impuestos. A costa de esta concesión tributaria sólo en 1983 los monopolios yanquis lograron ocultar al Estado 150.000 mill. de dólares de sus ganancias.

Desde la década de los 60 se forman los consorcios transnacionales que cuentan con las empresas más grandes y avanzadas, disponen de infinidad de filiales esparcidas por todo el mundo y decenas de miles de proveedores que suministran a las filiales, controlan las principales patentes y disponen de recursos financieros suficientes para la producción y la venta de nuevos productos, ya en los años 80 existían 7300 monopolios transnacionales cada uno con filiales en más de 20 países. También se han desarrollado gigantescas agrupaciones monopolistas multirramales, denominadas conglomerados, los cuales reúnen el control financiero de ramas y actividades diversas, desde la producción de acero y armamentos hasta las casas de juego por ej. La aparición de nuevos imperios transnacionales y la ampliación de los ya existentes con el reparto de los mercados entre la compañía matriz y las filiales extranjeras restringue la esfera de la actividad de los cárteles internacionales.

Contra las leyes de monopolio surge la teoría del oligopolio que por su contenido encarna la defensa del capital monopolista. En realidad quien interviene como agente de la gran producción capitalista es el consorcio multirramal, el cual tiende a monopolizar la producción no sólo de uno, sino de muchos tipos de productos a la vez tanto en el marco nacional como internacional de la economía. Cada una de las 200 corporaciones más importantes de EE.UU. actúa por término medio en 20 subramas de la industria. Ford por ej., no sólo fabrica automóviles, sino también tractores, medios de comunicación, equipos electrónicos para fines militares y civiles, acero, vídrio, etc. La General Dynamics Corporation es productora de aviones militares y civiles, cohetes, equipos para aparatos cósmicos, submarinos, buques mercantes, computadoras, equipos de televisión, materiales de construcción, etc. La teoría del oligopolio oculta la envergadura real de la concentración de la producción capitalista. El que los teóricos del oligopolio hagan´énfasis en la competencia solamente en lo que al mercado se refiere, deja al margen del análisis el desarrollo de las formas más importantes de concentración y centralización monopolistas del capital, basadas en la ampliación de los vínculos financieros. Entre las corporaciones predominan los consorcios y los conglomerados, los tipos de transnacionales que se basan en el control financiero y la autofinanciación. De ahí que la lucha competitiva adquiera también la forma de estrangulamiento financiero del rival, de absorción de sus activos.

El poder monopolista de los consorcios y conglomerados se determina no sólo por el nivel de concentración de la producción, sino también por su poder financiero, el cual depende de sus vínculos con los bancos, compañías de seguros, etc. Finalmente, la teoría del oligopolio siembra ilusiones acerca de la posibilidad de erradicar mediante la legislación antitrust las lacras del capitalismo.

La competencia de las transnacionales con los países dependientes perjudica enormemente al desarrollo industrial independiente de los países de la periferia compitiendo con su propia industria para acabar por asimilarla. Por ej., el cártel internacional compuesto por las transnacionales AEG, General Electric, Brown Bovery, Hitachi, etc., quebraron la industria electrotécnica de Brasil. Los monopolios sabotearon las empresas nacionales, negándoles la venta de equipos imprescindibles, suministrando al mercado artículos análogos a menor precio. En los años 80 las transnacionales controlaban más del 90% de esa industria brasileña.

Además las transnacionales disfrutan de ventajas frente a las empresas nacionales de la periferia para recabar préstamos, ya que las finanzas de los países dependientes son contraladas en su mayor parte por los grandes bancos imperialistas. De este modo los países dependientes a pesar de sus recursos limitados, acaban financiando las inversiones privadas extranjeras.

La infiltración de las transnacionales y la banca transnacional en la economía de los países deudores lleva a convertir a las transnacionales en el principal acreedor, en 1986 más del 60% de la deuda externa de los países dependientes correspondió al capital extranjero. Por tanto, las transnacionales han logrado enriquecerse a raíz de la necesidad de los países dependientes de la financiación externa. Los “nuevos países industrializados” de Latinoamérica, México, Argentina, Venezuela y Brasil encabezaron la lista de deudores y les correspondió más de la mitad de las inversiones de transnacionales en Latinoamérica y el 75% de la deuda externa de la región.

Las transnacionales despojan los recursos naturales, frenan la industrialización y son el principal instrumento de la explotación neocolonial: las inversiones privadas canalizan la injerencia en los asuntos internos; permiten obtener y repatriar enormes ganancias; la actividad del capital y su transferencia deterioran la balanza comercial de los países dependientes; las transnacionales y las potencias imperialistas utilizan las inversiones para subvertir regímenes progresistas y respaldar regímenes reaccionarios.

Los grandes cambios operados en la correlación de fuerzas de los EE.UU., Europa occidental y Japón dieron lugar a que se agudizarse la lucha ente ellos por los mercados, las fuentes de materias primas y las esferas de inversión de capitales. La liberalización de las relaciones económicas internacionales no atenua el carácter nacionalista del capitalismo monopolista de Estado ni disminuye la aspiración de las transnacionales de cada país a adueñarse de los mercados y reforzar la competitividad a costa de otros. La reducción de la diferencia tecnológica disminuye la competitividad de los inversionistas yanquis. Desde la década de los 70 en adelante crecen con mayor rapidez las compañías transnacionales de Japón y Europa occidental.

La causa de la exportación de capital estriba en que en algunos países capitalistas se forma un excedente de capital. Durante los primeros años de la postguerra, las inversiones de EE.UU. iban canalizadas tanto a los países desarrollados como a los países dependientes. Pero desde mediados de los años 50, los otros Estados imperialistas, Inglaterra, Francia, RFA y Japón reanudaron la inversión de capital en el extranjero, primero en los países dependientes y luego en los desarrollados. Se acrecienta el peso del Estado como exportador de capital y garante de la exportación de capital privado, el descenso relativo de la importancia de las inversiones en la industria extractiva y el aumento de las inversiones en la industria transformadora.

Las inversiones de los países imperialistas no es unilateral, en la década de los 70 el 80% de las inversiones de EE.UU. en los países euroccidentales son de transnacionales yanquis hechas a través de sus filiales, a la vez las inversiones en EE.UU. de los países de Europa rebasan el 20% de las inversiones de capital. Si el capital iba antes principalmente a zonas de materias primas, desde la década de los 70 va a países donde tiene la posibilidad de vender productos industriales fabricados con tecnología nueva. Diversas transnacionales de la construcción y de las industrias química, electrotécnica, del automóvil y de maquinaria desde los 70 comenzaron a penetrar enérgicamente en los países en desarrollo.

La exportación de capital empresarial y el traslado de parte del aparato productivo llegó a ser un medio importantísimo en la lucha por el reparto económico del mundo. El valor de la producción de las filiales en el extranjero constituyen una magnitud considerable respecto al PIB de los principales países exportadores de capital. Asegurarse mercados, aprovecharse del desarrollo desigual y combinar la tecnología con la fuerza de trabajo local más barata, da a las transnacionales una plusvalía adicional hasta que otras utilicen sus métodos de actividad.

5.3.6 El carácter general de la crisis del capitalismo bajo el imperialismo

     Erróneamente algunas variantes izquierdistas, abordan la cuestión de la crisis con las ondas largas, como un largo periodo de decenas de años, caracterizada por un desarrollo cíclico, dividido en fases de decrecimiento y crecimiento, igual que el capitalismo de los 3 primeros cuartos del siglo XIX. Es cierto, que el capitalismo puede tener a largo término un carácter cíclico, pero lo único que el capitalismo busca es la tasa de ganancia, la cual en tendencia decreciente bloquea la acumulación de capital, provoca la sobreacumulación y sobreproducción, la generalización de la crisis económica, las contradicciones se agudizan y los capitalistas quieren restaurar su rentabilidad aumentando la explotación, imponiendo a las naciones dependientes el pillaje de las riquezas que les sean más favorables, disputándose entre ellos las partes de un pastel con tendencia a disminuir, donde se impone una economía de guerra e intervenciones militares, etc.

En esta nueva etapa desde finales del S.XIX, la guerra imperialista pasa a formar parte de la superestructura del proceso de acumulación capitalista. El recurso a la guerra con el expolio y saqueo de recursos y materias primas, que implican también el aumento del infarto ecológico, y el aumento de la explotación por todo el planeta, son las salidas inmediatas a la crisis. La crisis toma bajo el imperialismo un carácter político, ya que sus alternativas profundizan en la recesión pidiendo mayores esfuerzos a la clase obrera y a la población mundial.

Los partidarios de las ondas largas, por tanto, caen en el economicismo y olvidan que la crisis económica estructural es una parte de la crisis general del capitalismo. Olvidan que durante la crisis estructural, las cuatro contradicciones se agudizan,  el antagonismo entre capitalismo y socialismo, entre oligarquía financiera y clase obrera, entre países ricos y países dependientes y entre los propios Estados imperialistas. No olvidemos que la crisis general del capitalismo a nivel mundial comenzó en su primera etapa (1910-1945) durante la I Guerra Mundial con la separación de la URSS del sistema capitalista y que el crack del 29, con el proceso de acumulación de capital totalmente bloqueado dió lugar a que la burguesía optara por el fascismo y el colonialismo (Alemania, Italia y Japón).

En la fase preimperialista, las crisis económicas cíclicas fueron características durante la etapa de maduración del modo de producción capitalista hasta el último cuarto del siglo XIX. En la fase imperialista la crisis capitalista toma un carácter general, donde la crisis económica produce una crisis política y una crisis ideológica. Crisis política e ideológica por cuanto la clase dominante ya no es capaz de reglamentar las relaciones entre los grupos que la componen ni de gobernar a las clases sometidas con las instituciones y concepciones existentes (de ahí que los estados capitalistas no puedan basar su dominio únicamente por la coerción y durante el imperialismo hayan afilado sus aparatos ideológicos de hegemonía). Por tanto, desde el comienzo de la fase imperialista, la crisis se trata:1) de una crisis general de toda la sociedad, en todos sus aspectos estructurales y superestructurales y no solamente de una crisis económica;2) de una crisis de larga duración que abarca muchos decenios, durante la cual la actividad económica de la sociedad se desarrolla a través de recesiones y reactivaciones a corto plazo, 3) de una crisis global que afecta a todos los países que forman parte del sistema imperialista de dominación.

No se puede olvidar que tras la IIª GM la denominada “onda larga”, la segunda etapa de la crisis general (1945-73) no ha sido ni tan próspera ni tan idílica:

  • En 1.951-52 se inicia la primera crisis de postguerra en Europa Occidental con la caída general de la producción;
  • en 1957-58 la segunda crisis con la caída del 14% del valor industrial en EE.UU. y la reducción de un 20% de las inversiones, estas pérdidas se aproximan a las de la crisis de 1929;
  • entre 1964-65 se suceden las crisis económicas en Japón y la RFA con la reducción de producción, ventas e inversión en los mercados nacionales;
  • en 1.966-67 en EE.UU. se produjo el descenso de la producción de bienes de consumo durarero y la caída de la inversión en la industria. La característica de esta crisis es que impulsó el incremento de los gastos militares para la guerra contra Vietnam, aumentando la producción de guerra, lo que evitó el descenso general de la producción industrial, pero por el contrario los elevados gastos de guerra elevaron la inflación y no evitó la desaceleración de la producción industrial que sólo creció un 1% en 1967, mientras el anterior lo hizo al 9%;
  • en 1969 con la reducción de los gastos y producción de guerra en EE.UU. desaparecieron las causas del retardo de la crisis cíclica (1966-67) con la caída de la producción industrial a un 7,5% a partir de julio;
  • la crisis de 1973-74 fue la más profunda y prolongada desde la de 1.929-33, preparó una nueva etapa de la crisis general del capitalismo. La primera consecuencia fue que la producción industrial del mundo disminuyera en un 10% y que el paro se extendiera a millones de trabajadores en Europa Occidental y Norteamérica. El descenso de la producción industrial anual fue del 9% en EE.UU, 10% en Japón, 6% en la RFA, 8% en Francia y 5% en Inglaterra.

Y tras el período de fuerte crecimiento se inicia el predominio del modelo neoliberal, tercera etapa de la crisis general (1973-…), con ratios de crecimiento económico moderado, colocando dos nuevas crisis económicas:

  • la crisis de 1.992-93 de mayor impacto en Europa y EE.UU. que en Japón con un crecimiento negativo del PIB menor que el año anterior; reducción de la producción industrial, aumento del paro y disminución de la inversión;
  • la crisis de 2.007-08 sigue la misma tónica que la anterior, crecimiento negativo del PIB, reducción de la inversión productiva, deflación, aumento del paro…

Estas 8 crisis habidas tras la IIª GM aparentemente cíclicas, son en realidad crisis estructurales y de carácter general en el ámbito de la lucha de clases,  con avances importantes y retrocesos amargos para el movimiento obrero y anti-imperialista.

La presente crisis económica que está siendo tan profunda y larga como la del 73, demuestra que el capitalismo se confiesa incapaz de desarrollar las fuerzas productivas de una forma contínua y armoniosa. Es la tendencia decreciente de la tasa general de ganancias la que sigue empujando a la oligarquía financiera, como fracción dominante del capital desde finales del siglo XIX, a utilizar de forma más permanente los mecanismos anti-crisis contra la clase obrera y los países dependientes, acumular más plusvalía, mediante políticas monetaristas e inflaccionarias que reducen el valor real de la fuerza de trabajo, el salario real, elevando la superpoblación relativa con obreros desocupados dispuestos a trabajar por menos salario; sirviéndose del comercio exterior para deslocalizar actividades hacia países con costes sociales más bajos; del intercambio desigual y la deuda externa en la periferia; e imponiendo guerras para el control de los recursos energéticos, etc.

Bajo este prisma capitalista, las contradicciones que están en el origen de las crisis nunca son eliminadas, existe una lucha encarnizada por las Transnacionales japonesas, yanquis y europeas respaldadas por sus respectivos Estados en la pugna por la hegemonía mundial, donde dentro de esta lógica capitalista, la clase obrera y las naciones subyugadas por el imperialismo, pasan a ser los peones sobre el tablero de esta batalla.

Todo eso lo conocemos desde la década de los 50 del S. XX, donde ya el liberalismo económico coincidía con la política de bienestar, Hayek convivía con Keynes en las políticas económicas y financieras de los Estados imperialistas y sus foros internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, GATT). Estas 8 crisis han sostenido estrategias de hegemonía, coerción y modelos de acumulación no uniformes, que se han sostenido en función de la lucha de clases. El predominio keynesiano de ayer fue producto de los 30 gloriosos años de la transformación de las relaciones de las fuerzas sociales internacionales, y si se desarrolló en hegemonía durante una etapa (1.950-80) fue por culpa de ese “maldito” movimiento obrero occidental con fuertes partidos comunistas con una potente hegemonía sindical, el socialismo eurosoviético, y la lucha antiimperialista en Latinoamérica, Asia y África, que forzaban al capital ceder en el campo social detrayendo ingentes cantidades de beneficios, que luego en menor medida la oligarquía financiera “rescataba” robando a a los trabajadores con la redistribución de la renta (fiscalidad indirecta), la especulación y la inflación.

Hoy bajo predominio neoliberal, se habla mucho de “crisis financiera”, de las hipotecas subprime, de crisis de EE.UU., de la bancarrota financiera de Islandia, etc., pero también se puede hablar de la crisis de la UE, de España, de Francia, de Italia, etc., lo que significa que la crisis, toda crisis capitalista, no es solamente financiera de la  que podría sobreponerse volviendo a instaurar un sistema financiero “viable”, “estable”, “regulado”… La socialdemocracia erróneamente plantea que la gestión neoliberal y la arbitrariedad de los ejecutivos del capital financiero, causaron la crisis, por esta razón, discuten sobre el “capitalismo casino” y el “mercado extremo” que violan las reglas democráticas, bajo este prisma se oculta que las crisis bajo el sistema capitalista son inevitables, y que éste se caracteriza por la anarquía de la producción, el desarrollo desigual y la intensificación de la explotación. La crisis es una crisis de relaciones sociales, entre burguesía y proletariado, de fuerzas productivas, entre las relaciones de producción capitalistas y la socialización creciente de las fuerzas productivas, es una crisis de relaciones internacionales, entre los propios Estados imperialistas y entre el imperialismo y los países dependientes sometidos, y los países o anti-imperialistas con relativa independencia en lo político y económico.

La crisis económica, tampoco es, tal y como piensan los trotskistas, una fase dentro de la onda larga, por la cual sólo veríamos en un determinado momento cómo se vuelve a la recuperación y el crecimiento, de forma automática, ya que, en estas condiciones de perennidad del capitalismo la crisis no sería mas que un episodio dentro de esa onda larga. La crisis estructural es por el contrario, la manifestación de que el capitalismo no puede salir de sus contradicciones, la manifestación de la crisis general que se expresa en las crecientes crisis estructurales. Y esta crisis, que puede devenir en revolucionaria en sus connotaciones políticas, a nivel mundial comenzando por los eslabones nacionales de la cadena imperialista, no sólo puede producirse a partir de una guerra mundial (como algunas corrientes izquierdistas plantean) sino también, a causa de una gran crisis económica, y el hundimiento financiero de las economías capitalistas. Es la posibilidad de la situación revolucionaria que sólo se puede dar en la lucha de clases.

5.3.7 Alternativas a la crisis

Marx y Engels revelaron la contradicción fundamental del capitalismo entre el carácter social del proceso de producción y la forma capitalista de apropiación. Esta contradicción, expresión concreta del antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, engrendra la crisis, el paro forzoso y una lucha de clases irreconciliable entre la burguesía y el proletariado, cuya consecuencia lógica es la revolución socialista y la sustitución del capitalismo por el socialismo. De este modo, la revolución socialista pasa a ser una necesidad histórica, ya que tiene una base económica, el carácter contradictorio de la producción capitalista. Necesidad histórica que debe confirmarse en la lucha de clases, circuito donde la resolución de las crisis favorable a las fuerzas de progreso no es automática.

El aumento de la maquinaria, de la productividad y del total de ganancias, provocan la tendencia hacia la disminución de la ganancia media. Esta última contradicción condena al capitalismo, no a un hundimiento automático, sino a una agravación de sus contradicciones internas, a una crisis general inevitable.

La crisis se resuelve o bien de manera reaccionaria, o bien por un salto hacia delante en dirección al socialismo y el comunismo. En el primer caso tiene lugar un retorno al bonapartismo, analizado por Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte, dictadura más o menos declarada, sobre las masas, las clases populares y el proletariado.

A eso nos viene la preguntita. ¿Entonces, cuántas alternativas políticas existen a las crisis?. Son sólo dos, la salida a la crisis o es revolucionaria con la ruptura de las relaciones de producción y la creación de otras superiores, socialistas, o inevitablemente se reorganiza el ciclo del capital bajo un nuevo modelo de explotación y acumulación con bases reformistas (crisis 1.951-52, en adelante) o neoliberales (crisis 1.973, en adelante). En los últimos 35 años hemos pasado del fordismo-keynesianismo al neo-fordismo/neo-liberalismo de los 90, modelo con dos repuntes de crisis de por medio, la de 1.992 (que coincidió con la desintegración de la URSS) y la actual. Crisis de hoy (2.008), que no es novedosa en lo fundamental, y que vuelve a ser otro repunte más de la crisis general, pero con la diferencia de que en Occidente no tenemos al activo preparado en la lucha de clases ni para el asalto frontal, para la guerra de movimientos como diría Gramsci, ni para la defensa numantina (correlación de fuerzas similar a los 50-70). No hemos organizado el sujeto revolucionario (clase obrera), no hemos afilado sus instrumentos de clase, ni mucho menos unificado a sus aliados potenciales, hemos retrocedido en la guerra de posiciones, sobre todo a nivel político e ideológico. La economía nos va por delante de la política y la ideología, que van por detrás, la hegemonía burguesa es absoluta.

Por tanto, estamos en una etapa de repliegue, y de ofensiva del capital bajo su forma neoliberal, a la que hay que frenar desde el movimiento obrero, y no fuera de él (precariado, multitudes, clases medias, etc), ya que el repunte de la crisis actual puede provocar un giro aún mayor de la acumulación neoliberal, no necesita el capital volver al Estado de bienestar espontáneamente sino se le empuja en las luchas de clase, y tampoco éste es el objetivo final del movimiento obrero, aunque en lo inmediato sean necesarias las luchas concretas para frenar al neoliberalismo ligandolas a la lucha por el socialismo.

Por tanto, históricamente se ha demostrado que es el resultado de la lucha de clases lo que condiciona la salida a las crisis y su forma, lucha de clases que interviene en todo el proceso, ya que el imperialismo aun siendo el capitalismo parasitario en descomposición, sin el elemento de la acción revolucionaria que intervenga, éste no perece automáticamente, tal y como creyeron y creen los defensores del derrumbe automático del capitalismo (Kautsky, Rosa Luxemburg, Negri…).

Esa teoría del derrumbe que toma la crisis estructural de sobreproducción de mercancías (subconsumo), trasladándose al ámbito de la circulación, de la realización de la plusvalía fuera de la producción, como crisis última, como el colapso y quiebra general del sistema capitalista a escala planetaria víctima de sus propias contradicciones, ha convertido al materialismo histórico en una mera teoría económica en la que la lucha de clases no tiene cabida.

La socialdemocracia alemana de principios de siglo XX planteaba que los males del capitalismo estaban originados por la depauperación creciente de las masas y la descompensación entre el aparato productivo, la producción, y la menguante esfera del consumo, el mercado. Según esta concepción el capitalismo tiene un problema crónico de realización de la ganancia que tiende a agravarse, solo hay que esperar el fruto maduro. Kautski, que no descartaba el momento de la ruptura revolucionaria, la postergaba hasta que hubiera condiciones para ello, la clase obrera debía con una estrategia a largo plazo desgastar al adversario, y sus armas eran únicamente el ámbito estrictamente electoral-parlamentario, más la lucha sindical meramente reivindicativa. La revolución socialista soviética y las insurrecciones en cadena en la Europa occidental refutaría la errónea concepción de los líderes socialdemócratas de la IIª Internacional y sus expectativas políticas.

Excepto Rosa Luxemburgo, todos los partidarios de esta teoría del derrumbe, dejan la historia en manos de las fuerzas productivas, confundiendolas con el desarrollo de la técnica, y abandonan la revolución por las reformas del capitalismo hacia su autodestrucción. El materialismo histórico, nunca ha planteado la tendencia del capitalismo hacia su derrumbe, ni su crisis general al margen de la lucha de clases en toda su amplitud, política, ideológica y económica. La crisis aquí adquiere un carácter más allá de lo meramente económico, es crisis económica, estructural y política, de dominación de clase. Es en el campo de la lucha de clases con el cambio de la correlación de las fuezas sociales, donde únicamente pueden resolverse las contradicciones del capitalismo. Para el materialismo histórico el capitalismo se derrumba con la crisis estructural de acumulación como telón de fondo, pero con la acción del movimiento obrero revolucionario que debe romper la envoltura del capitalismo, la superestructura política, jurídica e ideológica, el Estado capitalista, mediante la cual los expropiadores sean expropiados.

El capitalismo tampoco puede reformarse así mismo tal y como planteaba Hilferding, al creer que la preponderancia del capital financiero frente al industrial y mercantil, dotaba al capitalismo de un nivel de organización superior eliminando la anarquía productiva y su tendencia natural a la crisis, ignorando que si no hay ciclo productivo, no hay capital y acumulación, ya que de la existencia del capital industrial depende no sólo la apropiación sino la creación de la plusvalía, el resto de capitales son formas funcionales del capital industrial en la circulación (ver 2.6. ¿Quién compone el proletariado?, nota 36) y que el ciclo productivo bajo las leyes de acumulación de capital llevan ya el motor de la crisis (ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancias).

Marx y Engels sin caer ni en el utopismo ni en el determinismo metafísico, entendían la salida a la situación de la forma siguiente:

“…si no se dan esos elementos materiales de una conmoción total, o sea, de una parte las fuerzas productivas existentes, y, de otra, la formación de una masa revolucionaria que se levante, no sólo en contra de ciertas condiciones de la sociedad anterior, sino en contra de la misma producción de la vida vigente hasta ahora…en nada contribuirá a hacer cambiar la marcha práctica de las cosas el que la idea de esa conmoción haya sido proclamada ya una o cien veces…” (37).

La regulación de la ley del valor y la acumulación de capital son procesos de las relaciones de producción, procesos que se dan en un marco de relaciones de lucha de clases. El capital necesita subordinar el trabajo vivo constantemente, incorporar-domesticar-disciplinar-controlar-hegemonizarlo. Marx no nos explicaba el equilibrio y la armonía del MPC, sino la posibilidad de la crisis y su superación. La teoría del valor no describle ningún equilibrio del MPC, sino condiciones de la lucha de clases, de relaciones de fuerza, donde el capital vence al proletariado cotidianamente y en general. La superación del MPC, de lo espectral (mercado) y su objetividad (valor) sólo puede provenir de las relaciones de fuerza, de la lucha de clases, de la revolución. Marx en “El Capital” lanzó la consigna de expropiar a los expropiadores, y nos mostró que la acumulación de capital desarrolla la lucha de clases, pero no de una forma natural y evolutiva, hacia la expropiación.

Por tanto, la crisis estructural si bien constituye una premisa material para la situación revolucionaria de la agudización de las contradicciones internas del capitalismo, por sí misma no determina el derrumbe, como tampoco lo determina la creencia de que el capitalismo está condenado por el déficit de la plusvalía (Grossman) (38), ya que el cambio de modelo de acumulación con la adopción de las medidas anti-crisis o causas enumeradas que contrarrestan la caída de la tasa de ganancias, permiten una recuperación del volumen absoluto y frena la caída de la tasa de ganancias. La ley descubierta por Marx no indica una secuencia de inevitables descalabros que conducen al colapso del capitalismo, pero sí marca una contradicción que socava a este régimen social, planteando la conveniencia y necesidad del socialismo. Reemplazar la anarquía del mercado por la planificación socialista permitirá emancipar a la sociedad de los dramáticos efectos de las crisis que genera la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, abriendo un nuevo horizonte a la humanidad. En el capitalismo el estancamiento prolongado es tan inconcebible como el crecimiento ilimitado. Por eso hay que interpretar la crisis como una etapa y no como un período indefinido de parálisis productiva. La supuesta etapa final del capitalismo es teórica y empíricamente insostenible.

Precisamente las recesiones que siguieron a la IIª Guerra Mundial hasta la de 1973 han demostrado la gran capacidad de supervivencia del capitalismo y el carácter ilusorio de las profecías catastrofistas que anunciaban su derrumbe, criticadas por Gramsci (tesis de Rosa Luxemburg y la teoría de la revolución permanente de Trostki). La carta del fascismo latinoamericano de los 70 y su posterior caída política ha demostrado la capacidad del capitalismo de reponerse en la periferia, las dictaduras militares del cono Sur no han sido la antesala del socialismo, su caída no ha provocado la revolución que la lectura economicista y catastrofista anunciaba.

Gramsci criticaría mordazmente la interpretación automática de la ley de tendencia decreciente de la tasa de ganancias (igual que la teoría del subconsumo), porque al considerarse dicha ley como el motor inevitable que anuncia el juicio final (revolución), se contribuyó de forma irreparable a debilitar enormemente la capacidad de iniciativa histórica de la vanguardia política del movimiento obrero en Europa Occidental (IIª Internacional), al suplantar la elaboración de una estrategia política revolucionaria por la espera pasiva del derrumbe.

La tendencia decreciente de la tasa de ganancias no es una ley natural de gravedad, sino que en el terreno de la lucha de clases es una ley de tendencia dialéctica del desarrollo histórico del MPC (socialismo o barbarie), que muestra las contradicciones estructurales del capitalismo, pero no es la hora apocalíptica, no es su derrumbe automático, sino se le empuja en la lucha de clases, que es en el lugar donde se desenvuelven las tendencias a la superación y las contra-tendencias de la recuperación y mantenimiento del capitalismo. Y si la contradicción económica (crisis) se resuelve políticamente, la conciencia de clase del proletariado no se expresa en la lucha espontánea sin dirección política, ya que la verdadera conciencia de clase no es un efecto automático de las crisis, sino de la organización y la dirección política del sujeto revolucionario.

Mientras las relaciones de producción no suponen un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, éstas juegan el papel principal, pero cuando éstas no pueden desarrollarse sin crisis en el marco de las relaciones de producción dominantes el papel principal siempre lo determina la transformación de tales relaciones de producción, pero eso no nos dice que ésta transformación se produzca de forma autómata y pacíficamente. Por lo que si la contradicción fundamental fuerzas productivas/relaciones de producción nos sirve para definir teóricamente una situación objetiva en la que la revolución es posible, ésta no provoca per se una situación revolucionaria, situación en la que se dan un gran cúmulo de contradicciones de carácter de clase, de coyunturas nacionales e internacionales concretas (lucha contra la guerra imperialista o anticolonial, contra la reacción, contra la dictadura, etc.), lucha por la dirección del movimiento entre la estrategia revolucionaria y la reformista, de lucha e iniciativa general de las masas frente a la pasividad, independencia política del sujeto revolucionario frente a la incapacidad de gobierno y de reacción de la clase dominante, etc, que se condensan en una correlación de fuerzas de ruptura que posibilitan que la contradicción fundamental se resuelva favorablemente al socialismo.

Es en el marco de la coyuntura historico-concreta donde se resuelven las crisis estructurales, que no son sólo económicas sino también la acumulación explosiva de contradicciones sociales y políticas que desencadenan la oportunidad revolucionaria (crisis general), y si esta no se consuma, la salida de la crisis se produce dentro del capitalismo también políticamente pasando a formas de dominación autoritarias o democrático-burguesas (garrote o zanahoria), que expresen la hegemonía y dirección de la burguesía.

Un mecanismo anti-crisis que también interviene en la lucha de clases son las guerras imperialistas, que no sólo sirven para el reparto del mundo, control de mercados y recursos, y aumento de los beneficios de la guerra (complejo militar-industrial: destrucción-reconstruccción), sino que también cuando las luchas de clases son incontrolabres para el imperialismo, éste utiliza el militarismo y la guerra como mecanismo para autoregenerarse internamente en aras de la “seguridad nacional” frente a la revuelta social.

La crisis estructural, la no-correspondencia entre fuerzas productivas altamente socializadas y relaciones de producción caducas, base económica y superestructura jurídico-política no define mecánicamente el futuro socialista de la formación social afectada. La ruptura de esa contradicción o su reajuste en el modo de producción capitalista, depende del desenlace de la lucha de clases. Precisamente ante el período de estabilización posterior a la revolución soviética que acompañó el viraje de la lucha de clases con el retraso de la revolución mundial, Lenin no cayó en la posición economista, y fijó la conquista de las masas trabajadoras como la tarea política principal de los comunistas en la nueva etapa.

La posición economista-mecánica que se impuso en el movimiento obrero, condenó al fracaso no sólo la táctica y estrategia de la IIª Internacional, sino también de la IIIª Internacional que en los años 20 se deshizo de la política de frente único, considerando también el hundimiento del capitalismo como inevitable. Mientras el fascismo crecía, se volvía a caracterizar a las fuerzas productivas como el motor de la historia. La experiencia del fascismo en Italia y Alemania en un marco de crisis y decadencia del capitalismo, no sólo no engendraba por sí sola su enterrador, sino que desencadenaba fuerzas sociales reaccionarias terroristas, preludio de la contraofensiva del capital. Así lo entendía el camarada Gramsci:

“Ocurre casi siempre que un movimiento espontáneo de las clases subalternas coincide con un movimiento reaccionario de la derecha de la clase dominante, y ambos por motivos concomitantes: por ej., una crisis económica determina descontento en las clases subalternas y movimientos espontáneos de masas, por una parte, y por otra, determina complots de los grupos reaccionarios, que se aprovechan de la debilitación objetiva del gobierno para intentar golpes de Estado. Entre las causas eficientes de estos golpes de Estado yay que incluir la renuncia de los grupos responsables a dar una dirección consciente a los movimientos espontáneos para convertirlos así en un factor político positivo” (39).

La posición economista volvería a resucitar en la corriente eurocomunista, y nos explica el porqué de su fracaso en los países de Europa occidental durante los 70 en un período de crisis y situación revolucionaria (España, Portugal, Grecia, Italia y Francia), con fuerzas sociales revolucionarias poderosas, donde la situación era favorable para el movimiento obrero, pero donde la salida final fue la recomposición del sistema y la superación de la crisis con un nuevo ciclo de expansión del capital. A esto condujo el «compromiso histórico» y la «reforma» planteada por los Partidos Comunistas, que eran la vanguardia supuestamente revolucionaria de la clase obrera en aquella coyuntura histórica en Europa Occidental.

Si bien las crisis económicas del modo de producción capitalista, aportan posibilidades al nivel de la superestructura política, de convertirse en crisis políticas y situaciones revolucionarias que posibiliten el derrumbamiento del capitalismo, también aparecen en la escena las contra-tendencias a la caída de la tasa de ganancias (desvalorización masiva de los capitales, destrucción de las fuerzas productivas, intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo, etc.). Por lo que estas crisis económicas también juegan el papel de generar condiciones políticas para la reproducción ampliada y perfeccionamiento de la acumulación del capital. Por tanto, el economismo que ve en las crisis un factor mecánico de hundimiento del capitalismo, de la misma manera que ignora la necesidad de superar revolucionariamente la crisis política, también ignora la capacidad del capitalismo para superar su crisis estructural y hacernos pagar la crisis a la clase obrera. Sin la ruptura revolucionaria donde la contradicción fundamental (crisis-relaciones producción/fuerzas productivas) coincida con la revolución política, es imposible cambiar el dominio del capital. Cuando se habla de crisis general del capitalismo, se habla de la tendencia histórica,  de la crisis político-ideológica de dominación, de la lucha de clases y su desenlace.

Y este análisis parece ser también válido para una situación de crisis allá donde el socialismo todavía no ha triunfado definitivamente o está en fase de realización, dada la hegemonía de las relaciones capitalistas a nivel mundial en la etapa del imperialismo. El revés de la crisis soviética, por la contradicción estructural entre el carácter socialista de la producción frente al mercado, en una situación de crisis ante la falta de un sujeto revolucionario  y una vanguardia política que neutralizase la salida contrarrevolucionaria se saldó con la restauración del modo de producción capitalista, donde el último logro histórico y revolucionario de la revolución soviética, la economía planificada y nacionalizada, fue destruida por el gobierno pro-imperialista de Yeltsin con la privatización de toda la industria y la supresión de la propiedad estatal sobre la tierra. ¡Los expropiados volvieron a resucitar!.

La crisis que tiene un carácter general e internacional, tiene dos salidas. La nueva división internacional del trabajo pretende reforzar la supremacía de los países imperialistas, imponer la política neoliberal que recorta las conquistas sociales de la clase obrera, y el resurgir del militarismo y los conflictos bélicos regionales, forman parte de una misma estrategia del capitalismo orientada a dar una salida a la crisis contra la clase obrera y las naciones dependientes y oprimidas. Frente a esa estrategia, la unidad de la clase obrera de los países imperialistas y dependientes debe estar fundamentada en un proyecto de liberación social y nacional que conjure las agresiones militares imperialistas y de una alternativa revolucionaria a la crisis. Frente anti-imperialista por una salida revolucionaria a la crisis del capitalismo, Se trata de articular una alianza de todas las fuerzas anti-imperialistas con el objetivo de un nuevo orden económico internacional basado en la soberanía de los propios recursos, el intercambio solidario y el crecimiento equilibrado que supere las diferencias entre países desarrollados y países subdesarrollados.

Hoy con la crisis del 2008 hemos entrado en un nuevo periodo histórico de crisis, con guerras, contrarrevolución y revolución, periodo el cual se desenvolverá como resultado de la acentuación de las contradicciones en esta tercera etapa de la crisis general, se volverá a salir de la crisis a secas o del capitalismo en crisis. Los conflictos actuales en Afganistán, Irán, Irak, Pakistán, Somalia, Líbano, Palestina, etc, confirman que el capitalismo en su fase imperialista sigue optando por la salida a la crisis recurriendo a la guerra imperialista a gran escala. Igual que a principios del S.XX, el capitalismo en su ascenso de reforzamiento del capital financiero y monopolista, ahora en el siglo XXI en una nueva etapa de reforzamiento más avanzada cualitativamente, se vuelve a poner en entredicho el capitalismo y su dimensión imperialista, o sea, la dominación del sistema capitalista por las potencias que han sido los centros del capitalismo y el imperialismo, los EE.UU, la UE y Japón. No  olvidemos que en ocasiones sólo la guerra se ha mostrado capaz de destruir y desvalorizar capital en términos suficientes para que el capitalismo pudiera iniciar nuevas fases de expansión, tras el crack de 1929 con la implementación del Welfare State el capitalismo pudo recuperarse y aumentar la tasa de ganancia, pero no dispondría del pleno empleo ni tuvo un crecimiento significativo hasta la IIª Guerra Mundial, fue esta guerra que destruyó la mayor parte de la capacidad productiva de Europa y Japón la que crearía las bases materiales para la expansión de la postguerra. Precisamente las actuales guerras neocoloniales con la destrucción de capacidades productivas en la periferia permiten reorganizar los mercados internacionales, reestructurar la hegemonía imperialista creando condiciones para una nueva expansión capitalista.

El dominio de las potencias centrales se basa igual que siempre en la pretensión de monopolizar las tecnologías, los recursos energéticos y naturales, y el poder financiero, para garantizar el proceso de acumulación de capital frenando la caída de la tasa de ganancias, doblegando al movimiento obrero en el centro y en los países de la periferia. Pero el ascenso del movimiento anti-imperialista y de superación del capitalismo, entre los que destaca el papel de China en las relaciones internacionales (sin dejar de renunciar a avanzar hacia el socialismo de forma concreta), vuelve a poner en tela de juicio la dimensión imperialista del capitalismo y la hegemonía de los imperialismos históricos. No olvidemos que el centro imperialista no puede pasar sin la explotación de la periferia, pero esta si puede pasar del centro, ya que dispone recursos naturales, y recursos energéticos para desarrollar la tecnología, puede sustituir las exportaciones del centro por el desarrollo del mercado nacional y los intercambios entre países de la periferia. Y aunque esto es todavía capitalismo de Estado, en la fase imperialista, esta política choca con la dominación imperialista y favorece a la maduración de la conciencia de clase y comunista, tanto en los trabajadores del centro como de la periferia.

Estamos en un momento histórico en el que se ha limitado el proceso de acumulación neoliberal como estrategia imperialista para recuperar la tasa de ganancias, lo que genera crisis económica y de hegemonía. El rumbo del proceso dependerá de la correlación de fuerzas, el nivel de organización y conciencia que logren la clase obrera y los pueblos de cada país. La puerta de la salida de la crisis hacia el socialismo sigue entreabierta, sólo hay que empujarla, desde el movimiento obrero en Occidente y contra la dominación imperialista en Oriente.

5.3.8 La especulación y el neoliberalismo como expresión de la crisis estructural del capitalismo

            El sistema crediticio, que por una parte contribuye al desarrollo material de las fuerzas productivas pero al mismo tiempo acelera (no las crea) los estallidos violentos, las crisis. Ya Marx argumentó en El Capital que el sistema crediticio apareció como palanca principal de la sobreproducción y de la superespeculación en el comercio, al acelerar el desarrollo material de las fuerzas productivas, el establecimiento del mercado mundial, los estallidos violentos de las contradicciones materiales que generan las crisis y con ello los elementos de disolución del modo de producción capitalista. Según Marx, el crédito, como capital ficticio, aparece como fuerza impulsora de la producción capitalista, reduciéndo cada vez más el número de individuos que explotan la riqueza social y surge como fuerza que impulsa la forma de transición hacia un nuevo modo de producción (40). Para Marx el dinero no actúa sólo como medio de circulación sino como encarnación del trabajo social, como medida del valor de cambio que con su existencia autónoma le convierten en la mercancía absoluta. El sector financiero por sí solo no crea riqueza, se apropia de la generado por otros, permite al empresario disminuir la cantidad de capital adelantado para poner en marcha la producción. A la vez las bolsas de valores permiten movilizar el capital acumulado, catalizando la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia, y junto con el sistema bancario favorece la financiación de las grandes empresas.

La aparición del capital financiero agudizó la aparente diferencia entre la economía real, que es aquella en la que se crean bienes y servicios que satisfacen las necesidades en la que se invierte trabajo para la creación de valores de uso y de cambio, y la economía especulativa con la compra-venta de títulos de valor que van creando cadenas de ganancias especulativas en cada operación, cadena de deudas, sin que agreguen valor, generando una dinámica propia al margen de la economía real, en la búsqueda del máximo beneficio.

Bajo el capital financiero la especulación tiende a convertirse en la relación económica dominante del proceso de valorización del capital financiero. Lenin lo situaba así a principios del S.XX cuando el capitalismo alcanzó un nivel en el que aunque la producción mercantil sigue siendo la base de toda la economía, su reinado se quebranta cuando la mayor tajada de ganancias va a parar a los popes de las finanzas, vía especulativa. Especulación que tiene su base en la socialización de la producción, pero donde ese progreso al que ha llegado la socialización hoy, igual que a principios del S.XX, beneficia más que a nadie a los especuladores.

Lenin ha demostrado que la formación del capital financiero y su ascenso al papel dirigente, por encima de todas las demás formas más viejas de capital (industrial, monetario, comercial), es una de las cuatro características del imperialismo en el terreno económico junto a la supremacía de los monopolios, la prioridad de la exportación de capitales sobre la exportación de mercancías y el final del reparto del mundo entre los grupos monopolistas y sus Estados. El capital financiero es el capital dirigente durante toda la fase imperialista del capitalismo. Todos los grandes grupos capitalistas son ante todo grupos financieros, no sólo grupos productores de mercancías, ligados a un sector determinado de la producción de mercancías. Ellos se apropian de sus ganancias principalmente mediante las actividades financieras (aunque el valor del que se apropian haya sido creado -por otros- en el ciclo productivo de mercancías.).

A medida que disminuye el crecimiento del capital que puede ser invertido en la producción de mercancías, aumenta la parte del capital invertido en las actividades financieras, hasta convertirse en la parte principal y más importante de todo el capital de un país y del capital mundial.

Se retorna a los albores del capitalismo donde la circulación domina a la producción, el retorno de esta relación en la forma parasitaria de la especulación financiera sobre los procesos productivos se verifica como una  sobreacumulación de capitales o descapitalización. Esta involución se convierte en realidad a través del monopolio financiero transnacional como relación económica dominante de la sociedad capitalista, que potencia y otorga un papel determinante a la contradicción entre el capital real, vinculado a la producción y realización de la plusvalía, y el capital ficticio, vinculado a la apropiación de la plusvalía y el capital existente.

Marx en la sección 5 del libro III de El Capital, escrita en 1865, habla del capital financiero (que no por casualidad llama también capital ficticio) como de una forma de capital separada y distinta del capital productivo de mercancías. La fusión que lleva al capital financiero entendida en la segunda acepción y su conversión en la forma de capital dirigente de todo el sistema económico pertenecen a los decenios sucesivos a 1865. El predominio de esa forma dinero pone al capitalismo en una posición más vulnerable al estimular las crisis monetarias, que ya Marx contemplaba en El Capital:

“Mientras el carácter social del trabajo aparezca como la existencia en dinero de la mercancía, y por tanto, como un objeto situado al margen de la verdadera producción, serán inevitables las crisis de dinero, como crisis independientes o como agudización de las crisis reales.” (41).

       Para Marx las crisis de capital-dinero se mueve dentro de la orbita de los bancos, la bolsa y las finanzas. Esas crisis de capital-dinero que hoy llamamos crisis financieras expresan la maduración de las contradicciones en la formación de la tasa de ganancia y las condiciones de la realización del valor y la plusvalía. La formación “independiente” de estas crisis es consecuencia de la acumulación del capital y la formación de capital ficticio a gran escala. El contenido de las acciones y títulos es participar en el reparto de la ganancia que tiene su origen en la formación de la plusvalía en la producción. Las bolsas de valores son el termómetro que nos indica el cuadro del organismo capitalista, para un diagnóstico de la salud del capital. El descenso de la cotización en bolsa de las formas de capital ficticio indica la depreciación del capital real. Se borra así toda proporcionalidad entre la economía real y la economía ficticia, y desaparece la posibilidad de descubrir detrás de cada forma de la economía especulativa una forma económica real. Los valores falsos sólo funcionan como capital en tanto suponen el reparto de la plusvalía global y del capital acumulado, no porque contribuyan en la creación de la riqueza y ni siquiera de ganancia capitalista.

Las crisis capitalistas de hoy han ampliado el peligro de las burbujas financieras, capaces de destruir la estructura de las finanzas, erosionar el crédito con el aumento de los tipos de interés y provocar el desplome de la demanda real, la crisis de sobreproducción encubierta por el capital ficticio. La primera crisis de este tipo fue la de la gran depresión (1.929-33) que sólo encontró salida con el militarismo y la IIª GM (sobre el keyenesianismo militar ver apartado 3.2.9.1). Aquella crisis dió al traste con las teorías burguesas de la prosperidad perpetua y a la teoría del “capitalismo  organizado” curado de la anarquía y crisis, teorizado por Hilferding,  y el carácter prolongado de la estabilización capitalista, que eran entonces las hipótesis esgrimidas por la socialdemocracia de derecha.

Con el desarrollo del imperialismo el proceso de expropiación se desplaza de la esfera de la competencia de capitalistas a la esfera de la especulación financiera, convertida en el medio más efectivo de centralización monopolista. Hoy la oligarquía financiera transnacional se ve obligada a operar tanto en la esfera productiva como en la especulativa. Incluso los dueños de los más grandes medios de producción participan en la orgía especulativa porque se encuentran imposibilitados de convertir todo su capital en condiciones para la producción. La informatización permite la creación del soporte eléctronico que agiliza las operaciones financieras y facilita la conversión de la especulación en la forma dominante de la reproducción del capital.

A partir de la década de los 70 la caída de la tasa de ganancia industrial acentúa la tendencia del capital a moverse de la forma productiva y mercantil a la forma dineraria, y conduce a la acumulación de una inmensa masa de dinero sin capacidad de encontrar salida en la producción de bienes y servicios. La capacidad productiva sobrepasa la capacidad del mercado. Con la aceleración monetaria, la expansión del crédito, la proliferación de las acciones, obligaciones y toda clase de valores falsos, la interconexión de las bolsas como medio de concentración del capital y el crecimiento incesante de la deuda de los Estados y sus déficits económicos, crean las condiciones para una transformación definitiva de la relación entre el proceso de producción y la especulación financiera, de forma que la suerte del imperialismo queda ligada al dominio del capital ficticio, al simple título para la reclamación de dinero, y a la presión asfixiante de éste sobre el capital productivo. La especulación se convierte en la forma dominante de la reproducción del capital transnacional, con su permanente amenaza de derrumbre crediticio y depresión, sus fluctuaciones inestables de los precios de materias primas, productos agrícolas e industriales.

La especulación ejerce una presión que exige un rendimiento cada vez más alto de la economía productiva, un mayor margen de beneficio a costa de reducir los costes de producción con políticas de desregulación laboral, reducción del Estado de bienestar y mayor sobreexplotación de la fuerza de trabajo, esas son las políticas neoliberales de los Reagan, Tatcher, Gonzalez, Blair, Aznar, Berlusconi, etc, a nivel estatal, y la comisión europea de la UE y la OMC, FMI a nivel mundial. El neoliberalismo moderó los salarios, pero expandió el consumismo a costa de adelantar la apropiación de las plusvalías futuras por medio del endeudamiento masivo de los asalariados.

La tendencia a la especulación inherente a todo capital financiero se proyecta como la única posibilidad que se ofrece a este capital para completar su reproducción ampliada. Las recetas de regulación monopolista estatal restringidas al ámbito nacional están agotadas, y en adelante la economía tiene por brújula la especulación financiera y su carácter transnacional. Nunca como ahora el capital corría tanto riesgo al aventurarse en la senda de la producción, nunca el proceso de producción había sido una maldición tan poderosa para el capital. Pero la valorización real del capital se verifica únicamente en la producción, sin embargo,  la acción de la ley de tendencia decreciente de la tasa de ganancias desestimula la inversión productiva y el incremento de la productividad, pues ambos medios empleados para la valorización del capital conducen a la disminución del rendimiento relativo de la ganancia. Las potencialidades del capital que no se realizan en la producción demandan una forma parasitaria de realización: engullirse una parte cada vez mayor de lo producido, a través del reparto especulativo de las ganancias.

A diferencia del clásico capital a interés, el capital especulativo no promueve la producción de nueva ganancia para su posterior reparto, sino que parasita sobre la ganancia y el capital existentes. Se hace evidente que estos valores que no producen plusvalía constituyen la antítesis del capital. El capital especulativo se nutre del capital en funciones sin crear plusvalía y, por consiguiente, sin enfrentarse directamente a la fuerza de trabajo. Ya Marx situaba que el capital a interés no tiene de forma directa como medio antagónico al trabajo asalariado, sino al capital real, industrial o comercial, el capital prestatario se enfrenta como tal directamente al capitalista que actúa directamente en el proceso de producción y realización, no con el obrero asalariado, de la misma manera que la ganancia empresarial no configura una antítesis con el trabajo asalariado, sino con el interés (42). Es decir, el interés, la especulación, la ganancia, son una relación directa entre dos capitalistas y no entre el capitalista y el obrero, con el que se contrapone sólo de forma general como capital en el proceso de producción y valorización, en la creación y realización de la plusvalía, pero no en el reparto de la misma.

Actualmente la mayor parte de la ampliación del capital no se realiza ya a través del desarrollo de sus fuerzas productivas, sino de la especulación financiera, y el crecimiento económico no se sustenta de una manera proporcional con el crecimiento de la productividad social del trabajo. Y como la ley del capital es la de acrecentarse, se ve obligado a desatar una carrera especulativa. De ahí que las crisis se presenten como crisis financieras, siendo en realidad de sobreacumulación de capital. Por la sobreacumulación de capital, resultado del crecimiento de las plusvalías, relativa y absoluta, el capital no puede obtener la ganancia necesaria, recurre a las bolsas, y la desestabilización monetaria, para obtener lo que no puede lograr en la producción de bienes. Es decir, que las crisis de sobreproducción se ven acompañadas invevitablemente de crisis de sobreacumulación debido a la creciente composición orgánica del capital, el declive de la tasa de ganancias, y de superespeculación, porque los intentos de evitar la crisis de sobreproducción y sobreacumulación conducen a la crisis de superespeculación, lo que conduce, como dice Mar sobre la “crisis de dinero”, a la agudización de la crisis real.

       En su búsqueda por mayores beneficios, los capitalistas racionalizan la producción con más tecnología, aumentan la composición orgánica de capital, socavando a su vez la fuente de plusvalía (penuria relativa de plusvalía), llevando la tasa de ganancias hacia abajo. Por lo que la crisis de sobreproducción y sobreacumulación se manifiesta en un excedente de producción por un lado y un excedente de capital por otro, no es que no haya capital, sino que éste no encuentra inversiones rentables en la producción, por lo que se destina a la especulación financiera. Las políticas neoliberales de los 80/90 han profundizado la brecha entre la productividad y los ingresos reales, con sucesivos recortes sociales y salariales, para cubrir esa carencia, el capital financiero ha promovido la deuda de los consumidores y las burbujas especulativas. De esta forma el capital ficticio actúa como garantía de un endeudamiento mayor, lo que a su vez alimenta la burbuja financiera. El exagerado crecimiento del sector financiero y especulativo no se corresponde con la realidad de la producción. Esta es la razón del porqué las depresiones han ido precedidas de un desplome financiero y bursátil. Tal desplome da la falsa impresión de que la naturaleza de la crisis es financiera, pero la raíz se sigue encontrando en el sistema de producción: la contradicción entre el carácter social de la producción y su forma capitalista.

El inflamiento (o crecimiento rápido, tumultuoso y sin límites) de las actividades financieras a partir de los años setenta es un efecto, una de las manifestaciones de la crisis actual. Cuando las actividades financieras superan cierto límite, la crisis de superproducción absoluta de capital (que se origina y hunde sus raíces en el proceso productivo capitalista) toma el aspecto de una crisis financiera, de un desequilibrio del sistema financiero. La crisis económica se manifiesta también en las crisis financieras (crac bursátil, pérdidas de divisas, endeudamientos que se autoalimentan, etc.).

No son las actividades financieras, ni la oferta «excedente» de títulos financieros, ni los movimientos financieros los que determinan y provocan la crisis general de superproducción absoluta de capital. Por el contrario, es esta crisis la que hace aumentar las actividades financieras o monetarias por encima de todo límite; la que amplifica y acelera sus movimientos que a su vez se convierten en un elemento de crisis, en un síntoma de la crisis, siendo a veces la «gota que desborda el vaso» o la «piedra que provoca una avalancha».

Tras la crisis de 1929-33, Keynes, ignorando el carácter consustancial de la especulación como forma de reparto de las ganancias entre las diferentes fracciones de capitalistas, planteó el peligro de las burbujas financieras, creyendo que desde el Estado capitalista se puede evitar su estallido mediante la regulación del crédito con la política de favorecer la inversión productiva por delante de la inversión especulativa.  Esa inversión especulativa aumenta la masa de dinero y la cadena de deudas, hasta que dicha cadena se quiebra en algún punto por las deudas no pagadas. Cuando eso sucede, masas crecientes de capital dejan de invertirse en la economía real, donde se crea empleo y tecnologías, para desviarse a una actividad parasitaria minando el crecimiento de la inversión productiva y el consumo global. Es lo que acontece en la crisis del 2008.

Por tanto, si bien la historia de las crisis ha demostrado que pueden manifestarse al principio en el sistema financiero, se basan en la sobreacumulación de capital que se realiza en la esfera de la producción. Por eso, la crisis sigue siendo de sobreproducción y no financiera, lo que marca la direrencia es el grado en que el estallido financiero impacta a la economía real (empleo, consumo, producción de bienes y servicios). En la crisis actual (2007-08) los activos en juego no son instrumentos financieros sino viviendas, concretamente en el mercado inmobiliario español el fuerte endeudamiento de los salarios empujado por la especulación, han sobresaturado el mercado con más viviendas por habitante que en el resto de la UE (25 millones de viviendas para 17 millones de hogares), a lo que hay que añadir el creciente deshaucio de viviendas desvalorizadas por el impago de los créditos. En esta crisis tenemos sobreproducción de mercancías que no encuentran salida (viviendas y disminución de la capacidad industrial) y la sobreacumulación de capital con el estallido de la burbuja financiera en las condiciones del neoliberalismo. Las deudas e hipotecas, la fuerte expansión del capital ficticio y especulativo, forman las burbujas financieras, expansión que había mantenido el nervio de la inversión en un terreno poco firme, su estallido con el impago de la cadena de deudas creada por el capital especulativo destapa la base productiva de la crisis. Por ej., mientras el peso de la burbuja financiera, de las transaciones financieras es de 2.000 trillones de dólares la base productiva, el PIB mundial, sólo es de 44 trillones de dólares.

La ideología neoliberal pretende inculcar la ilusión de que se pueden generar beneficios únicamente de la esfera financiera al margen de la economía productiva, la denominada “economía real”. Nada más lejos de lo imaginario, las actividades financieras lo único que hacen es dirigir el proceso completo de acumulación del capital y reparto de los beneficios que se crean en la extracción de la plusvalía dentro del ciclo productivo y que se traslada a los ciclos monetario y mercantil. Las actividades financieras especulativas lo único que han hecho, como hemos visto, es agrandar artificialmente el mercado con créditos al consumo acelerando la sobreproducción.

El crack financiero con la quiebra y falta de solvencia de los bancos yanquis como Lehman Brothers e ingleses como Northern Rock hizo saltar las alarmas, el Estado capitalista fiel a su carácter clasista corrió a vaciar las arcas públicas para reflotar a la banca privada nacionalizando las pérdidas en vez de abandonarlos a su suerte trasladando la deuda al ya exague gasto público disparando el déficit público. Los EE.UU. impusieron un rescate de 700.000 millones de dólares para comprar la deuda de Wall Street. En Europa la nacionalización de las pérdidas ha debilitado al euro y ha endurecido las políticas neoliberales anti-crisis. Ya pasó a principios de la década de los 80. El fuerte endeudamiento de los países de la periferia que entre 1974-1980 que multiplicó por 6 su deuda externa (650.000 millones de dólares) y el déficit comercial por 8 (85.000 millones de dólares) debido a la importación de bienes de capital extratégicos para la industrialización dependiente sin aumentar correlativamente las exportaciones, provocó un endeudamiento mayor para compensar el déficit comercial. A principios de los 80 el aumento de los tipos de interés y la revalorización del dólar obligó a México a declararse insolvente poniendo a otros países en la disyuntiva de seguir sus pasos, afectando de lleno a los principales bancos ingleses y alemanes que si no llegaron a quebrar fue por el acuerdo establecido por los estados capitalistas de los países desarrollados para responsabilizarse administrando a través del Banco Mundial la insolvencia de los deudores. Solución política que alejó el crak en cadena.

La denuncia política del parasitismo financiero no debe sustituir a la caracterización económica de la crisis capitalista. Por eso, es totalmente cierto que la hipertrofia financiera ha crecido en las últimas décadas con la emigración de capitales hacia la actividad especulativa, pero ello ha sido debido a la crisis. La creencia de que la inestabilidad de la economía deriva de la volatilidad de la moneda, de las prácticas financieras de riesgo, es propia del neokeynesianismo. Se olvidan de que la pantalla monetario especulativa no es generadora sino receptora de los desequilibrios reales del capitalismo que siempre está configurado en la producción. Los fenómenos financieros derivan de la acumulación de capital de la misma forma que el dinero existe como medida del tiempo de trabajo social incorporado en las mercancías, en función de la ley del valor, sus funciones y su magnitud continúan sometidas a las exigencias de la producción. Nunca hay que olvidar que en última instancia el ciclo del crédito se contrae o se expande siguiendo al ciclo industrial, los bancos concentran y reparten la plusvalía creada en la producción. El capitalismo no funciona por el mandato de los especuladores, hay que buscar las raíces de los movimientos financieros en la producción. Los capitales financieros no son puro papel, cualquier forma de dinero es el equivalente a la existencia de valores surgidos de actividades productivas y derechos derivados de la creación presente o futura de plusvalía. Esta realidad tiende a quedar diluida en la crisis, cuando se interrumpe el ciclo del capital y todas las turbulencias parecen generadas en el ciclo monetario. Tener presente que la extracción, reparto y reinversión de la plusvalía son los cimientos del capital y que el dinero no es un fantasma, es esencial. Junto a la especulación financiera desde la década del 80 se ha dado una importante reorganización productiva, el aumento de la tasa de plusvalía, el comienzo de una revolución tecnológica de la información, el ascenso de la inversión en ramas punta, la nueva división internacional del trabajo, la irrupción del mercado chino, son fenómenos que el ilusionismo financiero oculta.

Los ingresos de los trabajadores se han estancado en los países capitalistas desde la década de los 90, el endeudamiento de las familias ha sido la respuesta del sistema para mantener el nivel del consumo a gran escala de los trabajadores de bienes durables (pisos, automóviles, muebles, etc.), sin posibilitar un crecimiento y estabilidad de los salarios, y que ha facilitado también las operaciones especulativas de la burbuja inmobiliaria, las materias primas y alimentos, bolsa y divisas. Mientras el valor de los salarios decaía, el consumo crecía en EE.UU. y se mantenía en la UE de la mano del crédito. De esta manera se vitaba la crisis de sobreproducción. El crédito al consumo ha sido el mecanismo que ha permitido seguir produciendo a escala mayor, a la vez este tipo de crédito produce sobre los trabajadores un efecto de disciplina laboral al depender de las cuotas no pueden jugarse mucho el empleo y el salario. No hay que perder de vista que el endeudamiento es además una forma de control social, pues una familia endeudada tiene una dependencia directa con el pago de la cuota bancaria mensual.

En conclusión, la solución capitalista al descenso de la tasa de ganancia y la crisis de sobreproducción reciente, ha consistido en la desregulación del sistema financiero que les ha permitido, por un lado, despojar a los trabajadores y pequeños ahorradores en la esfera financiera compensando el descenso de la tasa de ganancia en la esfera productiva, y por otro lado, expandir el crédito para crear un poder adquisitivo artificiar en los trabajadores por el endeudamiento.

¿Dónde encontrar la explicación al incremento del capital especulativo en la antesala de la crisis?, en el decreciente rédito de la plusvalía cuyo incremento no compensa la masa de capital empleada para producirlo, parte del cual es expulsado así de la producción para ingresar como fondos líquidos en todo tipo de especulación. El capital ficticio se alimenta de capital real. La crisis de sobreproducción de capital, prepara mediante este movimiento entre el capital real que es expulsado de la producción a causa del descenso de la tasa de ganancia, y el capital ficticio que infla la burbuja especulativa. Es el juego entre dos partes de un mismo capital como resultado de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia que culmina en la crisis de sobreproducción de capital. Sin embargo, los nuevos teóricos de la “crisis financiera” olvidan que las finanzas y la especulación no se desarrollan a parte del capitalismo, que la especulación tiene una función dentro del sistema, garantizar los préstamos a los hogares y las empresas para que prosiguiera el consumo. Ya lo decía Marx, que lo que al observador superficial le pueda parecer el exceso de especulación causa de la crisis, ese exceso no es más que un síntoma de sobreproducción.

Lo que hoy está en cuestión no es sólo la crisis del modelo neoliberal, ni el operativo financiero, sino la propia estructura del sistema capitalista. Aunque la primera manifestación de la crisis se haya dado en el terreno financiero, hace ya tiempo que estamos ante una crisis de sobreproducción y sobreacumulación. La estructura financiera con los créditos a medio y largo plazo promocionados por la banca han permitido que los salarios y el Estado (deuda pública) financien esa crisis de sobreproducción atrasando los pagos con el crédito, endeudando a las familias obreras, saturando los mercados, reduciendo la capacidad adquisitiva, aumentando la deuda pública, etc. Cuando el crédito ya no es suficiente para mantener el poder de compra, se destapa el exceso de producción sobre la demanda real, la sobreproducción encubierta queda al descubierto. En la crisis actual la subida de los tipos de interés del crédito ha saltado de la economía especulativa a la real de producción de bienes y servicios, disminuyendo la capacidad adquisitiva y contrayendo el crédito, el capital ficticio, afectando a las empresas productoras, familias obreras, y el gasto público del Estado. El crédito es la palanca artificial más importante de reproducción del sistema capitalista, supone la futura desposesión de la plusvalía aún no creada a costa de erosionar la capacidad de la demanda solvente, y condiciona que sólo inyectando dinero a la circulación monetaria es posible mantener un equilibrio precario entre la oferta y la demanda, sin evitar el estallido de una violenta crisis de sobreproducción.

El fundamento de la producción capitalista, la creación de plusvalía, ha comenzado a crujir bajo la enorme carga especulativa. La especulación financiera, en tanto valorización parasitaria de los capitales en la circulación resulta incapaz de satisfacer las exigencias de la ley general de la acumulación capitalista.

Por ello, insistimos en que la verdadera causa de la crisis es la agudización de la contradicción fundamental del capitalismo, la contradicción entre el carácter social de la producción y la apropiación capitalista, dejamos claro una vez más que el objetivo del capitalismo es la acumulación de la ganancia, que tiene su base en la creación y apropiación de la plusvalía, y no la satisfacción de las necesidades sociales de la población obrera y trabajadora. Esta es la base de la tendencia decreciente de la tasa media de ganancia generada por el aumento de la composición orgánica del capital, base de la contradicción entre la producción y el consumo.

5.3.9 ¿Existe un capital productivo independiente y bueno del capital financiero especulador y malo?

Ya hemos visto que la dinámica de la crisis da lugar a la sobreproducción de mercancías y a la sobreacumulación de capital, donde éste último no encuentra salida en el sector productivo por la caída de la tasa de ganancias. Esto hoy por hoy destruye el mito socialdemócrata de un capital productivo saludable por un lado, y un capital financiero parásito por otro. Fue Keynes quien estableció dos tipos de capitalistas, los industriales que invierten (capitalismo moral) y los especuladores (capitalismo inmoral). En realidad es el proceso de acumulación de capital el que impone las reglas. Si la regla es precarizar el trabajo, despedir o deslocalizar ¡ay de los capitalistas que no se ajusten a ella. Si el capital invertido en bolsa da más beneficios que el invertido en industria, a ver que monopolio industrial no cuenta con su departamento financiero que mueva dinero para aprovechar ventajas, comprando sus propias acciones para ascender en la lista de valores.

Lenin analizó la fase imperialista del MPC, que precisamente se caracteriza por la fusión del capital industrial y del capital bancario dando lugar al capital financiero. La fusión de ambos capitales no evita que haya una separación mayor entre la propiedad del capital y su aplicación a la producción, una separación entre lo rentista y lo industrial. Para Lenin la supremacía del poder financiero sobre todas las otras formas del capital significa la hegemonía de lo rentista y de la oligarquía financiera, significa una situación privilegiada para un pequeño número de Estados financieros sobre el resto. Son estos Estados los que hoy mediante sus organismos internacionales, imponen los índices de rentabilidad al sector productivo para recuperar la tasa de ganancias, lo que destruye otro mito sobre el que los Estados capitalistas habrían perdido su poder. Estos han abolido su poder de intervención social para dejar libertad absoluta al capital, para frenar la caída de la tasa de ganancias.

Lo que es típico de la fase imperialista es la fusión de las dos viejas formas de capital para formar la nueva forma dirigente del capital. Hablamos por tanto de un capital financiero en el que se funden en un todo único tanto las actividades productivas de mercancías, mediante las cuales los capitalistas extraen la plusvalía a la clase obrera, como las actividades financieras. Con estas últimas los capitalistas no sólo explotan económicamente también a otras clases de los países imperialistas y a los pueblos de los países oprimidos envolviéndolos en una telaraña de deudas, créditos y pagos y en una espiral de pagos a plazos, pólizas, impuestos, tarifas, derechos, patentes, intereses y precios de monopolio, sino que subyugan y dominan a unas y otros de mil maneras diferentes.

Todos los Estados han aplicado las reestructuraciones capitalistas alineándose con la política neoliberal de EE.UU. y Gran Bretaña, incluso con gobiernos socialdemócratas. El tratado de Maastrich y la estrategia de Lisboa y Niza, promovida por la derecha y los socialdemócratas neoliberales ha intensificado la competencia interimperialista y ha aumentado la explotación con el recorte del precio de la fuerza de trabajo, la liberalización de los mercados finacieros, las privatizaciones, el empleo precario, el alargamiento de la edad de jubilación, la privatización de las pensiones, enseñanza y la salud.

Es natural que se piense que estamos ante una crisis de carácter financiero y no de sobreproducción, ya que desde la socialdemocracia se sigue apostando que el capitalismo como sistema se puede reformar, y que éste no es malo, sino que los causantes de la crisis es culpa de especuladores, empresarios insolventes y excesos de codicia, vamos que existe un capital bueno, productivo, y otro malo, financiero y especulador.

Se suele culpar al modelo de capitalismo, ignorando que bajo el sistema capitalista en todos sus modelos, siempre ha habido deshaucios, paro y miseria. Lo que es una verdadera estafa es el sistema capitalista. En la crisis actual en vez de reclamar la nacionalización del sistema bancario, los socialdemócratas keynesianos aceptan una socialización de las pérdidas que aumenta la deuda pública y obliga al ajuste del gasto social. Denuncian los fraudes cometidos, pero los presentan como simples estafas de especuladores y chantajes de agencias calificadoras, ocultando que la especulación es una actividad constitutiva y no opcional del capitalismo. Atribuyen estos excesos a la ausencia de regulaciones (Krugman y Samuelson) y proponen resolver el problema con normas más estrictas, pero en el sistema bancario no faltan reglas, ni normas, ni supervisión, la estrecha vinculación entre los funcionarios y banqueros precisamente se ha acentuado en las últimas décadas, pero esta asociación no es nueva ya que acompaña al capitalismo desde su nacimiento. Precisamente ha sido esta estructura de reglas y normas lo que ha precipitado la crisis, los bancos no sufren la erosión de su eficacia por vacíos legales, sino por el impacto de la acción competitiva que busca mayores tasas de ganancia. La comprensión de este proceso requiere además aceptar que el Estado no es una entidad al servicio del bien común, sino una máquina al servicio de la clase dominante,. El socorro que reciben los bancos en esta crisis debiera de haber puesto fin a todas las fantasías keynesianas de retorno al estado de bienestar ya que ha sido muy visible cómo los financistas manejan los resortes del Estado en las situaciones críticas incluso con el apoyo de gobiernos socialdemócratas.

Al observar la tiranía de los financistas como un mal divorciado de la acumulación, se olvida el lugar estratégico que han ocupado en la reorganización del capitalismo neoliberal que contribuyó a imponer el incremento general de la tasa de explotación. Lejos de introducir una distorsión en el capitalismo han actuado en función de las necesidades del modo de producción. El dinero que alimenta estos procesos debe ser conceptualizado como un derecho de apropiación de la plusvalía, que crea el proletariado y confisca el capital. Sólo esta mirada permite evitar la presentación de la crisis actual como un error de las políticas gubernamentales o un acto de irresponsabilidad bancaria.

Mientras la socialdemocracia defienden una salida de “izquierdas” a la crisis sin romper el capitalismo, el marxismo-leninismo defiende que la crisis es inherente al sistema por la caída tendencial de la ganancia, que la crisis no es un problema sino una solución para el capitalismo, pues reinicia el ciclo de acumulación tras el estancamiento, la única salida a la crisis es salir del capitalismo. Mientras los socialdemócratas caen en el utopismo, los comunistas aportan el pragmatismo. Dentro del capitalismo no hay alternativas. Las reformas hay que ligarlas a la revolución, como decía Rosa Luxemburgo contestando al revisionista Bernstein, las reformas son un medio no un fin.

Está claro que existen empresarios, accionistas, corredores de bolsa, etc., con hábitos de codicia, y eso es además inevitable en el capitalismo por su propio funcionamiento, pero lo que nuestros amigos socialdemócratas ignoran es que aunque estos desaparecieran el sistema seguiría funcionando con crisis, ya que para Marx la crisis no es causada por un gen corruptor y avaricioso inventado y diseñado por empresarios y especuladores insaciables, sino por la propia lógica de acumulación de capital cuyo crecimiento está sujeto a unas relaciones de producción que estancan la economía cuando decrecen los beneficios del capital, causando la crisis de sobreacumulación tanto de mercancías como de capitales. La mal llamada “crisis financiera” es más un efecto o manifestación de las contradicciones del proceso de acumulación de capital y el carácter social de la producción.

Además, cuando el capital se concentra en la esfera financiera, en los bancos, en el comercio, en la circulación, se reafirma el proceso de desvalorización, porque ese capital no crea valor ni plusvalía en esa esfera, sino solamente en la producción, que es donde el capital articula la fuerza de trabajo (valor de uso) con los medios de producción para producir bienes y servicios (mercancías) por encima del valor de cambio anticipado (costes fijos y laborales) que revitalicen el proceso de producción capitalista en una escala superior. Por tanto, la búsqueda de la máxima ganancia en el ámbito financiero da un paso atrás en la unificación de los 3 procesos del capital (monetario, productivo y mercantil) se desvirtúa la reproducción ampliada de capital por medio de la esfera financiera y la especulación que mantiene capitales ociosos.

Pero la “financiarización” no constituye un proceso que favorezca solo a banqueros y especuladores, ya que es un el instrumento de todos los capitalistas para recuperar la tasa de ganancias, mediante el generalizado aumento de la explotación de la extracción de plusvalía que es lo que sostiene al sistema. El modo de producción capitalista funciona sobre las ganancias sacadas de la explotación, cuya continuidad exige renovación y ampliación del capital. Identificar al capital financiero con el parasitismo, sugiere una distinción con otros sectores de la clase capitalista, olvidando que la explotación productiva del trabajo ajeno no es un mérito social. Los banqueros son algo más que especuladores, cumplen una función estratégica para la reproducción del capital mediante la inversión del crédito en la producción, la justa denuncia de los especuladores no puede hacernos ignoral ese rol social. El proceso de comprar títulos, acaparar acciones de valor, sólo puede continuar si existe la producción y venta de mercancías, si el círculo completo (producción + circulación mercantil + dinero), se interrumpe será imposible absorver una plusvalía que no existe. Esta actividad no rentista, inversión y acumulación de capital, es el fundamento del sistema, que las finanzas anticipen la captación de su parte del botín no modifica su dependencia de la lógica material reproductiva del capital.

Para el marxismo-leninismo la fuerza de trabajo es el único factor productor de valor de uso y cambio, y por consiguiente, de plusvalía. Y cuando el capital no está en la esfera de la producción, sino en la circulación, es improductivo, como decía Marx: este proceso de realización es a la par un proceso de desrealización del trabajo (Grundisse).

Por tanto, el problema de la crisis no es derivado por la pugna entre el capitalismo especulativo y el capitalismo productivo, ni se arregla, como pretenden los Sarkozy y Merkel estableciendo controles, ni tampoco es un problema derivado de las políticas neoliberales, como piensa la socialdemocracia anti-neoliberal, de que es posible un capitalismo con rostro humano (tan imposible como una hiena vegetariana), sino que surge de las entrañas del sistema, y que tanto la especulación como las formas de acumulación del capital son consustanciales al capitalismo.  Los mercados financieros no son un injerto ajeno al sistema, sino que son el medio eficaz que dispone el capital para agrandar el mercado por encima de sus dimensiones físicas, la esencia del capitalismo sigue siendo la búsqueda del máximo beneficio que pasa por la explotación del trabajo asalariado a nivel mundial.

Por eso, no podemos resignarnos a tener como única meta la corrección de los excesos del capitalismo, limitando el desorden neoliberal sin cuestionar el fondo, es decir, el dominio del capital. La idea de presionar al capital para que deje de ser especulativo y se dedique a de lleno a la esfera productiva, no deja de ser un espejismo ya que su aplicación de por sí no supera el capitalismo. Combatir el capital especulativo es un indicador del derroche del sistema, pero no el medio para superar el capitalismo.

Espejismo porque, el sistema financiero es un mecanismo de la circulación del capital inmerso en el proceso de acumulación, el cual es imposible de eliminar, a no ser que se suprima el capital como función económica. Y si a esta reivindicación, de erradicar la especulación y repartir la riqueza, no acompaña un proceso de transformación revolucionaria que suprima el capital, acabaría por no ver que los actores que intervendrían para realizar tal política re-distributiva keynesiana no dejarán de ser los Estados-clase, que no son neutrales, volviendo a caer en la vieja posición economista de la lectura socialdemócrata y eurocomunista acerca de las transformaciones desde el Estado-neutral, posición anti-marxista sobre el carácter de clase del Estado capitalista y su  función antirrevolucionaria.

Por otra parte, ante la crisis del 2008 se equivocan quienes decretan muerto al neoliberalismo como estado perfecto para el dominio financiero y especulativo, por sectores socialdemócratas. Prueba de que ello no es así, es que todos los Estados capitalistas con gobiernos de derecha y socialdemócratas han invertido miles de millones en esta crisis para salvar a los bancos, mientras crece el paro y se moderan los salarios, socializando las pérdidas con un aumento del déficit público y una prolongación más profunda de la crisis con nuevas recetas neoliberales sobre los hombros de los trabajadores.

En un mundo en el que se dice que no hay dinero para las pensiones, las prestaciones sociales de desempleo, enseñanza, sanidad, etc., ahora resulta que sí lo hay, para los bancos. G. Bush que se negó a firmar una ley de cobertura médica para 9 mill. de niños con un coste de 4.000 mill. €, para salvar a sus especuladores de Wall Street todo era poco (700.000 mill.$). Esta “vuelta al Estado” que aparentemente contradice a una de las máximas del liberalismo puro, en el fondo sus consecuencias son claramente neoliberales y regresivas para los intereses populares, donde la oligarquía financiera tras su objetivo final de mantener la tasa de ganancia transfiere sus pérdidas a la clase obrera de sus países y del mundo entero. Socialismo para los ricos y capitalismo para los probres. Hoy por hoy las políticas de salida a la crisis que los Estados capitalistas propugnan siguen esa agenda neoliberal:

  • más liberalización del mercado laboral,
  • más desregulación de los servicios sociales,
  • más límites al gasto público social,
  • mayor gasto militar,
  • regresión de la capacidad fiscal,
  • ampliación de la jornada (65 horas),
  • intento de reformas laborales regresivas (flexiseguridad, directiva Bolkestein…),
  • reducciones salariales y supresión de cláusulas de revisión,
  • nacionalización de las pérdidas bancarias y ejecución de las hipotecas no pagadas, etc.

Recetas que delatan que la especulación financiera se afianza como el modelo contemporáneo de acumulación del capital junto al neoliberalismo.

La crisis estructural del capitalismo, bajo el neoliberalismo, no oculta sino que muestra de forma clarividente la imposibilidad del desarrollo pleno de las fuerzas productivas con las actuales relaciones de producción, que expulsan del mercado de trabajo a 1.000 millones de personas, al tiempo, que se produce un aumento del capital especulativo. Crece la monopolización y transnacionalización, la lucha interimperialista por el reparto del mundo, la contradicción creciente entre el carácter social de la producción, y la apropiación capitalista, confirmándose la tendencia al descenso de la tasa de ganancias.

Hoy en la actualidad, la lucha contra la crisis pasa por combatir el neoliberalismo como modelo hegemónico de explotación de la clase obrera, que no va abandonar el escenario histórico ni lo pretende. El movimiento obrero sigue teniendo el reto de jugar el papel principal en estas luchas tanto en el plano político como en el sindical.

Esta crisis se ha llevado por delante una cuarta parte de la riqueza mundial, y como consecuencia el cierre de fábricas y el desempleo masivo. Son los países que se salen de la órbita neoliberal del consenso de Washington, Bielorrusia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc., los que capean el vendaval al no adoptar los mecanismos de desregulación y recortes, consiguiendo aumentar los salarios de los trabajadores, el crecimiento económico y reducir el desempleo.

La defensa de la creación de empleo estable, la política industrial, la nacionalización de sectores estratégicos, el crecimiento del poder adquisitivo, la fiscalidad progresiva, el impulso de la actividad económica desde los poderes públicos (servicios públicos, escuelas, sanidad…), la prohibición de los deshaucios, son metas claramente antineoliberales que atacan a la forma de explotación reinante.

Pero no nos confundamos. Combatir el neoliberalismo con estos objetivos de reformas, avances, conquistas, significa combatir las consecuencias de la crisis pero no sus causas, que son mucho más profundas. Es indudable que la identificación de la clase obrera y sus organizaciones de clase con estos objetivos preparará las condiciones para metas mayores, ya que agudizará la lucha de clases, elevará la conciencia de clase, pero este combate contra las consecuencias de la crisis y el neoliberalismo, sería insuficiente sino se le añade la lucha por la superación del capitalismo.

Por tanto, luchar sólo contra las consecuencias de la crisis creyendo que ésta es la salida o solución de la crisis, no significa por mucho que se pregone erradicar las causas que la generan. La crisis sólo desaparecerá cuando el capitalismo muera. Hoy, cuando las luchas arrecian, el movimiento obrero tiene la obligación con esos objetivos agudizar las contradicciones de clase para acumular fuerzas y avanzar hacia el objetivo socialista que es y será la única alternativa posible al capitalismo y su crisis estructural.

5.4 Lenin en el análisis de la situación concreta y la política de alianzas

Decía Lenin que el análisis concreto de la situación concreta es el alma del marxismo, ya que el marxismo no es una teoría abstracta, sino una teoría que conduce a lo concreto. De hecho Lenin ha sido uno de los pocos revolucionarios capaces de no hacer del marxismo un dogma. Si en nombre de la pureza del marxismo nos colocamos en la simplificación de la teoría, ignorando la realidad concreta en la que acontecen las luchas de clase en cada ámbito, caeremos en el dogmatismo sea de ultraizquierda o de derecha.

En el terreno de lo concreto, el infantilismo nos ha llevado hacia consignas tan poco convenientes como las del social-fascismo y el reformismo a la espera indefinida a que el capitalismo real sea lo suficientemente puro para que la venida del socialismo puro sea entonces inevitable. Sin darse cuenta de que no existe un capitalismo puro de la misma manera que no existe un socialismo puro, y sí existen formaciones sociales históricamente concretas, donde la lucha de clases establece una jerarquía de las contradicciones y donde coexisten diferentes modos de producción con uno dominante. Por ello, el estudio de los procesos revolucionarios en la periferia como países avanzados en lo político pero atrasados en lo económico, y las condiciones historico-concretas en las que se dieron es necesario hacerlo desde una perspectiva internacionalista y de clase.

En los países europeos donde el modo de producción capitalista era dominante junto con otros en proceso de descomposición (servidumbre, comunal, etc.) y la superestructura política no se correspondía totalmente con el modo de producción dominante (como España y Rusia, por ej.), la existencia de un movimiento obrero que nacía de la industrialización, y las inconclusas tareas de la revolución burguesa, donde la burguesía ya desde 1.871 había agotado como clase toda su potencialidad revolucionaria, situó al movimiento obrero europeo en la disyuntiva de ¿qué hacer? en el terreno de la lucha de clases durante el primer tercio del siglo XX.

La restricción de las tareas del proletariado a la mera lucha económica hizo que los partidos que se amparaban bajo el paraguas del marxismo tuviesen un papel de comparsa en el proceso de la revolución democrática, adoptando una posición apolítica que era más común de los anarquistas que de los marxistas, al negar la participación del proletariado en la política en la lucha por las libertades democráticas.

Lo cierto es que la socialdemocracia como cuna del economismo y reformismo político, impedía ligarse a la lucha democrática necesaria para fortalecer y potenciar la organización del proletariado como clase, basándose en el principio absurdo de que la revolución burguesa se hallaba en pugna con los intereses de la clase obrera. El análisis ortodoxo de la IIª Internacional en el terreno de la lucha de clases operaba como una losa sobre las tareas revolucionarias. Tal análisis no entendía que la fuerza motriz y dirigente de la revolución democrática ya no podía ser la burguesía liberal, no entendían ni apoyaban la actuación independiente del proletariado en la lucha por las libertades democráticas, sólo entendían la mera participación en una revolución que no “era la suya” bajo la dirección política de la burguesía liberal, ir a remorque de la burguesía, adoptando como un dogma la reflexión de que entre la revolución burguesa y la socialista media una larguísima etapa, como los inviernos del ártico, y concluían que las masas semiproletarias, sobre todo el campesinado, eran pasivas, la lucha anticolonial imperceptible, y como consecuencia la táctica de alianzas era impracticable en ese terreno. Esta tendencia fue la que se impuso también en el primer tercio del siglo XX en España (43).

Estas “verdades” positivistas de la ortodoxia socialdemócrata, partían de la visión economista y metafísica de la lucha de clases, que se centraba en el mero desarrollo de las fuerzas productivas y de la proletarización de la sociedad como únicos elementos de transformación viables, donde mientras tanto la lucha política quedaba relegada a la posteridad, por lo que toda lucha obrera que fuese mas allá era criticada o frenada por la ceguera ecléctica de la ortodoxia. De esta manera la mayoría de la socialdemocracia europea se mostraba inútil para analizar en cada país la situación concreta, las propias tareas revolucionarias, e incapaz de establecer una política de alianzas. Inútil también desde una perspectiva universal comprender el carácter de la nueva época histórica, la época del imperialismo y de las revoluciones obreras.

Fue Lenin, quien ante tamaño desbarajuste, planteó la ley del desarrollo desigual del sistema, que expresa el desarrollo diferente de un sector de la producción a otro y de un país a otro en el desarrollo económico y político, lo que posibilita la ruptura revolucionaria en el eslabón más débil de la cadena imperialista, y no de forma simultánea, por el desigual desarrollo de las contradicciones, rechazando de pleno la tesis del automatismo de las crisis económicas y del hundimiento que dominaban todavía en la socialdemocracia de principios del S. XX (Kautsky, Rosa Luxemburg, Trotski…) como única respuesta válida a las tesis revisionistas del socialismo evolucionista de Bernstein. Para Lenin, bajo el imperialismo, el modo de producción capitalista sigue creando bases generales para su derrocamiento revolucionario, pero en cada país ésta ruptura se desenvuelve bajo premisas particulares que emanan del desarrollo histórico-concreto de la lucha de clases.

Lenin aplicó esta tesis al proceso revolucionario en Rusia, analizando la situación concreta de la formación social rusa, no en su estado puro (modo de producción) sino en su estado concreto (formación social), destacando cuatro elementos:

  • La incidencia de la cuestión agraria donde el 80% de la población era campesina, en un país llegado con retraso al capitalismo, que contrastaba con grandes núcleos industriales en Moscú y San Petersburgo y un escaso desarrollo en la relación burguesía-proletariado.
  • La primacía del elemento jurídico-político en un país atrapado durante siglos con las coerciones formales de tipo feudal (monarquía absoluta, terratenientes y nobleza), ejercidas por un brutal aparato burocrático-policial.
  • La importancia de la cuestión nacional en un Estado plurinacional negador de los derechos de las naciones oprimidas (cárcel de pueblos), por el proceso incompleto del desarrollo del mercado nacional.
  • Acumulación en Rusia de todas las contradicciones políticas y sociales que la colocaban a la cabeza respecto al resto de países occidentales: terratenientes-campesinado, capitalistas-obreros, nacionalismo opresor-naciones oprimidas, línea revolucionaria mayoritaria-línea reformista minoritaria en la socialdemocracia rusa, Estado zarista y burgués-soviets de obreros y campesinos, contradicciones interimperialistas Alemania-Rusia, etc.

De ahí nace en Lenin la preocupación sobre la cuestión agraria, la conexión de la lucha política y económica en su confrontación con el economismo, sobre la cuestión nacional y el derecho de autodeterminación. Elevándose como máximo defensor de la hegemonía del proletariado en el proceso la revolución democrática de Rusia, planteando que la clase obrera no debe jugar un papel auxiliar de la burguesía, ya que la burguesía rusa dependiente del capital extranjero, era incapaz de dirigir su propia revolución frente al zarismo, y también porque el camino elegido por la burguesía liberal rusa pasaba por su integración en el bloque histórico dominante en alianza con la clase terrateniente, donde el zarismo era la superestructura jurídico-política que más se le ajustaba a esta alianza.

Lenin llegaría a la conclusión de que en un país atrasado que aún no ha conquistado la democracia burguesa, la revolución burguesa puede ser más beneficiosa para el proletariado que para la propia burguesía al fundir la lucha democrática con la organización del proletariado en torno a la lucha política por la república democrática.

Por el contrario los mencheviques planteaban no intervenir en el proceso y dejar que la burguesía se las compusiera con la nobleza, mientras destacaban sólo la lucha económica en la organización y acción del proletariado. Ya durante la revolución de 1.905 en aplicación de ésta filosofía menchevique, el partido debía dejar que la dirección de la lucha política de las masas la encabezaran los liberales hacia reformas constitucionales, y la socialdemocracia como partido del proletariado dar su apoyo, impidiendo que el  Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) participase siquiera en el posible gobierno provisional, esperando que éste plagado de burgueses liberales dirigiese la insurrección armada, que ya se daba espontáneamente hasta en el ejército –Potenkim-, y que fueran éstos burgueses liberales los que pactaran con el zar la Constitución.

En el lado opuesto la resolución de los bolcheviques pasaba por luchar por la República democrática, generalizar la insurrección armada, participar en el gobierno provisional, partiendo de la base de que las fuerzas motrices de la revolución democrático-burguesa eran la clase obrera y el campesinado frente a los latifundistas, la gran burguesía y el aparato del Estado zarista.

Mientras los mencheviques (minoría del POSDR) definían una política de alianzas con la burguesía liberal, jugando el proletariado un papel secundario, y negaban cualquier alianza con el campesinado, los bolcheviques planteaban la alianza con el campesinado donde el proletariado debía jugar el papel dirigente en la revolución democrática.

Esta formulación de Lenin de lucha por la República democrática, se hacía desde una perspectiva de ligar la lucha democrática con la lucha por la revolución socialista en primer orden, impidiendo que la revolución democrática se corrompiese bajo la hegemonía de la burguesía liberal dispuesta a pactar con el zarismo. Lenin apostaba por la hegemonía obrera para la destrucción completa del zarismo, neutralizar a la burguesía y llevar hasta sus últimas consecuencias la revolución democrática, la reforma agraria, y la creación de un ejército popular para sostener la dictadura democrática del proletariado y el campesinado, acelerar el proceso de revolución democrática y aglutinar a la mayoría del pueblo hacia el socialismo.

Para Lenin la clase obrera debía de convertirse en dirigente de todas las fuerzas sociales contra el absolutismo primero, superando la posición menchevique de ir a la zaga de la burguesía liberal, y encabezar ese mismo movimiento hacia la revolución socialista. Aspecto que más tarde en Octubre de 1.917 se materializaría a través de la alianza obrero-campesina, una vez conquistada la mayoría de los soviets obreros, por medio de la insurrección popular y armada que neutralizó el poder de la burguesía aupando el poder soviético.

Para los mencheviques la revolución por el contrario dependía de un amplio desarrollo económico y político burgués, presidido por un gobierno burgués, relegando al proletariado a una oposición pasiva en política y activa en lo económico, considerando a la burguesía como fuerza motriz dirigente, al proletariado como fuerza auxiliar, y al campesinado como una fuerza reaccionaria (¿). En coherencia con este planteamiento se daría la paradoja que con una dualidad de poderes tras la revolución democrática de febrero de 1.917, los mencheviques y eseristas siendo mayoría en los soviets de obreros no reivindicaban el poder para sí sino para la burguesía con la consigna de Asamblea Constituyente.

En cuanto a la guerra imperialista, la mayoría de la socialdemocracia europea afirmaba de forma vulgar que una victoria proporcionaría un desarrollo más rápido del capitalismo, lo que aproximaría el socialismo, por lo que la clase obrera de cada país estaba interesada en la victoria de “su” gobierno, abandonando toda perspectiva internacional del carácter del proceso revolucionario socialista.

Otros como Trotski, desde su teoría peculiar de la “revolución permanente”, planteaban el paso directo al socialismo, sin luchar por la etapa democrática, sustituir directamente el Estado zarista por el Estado proletario, donde la lucha no la llevaría la mayoría de la población, sino el proletariado contra el zarismo y la nación burguesa, prescindiendo de las reivindicaciones y la alianza con el campesinado (reforma agraria) y los pueblos oprimidos (derecho de autodeterminación).

La correlación de fuerzas en el análisis político de León Trotski, brillaba por ausencia, siendo así que Trotski relegaba al campesinado el papel de convidado de piedra en la revolución democrática y negaba capacidad revolucionaria alguna a cualquiera de las clases que no fuera el proletariado, dejando a éste incapacitado para ejercer la política de alianzas tácticas y estratégicas y el cambio de la misma ante la correlación de fuerzas entre las clases.

Mientras para Trotski el análisis político del proceso revolucionario era el pronóstico, el vaticinio de su resultado (el socialismo), Lenin utilizaba el análisis político como herramienta para influir en los acontecimientos históricos hacia el objetivo máximo. El fatalismo histórico de la socialdemocracia era similar en Trotski ya que éste también vaciaba de todo contenido la política entendida como una actividad de clase independiente, y encadenaba la actividad creativa del proletariado impidiendole emprender una política propia de alianzas de clase. Lenin desarrollaba el marxismo como método científico, no por su resultado, su objetivo final, cual planteamiento utópico más. Para Lenin no se trataba de pronosticar el resultado, “socialismo o barbarie”, sino de orientar la actividad  consciente de la vanguardia política hacia la transformación de las condiciones objetivas y subjetivas que permitan la realización de la tendencia histórica hacia el socialismo por medio de la lucha de clases

La anticipación del socialismo, no ofrece al proletariado la orientación política necesaria en cada momento. Mientras  Trotski adelanta el resultado del proceso histórico, Lenin ilustra al proletariado de las tareas inmediatas para cubrir con éxito el trayecto que va de la autocracia al socialismo. Mientras para Trotski el campesinado debía de optar o seguir a la burguesía o seguir al proletariado, para Lenin la política de alianzas suponía la realización de concesiones al campesinado (reforma agraria) para forjar la alianza obrero campesina por la revolución y dictadura democrática.

Más adelante en el proceso previo a la revolución de Octubre Trotski tampoco sería capaz de ver que tras la revolución de febrero la burguesía apoyaba su gobierno y su dictadura por su alianza con el campesinado, la burguesía no buscó aquí el acuerdo con la autocracia similar al de la revolución de 1.905, el bloque burguesía-campesinado se erigió en la base social de la revolución democrático-burguesa, ante ello sólo Lenin y los bolcheviques expresaron la necesidad de romper ese bloque con una política de alianzas que acercar al campesinado al campo del proletariado y la revolución socialista, aislando a la burguesía. Trotski caería también en el mismo error al catalogar el problema revolucionario del poder político con una forma de gobierno, su reivindicación de gobierno obrero no pasaba de ahí reduciendo el problema del poder proletario a un simple cambio de gobierno, mientras que Lenin supo encarar el correcto análisis de la situación concreta para guiar la actividad política del proletariado hacia el combate por la forma nueva no del gobierno sino del Estado, que el partido bolchevique visualizó en los soviets.

Si exceptuamos a Gramsci, Lenin no fue entendido ni por los más revisionistas de la IIª Internacional, ni por los más revolucionarios de la Europa occidental que se movían con la premisa de la espontaneidad de las masas y la teoría del derrumbe automático, partiendo del análisis del modo de producción capitalista en su estado puro, ignorando la formación social y los movimientos de respuesta que existían como elementos de descomposición del imperialismo: movimiento campesino, de las nacionalidades y el de lucha anti-colonial.

La IIª Internacional esperaba la revolución en el país económicamente más avanzado, en el eslabón mas fuerte de la cadena, porque no consideraba la cadena imperialista completa y sólo tenía en cuenta las consideraciones económicas. No entendían la política de alianzas de clase. No entendían la problemática de la cuestión nacional y campesina. No entendían que la voluntad de los campesinos de acceder a la propiedad de la tierra aun siendo una aspiración burguesa, daba alas a su potencialidad revolucionaria al dirigirse contra los grandes propietarios llevando a cabo incluso acciones insurreccionales. No entendían que la opresión del campesinado por el Estado ruso era insostenible (el 92% de los impuestos directos los costeaba el campesino), y que la entrada de los campesinos en la lucha por la tierra ponía sobre el tapete la ruptura de la alianza entre la burguesía y el campesinado vomo clase que había dado vida al Gobierno provisional. No comprendían el dilema de que la rebelión campesina en un país mayoritariamente agrario o era dirigida por la clase obrera o sería dirigida por la burguesía liberal. No entendían que el campesino pobre era mayoritario y componía la cantera proletaria del campo con el desarrollo del capitalismo. No entendían que la reivindicación de la nacionalización de la tierra y su reparto a los campesinos para su explotación bajo formas de propiedad colectiva o individual era el único medio para romper las bases sociales y políticas que arrastran al campesinado a la contrarrevolución (44). Tampoco entendían la necesidad de organizar en sindicatos de clase a los obreros agrícolas en contraposición a la burguesía agraria (kulaks) y los terratenientes (44*). No entendían en definitiva, la necesidad de una alianza interclasista en torno a la hegemonía del proletariado y su partido.

Lenin con la mirada puesta en la revolución socialista, anticipaba ya en abril de 1.917 la apertura de una nueva etapa de la revolución democrática cuando los campesinos se separen de la burguesía en su lucha por la tierra, tarea democrática que solo podía ser satisfecha con la victoria de la revolución socialista.

En definitiva, la socialdemocracia ortodoxa e izquierdista entendían el fondo de la cuestión, que la realidad socio-clasista de Rusia en febrero de 1.917 (45), un tercio de los proletarios estaban ligados al campo, el 40% de los obreros eran inmigrados de origen campesino, y el ejército de 15 millones de soldados estaba compuesto mayoritariamente por campesinos, por lo que ¡el campesinado era numérica y sociológicamente la clase principal del proceso revolucionario ruso, reserva revolucionaria de la clase obrera!. ¡¡¡Y no lo entendían!!!.

Y es esa misma capacidad de incomprensión la que ignora el desarrollo desigual del capitalismo a nivel internacional, las especificidades concretas de cada formación social, el análisis de la situación concreta del eslabón más débil el cual puede darse tanto en la periferia como en los países mas industrializados. Esta incapacidad es la que condicionará las pasadas y futuras capitulaciones revolucionarias de la IIª Internacional, tanto en Bernstein como en Plejánov, Kaustky y Trotski (socialismo en un solo país).

La ortodoxia de la socialdemocracia no atendía a la necesidad de una nueva teoría del partido vanguardia de masas, de la dirección obrera en la revolución democrático-burguesa, de la alianza obrera-campesina y de las nacionalidades oprimidas  y colonizadas frente al capitalismo en su fase imperialista.  Y fue en la cuestión nacional, donde Lenin logró profundizar en el análisis marxista, donde otros fracasaron. Para el marxismo ortodoxo las diferencias nacionales sólo se medían por el nivel de las fuerzas productivas. Predominaba la teoría del ultraimperialismo. Mientras que Lenin veía las contradicciones interimperialistas, el desarrollo desigual y la división política de las naciones en opresoras y oprimidas, en dependientes e independientes.

Ni Kautsky, ni Trotstki veían que la dominación económica que ejerce el imperialismo en los países atrasados se traduce sólo en un desarrollo parcial de las relaciones capitalistas. El desarrollo multilateral de las fuerzas productivas está truncado bajo el dominio del capital en la periferia, caracterizado por el dominio clasista de las viejas clases (terratenientes) en alianza con la burguesía compradora y especuladora que emerge de la economía de exportación y de las inversiones de capital extranjero, los burgueses usureros y comerciantes que acapararon el poder político no tenían ni tienen el menor interés en impulsar el desarrollo de la industria nacional, que fue matada en la cuna cuando el librecambio abrió las puertas desde el S.XIX hasta nuestros días a la avalancha de mercancías inglesas y yanquis. El desarrollo industrial se produce en función más de los intereses del capital financiero imperialista que de la burguesía industrial, que ve como sus intereses como burguesía nacional son cercenados.

La ortodoxia de la socialdemocracia consideraba a toda la burguesía del país colonial como contrarrevolucionaria, incluyendo a la burguesía nacional no vinculada al capital imperialista, de base industrial. Mientras para  las tareas que la revolución debe abordar de forma inmediata son las del socialismo internacional independientemente de que se trate de un país avanzado o atrasado económicamente, opresor u oprimido, para Lenin partiendo de las relaciones internacionales bajo el imperialismo, hay países imperialistas y países oprimidos, y mientras en los primeros la tarea inmediata si las condiciones están maduras, es la revolución socialista, para los segundos se trata de preparar las premisas para el socialismo: llevar a priori las tareas democráticas y de liberación nacional.

Lenin estableció una línea de demarcación con la ortodoxia de la IIª Internacional que consideraba que una nación oprimida o colonia no podría independizarse hasta que no se produjera la revolución proletaria en la nación imperialista. En el problema nacional y colonial fue el máximo defensor del derecho de las naciones a su autodeterminación, de la descolonización del mundo colonizado, considerando una necedad política hacer depender la emancipación de colonias como la India de la revolución en las metrópolis como Inglaterra. Sobre esta base en el decreto sobre la paz redactado por Lenin, la URSS fue el primer Estado que planteara el problema de la supresión de las colonias y la liberación de los pueblos, anulando todos los tratados impuestos a los pueblos de Oriente y estableciendo con todos ellos relaciones equitativas. Por primera vez en la historia un Estado de naturaleza proletaria dirigía su política exterior a no colonizar ni explotar a ningún país, dando apoyo a cualquier forma de lucha contra la opresión nacional. El 3 de diciembre de 1.917, el gobierno soviético publicó el Llamamiento a todos los trabajadores musulmanes de Rusia y el Este, que decía:

“Musulmanes de Oriente, persas y turcos, árabes e hindúes, todos con cuyas cabezas y bienes, con cuya libertad y patria venían regateando centenares de años los piratas rapaces de Europa, todos cuyos países quieren repartirse los saqueadores que comenzaron la guerra: No os amenaza la esclavización por parte de Rusia ni de su gobierno revolucionario, sino por parte de los tiburones del imperialismo europeo, quienes convirtieron a vuestra patria en su propia colonia saqueada. ¡Derrocad pues, a esos piratas y opresores de vuestros países! ¡No les dejéis seguir saqueando vuestros hogares natales! ¡Debéis ser dueños de vuestro país! ¡Debéis organizar vuestra vida como queráis!. Tenéis ese derecho, pues vuestro destino está en vuestras propias manos” (46).

De este posicionamiento internacionalista de Lenin se elaboraría en lo inmediato el apoyo a los movimientos nacionales en India (Gandhi) y China (Kuomitang), movimientos en los cuales la IIIª Internacional orientaba a trabajar dentro de los mismos.

Lenin sentó escuela sobre el análisis de la situación concreta y la política de alianzas necesaria y favorable a la clase obrera en cada momento, sin abandonar la perspectiva general del objetivo final que tiene en cuenta el carácter cambiante e histórico de la globalidad, a la vista de la correlación de fuerzas.

5.5 Los objetivos de la revolución socialista y política de alianzas en Gramsci

Gramsci partía de la relación dialéctica entre las condiciones objetivas (crisis del capitalismo) y las subjetivas (la actividad consciente de las masas bajo una dirección política) para que fraguara la salida revolucionaria a la crisis. Esta tesis fue confrontada al Partido Socialista italiano (PSI), que ante la existencia de la crisis capitalista y las posibilidades revolucionarias que abría permanecía inactivo dejando que se desarrollaran espontáneamente los acontecimientos, y se confrontaba también a la posición bordigista dentro del Partido Comunista de Italia (PCI) que esperaban la situación revolucionaria y el derrocamiento como quien espera un accidente climático o un movimiento sísmico, coincidiendo con los reformistas en la concepción economista del progreso. Los reformistas patrocinaban el evolucionismo pacífico al socialismo y los bordigistas hacían del “socialismo o barbarie” una bandera apocalíptica, la espera mesiánica sustituía a la espera pasiva escatológica del fin último, del rapto de los justos, esperanza ilusoria del quietismo político.

En el panorama italiano de principios de los años 20 se configuraba un cuadro en el que bajo el predominio del reformismo y el bordigismo, no existían una unión dialéctica entre los movimientos de masas (obrero y campesino) y la lucha revolucionaria por la conquista del poder político.

Gramsci plantea la necesidad de una política de alianzas sociales, bajo la hegemonía del proletariado con el consentimiento de las clases aliadas y subalternas. Situa la necesidad de organizar en torno a la clase obrera un bloque de alianzas como bloque histórico, que surge a partir de la lucha de clases donde existen dos fundamentales, pero que en la práctica también hay otras clases, capas y fracciones que intervienen. El desarrollo de la lucha de clases da lugar a la formación de alianzas en la que se forman los dos bloques antagónicos con contradicciones internas que se dejan de lado coyunturalmente. Esta característica se ha dado en todos los modos de producción con la particularidad de que en el capitalista las clases que encabezan los bloques son las clases fundamentales (proletariado y burguesía), no así en el feudalismo donde el bloque histórico revolucionario lo encabezó la burguesía y no los siervos (base de la explotación feudal) que se aliaban en el bloque revolucionario junto a la burguesía, en la búsqueda de la liberación social.

Para Gramsci las fuerzas motrices de la revolución italiana de principios del S. XX, eran la clase obrera industrial, el proletariado agrícola y los campesinos. Partiendo de esta base Gramsci planteaba la necesidad de establecer alianzas que permitieran a la clase obrera convertirse en la clase dirigente, movilizando a su entorno contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de los trabajadores, lo cual suponía el deber de ganarse el consentimiento del campesinado como fuerza motriz principal (clase más numerosa). De ahí la posición de Gramsci por sostener la tendencia que vaya hacia la descomposición del poder de la clase dominante y su bloque histórico (alianzas de la burguesía con otras clases o fracciones: terrateniente, aristocracia obrera, campesinado), integrando los movimientos de las capas, clases y fracciones oprimidas en el movimiento general revolucionario. La conclusión es profundamente dialéctica, dado que la burguesía no ejercía su dictadura de clase únicamente a través del Estado, sino también a través de su hegemonía en torno a la cual mantiene sometidas a una serie de fuerzas sociales y clases de la sociedad civil (campesinos, intelectuales…) necesarias para el proceso revolucionario del proletariado.

Precisamente el movimiento consejista turinés, no fue capaz de superar su limitación sectorial y provincial, porque tanto el PSI como la CGIL no sólo no se pusieron a la cabeza del movimiento, sino que además no disponían de una política de alianzas, capaz de extender el movimiento a todo el país y unir la ciudad y el campo, de unir a las fuerzas sociales aliadas. Gramsci descubrió que los consejos obreros del norte de Italia cayeron porque luchaban solos, y comenzó a plantear un proyecto alternativo que uniese a los obreros del norte con los campesinos del sur. Pero para ello es necesario plantear en el programa proletario medidas que den solución a los problemas del campesinado, presentando de esta manera el movimiento comunista como el mejor defensor de sus intereses inmediatos de los campesinos. Es decir el proletariado debe ganarse al campesinado, no por la vía de presentar un programa socialista puro, sino defendiendo los intereses propios del campesinado que no entren en contradicción con el proceso revolucionario socialista. En la historia encontramos diversas enseñanzas, ya que ninguna revolución actúa una sola clase, los plebeyos simpatizaron con los esclavos en su lucha contra los patricios, los campesinos veían con buenos ojos la abolición de los derechos feudales propuestos por sectores de la burguesía durante la revolución burguesa, lo mismo que en la epoca de las revoluciones socialistas, los pueblos colonizados, el campesinado, los grupos indígenas de Latinoamérica son aliados potenciales a la revolución socialista y acogen con entusiasmo todo apoyo del movimiento comunista contra sus opresores.

Estas fuerzas y clases no proletarias pueden ser potencialmente revolucionarias. Por eso es necesario que el proletariado arranque a todas las clases explotadas y oprimidas de la influencia de la burguesía y las someta a su hegemonía, de no ser así el proletariado aislado caería bajo los golpes del bloque social burgués. Precisamente el campesinado francés ha marcado históricamente el resultado de las luchas de clase en Francia, ya que ha sido uno de los baluartes de apoyo del orden burgués, y en consecuencia uno de los obstáculos a la revolución socialista en un país sacudido históricamente por la combatividad ejemplar del proletariado. Los estrategas de la burguesía francesa han sabido apoyarse por medio de compromisos, forjando una alianza interclasista sólida entre la pequeña propiedad campesina cuyo sostén, desde los Bonaparte a la Comuna, a la crisis posterior de la Iª Guerra Mundial, al Frente Popular y al gaullismo, en los momentos decisivos de la lucha de clases, casi nunca le ha faltado (47).

Los propios Marx y Engels ya inducían a pensar lo mismo en el Manifiesto del PC al considerar que la lucha de clases en el capitalismo condicionaba la creación de dos grandes campos, habiéndose simplificado las contradicciones de clases al identificarse cada vez más los dos campos enemigos con las dos grandes clases fundamentales que se enfrentan directamente: el proletariado y la burguesía (48). Tal reducción de las luchas de clase en el capitalismo arrastra al resto de las clases y fracciones de clase presentes, a tomar partido por uno u otro campo.

En el marco del desenlace de la lucha de clases, bajo las sociedades explotadoras, Marx y Engels consideraron como una tendencia necesaria e inevitable es el que cada nueva clase que sustituía a la que dominó antes presentara su interés particular de clase como el interés común de todos los miembros de la sociedad, para a favorecer sus fines de clase explotadora, universalizando sus ideas como las únicas racionales dotadas de vigencia natural y absoluta. Ello siendo lo característico en la sucesión de las formaciones socioeconómicas bajo dominación clasista basadas en la explotación, es distinto para el proletariado quien no puede presentarse con un interés particular disfrazado por encima de la sociedad, y por tanto no puede presentarlo mística e ilusoriamente como el interés común, ya que la clase obrera se opone desde el principio a la burguesía no como clase, sino como representante de toda la sociedad, de toda la masa de la sociedad expropiada, frente a la única clase dominante. (49). Sólo la clase obrera puede en nombre de toda la sociedad, erigirse en clase dominante como representante universal y fundir su emancipación con la de la sociedad en general, ya que su propia liberación supone la liberación de la sociedad entera al suprimir la explotación de clases. Y por tanto no necesita esconder sus objetivos de clase de lucha por el socialismo y abolición de la explotación y para ello debe ganarse a su campo a la mayoría social mediante una correcta política de alianzas.

No entender esto significa hacerle el juego a la contrarrevolución. Gramsci advertía de que si el proletariado no era capaz de ganarse a las masas campesinas, éstas buscarán sus dirigentes políticos cayendo en manos de la dirección política de la pequeña burguesía reaccionaria, convirtiéndose en reserva de la contrarrevolución. En dicho sentido, criticaba la posición positivista del PSI que despreciaba el Mezzogiorno y a las masas campesinas negando cualquier tipo de alianzas. De ahí que Gramsci planteara en la importancia de que el proletariado superará sus intereses estrechos económicos-corporativos, teniendo en cuenta los intereses de las clases aliadas sobre las que debe ejercer la hegemonía del bloque histórico revolucionario, estableciendo un equilibrio de compromiso, o lo que es lo mismo que la clase obrera antepusiera los intereses políticos de clase a los intereses económico-corporativos cediendo sacrificios en ese orden para conquistar la confianza y el consentimiento de los campesinos y las capas semi-proletarias:

“…El metalúrgico, el carpintero, el albañil, etc., no sólo han de pensar como proletarios y no como metalúrgico, carpintero, albañil, etc., sino que tienen que dar un paso mas: tienen que pensar como obreros miembros de una clase que tiende a dirigir a los campesinos y a los intelectuales, como miembros de una clase que puede vencer y puede construir el socialismo sólo si está ayudada y seguida por la gran mayoría de estos estratos sociales. Si no se consigue eso, el proletariado no llega a ser clase dirigente, y esos estratos, que en Italia representan a la mayoría de la población, se quedan bajo la dirección burguesa y dan al Estado la posibilidad  de resistir al ímpetu proletario y doblegarlo” (50).

El proletariado se convierte en dirigente si se propone una política de alianzas que permita movilizar a la mayoría de la población trabajadora contra el capitalismo, entonces la hegemonía se entiende como la dirección intelectual-moral donde la clase obrera como fuerza social supera el particularismo, sacrifica parte de sus intereses inmediatos, se universaliza y mediante compromisos políticos dirije a las otras  fuerzas sociales trabajadoras. De esta manera la clase obrera comienza a disputar el poder político de la clase dominante, a romper con su subordinación y a cobrar la iniciativa histórica llendo más allá de los intereses económico-corporativos, desarrollando su capacidad para establecer alianzas, compromisos, concesiones, adquiriendo conciencia plena de sus objetivos no sólo económicos sino también políticos y culturales, a través de su partido como intelectual colectivo. Sin la superación de ese estatus económico-corporativo la clase obrera como fuerza social no dispondrá de capacidad de hegemonía sobre el resto de las clases dominadas (51).

Jorge Dimitrov en su discurso en el VIIº Congreso de la Internacional Comunista llegaría a igual conclusión:

“A nosotros nos afectan todos los problemas importantes, no sólo del presente y del futuro, sino también de los que forman parte del pasado de nuestro propio pueblo, pues nosotros, los comunistas, no practicamos la política mezquina de los intereses gremiales de los obreros. Nosotros no somos los funcionarios limitados de las Tradeuniones ni los dirigentes de los gremios medievales de artesanos y oficiales. Somos los representantes de los intereses de clase de la más importante y grande de las clases de la sociedad moderna, de la clase obrera, que tiene por misión emancipar a la humanidad de los tormentos del sistema capitalista…Nosotros defendemos los intereses vitales de todos los sectores de trabajadores explotados, es decir, de la inmensa mayoría del pueblo en todos los países capitalistas…No somos partidarios del nihilismo nacional…La misión de educar a los obreros y a todos los trabajadores en el espíritu del internacionalismo proletario, es una de las tareas fundamentales de todos los Partidos Comunistas. Pero el que piense que eso le permite, e incluso le obliga, escupir en la cara a todos los sentimientos nacionales, de las amplias masas trabajadoras, está muy lejos del verdadero bolchevismo…El internacionalismo proletario debe aclimatarse, por decirlo así, en cada país…Las formas nacionales que revistre la lucha proletaria de clases, el movimiento obrero en cada país no están en contradicción con el internacionalismo proletario, sino que, al contrario, es precisamente bajo estas formas como se pueden defender también con éxito los intereses nacionales del proletariado” (52).

Aquí vemos con claridad una posición similar a la de Lenin y Gramsci, análisis de la situación concreta, superar el gremialismo corporativo de clase, política de alianzas, defensa de los intereses de la mayoría social por la emancipación de todos los trabajadores, internacionalismo proletario aclimatado a las condiciones nacionales (bloque histórico).

Habiendo dejado de ser desde mediados del S.XIX, la burguesía una clase revolucionaria, aquellos aspectos revolucionarios de carácter democrático inconclusos por la revolución burguesa coinciden con los intereses de las clases, capas y fracciones oprimidas, que deben ir con el proletariado como aliadas. Por eso el problema de la tierra y de la cuestión nacional debe ser integrada como parte del compromiso que el proletariado adquiere con ellas en el proceso revolucionario, huyendo de posiciones chovinistas que la propia burguesía utiliza contra los proletarios de unas naciones contra otras, o del pasivismo ante las cuestiones democráticas y de reformas, que alejan a la clase obrera de sus potenciales aliados, promoviendo la propia división en la clase obrera, donde los aparatos del Estado burgués mina la batalla a través de sus casamatas incrustadas en la sociedad civil, ampliando su base de apoyo a través de la pequeña burguesía y la aristocracia obrera.

En su crítica hacia el corporativismo de clase, Gramsci arremete contra la posición de Trotski, el cual era contrario a mantener la alianza obrero-campesina después de la revolución socialista viendo la alianza con fines instrumentales para la revolución democrática. Gramsci veía necesario para mantener la hegemonía del proletariado como clase dominante el sacrificio de los intereses inmediatos en aras de la alianza que permite el consentimiento de las clases subalternas hacia el poder soviético y su posición favorable al proceso revolucionario. Y el propio Marx también situaba en su tiempo que el proletariado industrial para poder triunfar tiene que ser capaz de hacer inmediatamente tanto por los campesinos como la buguesía hizo por los campesinos franceses en su revolución burguesa (53).

Lenin también expresaba esta idea para la realidad de la sociedad rusa, donde siendo la mayoría de la población el campesinado, y mientras la revolución no estallara en los países capitalistas más avanzados, la revolución soviética sólo podía salvarse mediante el acuerdo entre el proletariado y el campesinado (54), donde la clase obrera asume el papel hegemónico, de guía del conjunto de la población trabajadora rusa, superando la visión gremial y corporativa en la política proletaria. Alianza necesaria además para la construcción del socialismo aun a sabiendas del carácter dual del campesinado como trabajador y pequeño burgués, don la política proletaria debe aprovechar lo primero para reforzar la introducción del trabajo cooperativo socialista de forma gradual, emulativo y con la mecanización, y lo segundo para controlar el carácter especulativo de la economía mercantil agraria con la tendencia hacia su autodisolución de forma paralela a la introducción de las relaciones de producción socialistas.

Al decretar en el Congreso soviético la ley agraria, Lenin sabía perfectamente que sólo a través de la experiencia, los campesinos podrán optar por la forma de producción que más le conviene, que lo más importante para los campesinos en lo inmediato era saber que no había terratenientes y eran dueños de su propia tierra, por lo que era una ilusión creer que se iba a salir de las formas capitalistas implantando relaciones socialistas de improviso sin la maquinaria más moderna, y sin un cambio en la psicología pequeño burguesa campesina. En el debate del partido bolchevique en el XIVº Congreso (1.923) al calor de la NEP Preobrazhenski y Trotski exegían reforzar el crédito hacia la industria pesada, para emprender el proceso de industrialización socialista. Evidentemente ello hubiera supuesto en aquel momento debilitar la alianza obrero campesina poniendo en riesgo la dictadura del proletariado. Mas tarde en 1.929, sería la lucha de clases en el campo, lo que impondría el giro en la política económica del partido, apoyándose éste en los campesinos pobres (partidario de la colectivización) y favoreciendo al campesinado medio para emprender la colectivización y liquidar a los kulaks como clase.

Otra cuestión que debemos de clarificar es la cuestión de la hegemonía en Gramsci sobre la alianza interclasista previa a la revolución, ya que los revisionistas siempre se han atrincherado en este término para pervertir la terminología hacia el reformismo. Por ello dejaremos claro que para Gramsci es imposible que el proletariado sea totalmente hegemónico ya antes de la conquista del poder político, puesto que cuando el bloque social dominante se resquebraja, y la espontaneidad cotidianade la subordinación a la clase dominante se cuestiona, ésta se sustituye por la coacción (represión, golpes de Estado, etc.), de ahí que el proletariado en su momento de máxima hegemonía sobre las clases subalternas aliadas y frente a la crisis de dominio de la burguesía, debe estar preparado para reaccionar contra los intentos punitivos de ésta, debe defender con las armas y la violencia revolucionaria de las masas las posiciones conquistadas. Para Gramsci, frente a las amenazas de los golpes de Estado y la represión, era tan nefasto como ilusorio responderlos con discursos, panfletos y esperar que las clases dominantes respetaran la revolución inminente, ya que llegado a un punto la simple forma de lucha de protesta (huelga general) puede ser insuficiente frente a la reacción represiva y militar de los aparatos del Estado gobernados por una burguesía incapaz ya de aceptar su propia democracia declarada inservible a sus fines.

Es decir, el concepto de hegemonía al período previo y preparatorio de la situación revolucionaria e incluso posterior, no se identifica con la conquista gradual del poder político por el proletariado, no hay en Gramsci la idea de conquista gradual (planteamiento eurocomunista de los años 70 en Europa occidental) de los poderes sin estallido revolucionario. Lo que Gramsci plantea es que el poder de la clase dominante no puede subsistir sólo con uno de los factores de que se dota la reproducción del sistema, el poder coercitivo del Estado por un lado (policial y administrativo) y el poder ideológico por otro (consentimiento de la explotación u opresión por las clases subalternas). Ya hemos visto en el punto sobre los paralelismos de la revolución burguesa y proletaria, el cómo mientras la burguesía puede conquistar la hegemonía en la sociedad civil previo a la toma del poder frente al feudalismo al ser una clase poseedora, mientras que el proletariado no puede conquistar la plena hegemonía al ser una clase no poseedora, antes de haber conquistado el poder político.

La hegemonía en Gramsci en el período preparatorio debe entenderse como un proceso de constitución del bloque histórico revolucionario entorno a la clase obrera, donde el Partido Comunista como intelectual colectivo se haya ganado previamente la vanguardia, obteniendo cierto grado de hegemonía intelectual y moral sobre el proletariado. A partir de ahí (hegemonía de las posiciones revolucionarias en la clase obrera + constitución del bloque histórico revolucionario donde la clase obrera es la fuerza social hegemónica en alianza con otras) sólo a través del ataque frontal en la situación revolucionaria puede proyectarse hacia la hegemonía total en la sociedad civil.

Es sobre el carácter clasista del Estado y la cuestión del poder político como terreno para la lucha por la hegemonía del proletariado donde Gramsci también diferencia la pequeña de la gran política. Para la clase dominante en el capitalismo su tarea hegemónica pasa entre otras cosas por mantener a los dominados entretenidos dentro de la pequeña política, lograr que la lucha de clases no se manifieste en el campo estatal, y que la misma se reduzca a la pugna en su interior sobre las cuestiones cotidianas, reivindicaciones inmediatas, sin llegar a cuestionar el dominio estatal de clase. Por ej. en las democracias burguesas actuales los parlamentos escenifican “grandes” debates de pequeña política, sobre todos los aspectos de la vida nacional, siempre que se mantenga la intocabilidad de las relaciones de producción dominantes, y se previene que no entren en la discusión la “gran política” tendente a reordenar la sociedad y el poder estatal sobre bases revolucionarias acorde con los intereses de las clases subalternas.

En todos los modos de producción explotadores la ideología dominante ha actuado como mecanismo de hegemonía, perfeccionándose en el capitalismo como el medio más importante de consentimiento de las clases subalternas. No olvidemos que la conciencia de clase es objetiva, y sino prende en las masas no hay nada que hacer. Las ideas de la clase dominante que tienen raices en las relaciones de producción son las ideas dominantes de la sociedad, esclavista, feudal y capitalista. Cuando el despertador suena a las 4 de la mañana y los obreros se levantan para caminar a que les exploten rutinariamente de forma pacífica, sin métodos extraeconómicos de represión, sin el látigo, asumen objetivamente por la necesidad de supervivencia la ideología burguesa, ya que la producción social determina la conciencia social como fuerza ajena, que no es nuestra, que es de la clase dominante, de las ideas dominantes, de la burguesía imperialista que hoy como ayer no dejará que dispongamos de nuestra fuerza, de nuestra propia conciencia de clase revolucionaria. Por eso la ideología burguesa dejará objetivamente de ser dominante en la medida en que la revolución nos coloque en el socialismo, y comenzará a dejar de ser dominante en la medida en que el poder de la burguesía se tambalee y caiga. Así lo expresaban ya el Marx y Engels de La Idelogía alemana:

“..tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases” (55).

Gramsci también definía la crisis orgánica (situación revolucionaria) como momento en el que el bloque histórico de la clase dominante se tambalea y ha dejado de ser clase dirigente pues ya no aparece como solución a los problemas de los grupos sociales que formaban el bloque histórico. Es en ese momento cuando el bloque histórico antagonista es capaz de conseguir derribar el sistema social y establecer un nuevo bloque histórico dominante y dirigente, con una nueva base económica y nueva base de poder político estatal capaz de dar solución a los problemas de la sociedad.

Por tanto, la auténtica hegemonía de la gran política para Gramsci se expresa en todos los dominios, en el ideológico, el político y el económico. Fundamentalmente es a través del poder político de la clase dominante el cómo se estructura y realiza su hegemonía sobre las demás clases, y que tienen como base la hegemonía en la relaciones sociales de producción. No se puede hablar de hegemonía política, ideológica y menos económica del proletariado en el capitalismo, hasta que el proletariado no se haya erigido en dominación política con la revolución. Se puede hablar como hemos dicho de cierta pérdida de la hegemonía en el ejercicio del poder de la burguesía como desgaste momentáneo, pero no como pérdida real y definitiva, sino como crisis de hegemonía del bloque político-social dominante en la coyuntura histórico-concreta, ruptura del consenso en los dominados que ya no consienten. Desgaste y crisis que el proletariado agudiza a través de la acción y dirección de lucha de clases ante la situación concreta, consiguiendo ampliar su base de alianzas sociales y políticas. Pero aún así, la hegemonía de la burguesía no se rompe en todos los dominios hasta que el proletariado y sus aliados no hayan:

  1. Suprimido el aparato de Estado, represivo, ideológico y administrativo, con la tendencia hacia la superación de la división entre gobernantes y gobernados.
  2. Transformado las relaciones capitalistas de producción por las socialistas, emancipando a la clase obrera de la explotación.
  3. Promoviendo la revolución cultural e ideológica comunista. Reforma moral e intelectual en Gramsci.

Sólo a partir de esos pilares la hegemonía del proletariado es total en los tres dominios ya que el proletariado bajo el capitalismo no puede acceder al dominio total en ninguno de los tres dominios, puede presentar batallas y marcar correlaciones de fuerza en la lucha de clases, pero tales dominios no cederán sino se les hace caer. Este proceso no puede acabarse sin la revolución proletaria, donde el proletariado consigue constituirse como clase dominante por la dictadura del proletariado.

La posición de Gramsci sobre el término de hegemonía, por tanto, no tiene nada que ver con esa posición dominante en parte de la izquierda (socialdemócrata, eurocomunista, tercera vía, nueva izquierda, etc.) de renuncia a la toma del poder, auto-condenandonos a permanecer como fuerzas eternas de la oposición al capitalismo, en aras de la construcción de una hegemonía en las nubes. Gramsci desarrolla la posición marxista-leninista con su concepción de la guerra de posiciones como forma de combate dirigida a concentrar en torno a la clase obrera el mayor grado de hegemonía arrancando a las clases aliadas potencialmente revolucionarias del campo de la hegemonía burguesa, pero con la vista puesta en la conquista del poder en un Estado capitalista más resistente y con ramificaciones (trincheras) a través de la sociedad civil. Para Gramsci la conquista del poder no consiste solo en la capitulación y conquista de los órganos de coerción (aparato-burocrático militar) sino también y previamente en la conquista de las masas para el asalto revolucionario. Tampoco consiste sólo en la destrucción del sistema capitalista, sino tambien en la construcción de una sociedad nueva que niege históricamente el orden social injusto que le precede.

Consecuentemente con este análisis Gramsci se levantaba contra el embellecimiento de las tareas parlamentarias, a las que consideraba como una actividad mas supeditada a la política de masas pero no la fundamental, planteando las dificultades que tiene la reducción de la acción política a este nivel, dada la capacidad integradora de los mecanismos del sufragio universal (elecciones cada cuatro años) y de neutralización a través de los aparatos ideológicos del Estado contra la extensión de la conciencia de clase en el proletariado.

El medio más importante, la trinchera más avanzada en la sociedad civil del capitalismo de hoy, que el Estado burgués con su forma democrática tiene para controlar, dividir y doblegar la voluntad de la clase obrera, es limitar la vida política al voto y escrutinio de unas elecciones en las que los individuos sueltos y no las clases, eligen pacíficamente a sus legítimos representantes políticos. Esta posición fetichista del consenso democrático-burgués en el que se le otorga al Estado condición supraclasista, la aceptación de esa visión deformada por parte de la vanguardia de la clase obrera, es precisamente el elemento ideológico que desorganiza la vida política propia del proletariado al excluir cualquier otra forma de organización y de actuación política, en contrapoderes al Estado burgués y en la sociedad civil (en los sindicatos, los barrios, las escuelas, etc).

Por ello, Gramsci supeditaba la organización del partido en células en los centros de trabajo, estudios, barrios… y no en agrupaciones territoriales absorbidas por la labor exclusivamente institucional. La reducción de todas las reivindicaciones y tareas de la vanguardia del proletariado a las labores parlamentarias e institucionales es la bandera en la política de los reformistas de viejo y nuevo cuño, y el instrumento que mina el carácter proletario del partido comunista. Por eso, ha sido injusto además de falso, atribuir una relación de este revolucionario con el eurocomunismo, que precisamente liquidó la organización de las células del partido y abandonó la labor de la acumulación paciente de fuerzas en las masas previa a la lucha frontal contra el Estado capitalista, cayendo unos en el mas puro reformismo con la renuncia al análisis marxista-leninista del Estado y la dictadura del proletariado (PCI con Berlinguer-Ochetto, PCF con Marchais, PCE con Carrillo) y otros en el infantilismo (ataque frontal sin acumulación de fuerzas) de organizaciones comunistas grupusculares izquierdistas.

La interpretación eurocomunista va ligada a un contexto de estabilidad y prosperidad burguesas posterior a la IIª GM, ante la que aparece la interpretación pervertida de los Cuadernos de la Cárcel. Interpretación que considera que la estrategia que lleva a la lucha por la hegemonía en la sociedad civil, se entiende sólo como consenso, asumiendo la neutralidad del Estado burgués y la viabilidad de luchar sólo en la sociedad civil para robustecer por medios parlamentarios la influencia hasta hacerse con su control. Esta interpretación olvida que Gramsci ha escrito los Cuadernos en la cárcel fascista; que su reflexión corresponde a la crisis estructural del capitalismo como condición de la guerra de trincheras en la sociedad civil, pues precisamente los periodos acumulativos de capital impulsan la integración ideológica y cultural de las masas trabajadoras; que los momentos críticos del capitalismo han sido siempre preludios de destrucción de las instituciones democráticas burguesas; y que el Estado burgués por su función reproductora del organismo social adopta una neutralidad con respecto al conflicto clasista bajo forma aparente, como mecanismo ideológico que combate la conciencia clasista de las masas y medio generador del consenso favorable a la clase dominante.

Por tanto, de la misma forma que existe un sistema hegemónico burgués basado en el modo de producción capitalista y expresado en el Estado capitalista democrático-burgués, debe existir el cambio revolucionario, debe existir un sistema hegemónico basado en la superación del modo de producción capitalista y expresado en la dictadura del proletariado a través del Estado que organiza a las clases y grupos integrantes del bloque histórico revolucionario sobre  las clases y grupos hostiles al nuevo Estado proletario. Sobre éstos deben existir formas de control y represión basadas en la violencia:

“Un grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a liquidar o a someter, incluso con la fuerza de las armas, y dirigente de los grupos afines y aliados…después cuando ejerce el poder, aunque lo tenga fuertemente en sus manos, se convierte en dominante, pero ha de continuar siendo dirigente” (56).

Para Gramsci no es admisible una concepción del Estado como expresión general, una concepción de la democracia representativa tipo liberal, con el marxismo-leninismo como una ideología más en competencia con las demás bajo un pluralismo institucionalizado y de un partido en el que el propio marxismo-leninismo pueda convivir con la religión y otras doctrinas burguesas.

Al contrario de los planteamientos reformistas y de ultraizquierda, Gramsci liga la hegemonía del proletariado a la política de alianzas hacia otras clases y fracciones en relación, y subordina la lucha por las reformas a la lucha revolucionaria,las libertades democráticas al socialismo como la parte al todo (objetivo inmediato-fin último), en el que toda lucha parcial debe someterse a la de la conquista del poder político, a la creación del nuevo Estado, de obreros y campesinos (en su ámbito nacional italiano), desde la perspectiva universal.

Por tanto, Gramsci sentó las premisas para el paso de una concepción del Estado como expresión de la dictadura del proletariado, de la democracia obrera en oposición a la democracia burguesa parlamentaria, de la ideología marxista-leninista como opuesta a una concepción del Estado capitalista como Estado que no se haya de destruir y por tanto opuesta a la democracia pluralista de las instituciones burguesas democrático-parlamentarias, y opuesta a la hegemonía ideológica mediante la confrontación pacífica entre las ideologías de las diferentes fuerzas sociales y políticas enfrentadas en el capitalismo. En eso reside la lucha por la hegemonía y la política de alianzas gramsciana.

5.6 Guerra de posición y guerra de movimiento en Gramsci y los debates de la IIIª Internacional

      ¿Cómo se configura la dominación del Estado capitalista contemporáneo según el análisis de Gramsci?

      Para Gramsci el Estado capitalista lleva una división de tareas para la dominación de clase, para el ejercicio de la dictadura: tareas políticas (democráticas o bonapartistas), tareas represivas (aparato judicial-policial-militar) y tareas de hegemonía confiadas a los aparatos ideológicos tanto públicos como privados de la sociedad civil (iglesia, escuela, sindicatos reformistas…). Gramsci analiza al Estado-clase como una fortaleza superestructural que extiende sus tentaculos a través de la sociedad civil.

La clase dominante es aquella que ejerce la coerción sobre las clases explotadas, dominación que nace de las relaciones de producción. Gramsci denomina a este momento la fase económico-corporativa del capitalismo donde los capitalistas individuales aún no se han unificado en un proyecto estratégico y están en el plano de la competencia entre ellos. La unificación de la clase dominante se da en el seno del Estado. Para Gramsci el concepto de clases dirigentes se aplica cuando las clases dominantes en el seno del Estado, por encima de la diversidad de intereses por sectores económicos, geográficos y culturales, se unifican en una estrategia que tiene como fin el ejercicio de la hegemonía sobre el conjunto de las clases subalternas. Gramsci habla de clases subalternas porque no sólo habla de la clase obrera, sino de las otras clases explotadas no obreras, como los campesinos o la pequeña burguesía urbana, que no subsisten por medio del trabajo asalariado, pero que tampoco son burgueses al no explotar la fuerza de trabajo, y que tienen un comportamiento social difuso, en disputa permanente entre los puntos de vista de las clases antagónicas fundamentales. El Estado capitalista no es sólo una herramienta jurídico y militar, es el ámbito de ordenamiento político e ideológico donde la clase dominante como fuerza social que emana de las relaciones de producción capitalistas se unifica bajo un mismo plan estratégico de hegemonía.

El Estado moderno capitalista es la dictadura y coerción +  la hegemonía de la clase dominante, donde la unidad dialéctica de la dominación política y la fuerza junto a la hegemonía, “la hegemonía acorazada por la coerción” (57), explican el contenido del funcionamiento del complejo Estado capitalista, donde los partidos políticos (aparentemente privados e independientes del Estado) que asumen moralmente sus leyes y obligaciones, traducen en hegemonía sobre las clases dominadas las leyes y obligaciones del Estado-abstracto, que es en realidad el Estado de la clase dominante, y las organizaciones privadas también aparentemente desvinculadas del Estado (prensa, televisión, escuelas, iglesias…), en la práctica son transmisoras como aparatos ideológicos de la hegemonía del Estado capitalista, con la tarea de borrar la conciencia clasista de las clases dominadas y subalternas bajo el objetivo de perpetuar las relaciones de producción y la división de clases a través de la difusión de la ideología de la clase dominante bajo el manto del interés general.

Por tanto, para Gramsci la hegemonía burguesa en la sociedad civil capitalista equivale a la dictadura, pero una dictadura que no es siempre la de una fuerza política sin capacidad de dirección sobre las fuerzas socioeconómicas indispensables para poner en funcionamiento la producción material e intelectual. Teniendo presente lo antedicho, para Gramsci, la clase obrera no puede tomar el poder si, mientras lucha contra los enemigos (guerra de posiciones) no conquista la dirección de los grupos afines con maniobras tácticas encaminadas a destruir la influencia que ejercen sobre las masas la cadena de fuerzas sociales dominantes. Eso significa romper todas las formas en las que se realiza la hegemonía burguesa incluso a través de los demócratas burgueses y socialdemócratas. También en el marco de la guerra de posiciones frente al Estado capitalista, si la clase obrera desde una posición de autonomía cuenta con aliados potenciales, la unión entre sociedad política y sociedad civil se resiente, en ese momento cuando la hegemonía de la clase dominante se tambalea intervienen los mecanismos de coerción los cuales si logran imponerse reducen, niegan o incluso destruyen (fascismo) las formas de autonomía de clase (partidos, sindicatos, etc.).

La hegemonía aquí no es más que la capacidad de dirección política, intelectual y moral, pues una clase que consigue dirigir además de dominar con el objetivo de perpetuar la explotación, está obligada a utilizar formas que oculten y mixtifiquen la explotación; necesita formas de hegemonía que susciten un consentimiento de delegación en los aliados subalternos y las masas en general.

La “sociedad política” para Gramsci es el lugar de lo público, lo jurídico-político, la coerción, el parlamento, el ejecutivo, el ejército, etc., el Estado en su sentido restringido como instrumento de dominación de la burguesía, mientras que la “sociedad civil” es el lugar de las relaciones de producción, pero Gramsci lo extiende al conjunto de aparatos privados donde se construye el consenso, base de una hegemonía desarrollada, que permite la formación de una opinión pública favorable a la “sociedad política”. Se trata de los aparatos de reproducción hegemónica que amplían el papel del Estado, el papel histórico de la iglesia por ej., o los actuales monopolios de los medios de comunicación. Gramsci advierte por ej. que cuando el Estado adopta una medida impopular, previamente moldea a la opinión pública “esto es, organiza y centraliza ciertos elementos de la sociedad civil…” (58), dispone del monopolio de los medios para preparar a la opinión pública: periódicos, partidos, parlamento,

“de modo que una sola fuerza modele la opinión y con ello la voluntad política nacional, convirtiendo a los disidentes en un polvillo individual e inorgánico” (59).

Son los medios de producción ideológica que Marx señalara en “La Ideología Alemana”, y los Aparatos Ideológicos del Estado en Althusser (Ideología y AIE). De esta manera se impone mediante el consenso la visión del mundo de la fracción dirigente de la clase dominante sobre el resto de la sociedad. Por lo que la unidad de la clase dominante no puede ser sólo una unidad jurídico-política, la clase dominante se convierte en dirigente en tanto consigue integrar a las clases subalternas en su sociedad política, en sus reglas del juego, y lo hacen a través de aparatos de hegemonía que no están sólo reducidos en la órbita del Estado en su sentido restringido.

En ese terreno los intelectuales orgánicos de la clase dominante son los encargados para el ejercicio de las funciones de gobierno político y la hegemonía,

“del consenso espontáneo dado por las grandes masas de la población a la orientación imprimida a la vida social por el grupo dominante” (60)

y también los encargados del aparato de coerción estatal “que asegura legalmente la disciplina de aquellos grupos que no consienten…” (61).

La acción de los aparatos estatales por medio de los intelectuales orgánicos de la clase dominante, se levanta frente a la sociedad no como defensores de la clase dominante sino como representantes del interés general y su soberanía nacional, lo que hace más compleja la lucha revolucionaria en la superestructura juridico-política capitalista. Ya el marxismo ortodoxo de Kaustky planteaba mecánicamente que si el proletariado estaba interesado objetivamente en el socialismo, la alternativa pasaba por esperar que el proletariado fuese la mayoría social, restando importancia al trabajo de masas en la clase obrera e ignorando el papel de otras fracciones y clases no proletarias. Sin embargo, el proletariado siendo ya mayoría en la primera mitad del siglo XX en Alemania, Francia y Gran Bretaña, las metrópolis imperialistas, los derechos electorales no dieron el rédito correspondiente, la aristocracia obrera había sido ganada por el sistema política e ideológicamente, una parte de la clase obrera que objetivamente le interesaba el socialismo, subjetivamente era seducida por las “ventajas” del capitalismo y sus variantes militaristas y fascistas. Los soldados obreros alemanes ocupaban Francia en la IIª G. Mundial guiados por las armas, pero también por la ideología de la raza suprema.

De ahí que Gramsci planteara contra el conformismo imperante, la acumulación de fuerzas en la construcción de la hegemonía de la clase obrera, trabajando por construir y articular la conciencia revolucionaria de las clases subalternas, separadas y contrapuestas a la conciencia y cultura de las clases dominantes, creando

“el espíritu de escisión o sea la progresiva conquista de la conciencia de la propia personalidad histórica, espíritu de escisión que debe tender a prolongarse de la clase protagonista a las clases aliadas potenciales…” (62).

El proletariado deberá de contar con sus propios medios de lucha ideológica, presentar la batalla también en los aparatos del Estado (centros de enseñanza, ejército…) y la sociedad civil (medios de comunicación, sindicatos…), lo que en ningún caso significa admitir a unos aparatos de Estado que no son neutrales, tendrá que construir otros nuevos. En esa batalla el proletariado deberá ganarse progresivamente aliados, romper el consenso espontáneo superando el espantajo del “interés general”, agudizar la crisis orgánica, y en ese momento lanzarse a la toma del poder liderando el bloque histórico antagonista.

En este terreno adquiere importancia en la labor partidaria la dirección intelectual y moral de las masas, la superación del sentido común, la conducción de las masas hacia una concepción superior de la vida, la construcción de un

“bloque intelectual-moral que haga políticamente posible un progreso intelectual de masas y no sólo de escasos grupos intelectuales” (63),

dar la lucha en el terreno del lenguaje popular, para convertir el sentido común, conservador por definición, en buen sentido potencialmente transformador. El nuevo intelectual colectivo debe contemplar su

“participación activa en la vida práctica, como constructor, organizador…a partir de la técnica-trabajo llegar a la técnica-ciencia y a la concepción humanista histórica, sin la cual se permanece como especialista y no se llega a ser dirigente (especialista más político)” (64).

La reforma intelectual moral debe difundir la nueva cultura, socializar la concepción revolucionaria en las masas, para Gramsci la creación de una cultura no significa sólo hacer descubrimientos, y pesa más políticamente el trabajo de dirigir coherentemente a las masas como

“un hecho filosófico mucho más importante y original que el hallazgo por parte de un genio filosófico de una nueva verdad que permanece como patrimonio de pequeños grupos intelectuales” (65).

Gramsci pretende unir ideológicamente a las masas con los intelectuales, unidad entre lo bajo y lo alto, los simples y los intelectuales. Para crear una fuerza social revolucionaria que aspira a la hegemonía se debe bajar a los simples, luchar por superar el sentido común, desbaratar el conformismo y la naturalización de la realidad existente y colocar a la nueva cultura, filosofía y ciencia a la altura de lo más alto del pensamiento mundial como concepción revolucionaria-comunista del mundo. Para Gramsci las ideas no son un simple reflejo directo de la realidad, incluso como mera apariencia-disfraz que cae ante las masas cuando esta realidad se modifica, advirtiendonos contra el iluminismo intelectual que pretende que el simple deterioro de las condiciones de vida y las crisis económicas puedan provocar una generalización de la conciencia revolucionaria en las masas, de ahí la prioridad de la tarea de organizar y formar a las masas, prepararlas para la revolución.

En esta tarea Gramsci destaca la doble labor del partido, trabajar por un lado en la conciencia de la clase obrera, hacer que el proletariado pase de la etapa de clase en sí a clase para sí, y por otro elevar su conciencia política, mostrando la estrechez de la lucha económica. Establecer un programa máximo (objetivos estratégicos) y un programa mínimo a corto plazo (objetivos tácticos) que una a la clase obrera y sus potenciales aliados.

Gramsci destaca que para el tipo de sociedad civil compleja de Occidente, la coerción ocupa un segundo lugar, pero pasa a primer plano en los momentos de crisis, y es en ese momento cuando la clase explotadora deja de ser dirigente para ser únicamente dominante,

“detentadora de la pura fuerza coercitiva, esto significa precisamente que las grandes masas se han separado de las ideologías tradicionales, no creen ya en lo que antes creían. La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer…” (66).

En este terreno Gramsci arremete contra el economismo que identifica revolución con crisis económica o desajuste entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción dominantes, clarificando que para que la situación revolucionaria se produzca debe de existir no sólo una crisis económica sino también una crisis de la hegemonía, del concenso de las clases y la autoridad del Estado, crisis en la superestructura de la clase dominante tanto en los aparatos de Estado, como en sus aparatos de dominación privados. Gramsci también se desmarca de las estrategias políticas socialdemócratas e infantilistas centradas en las lecturas economistas de las crisis, que condenan a al proletariado y su vanguardia a la pasividad o al aventurerismo.

Gramsci señala que a diferencia de la Rusia de 1.917, en los países capitalistas avanzados la clase dominante disponía de reservas políticas y organizativas que no poseía en Rusia, que las crisis económicas más graves no tienen repercusiones inmediatas en el campo político y que la política llega con retraso respecto al momento económico. Occidente exige al partido revolucionario una estrategia y táctica más compleja y de plazo más largo que el que necesitaron los bolcheviques de febrero a octubre de 1917. Gramsci tomando conciencia de las mayores dificultades en Occidente para la revolución busca una estrategia que llegue al mismo resultado que los bolcheviques.

Tras las crisis económicas el Estado capitalista tiene una fuerte capacidad de resistencia a través de sus parapetos fortificados en la sociedad civil, a través de sus organizaciones, aparatos ideológicos, y su gran capacidad transmisora de la ideología burguesa. Gramsci, consciente de ello, de que se lucha contra un Estado más complejo y resistente, comprende que la acumulación paciente de fuerzas en la constitución del bloque histórico revolucionario, la lucha paciente por la conquista de cierta hegemonía en la sociedad civil (lucha en las organizaciones de masas: escuelas, sindicatos, movimiento vecinal…) es una lucha necesaria antes de pasar al ataque frontal al Estado capitalista. También Lenin argumentaba que si en Rusia comenzar la revolución fue tan sencillo como levantar una pluma, en los países europeos sería lo contrario, lo difícil sería el comienzo, pero luego, a diferencia de Rusia, el proceso se encontraría con menos obstáculos.

Bajo este contexto histórico, con un Estado más complejo y resistente a los embites de las crisis económicas, con una mayor capacidad de reproducir sin rupturas la lucha de clases, esa lucha previa al ataque frontal Gramsci las distinguía en dos partes la guerra de posición y la guerra de movimiento.

Gramsci comparaba los movimientos de la guerra militar como paradoja para describir los movimientos del bloque revolucionario, distinguiendo en los Estados capitalistas avanzados a una sociedad civil más capaz de resistir a las embestidas de las crisis y depresiones de la economía; considerando a la superestructura como las trincheras de una guerra militar. En tal sentido Gramsci se desmarca de la posición de Rosa Luxemburgo, para quien al contrario:

“El elemento económico inmediato (crisis, etc.) se considera como la artillería campal que en una guerra abre brecha en las defensas enemigas, brecha suficiente para que las propias tropas irrumpan y obtengan una victoria definitiva (estratégica) o, por lo menos una victoria importante en la dirección de la línea estratégica” (67).

Pasa a critica esta posición basada en el economismo y la espontaneidad del devenir social, considerándola como una

“…forma de férreo determinismo economista, con el agravante de que se concebían los efectos como rapidísimos en el tiempo y en el espacio; por eso era un verdadero misticismo histórico, la espera de una especie de fulguración milagrosa” (68).

Para Gramsci:

“…la sociedad civil se ha convertido en una estructura muy compleja y resistente a los asaltos catastróficos del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etc): las sobrestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras de la guerra moderna. Así como ésta ocurría que un encarnizado ataque artillero parecía haber destruido todo el sistema defensivo del adversario, cuando en realidad no había destruido más que la superficie externa, de modo que en el momento del asalto los asaltantes se encontraban con una línea defensiva todavía eficaz, así también ocurre en la política durante las grandes crisis económicas; ni las tropas asaltantes pueden por efecto mero de la crisis, organizarse fulminantemente en el tiempo y en el espacio ni –aún menos- adquieren por la crisis espíritu agresivo, y en el otro lado, los asaltados no se desmoralizan ni pierden la confianza en su propia fuerza y en su propio porvenir.” (69).

Con respecto a Trotski, Gramsci se desmarca a favor de Lenin en la defensa del socialismo en un solo país en torno a la Rusia soviética, como planteamiento nacional con perspectiva internacionalista, dada la situación de reflujo del proceso revolucionario más complejo de lo que se esperaba con el fracaso de las revoluciones en Europa Occidental y central. En la práctica Trotski no hacía sino repetir las posiciones mantenidas por la socialdemocracia (Kautsky) y los mecheviques (Plejánov, Martov). Gramsci definía a Trotski como el teórico del ataque revolucionario frontal en Occidente en un período de reflujo en el que este solo causa derrotas y represiones, mientras Lenin comprendía la necesidad de pasar de la guerra de movimiento (asalto frontal) a la guerra de posición (situación de asedio), dado que era la única posible en Occidente. Mientras en Rusia el Estado absoluto lo era todo y la sociedad civil era primaria, en Europa Occidental la relación entre el Estado y la sociedad civil era más compleja, y frente a cualquier movimiento de asalto frontal, el Estado disponía de una robusta estructura de la sociedad civil.

Estaba claro tanto para Lenin como para Gramsci el Estado se coloca como trinchera avanzada, y la sociedad civil como una cadena de fortalezas que el desarrollo del capitalismo en Occidente había creado, la aristocracia obrera, burocracia sindical y socialdemócrata, haciendo mas complicada la estrategia de la guerra de movimiento, haciendo más lenta y trabajosa la acción de las masas, lo que exige para el partido una estrategia y táctica más compleja y difícil, haciendo más necesaria la labor organizativa e ideológica de las fuerzas motrices de la revolución.

En Italia frente al positivismo de Bordiga que subestimaba las formas de dominación burguesa en la perspectiva de la crisis capitalista como catapulta de la revolución, Gramsci describe la situación de la revolución para Occidente bajo una objetividad-concreta diferente a la de Oriente (Rusia 1.917) sin perder de vista la perspectiva subjetiva de la organización de la actividad de las masas, necesaria para la victoria de la revolución:

“Amadeo…piensa que la táctica de la Internacional refleja la situación rusa, es decir, que ha nacido en el terreno de una civilización atrasada y primitiva. A su juicio ésta táctica es extremadamente voluntarista y dramatizada, puesto que ha sido posible obtener de las masas rusas una actividad revolucionaria determinada no por su situación histórica sino por un extremo esfuerzo de voluntad. Cree que para los países más desarrollados de Europa central y occidental, dicha táctica es inadecuada o incluso inútil. En estos países el mecanismo histórico funciona según todos los esquemas reconocidos del marxismo: en ellos encontramos el determinismo histórico que faltaba en Rusia y por tanto la tarea primordial debe ser la organización del partido considerado como un fín en sí. Yo creo que la situación es muy diferente. En primer lugar porque la teoría política de los comunistas rusos se formó sobre una base internacional y no nacional; en segundo lugar, porque en Europa central y occidental el desarrollo del capitalismo ha traido aparejada no sólo la formación de amplias capas proletarias sino también, consecuentemente, ha creado una capa superior, la aristocracia del trabajo con sus apéndices: la burocracia sindical y los grupos socialdemócratas. La decisión, que en Rusia fue directa, y que llevó a las masas a la calle por un levantamiento revolucionario, se ha hecho más compleja en Europa central y occidental, debido a todas esas superestructuras políticas, creadas por el desarrollo mas avanzado del capitalismo; eso modera la acción de las masas y las hace más prudentes; esto exige, pues, por parte del partido revolucionario, una estrategia y una táctica más compleja y más a largo plazo que las que tuvieron que elaborar los bolcheviques en 1.917…” (70).

Si bien la táctica de los bolcheviques fue el ataque frontal (guerra de movimiento) en la revolución de octubre, ello no quiere decir que también sea la única táctica existente y válida de por vida en todos los lugares y momentos. Incluso en Rusia también hubo etapas anteriores y posteriores a Octubre de guerra de posiciones.

Ya en inicios del S. XX Lenin en el ¿Qué Hacer? planteaba la necesidad de un plan táctico de centralización donde los esfuerzos nucleen para reunir, organizar y movilizar un ejército permanente de militantes revolucionarios, negando en aquel momento la táctica del asalto, apostando por el asedio, aprovechando las brechas del enemigo de clase, utilizando todos los aliados incluso provisionales que fueran posibles.

También en la fase inmediata de edificación del socialismo en 1.921, se adoptaba la táctica de guerra de posición, con el comienzo de la NEP y la táctica de frente único de la Internacional Comunista en el III Congreso (1.921) y apoyada por Lenin. Esta posición fue el efecto del cambio de la situación mundial del flujo al reflujo revolucionario, de estabilización parcial del capitalismo, donde prevalecía la consigna de a las masas y la propuesta del frente único de la clase obrera, lanzada por el Congreso, en un medio europeo (excepto en Bulgaria, Hungría y Checoslovaquia), donde los partidos comunistas eran minoría en el movimiento obrero. Es un periodo de reflujo que exígia ya una nueva táctica, ante la postergación de la revolución proletaria mundial en los países centrales del capitalismo. Nueva táctica, tareas nuevas, preparar la posterior ofensiva, retroceder para saltar mejor.

La insistencia en crear el Frente Único proletario por la base, soltaba lastre de las posiciones sectarizadas, desmarcandose del putschismo y el aventurerismo ultraizquierdista que renegaba del deber de preparar y acumular fuerzas en el proletariado para la revolución venidera. Se relanzaba la actividad de los comunistas a las organizaciones sindicales proletarias en oposición al infantilismo de los comunistas de izquierda quienes abogaban por el abandono de los sindicatos y la creación de organizaciones obreras nuevecitas del todo. La búsqueda de acuerdos puntuales con las cimas de los partidos socialdemócratas en listas electorales y frentes de masas, sometiendo la consigna de los gobiernos obreros en el marco de la democracia burguesa siempre que surgiera de las luchas obreras y del acuerdo entre los partidos obreros. Dicha táctica sería la acordada por la Internacional Comunista en la lucha contra el ascenso del fascismo y la reacción a principios de la década de los 20 en Europa (71), táctica que contemplaba la independencia política de los partidos comunistas con respecto a la burguesía y la socialdemocracia, la unidad de clase por la base y su desarrollo por la cima bajo determinadas condiciones con las direcciones de las dos internacionales socialdemócratas (72). La tesis de la táctica de la Internacional Comunista situaría:

“La táctica del frente único significa la participación de la vanguardia comunista en los combates cotidianos de las grandes masas obreras por sus intereses vitales necesarios… En esta ocasión, los comunistas se hallan especialmente dispuestos a discutir con los jefes traidores socialdemócratas…La existencia de partidos comunistas independientes y su libertad de acción completa respecto de la burguesía y de la socialdemocracia contrarrevolucionaria constituyen la conquista histórica más importante del proletariado, que los comunistas no pueden abandonar en ningún caso…La táctica del frente único no significa en ningún caso las combinaciones electoriales de las cimas, persiguiendo un fin parlamentario. La táctica del frente único es el ofrecimiento del combate común de los comunistas a todos los trabajadores que pertenecen a otros partidos o grupos…El verdadero éxito del frente único se desarrolla desde la base, desde los fondos de la propia clase obrera. Pero los comunistas no pueden renunciar a entenderse en condiciones determinadas, igualmente con las cimas de los partidos obreros (socialdemócratas o pertenecientes a la Internacional 2 y media) que les son opuestos. Las masas deben estar informadas constantemente y por entero de la prosecución de estas negociaciones…” (73).

Para Gramsci la línea bolchevique defendida en el Movimiento Comunista Internacional era la correcta, al haber adoptado una estrategia revolucionaria realista, sabiendo pasar de la ofensiva o guerra de movimiento de 1.917 que derriba al zarismo y a la burguesía del poder político, al repliegue o guerra de posición de 1.923 tras el aplastamiento definitivo de las insurrecciones alemana, húngara e italiana, que a nivel soviético empuja las tareas hacia la NEP y la construcción del socialismo en un solo país.

La guerra de posición para Gramsci es la lucha por la hegemonía como premisa necesaria para la guerra de movimiento (destrucción/superación del Estado burgués) pero que una vez conquistado el poder político por medio del ataque frontal, debe continuar, igual que antes de la toma del poder, para hacerse con todas las trincheras de la sociedad civil. A estos planteamientos de táctica y estrategia revolucionaria de Gramsci, le fundamenta su crítica a quienes sólo quieren aplicar la guerra de movimiento en todas las coyunturas y todos los lugares (Rosa Luxemburgo, Trotski, sindicalismo revolucionario francés, etc.).

En el PCI, el bordigismo fue la tendencia dominante hasta 1924 que encarnaba la posición de ataque frontal para todas las coyunturas. Bordiga ya fue duramente atacado por Lenin en 1.919 por su posición contraria a la participación en las elecciones y la labor parlamentaria. Bordiga era enemigo acérrimo de todo el PSI, sin distinciones. En 1.922 prohibió la participación de los militantes en las unidades militares proletarias de defensa contra los ataques fascistas (los Arditi dil Popolo). Consideraba necesario el hundimiento del PSI, para colocar al PCI a la cabeza de la clase obrera, e incluso se felicitaba por la eliminación dentro del PSI del sector de izquierda (Serrati quien más tarde ingresaría en el PCI), negando su incorporación al PCI, coincidiendo con el ala derechista del PSI contrario también a la fusión (P. Nenni). Bordiga que creía en la inminencia de la revolución y subestimaba la amenaza del fascismo (Tesis de Roma), no por casualidad se opuso en el III Congreso de la Internacional Comunista a la política de frente único, propuesto por Lenin. Tras el IIº Congreso del PCI (1922) Gramsci tras revisar sus anteriores posiciones respecto al ala de izquierda del PSI se desmarcaría de Bordiga a favor de una política de masas defensiva ante el peligro de golpe de Estado, admitiendo la idea de no subestimar el ascenso al poder del fascismo.

Bordiga fue el primer teorizador de la táctica de clase contra clase y la tesis de social-fascismo al considerar al PSI como el enemigo principal, identificándolo con el fascismo. La concepción bordiguista del partido era de corte blanquista, basado en la acción insurreccional de la minoría militante del partido, relegando el trabajo entre las masas. Contrariamente a esta posición infantil, Lenin en el III Congreso de la Internacional Comunista le opuso su teorización del partido en su relación dialéctica con las masas, con la consigna de ¡¡¡ir a las masas!!!, que sintentizaba la necesidad de trabajar en los sindicatos, junto a las masas, para organizarlas y dirigirlas. La posición marxista-leninista era unir lo político a lo económico, mientras que el infantilismo sólo veía lo político.

El bordigismo no fue capaz de neutralizar la demagogia populista del fascismo que infectaba de ideología pequeño burguesa reaccionaria al proletariado y fue incapaz de interpretar la tendencia de reflujo de las masas. El sindicato CGL pasó de 1.922 con 2 millones de afiliados a  10.250 en abril de 1.923, y el PCI cayó de 25.000 a 7.000 militantes. La corriente bordiguista influenciada de ideología pequeño burguesa (blanquismo, espontaneismo, acciones directas) que nada tienen que ver con la praxis marxista-leninista condenada de por vida al trabajo y la organización entre las masas en vez del aislamiento, terminaría por ser desplazada de la dirección del PCI. La lucha de Gramsci dentro del PCI pasó por aplicar la política del III Congreso de la IC, quedando el bordigismo en minoría a partir de 1.924.

El 8 de enero de 1921 el PCUA publicó una Carta Abierta a todas las organizaciones obreras de Alemania, partido socialdemócrata, partido socialdemócrata independiente, partido comunista obrero alemán y los sindicatos, para impulsar y cohesionar la lucha reivindicativa de la clase obrera (salarios, subsidios, pensiones, contra el alza de precios, derechos sindicales, etc.). No sólo la socialdemocracia sino que también el PCOA rechazaron la propuesta comunista, éstos últimos considerándola como reformista, adoptando una posición sectaria, negando el trabajo unitario con los socialdemócratas y los sindicatos. El presidente del CEIC (Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista) Zinóviev y Bujarin apoyaron los planteamientos izquierdistas y se manifestaron contra la Carta Abierta, enfrentando la lucha en la defensa de los intereses inmediatos de la clase obrera con la política revolucionaria del partido. Los izquierdistas opusieron a la táctica de la lucha por la unidad de la clase obrera la teoría de la ofensiva cualesquiera que sean las condiciones objetivas. En un ambiente de reflujo de revolucionario y de ofensiva de la burguesía esta táctica conducía al aislamiento de los PCs de las masas, amenazando su propia existencia. Frente a este oportunismo de izquierdas Zinóviev, Bujarin y Rádek consideraban que el oportunismo de derecha era el único peligro e impugnaron la necesidad de cambiar la táctica de la IC. Rádek presentó ante el IIIº Congreso de la Internacional Comunista un proyecto sobre la táctica de los comunistas en el movimiento obrero haciendo concesiones a los izquierdistas. Lenin se opuso argumentando que no es suficiente con la conquista de las partes más avanzadas de la clase obrera sino que para conquistar el poder es necesario que antes se haya conquistado a la mayoría de la clase obrera, en primer término dentro de los viejos sindicatos:

“Los partidos comunistas no han conquistado aún la mayoría (de la clase obrera) en ninguna parte: ni para la dirección organizativa, ni tampoco para los principios del comunismo. Ahí está la base de todo. Debilitar este fundamento de la única táctica sensata es una imprudencia criminal” (74).

Para Lenin en la mayoría de los PCs de occidente legales faltaba la labor cotidiana de cada militante entre las masas obreras y no proletarias, tanto las organizadas en sindicatos como las no organizadas, ya que los comunistas no pueden encerrarse en el circulo estrecho de los obreros más conscientes y deben actuar en sectores amplios de trabajadores prestando una atención especial a los obreros de partidos y sindicatos reformistas, intensificando la presión sobre estos partidos apoyados en el proletariado por iniciar la  lucha común en defensa de los intereses inmediatos del proletariado, partidos que están organizados como partidos de masas, y a los que según Lenin no se podrá vencer a ellos ni a los capitalistas si no llegamos a ser un gran Partido Comunista, un partido de masas:

“Quien no comprenda que en Europa, donde casi todos los proletarios están organizados, debemos de conquistar a la mayoría de la clase obrera, está perdido para el movimiento comunista…En Rusia éramos un partido pequeño, pero con nosotros estaba, además la mayoría de los Soviets de diputados obreros y campesinos de todo el país. ¿Es que vosotros tenéis eso? Con nosotros estaba casi la mitad del ejército, que contaba entonces, por lo menos, con 10 millones de hombre. ¿Acaso a vosotros os sigue la mayoría del ejército?…Si se dice que vencimos en Rusia a pesar de que teníamos un partido pequeño, lo único que se demuestra con eso es que no se ha comprendido la revolución rusa y que no se comprende en absoluto cómo hay que preparar la revolución” (75).

El III Congreso aprobó las tesis de la táctica fijando la participación directa en la lucha de las masas obreras, la dirección comunista de las mismas y creación en el proceso de grandes partidos comunistas de masas, destacando la importancia de la lucha por las reinvindicaciones inmediatas de la clase obrera y las masas no proletarias. Más adelante asimilando esta orientación en el Vº Congreso se definieron las premisas necesarias para que los partidos comunistas adquiriesen el carácter de masas: células del partido en las empresas, labor dentro de los sindicatos, mantener ligazón con las masas tanto en condiciones legales como en la clandestinidad, etc. El III congreso indicó que se debían conquistar los viejos sindicatos reformistas desde su interior y no formar otros sindicatos dispersos, no es la destrucción sino la conquista de millones de masas afiliadas a los sindicatos viejos, lo que debe constituir el eje de la cristalización y avance de la lucha revolucionaria. El congreso hizo constar que el movimiento a favor de las exigencias cotidianas de los trabajadores guardaba relación intima con la perspectiva de paso de las masas a las tareas de la revolución socialista. No se formulaba un programa mínimo de tipo socialdemócrata destinado a estabilizar o mejorar el capitalismo, sino que la realización de la totalidad de las reivindicaciones organizaría al proletariado, descomponía el poder burgués y constituía una fase de la lucha de la clase obrera por el poder. De las conclusiones de ese congreso la tarea no consistía en llamar al proletariado a conquistar los objetivos finales, sino en elevar su lucha práctica, la única capaz de conducirla a la lucha por los objetivos finales. En este III Congreso de la Internacional Comunista se combatió tanto al oportunismo de derecha que exageraba la estabilidad del capitalismo y renegaba de la organización del partido en los centros de producción, como  el infantilismo de izquierda que negaba el reflujo revolucionario, la estabilidad del capitalismo y la renuncia a trabajar en sindicatos y la táctica del frente único.

No obstante, los planteamientos infantilistas y de ataque frontal fueron los que al final se impusieron en la Internacional Comunista tras la muerte de Lenin, dando de forma indirecta la razón al análisis bordigista el cual contemplaba al fascismo como instrumento dócil y pasajero de la burguesía, consideraba iguales el régimen parlamentario y autoritario, y tomaba a la socialdemocracia, como una amenaza para la revolución ignorando el momento de reflujo que se vivía.

Entre el Vº y el VIº Congreso (1.924-28) la mayoría del Ejecutivo de la Internacional Comunista nadó en la ambigüedad izquierdista, llegando a malinterpretar la táctica de frente único al teorizar que “su objetivo principal consiste en la lucha contra los jefes de la socialdemocracia contrarrevolucionaria” (76). Era la táctica de clase contra clase asumida por la IC, la socialdemocracia considerada como agente del imperialismo, donde se estigmatizaban las alianzas electorales con los partidos socialistas contra la burguesía reaccionaria. Incluso no se distinguía entre los dirigentes derechistas del ala izquierda a la que se acusaba de culpable de impedir que los obreros socialdemócratas pasar en bloque a los partidos comunistas, lo que demostraba impotencia política para convencer a las masas frente al reformismo.

Los acontecimientos acaecidos en otoño de 1923 en Alemania, Bulgaria y Polonia fueron considerados como presagio de una nueva época de revoluciones. Basándose en ello, se insistió en la necesidad de encaminarse al establecimiento directo de la dictadura del proletariado en los países capitalistas. En los problemas nacional y colonial, el giro izquierdista llegó a cuestionar la consigna del frente único antiimperialista.

De esta manera en el Vº Congreso se retiraba la política de frente único de la Internacional Comunista que surgió en 1.921 frente a la evidencia del triunfo de la reacción en Europa, tildándola de oportunista y de derecha, y obligaba a la lucha de los PCs frente al Estado al margen de la política de alianzas con los demás partidos y organizaciones aunque fuesen de base obrera y antifascista. El Vº Congreso (1.924) a pesar de admitirse que la ofensiva del proletariado era repelida en todos los países se coloca a la socialdemocracia como el principal soporte del capital por su influencia entre la clase obrera, no viendo el contenido del reflujo que se iniciaba y la preponderancia de la reacción y del fascismo como ofensiva y soporte principal del capital.

Gramsci que ya había superado su posición anterior disentía del punto de vista de la Internacional sobre la crisis económica y sus efectos, y lejos de toda posición catastrofista, respecto al fascismo destacaba su capacidad política para integrar en lo económico-corporativo a las masas, desorganizándolas y propiciando su pasividad, a pesar de la crisis.

El V° Pleno de la Internacional Comunista (1.925) con Zinoviev de presidente, firmó el acta de defunción de los frentes únicos y gobiernos obreros como etapa previa a la dictadura del proletariado. Es en éste pleno donde aparece la tesis que tilda de social-fascista a la socialdemocracia, orientando igualmente la lucha contra el sector de izquierda de la socialdemocracia, contra los potenciales aliados de los comunistas. Esta tesis condujo al error de considerar fascistas a ¡todos los sectores no comunistas!, dificultando el objetivo de conquistar la mayoría de la clase obrera.

Esta posición pudiera comprenderse por el todavía reciente papel que la socialdemocracia jugara ante la revolución sobre todo donde se colocó en su contra e incluso reprimió junto a la burguesía, pero ya incluso entonces Lenin viendo más allá planteaba mantener desde la Internacional Comunista una política de alianzas pensando más con la cabeza de cómo abordar el repligue mundial de las fuerzas revolucionarias, que de actuar con la sangre hirviendo. Lenin que denominaba con razón en 1.920 al partido socialdemócrata como social-chovinista y social-traidor, no obstante no dejaba de caracterizar su contenido clasista como partido obrero dominado por la política burguesa, pero siempre distinguía a la base del partido de la dirección, donde la composición de los militantes era mayoritariamente obrera a diferencia de la composición de las alturas de la dirección. Lenin por tanto, no ignoraba como otros dirigentes de la Internacional Comunista sí hacían la labor política y organizativa de las masas, ni las condiciones subjetivas de la revolución.

Zinóviev insistía que la táctica del frente único, formulada por el III Congreso necesitaba revisarse, que no era más que un método de agitación de las masas,  renegó la consigna de gobierno obrero como seudónimo de la dictadura del proletariado, ignorando el carácter transitorio de dicha consigna. En mayo de 1926 en una reunión del CEIC de la Internacional Comunista para analizar el movimiento huelgístico inglés Zinóviev concluyó  que el ala izquierda de los reformistas era el “mayor enemigo”, también defendió la retirada del PCCH del Kuomitang y en la  XV Conferencia del PCb junto a Trotski se opuso a la tesis de edificación del socialismo en un solo país cuestionando la alianza de la clase obrera con el campesinado (77). El infantilismo internacional de Zinóviev calzaba con su posición contraria a la edificación socialista en la URSS sin la previa revolución en Occidente. No olvidemos que Trotski negaba la posibilidad de la construcción del socialismo en la URSS sin la ayuda directa del proletariado occidental (igual que la socialdemocracia), sin la revolución mundial, considerando la política exterior de paz como estrechez nacional. En Octubre de 1926 Zetkin, Togliatti, Kuusinen, Dimitrov, Codovilla, Valecki, Katayama y otros propusieron al CEIC que se relevara a Zinóviev, siendo revocado del cargo de Presidente del CEIC.

Pero una vez más en el VI° Congreso de la Internacional Comunista (julio-septiembre 1.928) con Bujarin al frente, en vez de retomar el trabajo de masas en una situación todavía de repliegue y organización de fuerzas sociales, se culminó el viraje, considerando iniciada nada más y nada menos que la etapa de ofensiva del movimiento obrero, y de repliegue y ¡¡¡hundimiento inevitable del capitalismo!!!. De forma profética, sólo bastaba la propaganda comunista sobre la revolución y la organización futura, eludiendo la labor hacia las masas. En este congreso se ratifica la tesis de la socialdemocracia como socialfascista, la política de clase contra clase, y frente único sólo en la base. La tendencia de izquierdas de la socialdemocracia volvía a proclamarse como la fracción más peligrosa de los partidos socialdemócratas, difundiendo con ello unos criterios sectarios en el movimiento comunista. En el mismo sentido se actuaría en el V° Congreso de la Internacional Sindical Roja (1.930), que decidió transformar las corrientes de oposición de los sindicatos dominados por la socialdemocracia en sindicatos independientes para encabezar las luchas reivindicativas y conducirlas hacia acciones revolucionarias, lo que limitó aislando aún más el trabajo de masas de los comunistas entre la clase obrera. El IX Pleno del CEIC respaldó las resoluciones del Vº Congreso sindical. La práctica mostraría que esta recomendación repercutía negativamente en la labor de los comunistas en las masas.

Tampoco la política burguesa saldría bien parada, toda política burguesa era fascista, hasta el New Deal rooselvetiano sería considerado como la ¡¡¡tendencia extrema hacia el fascismo!!! (¿), no viendo los ataques que recibía precisamente del capital financiero como principal instigador del fascismo en EE.UU. Pero para el izquierdismo estaba claro que en esta etapa las reivindicaciones democráticas no eran necesarias, y planteaba de forma antidialéctica el lugar de la clase obrera hacia la democracia burguesa.

A ello más adelante, Jorge Dimitrov contestaría que los comunistas no eran anarquistas, que no podía haber indiferencia hacia la forma de la dictadura burguesa, si esta era en forma de democracia burguesa con libertades y derechos, aun restringidos, o si esta era en su forma fascista. Para Dimitrov, sin dejar de ser partidarios de la dictadura del proletariado (por aquel entonces en su forma soviética), se debía de defender palmo a palmo las condiciones democráticas arrancadas por la clase obrera en años de lucha y batirse incluso por ampliarlas (sindicatos, libertad de reunión y prensa, sufragio universal…) (78).

Para Dimitrov ante el ataque de la contrarrevolución fascista y sin una situación revolucionaria con una dualidad de poderes (clase obrera-burguesía) había que escoger no entre la dictadura del proletariado y la dictadura burguesa, sino entre la democracia burguesa o la dictadura fascista. Ese era el orden del día en la lucha de clases, por lo que lo prioritario era la defensa de la democracia, como primer paso hacia la revolución socialista. Sin embargo, el infantilismo creía que la lucha por los derechos democráticos podía desviar a la clase obrera de la dictadura del proletariado, olvidando que ya Lenin advertía que no puede haber socialismo triunfante si éste no lucha por la plena democracia, que no puede triunfrar sobre la burguesía sino libra una lucha consecuente por todos los aspectos de la democracia (79).

La táctica de clase contra clase (ofensiva frontal) que como hemos visto se basaba en el análisis erróneo del inminente derrumbe del sistema capitalista, no entendía el desarrollo del capitalismo mas que en sentido evolucionista y simultáneo, privilegiaba el desarrollo de las fuerzas productivas al margen de las relaciones de producción, y subestimaba el papel de la lucha de clases como primacía en el proceso histórico. Se ignoraba que si el propio Lenin no hubiése podido formular la teoría del eslabón más débil, si hubiera hecho hincapié a igual que los mencheviques en el desarrollo de las fuerzas productivas y la crisis económica al margen de la lucha de clases, desde este punto de partida, entonces Lenin hubiera tendido a defender la máxima kaustkiana de que la revolución socialista sólo era factible en los Estados capitalistas centrales.

El VIº Congreso señalaba erróneamente la entrada en una etapa de ofensiva del movimiento obrero, porque simplificaba la lucha de clases a lo económico, a una regla de tres: crisis económica igual a ofensiva del proletariado y revolución socialista, donde la dictadura de la burguesía bajo su forma fascista, considerada como última, sería derribada por la dictadura del proletariado en linea ascendente. El peligro fascista se consideraba como una etapa pasajera del proceso revolucionario, para la mayoría de la IIIª Internacional se defendía la tesis de: revolución permanente, siempre dada y en línea ascendente. Tesis que parte del análisis economista evolución-crisis-revolución, y por esa regla se consideraba al fascismo pendiente del hilo de la crisis económica, y no se paraba de anunciar su inminente caída por el soplo de la revolución inevitable por el viento de la crisis, donde el fascismo simplemente era la expresión de esa crisis crepuscular.

Esa era la concepción predominante en la IIIª Internacional colocando al fascismo nada menos que como una ¡estrategia defensiva del capitalismo, un síntoma de debilidad de la burguesía!, en vez de ser tomada como lo que en realidad era, una ofensiva de la burguesía que aprovechaba la división de una clase obrera desarmada por la política de colaboración de clases mantenida por la socialdemocracia y donde los PCs no eran lo suficientemente fuertes y hegemónicos (80).

La determinación en última instancia de lo económico como contradicción fundamental (fuerzas productivas contra relaciones de producción) se convertía otra vez en un dogma, en vez de una tendencia histórica. Al equiparar la socialdemocracia al fascismo se ignoraba la necesidad de una amplia alianza democrática contra el fascismo en Alemania, relegando la lucha de clases. Esta táctica que veía situaciones revolucionarias por todas partes, como setas, no contemplaba la coyuntura de reflujo nunca y no veía que la salida a las situaciones de crisis, también se pueden saldar con alternativa reaccionaria, como se demostró después del crack bursátil de 1.929, que prorrogó la crisis hasta 1.932, a pesar del aumento del movimiento huelguístico y la lucha anticolonial, sin revoluciones, y no logró frenar el ascenso y consolidación del nazismo y del fascismo al poder (Italia, Alemania y Austria).

Tras el VIº Congreso de la Internacional Comunista los debates continuaron. En el XI Pleno del CEIC (marzo-abril 1931), Manuilski (Sec. Gral. Tras Bujarin) seguía considerando que el fascismo era una fase histórica inevitable de la descomposición del capitalismo que conduciría a su desmoronamiento, que su advenimiento era “casi deseable” al preparar la victoria del comunismo. Partiendo de la experiencia fascista en Italia Ruggero Grieco (PCI) contestó en el pleno que el fascismo como forma ofensiva del capital para salir de la crisis no podía ser considerado como fase histórica inevitable y que su ofensiva dificultaba la lucha de la clase obrera.

Las conclusiones del XI Pleno del CEIC vinculó la lucha de los obreros por sus demandas económicas y derechos contra la ofensiva del fascismo, con la tarea de preparar directamente la revolución socialista. Se consideró que la clase obrera iba perdiendo interés por la defensa de las libertades democrático-burguesas, y que no tardarían en incorporarse a la lucha por la dictadura del proletariado, se exageraba que la crisis y la fascistización de los países capitalistas por un lado, y el avance del socialismo en la URSS por otro, empujarían al proletariado a una lucha decidida contra todas las formas de dictadura del capital incluyendo la democracia burguesa.

La mayoría del CEIC en el XI Pleno lo que estaba haciendo era una analogía con el periodo de ascenso revolucionario (1918-23), recordando que la socialdemocracia de derecha había hecho frente a los procesos revolucionarios e impedido a los partidos comunistas ganar a la mayoría de los obreros, y que en las nuevas condiciones habían mas razones para ver a la socialdemocracia en general como el sosten principal de la burguesía. Sin embargo la política  seguida por la socialdemocracia de derecha durante la crisis del 29 demostraba que entorpecía por todos los medios el desarrollo de la lucha revolucionaria, y fue precisamente eso lo que aumentó el descontento en sus filas con la política de la cúspide socialdemócrata, proliferando las tendencias de izquierda que exigían intensificar la lucha contra el fascismo. Por el contrario, el XI Pleno del CEIC señaló en sus resoluciones que toda la socialdemocracia evolucionaba hacia el fascismo. Esta tesis obstaculizaba la cohesión de las fuerzas antifascistas. No obstante, sería injusto olvidar que la concentración del fuego contra la socialdemocracia y su equiparación al socialfascismo durante la crisis económica mundial, fueron consecuencia de la política traidora de los jefes reformistas, que permanecieron de brazos cruzados ante el empuje del fascismo y se mostraban muy activos fomentando la campaña antisoviética y anticomunista. No olvidemos la represión, ametrallamiento de obreros en el 1º de mayo de 1929 en Berlin por orden del socialdemócrata Zoergiebel (jefe de la policía). Los comunistas llamaban socialfascismo a tales acciones, pero no era acertado calificar de socialfascistas a los partidos socialdemócratas y a los sindicatos reformistas que en su conjunto voluntariamente agrupaban a millones de obreros. La tesis del socialfascismo puso una venda en los ojos e impidió durante mucho tiempo a los PCs ver simultáneamente que la ofensiva fascista hacía posible que la socialdemocracia, excepto sus líderes y tendencias de derecha, participaran en la lucha antifascista.

Meses más tarde en el XII pleno del CEIC (agosto-septiembre 1932) Otto Kuusinen atacó la opinión de que era imposible conquistar a los obreros socialdemócratas y de que las reivindicaciones parciales no tenían importancia, ya que eso es lo que permitía a los líderes socialdemócratas de derecha presentar su política como la única defensa real y útil de los intereses obreros. Señalaba que por el contrario, liquidando derechos y libertades democráticas, el fascismo despertaba en las masas el deseo de luchar por sus libertades y derechos. Como resultado del ahondamiento de las contradicciones imperialistas, volvieron a plantearse ante la clase obrera las tareas democráticas generales de contenido antifascista y antiimperialista. Las conclusiones de este pleno ayudaron a ampliar la política del frente único obrero, y superaban las tesis del socialfascismo acerca de los partidos socialdemócratas y los sindicatos reformistas. Los acuerdos del XII Pleno del CEIC orientaron a los partidos comunistas al trabajo  entre las masas para ponerlas de su lado, y que para ello debían de participar e impulsar la lucha por los intereses cotidianos tanto económicos como políticos, contra la miseria, la falta de derechos y el terror. Por fin, la lucha económica del proletariado por sus reivindicaciones parciales, junto a la lucha política, pasaba a ser el medio principal para llevar a las masas a los combates revolucionarios.

El pleno resumió las tareas principales de los PCs en tres, contra la ofensiva del capital, contra el fascismo y la reacción, contra la guerra imperialista y el intervencionismo hacia la URSS. No obstante, el pleno no supo todavía calibrar el avance del nazismo en Alemania al recomendar que se descargara el golpe principal sobre la socialdemocracia como sostén social más importante de la burguesía (81). El 5 de marzo de 1933 tras la campaña terrorista iniciada por el gobierno de Hitler (incendio del Reichstag y persecución de los comunistas), el CEIC lanzó un llamamiento a los obreros de todos los países en el que se formulaba un programa antifascista para los partidos obreros como plataforma de acción conjunta con los socialdemócratas,  la táctica del frente único que a diferencia de las recomendaciones del XII Pleno orientaba a los PCs a buscar el acuerdo no sólo con las organizaciones reformistas de base sino también a nivel de dirección de los partidos comunistas y socialdemócratas, era la táctica del frente único y el gobierno obrero por la base y la cúspide. Entre las proposiciones de trabajo conjunto destacaban: resistencia a los ataques del fascismo contra las organizaciones obreras y contra la libertad de reunión, manifestación y huelga, organizar la resistencia conjunta a los ataques armados de las bandas fascistas, crear destacamentos de autodefensa conjuntos, organizar conjuntamente la lucha contra la rebaja de los salarios, subsidios de paro, etc, como reivindicaciones antifascistas inmediatas (82).

Por el contrario la conferencia de París de la IOS en agosto de 1933, aunque reflejó el surgimiento de nuevas tendencias en los partidos socialistas de lucha contra el fascismo, rechazaron toda acción conjunta con los PCs. F. Adler atacó la propuesta de frente único como una maniobra de Moscú. Esta política de la dirección derechista de la socialdemocracia de división de las fuerzas antifascistas hacía el juego al fascismo (83).

El XIII Pleno del CEIC (noviembre-diciembre 1933) definió al fascismo como la dictadura terrorista abierta de la parte más reaccionaria de la oligarquía financiera (carácter de clase), reconoció que el fascismo trataba de asegurar al capital monopolista una base de masas en la pequeña burguesía agraria y urbana, las masas desclasadas, los funcionarios y que procuraba penetrar en la clase obrera. No obstante, en este pleno se volvió a cuestionar la táctica de frente único por arriba, y se volvía a considerar que la socialdemocracia constituía el sosten social principal de la burguesía sin exceptuar los países fascistas (84).

El VIIº Congreso de la Internacional Comunista (1.935) tras un fuerte debate interno en los anteriores congresos y plenos, al calor de las luchas de clases en la URSS y la situación internacional tras el crack del 29, se logró corregir los errores de la anterior etapa rescatando el contenido de la tesis del frente único del IIIº Congreso de la Internacional Comunista. Recuperó la política de Frente Único y reconoció la fase de reflujo y la táctica defensiva en la lucha contra el fascismo. J. Dimitrov (secretario gral. de la Internacional Comunista) partía de la posición defendida en tiempos pasados por Marx y por Lenin, de que los comunistas no podían ser indiferentes a las formas del Estado burgués, fuese democrático o reaccionario, y decía:

“En la obra de movilización de las masas trabajadoras para la lucha contra el fascismo, una tarea particularmente importante consiste en crear un amplio frente popular sobre la base del frente único proletario. El éxito de toda lucha del proletariado se haya estrechamente vinculado al establecimiento de una alianza de combate con el campesinado trabajador y la masa fundamental de la pequeña burguesía urbana… Al crearse el frente popular antifascista, es de gran importancia abordar de una manera justa las organizaciones y los partidos en que militan en número considerable esas masas. En los países capitalistas, la mayoría de esos partidos y de esas organizaciones, tanto políticas como económicas, se encuentran aún bajo la influencia de la burguesía y continúan siguiéndola. La composición de esos partidos y esas organizaciones no es homogénea. Se encuentran en ellos Kulaks de importancia al lado de campesinos sin tierra, grandes negociantes al lado de modestos tenderos; pero la dirección pertenece a los primeros, a los agentes del gran capital. Esto nos obliga a abordar de manera diferente esas organizaciones, teniendo en cuenta el hecho de que, muy a menudo, la masa de los partidarios no conoce la fisonomía política real de su dirección. En circunstancias determinadas, podemos y debemos orientar nuestros esfuerzos para atraer, pese a su dirección burguesa, a esos partidos y a esas organizaciones, o algunas de sus partes a las filas del frente popular antifascista. Tal es, por ejemplo, la situación actual en Francia, con el partido radical…no consideramos la presencia de un gobierno socialdemócrata o de una coalición… como un obstáculo insuperable para el establecimiento del frente único con los socialdemócratas sobre cuestiones determinadas. Estimamos que, igualmente en esta caso el frente único es… posible e indispensable” (85).

Tanto en la discusión como en las conclusiones del Congreso se desenvolvieron de una forma unánime y coherente, se relanzaría la politica de la unidad de acción del proletariado en la defensa de los intereses de los trabajadores, por las libertades democráticas, contra la crisis y la guerra, frente único por la base, frente único por las direcciones de las Internacionales (socialdemócrata y comunista) en los planos nacional e internacional (86), la unidad sindical nacional e internacional sobre la base de la lucha de clases (87), las bases mínimas para la unidad orgánica de comunistas y socialistas (dictadura del proletariado, centralismo democrático, independencia de la burguesía y renuncia a la guerra imperialista) (88).

Y la novedad del VIIº Congreso fué el proyecto de frente popular antifascista con el objetivo de unir en la lucha antifascista al campesinado, la intelectualidad y la pequeña burguesía urbana, asumiendo sus propias reivindicaciones. Para la actividad en los países fascistas se acordó combinar la lucha extralegal con la lucha en las organizaciones legales de masas en la defensa de las reivindicaciones cotidianas para no aislarse de los trabajadores (89), y el frente único anti-imperialista en las colonias y semicolonias participando en los movimientos de liberación nacional (India, China…).

Habría que esperar a este Congreso, con el fascismo en el poder en varios países de Europa, y después de un proceso de aislamiento de los PCs de las masas (que en España llegó a índices extremos con Bullejos al frente (90)), para que Dimitrov pueda decretar desde la IC, que el fascismo corresponde a una etapa defensiva y no ofensiva del movimiento obrero planteándose como tarea principal ¡¡¡impedir la victoria del fascismo!!!:

“Nosotros no somos historiadores situados al margen de la vida, somos militantes combatientes de la clase obrera y estamos obligados a dar una contestación a la pregunta que atormenta a millones de obreros: ¿Cabe impedir, y porqué medios, la victoria del fascismo?…Es absolutamente posible. ¡Ello depende de nosotros mismos, de los obreros, de los campesinos, de los trabajadores todos!

El impedir la victoria del fascismo depende ante todo de la actitud combativa de la propia clase obrera…El proletariado al establecer su unidad de lucha paralizaría la influencia del fascismo sobre los campesinos, sobre la pequeña burguesía urbana, sobre la juventud y los intelectuales, conseguiría neutralizar a una parte y hacer pasar a su lado a la otra.

En segundo lugar, ello depende de la existencia de un fuerte partido revolucionario que sepa dirigir acertadamente la lucha de los rabajadores contra el fascismo. Un partido que exhorta sistemáticamente a los obreros a retroceder ante el fascismo y permite a la burguesía fascista fortificar sus posiciones, es un partido que conduce a los obreros inevitablemente a la derrota.

En tercer lugar, ello depende de la política justa de la clase obrera respecto al campesinado y a las masas pequeñoburgesas de la ciudad…

En cuarto lugar, ello depende de la atención vigilante y de actuación oportuna del proletariado revolucionario. No hay que dejarse sorprender inopinadamente por el fascismo; no dejarle la iniciativa…” (91).

Impedir la victoria del fascismo por medio de la unidad de la clase obrera: “Las acciones conjuntas de los obreros organizados son el comienzo, son la base. Pero no podemos perder de vista que la aplastante mayoría la constituyen las masas no organizadas. Así, en Francia el total de los obreros organizados, comunistas, socialistas y afiliados a los sindicatos de distintas tendencias, es en total aproximadamente de un millón y el censo total de obreros asciende a 11 millones…” (92).

Impedir la victoria del fascismo por medio de

“…la creación del frente único contra el fascismo…Significación del frente único…las acciones conjuntas de los partidos de ambas internacionales contra el fascismo no se limitarían a ejercer una influencia sobre sus afiliados actuales, sobre los comunistas y los socialdemócratas, ejercerían también una influencia poderosa sobre la fila de los obreros católicos, anarquistas y no organizados, incluso sobre aquellos que momentáneamente son víctimas de la demagogia fascista…el potente frente único del proletariado ejercería una enorme influencia sobre todas las demás capas del pueblo trabajador, sobre los campesinos, sobre la pequeña burguesía urbana, sobre los intelectuales…también en las naciones oprimidas de las colonias y semicolonias. El hecho de que el proletariado se halle escindido sobre un plano nacional e internacional y de que una parte de él apoye la política de colaboración con la burguesía y sobre todo, su régimen de opresión en las colonias y semicolonias, aparta a los pueblos oprimidos…de la clase obrera y debilita el frente antiimperialista mundial.” (93).

Sobre la base y la hegemonía del frente único del proletariado, Dimitrov veía a los Frentes Populares como una política de alianzas de la clase obrera más amplia en la lucha contra el fascismo donde podían integrarse todas las clases y fracciones contrarias al la reacción imperialista.

En definitiva, las alianzas concebidas en torno la los Frentes Populares, fué la estrategia defensiva, la guerra de posiciones, necesaria en la década de los 30 para frenar al fascismo, y no para la lucha frontal contra la burguesía. La clase obrera debió de escoger en ese marco historico-concreto o entre la democracia burguesa o el fascismo. La política de unidad anti-fascista sólo sería defendida por la Internacional Comunista primero y la izquierda de la socialdemocracia más tarde abandonando sólo en casos concretos la política de dependencia de la burguesía que llevaba a la derrota de la clase obrera y la victoria del fascismo. Por el contrario, Trotski y su IVª Internacional llevaron hasta el final la tesis de clase contra clase, cuestionando la estrategia defensiva y las alianzas frentepopulistas exportando su  tesis en la guerra nacional-revolucionaria española de primero hacer la revolución y segundo vencer al fascismo.

Dimitrov fue el lider marxista-leninista de la Internacional Comunista que llevó a cabo la propuesta de unidad de clase y de alianza interclasista contra el fascismo en una época de repliegue, como tarea principal de los comunistas en la lucha por el socialismo, donde el gobierno del frente único jugaría un papel importante (94). Dimitrov consideraba al gobierno del frente único necesario cuando surgía de una crisis política de la burguesía, como efecto del desarrollo del frente antifascista de masas, dotado con un programa de lucha y transformaciones democráticas. De esta manera se desmarcaba del oportunismo socialdemócrata que consideraba el gobierno del frente único como una simple coalición entre partidos y de las tendencias adversas.

Ante la existencia de líderes socialdemócratas anticomunistas que por su política de conciliación con la burguesía eran contrarios a la creación del frente único, Dimitrov era partidario de favorecer el acercamiento con las posiciones más a la izquierda de la socialdemocracia que asumían el frente único. Y también se desmarcaba del izquierdismo que iba contra cualquier coalición con la socialdemocracia y sólo admitían un gobierno obrero que se formase mediante la insurrección armada y el derrocamiento de la burguesía.

Dimitrov y el VIIº Congreso opondrían el frente único a la consigna de gobierno obrero porque gobiernos de ese tipo dirigidos por la socialdemocracia representaban en aquel momento más un instrumento de colaboración de clases en la conservación del capitalismo por su opción de mantenerse dentro de los marcos de la democracia burguesa y sin ningún tipo de programa de transformaciones, mientras que el gobierno de frente único pretendía ser un órgano de colaboración de la vanguardia del proletariado con otros partidos antifascistas para frenar a la reacción y el fascismo, y emprender luego en mejores condiciones la forma de transición en la lucha por el socialismo como meta. El gobierno de frente único sería tomado por la Internacional Comunista como una forma de transición entre la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado, transición no pacífica por las propias tareas del gobierno antifascista (reforma del ejército, política de reforma social y transformaciones democráticas, etc.) y la movilización y organización creciente del frente único entre las masas hacia la revolución proletaria (95).

Dimitrov también pondría por delante la lucha por la paz contra el fascismo, sobre la base del frente único y las acciones conjuntas de la clase obrera a nivel nacional e internacional, presionando sobre los gobiernos capitalistas y la Sociedad de Naciones, contra la política de no intervención y de apaciguamiento del fascismo. Esta política burguesa encontraría eco en la mayoría de la IIª Internacional y la Internacional sindical socialdemócrata de Ámsterdam, que se oponían al frente único y los frentes populares, creyendo que esta era la mejor táctica para frenar al fascismo, comportándose más como “yunque” en vez de ser “martillo”, como diría Dimitrov parafraseando a Goethe. Fruto de esta política el fascismo aceleraría su ofensiva expansionista y militarista con graves derrotas para la clase obrera y los pueblos (Alemania, Austria, China, Etiopía…). Sin embargo allí donde los planteamientos del VIIº Congreso de la Internacional Comunista se implantan en parte, el fascismo se frena y se combate (frentes populares en España y Francia y guerra nacional-revolucionaria española contra el fascismo) (96).

En el seno de la IIIª Internacional fueron las direcciones de los PCs italiano y alemán la vanguardia en la aplicación de la táctica de clase contra clase y del infantilismo elevado al mas alto nivel. Si la posición de Gramsci logró en principio que el PCI abandonara la línea bordigista, muy a pesar de los debates que siguieron en el seno de la Internacional Comunista tras la muerte de Lenin, en Alemania los dirigentes comunistas tardarían más tiempo en aplicar la línea de frente único del III congreso de la IC.

Heintz Neumann consideraba que el gobierno de Bruning  bajo la democracia parlamentaria ya era la dictadura fascista, que la crisis desembocaría en una revolución, no dando la debida importancia a la lucha por las reivindicaciones parciales y cotidianas de los trabajadores. Reducía la lucha contra el fascismo a los choques con las bandas nazis, y tildaba de socialfascistas a los obreros socialdemócratas, negando la posibilidad de incorporarlos a la lucha revolucionaria.

Thaelman consideraba igual la democracia burguesa que el fascismo, cuando en realidad el fascismo es una forma particular de la organización de los aparatos del Estado burgués, donde todos se someten al aparato burocrático-militar imbuido de la ideología fascista, negadora de la lucha de clases. Para Thaelman (97) el sindicato DGB estaba perdido para la lucha antifascista, y eso que se consideraba que la coyuntura era de ofensiva y no de repliegue, donde el enemigo principal no era el nazismo, sino la propia socialdemocracia como objetivo impostergable de la lucha antifascista para derrotar al nazismo.

En la revista Rote Flame las posiciones infantilistas renegaban de la unidad con la socialdemocracia para frenar al fascismo (98), idea asociada a la inminencia de la revolución, que descartaba cualquier lucha defensiva por las libertades democráticas, considerándolas como peligrosas de desviar a las masas de su objetivo final, olvidando que no sólo Marx y Engels sino incluso Lenin se desmarcaban de aquellos que querían llegar al socialismo desde situaciones políticas de absolutismo, dictadura bonapartista o amenaza de las libertades democrácticas, eludiendo la lucha por la democracia política (lassalleanos e infantilismo comunista).

Thaelman se desmarcaría posteriormente, junto a W. Pieck y W. Ulbricht, de las tesis izquierdistas, y en el pleno de febrero de 1932 el C.C. del PCA criticó las tesis de los oportunistas de izquierda (Neumann y Remmele). En el XIIº Pleno del CEIC de la Internacional Comunista (agosto-septiembre 1.932), Thaelman plantearía que no era justo considerar los sindicatos reformistas como escuela de capitalismo y masa reaccionaria, las masas obreras de esas organizaciones quieren louchar contra la ofensiva del capital, y por tanto, los comunistas no deben abandonar los sindicatos reformistas, no deben boicotear los órganos inferiores, comités de huelga, comisiones de parados, sino participar conquistando con los hechos la confianza de los trabajadores.

A pesar de la política izquierdista del PCA (KPD), durante casi todo el período de la República del Weimar el KPD se mantuvo como una fuerza electoral sólida ganando 100 diputados, y 6 millones de votos en las elecciones de 1.932. Ese mismo año Thaelman obtuvo el 13,2% en las presidenciales.

Los nazis, aún habiendo perdido 2 millones de votos en noviembre de 1.932, reunen la mayoría simple con 13 millones de votos, pero menos que comunistas y socialistas juntos. Pujando entonces a Hitler a canciller los votos de la socialdemocracia en el parlamento y el apoyo de la reacción burguesa el 30 de enero de 1.933. Es sólo en esa esa coyuntura, en dos ocasiones (junio 1932 y enero 1933) cuando el KPD propone una política de acción unida a la socialdemocracia y el sindicato DGB, unidad de acción que el ala derecha de la socialdemocracia rechazó en las dos ocasiones (negando aceptar la propuesta de huelga general) coherentes con su posición de boicot al frente único. Los líderes derechistas de la socialdemocracia recomendaban tranquilidad y paciencia, resaltaban el carácter “constitucional” del gobierno de Hitler, y llamaban a combatirlo sólo por medio de los votos,  mientras que los nazis desplegaban su campaña terrorista contra la clase obrera y su vanguardia. Un mes más tarde los nazis quemarían el Reichstag, e iniciarían el terror blanco encarcelando a comunistas e ilegalizando al partido y a la socialdemocracia, malogrando de esta manera el frente único temido por los nazis, e iniciando su sistema de campos de concentración con la represión política como primer brote.

También hay que añadir que el KPD igual que la socialdemocracia no realizó una política de alianzas de clase, lo que Gramsci denominaba como ausencia de un bloque histórico, y lo que Dimitrov denominara política gremial y tradeunionista. Era tan inminente la revolución por la lectura catastrofista, que no se tuvo en cuenta al campesino medio y pobre, ni a la pequeña burguesía urbana, se pensó por el contrario que la base no sólo militante sino social de votantes del SPD y el sindicato se pasarían a las posiciones comunistas probablemente por la falsa creencia de que las masas serían activadas de forma automática, y también se pensó que toda propuesta programática que recogiera las necesidades y reivindicaciones de la pequeña burguesía, basada en una política de alianzas, no eran necesarias para combatir a la burguesía.

No obstante, y no sin fuertes debates internos, la IIIª Internacional a través de los partidos comunistas nacionales fue la única capaz en la lucha de clases de la época de asumir y convertirse en la vanguardia de las políticas de frente único y frentes populares antifascistas allí donde estas pudieron crearse, siendo “martillo” y no “yunque” como diría Dimitrov. Mientras que las organizaciones trotskistas con peso en algunos países se oponían por principio a la unidad de las organizaciones políticas obreras, y las direcciones de las internacionales socialdemócratas siguieron siendo predominantemente reacias a tal estrategia por su política pasiva de ¡no provocar al fascismo con la constitución de frentes populares!(¿), llevando a la capitulación a la clase obrera alemana y austríaca ante  los Hitler y Dollfuss. La dependencia de la política socialdemócrata de la burguesía condujo a la clase obrera y la propia democracia a la derrota pujando al fascismo a la victoria. Dimitrov les acusó de ocultar la verdadera naturaleza del fascismo (dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios e imperialistas del capital financiero) y de escindir y desarmar al proletariado frente a la ofensiva fascista del gran capital.

5.7 Sobre la impaciencia revolucionaria y sus efectos

Existe una enfermedad de carácter seudo-revolucionario, que es propia tanto de los anarquistas e izquierdistas como de los reformistas. La tendencia a adelantar etapas para alcanzar la sociedad igualitaria o comunista. Wolfang Harich (99) nos planteó hace tiempo que la tradición marxista también está contaminada de la impaciencia revolucionaria de forma similar al anarquismo.

Desde el anarquismo se cae en la credulidad de que el comunismo es alcanzable de forma espontánea y autónoma, lo que desliza a la dispersión de la actividad revolucionaria (como ejemplo la revolución española de 1.873), niega la intervención política del proletariado producto del fundamento anti-autoritario del ideario anarquista, proponiendo a cuatro vientos la abolición del Estado de hoy para mañana, bajo la convicción mesiánica de que la situación revolucionaria y la revolución dependen enteramente de la voluntad una minoría, la cual a través de acciones directas, atentados terroristas o conductas anti-autoritarias (tan útiles para los aparatos coercitivos del Estado burgués) al margen de las masas, propagarán como las setas la actividad y sublevación de las masas cual rayo de luz, e intentarán conseguir lo máximo (el comunismo libertario) con el mínimo de sacrificio sin la organización y preparación revolucionaria de las masas, sin la insurrección de las masas, sino con actos individuales que ni cuestionan el sistema ni trastocan el poder político.

Y esto si era así ya en tiempos remotos de Marx, la versión actualizada del neo-anarquismo cae en la sobre-valoración de los problemas marginales por delante del conflicto clasista, recuperando las tendencias nihilistas e individualistas del anarquismo clásico.

También parte de la tradición marxista (y no sólo la socialdemócrata) plantea que ya no es necesaria la revolución, ni la endiablada dictadura del proletariado. El socialismo es alcanzable cuantitativamente, frente al nuevo papel regulador del Estado no se hace necesaria ya su destrucción, ya que es posible a través del propio Estado capitalista realizar reformas paulatinas hacia el socialismo. Se vanagloria a la política keynesiana como punto de partida para ello, el estatalismo es la guía que está servida para el socialismo vía decreto administrativo de gobierno, y la prioridad política pasa por sobre-valorar los problemas sociales más marginales para taponar el conflicto clasista y ¡sobre todo! nada de nuclear a las masas entorno a la clase obrera.

Se analiza que en la fase del capitalismo monopolista de Estado, éste tiende a tener un papel puramente técnico, se plantea la primacía del desarrollo de las fuerzas productivas, al margen de las relaciones de producción capitalistas, lo que trae como consecuencia la creencia de la neutralidad de las fuerzas productivas. En “Eurocomunismo y Estado” Santiago Carrillo lo comentaba:

“…el crecimiento extraordinario de los medios de producción lleva objetivamente en sí –incluso antes de llegar al socialismo- la tendencia a borrar las diferencias entre trabajo manual e intelectual…” (100).

Se presenta al socialismo como una coronación de una proceso evolutivo de las fuerzas productivas. La intervención estatal se comprende como una función neutra y técnica necesaria para impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas. Se sitúa al Estado como parte de la base económica y como factor del desarrollo de la producción, otorgándole la categoría de neutralidad. Nada de relaciones de producción, nada de lucha de clases. Evolucionismo, economismo, productivismo y estatismo. La contradicción principal no está entre capital y trabajo sino entre lo privado y lo público.

Se considera que el Estado capitalista ya favorece la socialización de las fuerzas productivas, y garantiza el advenimiento del socialismo. Esta posición eurocomunista, consideraba que el paso al socialismo exige la conservación del Estado actual en su lado positivo, y sus intervenciones económicas para garantizar el proceso de producción son consideradas como neutras, sólo hay que purgar al Estado capitalista de su lado negativo eliminando su orientación económica a favor de los monopolios por un ¡simple cambio de gobierno!. La teoría marxista-leninista sobre la necesidad de romper el aparato de Estado capitalista fue arrojada por la borda por el eurocomunismo.

La consideración del Estado como una especie de instrumento que lo mismo que puede ser útil a los monopolios, lo será para la clase obrera, efecto de la concepción instrumental e idealista del Estado basado en la independencia de éste frente a las clases y la lucha de clases (Estado-herramienta al servicio de cualquier clase), no es una idea nueva eurocomunista, es típica de la posición revisionista del socialismo de Estado que considera al Estado como una institución intalterable por encima de las clases; posiciones que afloran en etapas histórico-concretas coincidentes con las necesidades de recomposición capitalista, de cambio de modelo de acumulación tal y como Poulantzas nos indicaba:

…siempre que el Estado capitalista emprende intervenciones en masa a fin de adaptar y ajustar el sistema ante la socialización de las fuerzas productivas: lassalleismo-Bismarck; Proudhom y el cesarismo social-Luis Bonaparte; capitalismo social-Nuevo Trato (New Deal) rooselvetiano; Welfare State-capitalismo de Estado bajo el imperialismo” (101).

Presumiendo de marxismo e incluso de leninismo, Carrillo en su triste y homónima obra Eurocomunismo y Estado, del Lenin del Estado y la revolución, se le olvidaban cosas como ésta:

“…el error más generalizado está  en la afirmación reformista burguesa de que el capitalismo monopolista o monopolista de Estado, no es ya capitalismo, que puede llamarse ya socialismo de Estado, y otras cosas por el estilo. Naturalmente los truts… no han entrañado hasta hoy ni pueden entrañar una planificación completa. Pero por cuanto son ellos los que trazan los planes, por cuanto son los magnates del capital quienes calculan de antemano el volumen de la producción en escala nacional o incluso internacional, por cuanto son ellos quienes regulan la producción con arreglo a planes, permanecemos indudablemente, a pesar de todo, dentro del capitalismo. La proximidad de tal capitalismo al socialismo debe de constituir, para los verdaderos representantes del proletariado, un argumento a favor de la cercanía, de la facilidad, de la viabilidad y de la urgencia de la revolución socialista, pero no, en modo alguno, un argumento para mantener una actitud de tolerancia ante los que niegan esta revolución y ante los que hermosean el capitalismo, como hacen los reformistas”. (102).

Por mucho que la concentración de la producción y el capital, bajo el predominio de los truts y los supermonopolios preparen la venida del socialismo, dicha tendencia no lleva a la expropiación de la gran burguesía, ya que tal expropiación sólo puede llevarla a cabo el Estado proletario levantado por medio de la revolución socialista.

Mientras unos sitúan al Estado como el mal de todos los males (anarquismo), otros basculan hacia él como tabla de salvación (reformismo socialdemócrata o eurocomunista), como ente neutral por encima de las clases que vigorizará el desarrollo hacia el comunismo con la socialización de las fuerzas productivas. Nada de relaciones de producción, nada de dialéctica; metafísica por un tubo, análisis de carácter pre-marxista. Coincidencia extrema entre las posiciones anarquistas y reformistas, que en el pensamiento son disidentes, pero que en los hechos son iguales. En este sentido Harich situaba al anarquismo como hermano gemelo del reformismo, no por casualidad, sino porque fruto de esa impaciencia revolucionaria, de ese utopismo en el cual coinciden, son pasto del planteamiento desiderativo que sólo entienden del proceso revolucionario en el periodo particular de la existencia humana de parte de una generación. No lo entienden como un proceso ininterrumpido que abarca a generaciones distintas del mismo sujeto revolucionario, la clase obrera, la que generación tras generación traslada la perspectiva histórica de la lucha liberadora, y se organiza para la realización futura del comunismo, no a través del aire sino de la dialéctica movimiento-organización y la praxis histórica.

Marx y Engels plantearon la perspectiva revolucionaria por encima de los intereses incondicionales de la generación viva, por encima del horizonte histórico-concreto. Tanto a los reformistas como a los anarquistas les falta entender que la actividad política inmediata debe ligarse a los intereses estratégicos a largo plazo incluso por encima del horizonte histórico-concreto.

La denominada guerra de posiciones en el Estado capitalista actual admitida por Gramsci, pero también por Lenin, es una lucha lenta, dura y sacrificada, de trincheras, de avances y reveses amargos, y esto no sienta bien a quien sueña con el ¡¡¡día inmediato de los Justos!!! ¡¡¡el rapto de los justos!!!. En el fondo sienten alergia al barro de las trincheras, promulgan el escaqueo frente a la resistencia clasista, desprecian las estructuras político-organizativas, su obsesión es la guerra de movimientos ficticia sin tropa alguna, el aventurerismo de la rebelión espontánea a lo que salga.

Incluso la pregonada revolución socialista mundial, que ya se ha visto que no estalla simultáneamente como se creía, que se trata de un largo proceso de generaciones sin atajos ni vericuetos o senderos “luminosos”, que se desarrolla con avances y retrocesos, con triunfos revolucionarios y con derrotas e incluso restauraciones del capitalismo abolido, fruto del desenlace de la lucha de clases. No es el fracaso del marxismo-leninismo como teoría revolucionaria, sino el pensamiento desiderativo que domina el que hace que se renuncie a la propia lucha y organización revolucionaria, es el utopismo que se agota en una generación que no sobrepasa los 20 o 30 años de recorrido político, por su cansancio teórico, por su impaciencia revolucionaria, por su utopismo declarado. Por su máxima de ¡ahora o nunca!.

Frente a esta enfermedad infantil plagada de utopismo, Harich (103) establece las prioridades revolucionarias en el orden siguiente, primero la creación y toma del poder político, segundo la reestructuración de la base socioeconómica de la sociedad, tercero el desarrollo de una política interna y exterior de consolidación y extensión del proceso revolucionario, y cuarto la transformación de la superestructura jurídico-política e ideológica avanzando hacia el comunismo.

Salirse de este plano es rayar la utopía. Tan utópico como pensar que por medio de una evolución pacífica, a través de reformas fiscales y jurídico-políticas desde el parlamento burgués se vaya a transformar el sistema así mismo; tan utópico como pensar que a través de medidas legislativas ajenas al movimiento obrero se pueden realizar reformas que trastoquen el capitalismo; tan utópico como pensar que se pueda conquistar el poder político por vía electoral, y que la burguesía acepte tranquilamente sin resistencias los efectos de una política que atente a sus intereses de clase; tan utópico como pensar que para transformar el sistema sólo hace falta la mayoría parlamentaria para gobernar y aplicar las reformas, sin que el proletariado organice su contrapoder, su Estado, su dictadura de clase; tan utópico como pensar que sin las tropas móviles de las masas obreras, los generales de tropa (cuadros del partido-personas parlamentarias) podrán dirigir ante campo contrario, fuego cruzado y árbitro comprado, un proceso transformador del capitalismo; tan utópico como pensar que la burguesía entregará voluntariamente, sin tregua y por cansancio el poder; tan utópico como pensar que se pueda construir el socialismo sin la propia clase obrera y sólo a base de decretos parlamentarios (estatalismo); tan utópico como pensar que las reformas conducen por sí solas a la revolución; tan utópico como pensar que los altos funcionarios de la administración del Estado, directores y gerentes de las grandes empresas, aceptarán de buena gana servir a la clase obrera, cediendo todos los privilegios y corruptelas que disfrutan, que cederán pacíficamente su propiedad y control sobre los complejos y costosos medios de producción tirando por la borda la base de su riqueza y su dominación política; tan utópico como pensar que exista una vía exclusivamente legal o democrático-burguesa al socialismo sin necesidad de los medios extralegales de lucha y ruptura revolucionaria.

De la misma manera, en el lado anarquista, utópico también es pensar que la espontaneidad de las masas a través de la acción directa de minorías creará el día D de la sublevación instantánea y masiva; utópico es pensar que sin una dirección política y el derrocamiento político del capitalismo, el Estado se disolverá él solito por agotamiento; utópico es pensar que sin la organización paciente y sacrificada con las masas se pueda construir la alternativa revolucionaria sólo con propaganda y consignas apolíticas anti-Estado…etc.

En definitiva tanto el reformismo teórico, como el anarquismo son en la praxis una FANTASÍA, ya que reducen al movimiento obrero y sindical a sus orígenes de ilusiones utopistas. La actitud consecuentemente revolucionaria pasa por someter las reformas políticas dentro del sistema capitalista a la revolución y no al revés. Someter y combinar los medios legales de lucha del proletariado a los medios extralegales y no al revés, sin universalizar ningún medio de lucha concreto. Construir la articulación y organización de la clase y aplicar la política de masas y no de vértice; la historia es fruto de la acción de las masas y la protagonizan las fuerzas sociales y clases que se caracterizan por la unidad en las reivindicaciones y objetivos, sin esto no es posible la actividad conjunta y organizada de las masas trabajadoras, que son en el terreno de la lucha de clases el motor de la historia, sin esto no es posible acceder a superar el capitalismo y alcanzar el socialismo, de responder a una situación objetivamente revolucionaria con la ofensiva y el movimiento.

5.8 Acerca de dos experiencias revolucionarias: mayo francés y anti-franquismo 

Trataré de dar un repaso sobre dos de las experiencias revolucionarias más importantes en Occidente, la situación revolucionaria creada por la crisis de dominación del régimen franquista, el ascenso organizado de la lucha de masas contra la dictadura en España y la situación revolucionaria en la Francia de 1.968.

5.8.1 Situación revolucionaria sobrepasada por la reforma pactada

Antes de analizar la situación, repasemos un poco nuestra historia contemporánea al margen del NO-DO.

El discurso de Churchill en 1.946, en Fulton (EE.UU.), secundado por Truman en favor de un telón de acero contra la URSS, recuperaba la política exterior imperialista de los años 30, y abría el coto de la guerra fría en la que España y su régimen político pasaban a ser el aliado más fiel para los intereses de los EE.UU. en Europa de freno a la influencia comunista.

Antes de crearse la OTAN (1.948), España fue el primer apoyo militar bajo mando de EE.UU. en el continente. El alineamiento de Franco con la coalición de la guerra fría se formalizaría en convenios de 1.953 con EE.UU., instalándose bases militares. La posición del régimen de Franco fue clara durante la IIª Guerra Mundial, sólo fue beligerante contra la URSS, mientras que en el conflicto entre las potencias aliadas y del eje no tomó parte en ningún momento.

Paralelamente, las preferencias de la naturaleza de la política exterior de los Estados imperialistas hacia regímenes reaccionarios que garantizasen el orden social capitalista, era muy reciente, todos los gobiernos británicos y franceses durante y después de la guerra contra la IIª República, respaldaron a los golpistas y Franco (Baldwin, Chamberlain, Churchill, León Blum, Laval). El único gobierno de los aliados que se opuso al régimen de Franco, antes y después de la IIª Guerra Mundial fue el de la URSS.

Siguiendo la política de alineamiento con las estructuras supranacionales de la guerra fría, Franco en la nueva etapa histórica, solicitaría en 1.962 el ingreso de España en la CEE.

Tras la derrota de la IIª República y la represión brutal contra la clase obrera, los años de post-guerra impidieron una lucha organizada por la base, pero posteriormente en los años de la «estabilización económica» España alcanzó un cierto status económico/industrial dentro de los países de desarrollo capitalista medio, dando lugar a un crecimiento desmesurado del proletariado como parte principal del desarrollismo económico, creando una base material de lucha social y política. Muerto Franco, ante el país se abría la posibilidad histórica de un cambio del sistema político que trastocara las bases fundamentales de la dominación capitalista.

La clase obrera se destacó como la principal y fundamental fuerza de choque de la resistencia a la dictadura. El factor más importante de ésta fué su aspecto organizativo, a fines de los años 50 y a principios de los 60 del siglo pasado, se fueron perfilando instrumentos organizativos extralegales del proletariado español a lo largo y ancho del Estado: las Comisiones Obreras; las cuales surgieron paralelamente al sindicato vertical del régimen franquista (CNS), utilizando los mecanismos legales existentes (negociación de convenios, jurados de empresa, sindicatos locales y de ramo, etc.), como instrumentos de contacto y trabajo con las masas obreras. Al principio aparecieron de forma espontánea (aparecían de forma puntual a raíz de los convenios y conflictos laborales) y no salían de su ámbito local, pero luego fueron desarrollándose en cascada como movimiento al calor de las luchas huelguísticas de los años 60, adquiriendo un carácter sociopolítico de clase, asambleario, estable y dinámico a nivel estatal.

Al llegar la década de los 70 se sumaron otros sectores importantes a la lucha anti-franquista: estudiantes, movimiento vecinal, militares democráticos (UMD)… La oposición anti-franquista crecía paulatinamente y las acciones de masas se multiplicaban por doquier, sólo bastaba la chispa que hicieran saltar a estas fuerzas dirigidas por la clase obrera y su partido revolucionario, el PCE, a la toma del poder y la RUPTURA DEMOCRÁTICA con el régimen franquista.

La dirección del PCE, sin embargo, optó por la reforma, con la segunda restauración de la monarquía de los borbones bajo una Constitución democrático-burguesa. En vez de optar por la articulación de todas las fuerzas sociales democráticas y anti-franquistas de forma independiente de las fuerzas políticas de la burguesía, con el objetivo inmediato de avanzar hacia una democracia de carácter popular como la portuguesa, al final se optó porque la burguesía resolviera sus tareas apremiantes:

  1. Cambios en las formas de poder, monarquía constitucional por dictadura militar
  2. Mantenimiento del poder político y económico de la clase dominante, superando el modelo de acumulación desarrollista iniciado en los años 60, optando por la integración en la CEE.

La reforma fue controlada y se produjo bajo la hegemonía de la derecha. La clase obrera y fuerzas sociales antimonopolistas fueron descabezadas de aquel partido que les podía conducir a sus aspiraciones de ruptura democrática, para plantear la constitución de una democracia burguesa a cambio de grandes retroceos en las condiciones materiales de la clase obrera, confundiendo a las masas al contraponer democracia o dictadura, en vez de plantear el tipo de democracia a construir por la cual se luchaba. La dirección del PCE no supo ver la coincidencia del imperialismo y la socialdemocracia en el mismo proyecto, el pacto por arriba desmovilizó a las masas e hipotecó la independencia política del partido al dejar al margen el proyecto de ruptura.

Sin embargo, el resto de los partidos “obreros” (al margen de su lenguaje izquierdizante) no se colocaron en el lugar de la vanguardia “ausente” del proletariado, sino que al contrario, con su posición sectaria y preelectoralista, estigmatizaron incluso la labor antifranquista del PCE. Esta etapa coincide con la excesiva supeditación del PSOE a la estrategia de la socialdemocracia europea en contra de una alianza rupturista en España, en la que destaca la campaña contra la plataforma de la Junta Democrática impulsada por el PCE, la cual exigía la criminalización del franquismo y el regreso a la legalidad republicana de 1.936. En esta campaña coincidían la alianza de la ultraizquierda (ORT y MC) con la socialdemocracia para debilitar la Junta Democrática (vía rupturista), y el sectarismo de la LCR y del PT contra el PCE, elementos que terminarían por “justificar” el paso de la dirección del PCE a la participación subalterna en la Coordinación Democrática, plataforma integrada por los diferentes partidos políticos desde la derecha hasta la ultraizquierda, sin voluntad de lucha, y sin voluntad de unidad política por la ruptura. A partir de ahí el papel del PCE comenzó a disminuir mientras se acrecentaba el peso del PSOE antirupturista, llegando a fustral en el movimiento obrero la creación de un sindicato de clase unitario propuesto por CC.OO. y apoyado sólo por el PCE, mientras el resto de partidos “obreros” tanto socialdemócratas como de ultraizquierda se opusieron rotundamente.

La vía reformista del régimen propuesta por Suárez en 1.976 ponía de manifiesto que la iniciativa estaba en manos de la clase dominante, si bien el PSOE ya había dado un paso en Suresnes (1.974) renunciando a toda su historia como si los Juan Negrín y Alvarez del Vayo nunca hubieran existido, la aceptación por Felipe González del programa del sector evolucionista con el franquismo liderado por los Borbón y dirigido por Suarez fue la primera claudicación.

Durante los últimos años del franquismo, el PSOE en el interior, es poco más que unas siglas. El peso mayor de la resistencia lo llevan los comunistas. En 1974 se refunda el PSOE siguiendo el modelo portugués. En ese país hubo que inventar un partido socialista ya que este no existía siendo financiado con 10 millones de dólares de la fundación Ebert, su primer secretario, Mario Soares, ya tenía contactos con la CIA desde los años 60. En Alemania las 2 fundaciones (la socialdemócrata Ebert y la democristiana Adenauer) establecidas en los años 50 para canalizar el dinero de la CIA. La CIA y la socialdemocracia alemana, a través de la fundación Ebert, se turnan en la dirección de la transición española, con dos objetivos comunes, impedir una revolución tras la muerte de Franco y desplazar la influencia comunista. El crecimiento espectacular del PCE-PSUC y la desaparición de los sindicatos y partidos anteriores a la Guerra civil aumenta el temor de una supremacía comunista. En 1979 se desvela que UGT recibe 200 mill. de pts., de los sindicatos amarillos yanquis para ganar las elecciones sindicales. Ya hacia 1980 las 2 fundaciones alemanas están presentes en 60 países, las subvenciones de la fundación Ebert llegan a las socialdemocracias de Portugal, España y Grecia desde antes de que cayeran las dictaduras fascistas, ya que la única oposición real a las dictaduras la representaban los comunistas como únicas fuerzas políticas capaces de tomar el poder ante la caída inminente de las 3 dictaduras (104).

Siguiendo la norma de la promoción de la disidencia en los países socialistas (Solidaridad en Polonia) la CIA y las dos fundaciones alemanas se introducen en todos los medios, partidos políticos, sindicatos, medios de información, cooperativas, patronales del comercio e industria, iglesias, organizaciones estudiantiles, etc. Durante los meses anteriores a la muerte de Franco la presencia en España de agentes de la CIA se incrementa y en esas mismas fechas Daniel Schorr corresponsal de CBS (cadena de TV yanqui) confirma en Washington que Portugal, Italia, España y Grecia están dentro de las prioridades de la CIA (105).

Pero el PSOE en el exilio seguía manteniendo una posición favorable a la República y por tanto a la ruptura democrática, Julian Gorkin antiguo dirigente del POUM y uno de los fundadores del Congreso por la Libertad de la Cultura, como parte de la cruzada anticomunista de la guerra fría, se encargó de controlar a principios de los 60 a los medios socialistas en el exilio, introduciendo publicaciones financiadas por la CIA, como las revistas Cuadernos, editada en París; Examen, en México, y Encouter, en Gran Bretaña, y Visión en Latinoamérica (106). Tras el Congreso del PSOE en el exilio, una vez suprimida la vieja guardia encabezada por el anterior secretario general Rodolfo Llopis que no acepta el programa de Suresnes, se elige a Felipe González quien en 1979 en el XXVIII Congreso impone la desaparición del marxismo de los estatutos, y convierte al PSOE en un partido defensor del capitalismo, proatlantista y proyanqui que nada tiene que ver con Pablo Iglesias, Largo Caballero, ni Rodolfo Llopis.

El PCE promueve la Junta Democrática, Felipe González y el PSOE boicotea este organismo unitario que reclama la amnistía total, Gobierno Provisional y referéndum para elegir la forma de Estado (Monarquía o República). Después, la dirección del PCE acabaría por incorporarse a la negociación de la reforma junto al resto de fuerzas políticas de Coordinación Democrática, renunciando en el verano de 1.976 a la lucha por la ruptura, logrando su legalización en abril de 1.977, a la cola del resto de organizaciones políticas. La  dictadura había quedado legitimada y con ella todos sus crímenes, ¿punto final?.

La vía reformista en España era la que interesaba al imperialismo yanki, por eso la CIA además mantuvo relaciones con todos los partidos políticos españoles para buscar una salida al régimen, incluyendo al PCE. En 1.977 Carrillo fue invitado a EE.UU., caso único en la historia de los partidos comunistas, cuyos dirigentes siempre han tenido prohibida la entrada en los EE.UU. (107) (Carrillo pregonó desde la tribuna yanqui el abandono del leninismo, y luego defendería el abandono de la República, la aceptación de la monarquía, su himno y su bandera).

Vía reformista que tuvo a los elementos franquistas más moderados con Suárez al frente (jefe del movimiento falangista), y a la Trilateral, con el objetivo de mantener el poder, cambiando el franquismo sin tocar la infraestructura socioeconómica, y desmovilizando a las masas populares. Igual que en la crisis de 1.936 la burguesía monopolista en alianza con el imperialismo nazi-fascista se proponía un cambio de modelo de Estado para garantizar su dominio frente a un proletariado cada vez con mayor peso. Si bien en 1.936 optó por la destrucción de la IIª República, ya que sus fines contradecían el dominio político y económico de la alianza de la burguesía monopolista, los terratenientes y la Iglesia, en 1.976 la burguesía monopolista representada por los reformistas del régimen franquista, en alianza con el imperialismo yanqui y la Trilateral, llevarían la iniciativa de evolucionar la forma franquista del Estado para hacer frente y contrarrestar la fuerza social más numerosa y amenazante: el proletariado. Y para ello, con el objeto de asegurar su hegemonía en el proceso de transición, puso manos a la obra para desactivar el protagonismo creciente del movimiento obrero y popular en la crisis del régimen franquista.

La burguesía dividida en fracciones, se rehizo políticamente a través de UCD, para no perder su hegemonía en el proceso de reforma, hegemonía que se veía amenazada por la inicial estrategia rupturista del PCE y Comisiones Obreras que confluía con el crecimiento de la organización y las luchas de la clase obrera. Tal es así que la derecha fundó GODSA, una sociedad cuyo objetivo era aglutinar a un grupo selecto de políticos, juristas e intelectuales, con la socialdemocracia como límite en la izquierda para contrarrestar la via rupturista y la influencia comunista. El propio Fraga lo manifiesta:

“…había que llegar a conseguir un partido socialista fuerte, socialdemocrático, y un partido comunista débil. Yo pensé que un partido comunista que arrancara en aquel momento, con la fuerza que tenía en Comisiones Obreras, podía ser muy peligroso para la marcha general de las cosas económicas y sociales del país” (108).

¿Pero cuáles fueron los fundamentos estratégicos en los que se basaron la dirección del PCE en cambiar detáctica y estrategia? El elemento fundamental fue la introducción del reformismo político y el revisionismo teórico a través de la estrategia eurocomunista, que supuso en la práctica política la renuncia a las formas extralegales de organización del partido y la clase obrera y a sus formas extralegales de lucha también. Abandonando la organización sectorial del partido, territorializando su actividad, para reducir la actividad política a las vías legales emergentes dentro de los marcos del régimen burgués-parlamentario, priorizando toda actividad política institucional, sacrificando las fuerzas del partido y de la clase a esta tarea.

¡La lucha de clases es hoy una lucha de posiciones dentro de las instituciones del Estado burgués no una lucha de masas y movimientos!, se vociferaba en las latitudes altas del partido. Se falseaba el planteamiento gramsciano sobre la necesidad de distinguir el flujo de ascenso de las fuerzas revolucionarias del reflujo con la ofensiva de las fuerzas reaccionarias como situaciones diferentes para la táctica revolucionaria, y que en el proceso revolucionario el avance de posiciones dentro del Estado burgués (labor parlamentaria) no significa el abandono de la organización extralegal. Precisamente Gramsci (tan venerado por los líderes eurocomunistas) no confundía la situación propicia para el asalto del poder político, con el asedio de la fortaleza capitalista en una situación pre-revolucionaria, donde todavía no hay condiciones de situación revolucionaria completa para la toma del poder.

De forma especial para Santiago Carrillo, líder del PCE, la ruptura no fue posible por la existencia de un ejército no neutral. A lo que cabe preguntarse si ¿podemos desde un punto de vista marxista-leninista y de clase ver al ejército español en aquel momento como lo ve Carrillo, como un todo homogéneo?. Decir esto dentro de una sociedad dividida en clases es renegar del análisis marxista-leninista, porque el ejército no era homogéneo, sino totalmente heterogéneo en su composición social. El ejército estaba compuesto de la tropa (de extracción mayoritariamente obrera), los oficiales (de extracción de las fracciones de clase populares) y el alto mando que permanece fiel en su totalidad al régimen. ¿Acaso a los intereses e inquietudes de la tropa le son ajenos sus sentimientos de clase?. Adoptar tal posición, después de la reciente experiencia vivida con la revolución de los claveles en la Portugal de abril de 1.974, es más producto de la necesidad imperiosa de legitimar la posición reformista y el abandono de la estrategia revolucionaria.

Las enseñanzas del intento de sublevación militar de julio de 1.936 en el cual la mayoría del ejército, la tropa, y una parte nada despreciable de la oficialidad (3500 oficiales de 7600 en activo) se mantuvieron fieles a la IIª República, echa por tierra tal argumento, y si la sublevación militar se mantuvo fue debido precisamente más a los factores externos (política de «No-intervención», implicación de los ejércitos fascistas de Italia y Alemania) que internos, ya que los factores internos fueron provocados por el exceso de confianza con los mandos golpistas que en vez de apartarlos se les destinaba a sitios claves para la preparación de la sublevación. Tampoco hay que olvidar que incluso numerosos mandos militares se mantuvieron fieles a la República en el momento del golpe, entre los 8 capitanes generales sólo 1 participa en el golpe, de los 59 generales de brigada 42 permanecen fieles a la República, lo mismo puede decirse de los 6 generales de la Guardia Civil y el General en jefe del ejército del aire. Los grupos militares organizados en el UMRA (Unión Militar de los Republicanos Antifascistas) tomaron el mando en defensa de la IIª República. (Sergio Vilar).

Además, en el ejército español de los años 70 existía una fracción creciente de oficiales y altos mandos anti-franquistas organizados clandestinamente desde agosto de 1.974 en la UMD, influenciada por la revolución portuguesa de abril de 1.974. Organización que tuvo que ser desarticulada en julio de 1.975, y que contaba con 200 oficiales del ejército en su mayoría opuestos a la coalición de la guerra fría y la OTAN, a los cuales con la reforma pactada se les defenestró y apartó precisamente por sus actividades democráticas y su posición anti-OTAN, como si fueran criminales, cuando por contra los golpistas del 23-F y los elementos franquistas del ejército campearon a sus anchas como Pedro por su casa.

Pero lo que no veía Carrillo, sí lo veía la burguesía, ya que incluso los sectores mas reformistas de la burguesía detectaron la dificultad de utilizar el ejército contra el pueblo sin provocar la ruptura, este temor se puso de manifiesto en octubre de 1.975 cuando Marruecos inició la Marcha Verde en el Sahara y la burguesía se vió impotente para utilizarlo. Se cernía el fantasma de la rebelión del ejército portugués.

Lo que empujó a la renuncia de la ruptura democrática con el régimen franquista, no es precisamente que la jerarquía del ejército no renunciara a sus intenciones involucionistas y dejara de ser no neutral (como parte del aparato del Estado, por cierto), sino que la reforma pactada, ayudó en su momento a que su papel político reaccionario sostenedor del sistema se reforzase aún mas, con operaciones (galaxia) e intentonas golpistas como la del 23-F de 1.981, creando ésta última las condiciones propicias para el afianzamiento del proceso no rupturista y de alineamiento con la política de guerra fría con el rápido el ingreso en la OTAN. La trama es conocida, una semana después de la toma de posesión de Reagan, Suarez contrario al ingreso de España en la OTAN dimite, Calvo Sotelo investido nuevo presidente se encarga de mantener el vínculo con EE.UU. incorporando a España a la OTAN en 1.981 y posteriormente en 1.986 (referéndum OTAN) el gobierno del PSOE (F. González) se encarga de apuntalar el país en el enclave militar atlántico del imperialismo yanqui.

      El intento de golpe de Estado, coincidía con el cambio de administración de EE.UU., de Carter a Reagan, y la reacción de la política exterior de EE.UU. que confraternizaba abiertamente con las dictaduras latinoamericanas (Uruguay, Paraguay, Argentina y Chile), con movimientos reaccionarios (UNITA, contra nicaragüense,), golpe de Estado en Thailandia, ocupación militar de El Salvador, asesinato de Omar Torrijos (Panamá), etc. En España las masas obreras populares eran contrarias al alineamiento de la guerra fría (OTAN). Joan Garcés en Soberanos e Intervenidos (109) documenta bastante bien la trama golpista, primero el 29 de Enero, Suarez como presidente de gobierno (contrario a la OTAN) renuncia;  segundo, se crea una crisis golpista para invocar después un gobierno de salvación nacional (artículo 8° de la Constitución), gobierno de coalición de todos los partidos políticos con un militar al frente, el alineamiento del PSOE a las aventuras militares era reciente, Prieto-Besteiro-Caballero ya colaboraron con la dictadura de Primo de Rivera y en marzo de 1.939 respaldaron el golpe contra Negrín y la IIª República traicionando la guerra de resistencia contra el fascismo dando un respiro al imperialismo nazi que inmediatamente 5 meses después desencadenaría la IIª Guerra Mundial.

Pero en 1.981 los golpistas del 23-F, Tejero y Milans del Bosch no aceptaron el objetivo constitucional de la trama. No obstante, los objetivos políticos del golpe se cumplieron, presión de aumento de los gastos militares (doblándose entre 1.978-81), corregir el rumbo de neutralidad de Suarez ante la estrategia de EE.UU. en Europa, Calvo Sotelo (UCD) metería a España en la OTAN sin poner en cuestión el tratado hispano-norteamericano, mientras PCE y PSOE desde la oposición en la izquierda no movilizaban en contra y excluian de su programa económico la nacionalización de actividades económicas, acorde con los intereses de la Europa pro-EE.UU. (CEE). Por último, ya con el PSOE en el gobierno, borraría en 1.984 de su programa su posición contraria a la OTAN, terminando por anclar a España en las instituciones supranacionales de la guerra fría (CEE y OTAN). La sucesión del franquismo se llevó cerrando la opción a una política neutral y rupturista, provocando dos fracturas directas en el movimiento obrero, la reforma sustituyó a la ruptura democrática, con el falso mensaje: la ruptura equivale al golpismo y la derrota de la democracia. El pacto social sustituyó a la acción sindical, con el falso mensaje: hay que compartir responsabilidades ante la crisis, concertación social.

La burguesía mantendría el control político con un simple cambio de las formas de dominación del Estado, saliendo reforzado el sistema económico capitalista, mientras los problemas de la clase obrera: paro, deterioro de las condiciones de vida y trabajo, irresolución de la cuestión nacional y la amenaza de involución contrarrevolucionaria del aparato de Estado, siguieron presentes en la formación social española. A la clase obrera española le tocaba pagar la crisis, y ¡vaya si la pagó!.

La realidad es que tras 40 años de dictadura, el movimiento obrero revolucionario con sus altas cotas de organización y movilización, era el elemento aglutinante de masas y determinante de la situación política, sin su participación o con su pasividad no hubiera sido posible ni él haberse planteado la ruptura acertadamente en su momento, ni haberse desarrollado ni tan siquiera la reforma pactada. La supuesta trama golpista en el tránsito de los años 1.976-78 (operación galaxia) fueron muy determinantes para el afianzamiento de la reforma al hacerse eco desde la dirección del partido el fantasma del golpismo. No obstante, por la coyuntura estatal e internacional, el involucionismo no hubiera hecho mas que reforzar la lucha del proletariado contra el régimen político y el sistema capitalista impulsando la desestabilización aún más rápida del régimen franquista, vetando a las clases dominantes la salida reformista, y de compromiso con la coalición de la guerra fría, como tablas de salvación.

Pero curiosamente, el intento golpista del 23-F se da ya fuera de la coyuntura política revolucionaria y en una situación de fuerte reflujo del movimiento obrero: desmovilización en masa, desafiliaciones de los sindicatos de clase y en el PCE-PSUC, retroceso cuantitativo y cualitativo del componente revolucionario de la clase obrera. En este marco de flujo-reflujo (1.976-81), resultaba grotesco ver que dirigentes del PCE agitaran el fantasma golpista a la fuerza social que era según su actitud la mas determinante de todas dentro de la coyuntura política: la clase obrera. La opinión de dirigentes de la burguesía democrática hacia el papel del PCE, no tienen desperdicio. Jordi Pujol decía: «…los comunistas tuvieron una actuación muy serena durante todo el proceso de transito político de la dictadura a la monarquía constitucional. …» (110). Viniendo de donde viene esta afirmación tajante no deja de ser ejemplificadora.

Ya la legalización del PCE se hacía a un precio muy alto para sus filas, se realizó no sin renunciar la ruptura democrática y a la propuesta de gobierno provisional para llevar a cabo un referéndum sobre la forma de Estado, rebajando a una estrategia reformista anti‑ruptura, abandonando el papel dirigente revolucionario dentro de una situación revolucionaria. Y así pagó cara su osadía, en los primeros resultados electorales (por no hablar de los posteriores hasta el «juntos podemos») el PCE obtenía en las legislativas de 1.977 el 9,33% de los votos con 19 diputados (7 del PSUC), mientras el PSOE solito obtenía el 29,32% de los votos y 118 diputados, y dos años más tarde el PCE obtendría su mejor resultado histórico el 10,77% de los votos y 23 escaños (8 del PSUC) mientra el PSOE mantendría su distancia con el 30,4% de los votos y 121 diputados, todo producto del papel desconcienciador que se realizó entre la clase obrera al admitir que la ruptura no era posible, y que el ejército era un peligro determinante.

Todo ello pasó a pesar de que PCE fuese el partido político más combativo y que más victimas ofreció por la lucha anti-franquista, el que organizó en el interior a las Comisiones Obreras, el que con mas dirigentes obreros y de masas contaba, el mas calumniado, el que más prestigio se ganó ante los trabajadores, el que mas llenó las cárceles franquistas con sus militantes, los que mantenían la imagen del anti-franquismo en la calle, los que realizaron la única política que considerara perseguible la dictadura. Pero ese cambio radical en el posicionamiento hizo que el PCE en las primeras elecciones legislativas, no consiguiera mas que 19 diputados, cuando por contra, el PSOE, partido político inexistente en la lucha anti-franquista, entregado a una larga siesta en el exilio, conseguía 118 diputados con una avalancha de votos superior a la capacidad de una militancia reducida. La renuncia al marxismo-leninismo, la consiguiente política de pactos hizo que el PCE perdiera su prestigio tan dura y trabajosamente ganado entre su principal clientela electoral: la clase obrera y los trabajadores. Mientras paralelamente en Portugal a un Partido Comunista que luchó en condiciones similares mantuvo de forma creciente en el mismo período histórico (1.975-79) su clientela electoral (del 12,5% al 19% de los votos) con su creciente fuerza numérica y organizada, curiosamente un PC que no tropezó con la virtud de la estrategia eurocomunista.

Esa política seguida por la dirección del PCE dejó a la clase obrera española subalterna ante los valores del parlamentarismo burgués. La vía reformista impuesta en el período de transición, significó la pérdida de la independencia política con el repliegue de la vanguardia ante el proyecto político de la burguesía como límite para la lucha de clases, reeditando a la española el papel de los mencheviques ante la burguesía rusa en la revolución de 1.905-07. Ese marco sería el punto de referencia de la práctica política posterior, que preparó la conversión a la territorialización del partido, disolviendo la organización sectorial en las masas (células en empresas, barrios, centros de enseñanza, etc), para apoyar la labor exclusivamente electoral-legal y la mutación hacia un partido de cuadros predominantemente no proletarios, más idóneos para llevar a cabo una práctica política que universaliza las instituciones políticas burguesas como exclusivo foco para la intervención política. Esta práctica política (institucionalista o de vértice), recurriría puntualmente la movilización y la organización de las masas con un fin puramente electoral.

Pero esta práctica política no venía del aire y de la nada sino de una estrategia reformista, eso era la propuesta eurocomunista. Defensores del marxismo y leninismo (como se consideraba Manuel Sacristán) se desmarcaron de esta estrategia no revolucionaria, cuya base radicaba en la concepción no marxista del Estado y la revolución. El eurocomunismo consideraba al Estado como una institución neutral cuya destrucción no es imprescindible para el cambio al socialismo, tampoco se consideraba al ejército como el principal instrumento-fuerza del Estado capitalista y ni se planteaba su sustitución.

La propuesta eurocomunista no era una estrategia al socialismo, no tenía capacidad analítica de la naturaleza clasista de la sociedad y el Estado, era una ideología opaca que ocultaba y deformaba la realidad objetiva, que consideraba a la clase explotadora como un parring carente de los instrumentos de clase y del Estado para defenderse de un asalto revolucionario. En ese terreno Sacristán catalogaba el pensamiento eurocomunista de utópico:

“como la insulsa utopía de una clase dominante dispuesta a abdicar graciosamente y una clase ascendente capaz de cambiar las relaciones de producción empezando por las de propiedad, sin ejercer coacción alguna. Para creerse semejante utopía (si es que alguien se la cree) es necesario haber perdido la idea de lo que puede ser un cambio conscientemente querido de modo de producción, y de lo que es una clase amenazada de expropiación por la clase a la que ella domina y explota actualmente” (111).

Los objetivos inmediatos (democracia política frente al franquismo) se resaltaban hasta el punto de olvidar el objetivo mediato de transformación de la sociedad. Los PCs eurocomunistas de Europa Occidental habían abandonado la perspectiva revolucionaria, reduciendo la práctica política al movimientismo y a la labor legalista en las instituciones del Estado. Sacristán se rebeló reivindicando dos criterios, no engañarse y no desnaturalizarse:

“No engañarse con las cuentas de la lechera reformista ni con la fe izquierdista en la lotería histórica. No desnaturalizarse, no rebajar, no hacer programas deducidos de supuestas vías gradualistas al socialismo, sino atenerse a plataformas al hilo de la cotidiana lucha de las clases sociales y a tenor de la correlación de fuerzas de cada momento, pero sobre el fondo de un programa al que no vale la pena llamar máximo, porque es único: el comunismo” (112).

La dirección del partido tomaría otra senda al presentar eufóricamente los acuerdos y pactos (Constitución monárquica, pactos Moncloa) como un original sendero luminoso de aproximación al socialismo, expresión del autoengaño utópico de la via eurocomunista al socialismo, que significaba la perdida de la identidad (desnaturalización) en un intento de universalizar ilusoriamente vías gradualistas al socialismo, en vez de atenerse al filo de la lucha de clases y la correlación de fuerzas del momento.

En síntesis estas fueron las claves de la degeneración ideológica, política y organizativa del PCE y del PSUC:

  • El abandono en los términos y la praxis política y sindical del principio científico de la lucha de clases.
  • Negación del carácter de clase del Estado, sustituyéndolo por la sacralización del Estado capitalista que se puede transformar gradualmente sin necesidad de ruptura.
  • La negación del carácter internacional de la lucha de clases y la renuncia al internacionalismo proletario, planteando una tercera vía equidistante del imperialismo y del campo socialista.
  • Renuncia al leninismo, abandonando los principios ideológicos y orgánicos de la teoría revolucionaria marxista y respecto al tipo de partido que puede dirigir a la clase obrera al socialismo en la fase imperialista del capitalismo.
  • Se territorializa la organización del partido, disolviendo su presencia en empresas y sectores, diluyendo su carácter de clase. Se adopta el modelo organizativo de la socialdemocracia, desaparece la célula comunista que se sustituye por la agrupación eurocomunista concebida únicamente para recibir las órdenes de la dirección, no es un órgano para la acción, sino para el debate, contribuyendo a desmovilizar y desarmar política e ideológicamente a los militantes comunistas. Se abandona la formación política e ideológica de cuadros y militantes. La crítica, la autocrítica y el trabajo y dirección colectiva son sustituidos por la fidelidad personal y el centralismo burocrático.

…etc.

La constitución de 1.978 fue el reflejo de las debilidades de la transición: ignorancia sobre el origen de la monarquía como forma de Estado (restaurada por Franco), definición confusa del papel del ejército, prohibición del derecho de autodeterminación, santificación de la propiedad privada y la economía de mercado. El ejército, la administración del Estado y el aparato financiero, etc, el aparato de estado en su globalidad quedaron sin tocar. Los pactos de la Moncloa consagraron el inicio de un proceso de reforma política y económica, necesario a la clase explotadora para responder a la crisis revolucionaria y económica, elaborado por los gestores reformistas del franquismo y la Trilateral, desplazando la situación revolucionaria, promoviendo el reflujo del movimiento obrero revolucionario (causa subjetiva para la ruptura), que permitieron en los años inmediatos las siguientes consecuencias nefastas para el movimiento obrero:

  1. Una democracia burguesa basada en la monarquía parlamentaria, la cual cerró en su momento histórico la posibilidad de una salida realmente democrática y popular, y que ha ido desmontando todas las conquistas sociales conseguidas en la lucha anti-franquista a partir de la segunda mitad de los 70, a través del recorte imparable del gasto público en prestaciones sociales: Sanidad, desempleo, enseñanza…, situándonos hoy por debajo de la media de la UE en gasto social, mientras el gasto militar crece progresivamente, la presión fiscal es de las mas bajas de la UE, y el fraude fiscal de empresarios y banqueros a Hacienda y Sanidad no para de crecer ante la tolerancia del Estado, y las contrarreformas fiscales profundizan en la despenalización de las grandes fortunas, impuestos de patrimonio, beneficios de capital y el aumento de la subvención eclesiástica, lo que demuestra sin tapujos su carácter clasista en la redistribución de las rentas.
  2. Constitución de soberanía limitada que facilita que cualquier gobierno con mayoría tenga las manos libres en política exterior en apoyo de intereses extranjeros (art. 95), y la cesión del patrimonio económico público (art. 93) a entidades extranjeras sin que el parlamento tenga que aprobarlo, mientras en otros países del entorno (Francia, Noruega, Bélgica, EE.UU…) exigen la aprobación parlamentaria de sus tratados económicos y comerciales. Soberanía anulada, que impide cualquier política socializadora que pretenda cambiar las relaciones de producción y de cambio, no pudiendo ni llevar a cabo una política de expropiaciones.
  3. Desideologización de los partidos políticos de izquierda en su política anti-imperialista, a través de la financiación de equipos incondicionales cooptados desde centros de decisión de la coalición de la guerra fría (EE.UU., Gran Bretaña, RFA y Francia), y los presupuestos generales del Estado. Por ej., el consorcio Flick (industria armamentista) evadió fondos (1.973-76), hacia Mario Soares para fundar el PS de Portugal en Bonn y hacia Felipe González., la fundación socialdemócrata Ebert que era subvencionada por bancos y grandes empresas alemanas, desviaría de forma oculta a partir de 1.977, miles de millones al PSOE (113). Se crean, de esta manera, unas organizaciones políticas cooptadas por el sistema capitalista, dotados de una burocracia asalariada a cargo de financiación pública y privada, convirtiendo a los partidos políticos en máquinas electorales endeudadas. Tales objetivos eran coincidentes con la política de la administración de EE.UU. (Carter) en tal coyuntura: reducción del peso de las ideologías revolucionarias en la sociedad, conversión de los parlamentos en órganos más técnicos y menos políticos (asuntos para la pequeña política), supresión de las leyes sobre la financiación de partidos políticos, combatir la participación sindical en las empresas, etc.
  4. Reestructuración de la economía española, de su aparato productivo al servicio de la oligarquía financiera, con la correspondiente dependencia económica y la fractura del mercado de trabajo: flexibilidad y precariedad en el empleo. Facilidades presupuestarias y legislativas para el empresario con bonificaciones en las cotizaciones (salario social), subvenciones, exenciones fiscales, legislación laboral regresiva iniciada con la promulgación del Estatuto de los Trabajadores, contestada por la clase obrera (CC.OO concentró a 400.000 trabajadores en su contra en octubre de 1.979), con efectos regresivos para los trabajadores y favorable a la recuperación de la tasa de beneficios del capital. Los programas económicos PSOE-PCE-UCD en éste terreno, sólo se diferenciaban en la forma pero no en el contenido.
  5. Retroceso en la organización sindical de la clase obrera, a partir de la aceptación de la corresponsabilización ante la crisis, y la aplicación de los mecanismos de recuperación capitalista: moderación salarial, aumentos de productividad sobre la base de mayor intensificación del trabajo (entre 1.974/79 el PIB se incrementó en un 11 % y el volumen de empleo bajó en un 6,5%), la reglamentación laboral en materias de contratación temporal, movilidad geográfica y funcional, reducción de las aportaciones de la patronal a la seguridad social, expedientes de crisis…etc. Consecuencias directas: generalización del despido libre, extensión de la economía sumergida en las relaciones laborales, fragmentación laboral de la clase obrera (estables/inestables). Todo ello se plasmó con unos métodos sindicales que alejaron la negociación de los trabajadores como un campo limitado a la actividad entre las direcciones confederales y la patronal, primando la negociación sobre la movilización. El sindicalismo de clase se convirtió a la conciliación que durante esos años hizo posible la política de pactos sociales (ABI, AMI, ANE, Al, AES). La desmovilización del movimiento sindical se buscó inicialmente en los pactos de la Moncloa, que se hizo al margen de la participación del movimiento sindical de clase y en el ANE pactado tras el 23 F. El Estado favoreció la fragmentación sindical, y potenció a UGT, como interlocutor más útil a la política anti-crisis, recibiendo fuertes subvenciones, como contrapeso al sindicalismo de clase más resistente, de CC.OO, que había encabezado las luchas y la organización sindical clandestina contra el franquismo en las fábricas. El resultado de esta estrategia de división y desmovilización tuvo su expresión en el fuerte retroceso de las cifras de afiliación sindical, del 57,4% en 1978 se pasó al 23% de trabajadores afiliados a algún sindicato en 1984.
  6. Incorporación a las estructuras supranacionales de la guerra fría, en la OTAN con el incremento incesante del gasto militar, y en la CEE, abriendose paso a medidas económicas y asistenciales que favorecieron la penetración y dependencia del capital transnacional en ausencia de una política industrial propia, con la consiguiente desmantelación de sectores y venta de la industria a las Transnacionales, iniciando la ola de privatizaciones de las empresas del INI. Una vez en el gobierno el PSOE (1.982) modificaría sobre la marcha su programa de izquierdas por una orientación conservadora sobre la economía, orden público, autonomías, y moderada en educación. Era la época en el que el líder del gobierno (F. Gonzalez) descubriría aquello del sistema capitalista como el menos malo, las bondades de la precariedad laboral, los euromisiles, etc, y desde el gobierno inciaría una ola de agresiones anti-obreras (reformas laboral y de pensiones) en la transición ningún gobierno llegaría tan lejos en política antisocial y antisindical. El PSOE en su XXX° Congreso (1.986) se desembarazaría de su programa político socialdemócrata.
  7. Desorganización y división de la vanguardia política de la clase obrera, con la congelación del PCE‑PSUC, que llegaría a perder 120.000 militantes entre 1.978 y 1.981 (114). La política reformista de la via eurocomunista tendió a producir espejismos ideológicos y pérdidas de voluntad revolucionaria en la militancia del partido, terminando por reducir progresivamente el peso del electorado comunista.
  8. Recomposición de los aparatos ideológicos del Estado capitalista, a través de la utilización masiva de los «mass media», que garantizan la desinformación y penetración masiva de la cultura de masas alienadora y capitalista, bajo formas irracionales de la ideología imperialista dominante (conformismo, violencia, pánico extremo, individualización de las relaciones sociales y humanas), que desvían a los trabajadores de una formación cultural popular, anti-imperialista crítica y de clase.
  9. Reforzamiento del poder ejecutivo sobre el legislativo, con tendencia a un modelo bipartidista de mayorías absolutas de representación parlamentaria, en detrimento de los derechos democráticos.

10.Los aspectos positivos contenidos en la Constitución, y en los pactos de la Moncloa quedaron irrealizables en el marco de la ofensiva neoliberal de los 80. La planificación económica de los poderes públicos no existe, el derecho al trabajo para todos no existe, la política de pleno empleo no existe, el régimen público y gratuito de asistencia sanitaria en todas las materias no existe, el derecho de todos los ciudadanos a disfrutar de una vivienda digna no existe, las pensiones de suficiencia económica para toda la tercera edad no existen … etc. Las vagas ilusiones depositadas en las virtualidades transformadoras de los pactos de la Moncloa se convirtieron en papel mojado, ni la pretendida participación de los sindicatos en la administración y gestión de las empresas públicas y entidades de la Seguridad Social, ni la aspiración a un amplio y democrático control de la inversión pública y de la reconversión de los desequilibrios sociales, salariales y regionales, ni la reducción del paro y sus efectos, a través de una política de empleo y de la creación de un amplio subsidio de desempleo, ni la mejora y ampliación de los servicios sociales (vivienda, sanidad, enseñanza), tienen algo que ver con lo que posteriormente se fué aplicando en todas estas materias. La realidad ha sido la sombra de lo escrito en los pactos de la Moncloa, que cumplió únicamente el cometido de controlar las reivindicaciones obreras y congelar los salarios. En la década de los 80 el paro batiría todos los récords en la OCDE, los bajos salarios y la precariedad laboral se constituían en un freno para el desarrollo de la producción nacional. Buscar excusas a este resultado final por la mala voluntad del gobierno y los firmantes de los pactos de la Moncloa o la inexistencia de un seguimiento que controlase la puntual aplicación de lo acordado, no deja de reflejar una profunda incomprensión de los hechos, así como de la falta de una capacidad de autocrítica.

11. Consecuencias negativas sobre el derecho a la autodeterminación y la profundización democrática del Estado. Ante la incomprensión del carácter plurinacional de España, las naciones periféricas han debido regatear constantemente para que sus derechos autonomistas reconocidos no les sean recortados, mientras una institución decimonónica como la Iglesia cuyos dirigentes se identifican con los intereses de la burguesía monopolista española controlan una parte importantísima de la enseñanza, a pesar de la calidad no confesional del Estado. Los EE.UU. siguen disponiendo de su presencia física y territorial sobre el espacio español, el peso de los tratados bilaterales y de la OTAN oprimen la soberanía del pueblo. Se introdujo una Constitución de soberanía limitada que facilita que cualquier gobierno con mayoría tenga las manos libres en política exterior para apoyar intereses extranjeros (art. 93), y la cesión del patrimonio económico público. Soberanía nacional anulada, que impide cualquier política socializadora que pretenda cambiar las relaciones de producción y cambio, no pudiendo llevar a cabo siquiera una política de expropiaciones. Resultado final, recorte de los derechos sociales de los trabajadores, de los derechos democráticos de las nacionalidades históricas y de la soberanía nacional del Estado frente al imperialismo. Virtudes de la reforma postfranquista dirigida por la clase dominante española.

5.8.1.1 La autocrítica de la vanguardia. El Vº Congrés del PSUC 

      Decíamos en el punto 10º acerca de los contenidos de los pactos de la Moncloa y el momento histórico en el que se promovía, la falta de una capacidad de autocrítica, ¿de quien estamos hablando?, de nuestra vanguardia política en aquel momento.

Los contenidos positivos de los Pactos de la Moncloa (aumento de las pensiones preferentemente las mas bajas, extensión y aumento de la prestación por desempleo, la creación de puestos de trabajo, el control del gobierno de la Seguridad Social y las empresas públicas, la equiparación de los campesinos y jornaleros al Régimen de la Seguridad Social…) fueron irrealizables en un marco de crisis y cambio del modelo de dominación de las clases explotadoras del capitalismo español, no así los elementos negativos (moderación salarial, reducción de plantillas, privatizaciones, aumento del paro, etc.). No obstante, la dirección del PCE-PSUC justificaba tal acuerdo por la continuidad de la crisis económica en el país, la cual podía crear condiciones objetivas para la involución política, se colocaba a la crisis estructural del modelo de dominación postfranquista como una correlación de fuerzas desfavorable para otra salida (¿revolucionaria?), desaprovechando la fuerza del sindicalismo de clase y afianzando una práctica política institucionalista.

Se cayó en la justificación de los límites con los que se produjo el modelo de transición democrática y en la aceptación de los valores de la clase dominante, en el olvido de todo lo que había de revolucionario en la lucha antifranquista, en la creencia de que la habilidad del tacticismo del partido superarían la situación política, provocando una pérdida de identidad y confianza de las masas en el partido y una actitud pasiva y defensiva que contribuyó a dejar en manos de la burguesía la iniciativa política e ideológica. La política de concentración mantenida incluso tras la aceptación de la Constitución de 1978 hasta 1982, política institucional que impidió poner en lucha la fuerza del movimiento obrero y popular en los que miles de militantes y cuadros del PCE y del PSUC jugaban un papel relevante y dirigente.

En el IVº Congrés del PSUC los Pactos de la Moncloa pasaron a contemplarse como una salida progresista en lo político y lo económico a la crisis, una “significación histórica”, y frente a las posibles críticas se adelantaba que “no es ningún cheque en blanco”, que era “el aspecto político más revolucionario que hemos conseguido” (115), apostillando “que las situaciones difíciles ya no se resuelven por la división en bloques y el enfrentamiento violento” (116). Estas conclusiones fueron predominantes, frente a una excasísima minoría crítica de la federación de Zona Franca y 1 delegado de la Federación del norte de Barcelona que en el IV° Congrés del PSUC veían el acuerdo como un pacto social, la consolidación del sistema de mercado sin ningún aporte de avance antimonopolista, y una política defensiva ante la crisis económica y política. De forma global el partido se identificaba en la crisis con un sistema socioeconómico al que las crisis son su lógica, por esta senda se abandoría la estrategia de ruptura democrática aceptando una Constitución (8 diciembre 1.978) que consagró una economía que se desarrolla con la crisis.

En la mayoría de los análisis se omitía la dirección real que estaba tomando el cambio de régimen político, en primer lugar no se reconocía la imposibilidad de la Ruptura Democráticaen el marco del pacto social, y se negaba la situación defensiva con palabras altisonantes que tildaban a los pactos de la Moncloa de “revolucionario”, agitando contradictoriamente el  fantasma de la involución política como cortina de humo para no reconocer que la correlación de fuerzas no era estática, que frente al quietismo ésta se iba a modificar a favor de la burguesía y su vanguardia política, que el elemento político era el factor determinante de la transformación social y que después de más de 30 años en la construcción, organización y dirección de la lucha anti-franquista, la situación revolucionaria se evaporaba.

Cuatro años más tarde en el Vº Congrés del PSUC se produjo la fractura, ante la posición autocrítica mayoritaria del congreso y la posición antileninista de la mayoría de una dirección envenenada de caudillismo antidemocrático incapaz de aceptar un giro hacia las posiciones comunistas. En la autocrítica, ya se rechazaba la política de los pactos de la Moncloa, asumiendo por tanto que no hay alternativa a la crisis dentro del capitalismo, se reivindicó la línea internacionalista frente al imperialismo, como elemento estratégico y moral en la lucha de clases, y la identificación en el antagonismo mundial capitalismo/socialismo en el lado socialista, huyendo de falsos neutralismos.

El rechazo de la lectura del IVº Congrés con respecto al papel de la crisis como lógica inherente al sistema capitalista, y la autocrítica de haber aceptado un sistema constitucional que consagra el sistema económico de la crisis, además de no suponer un avance democrático frente al poder politico-económico de la burguesía monopolista, fue la respuesta de la tendencia mayoritaria del Vº Congrés en contra de toda la política anterior, contra la posición demagógica y utópica de pretender hallar salidas a la crisis dentro del sistema capitalista, y haber presentado la crisis no como la lógica de la acumulación de capital, de las relaciones de producción capitalistas, sino como resultado de la mala voluntad de gobernantes y empresarios.

El Vº Congrés en síntesis reprochó a la mayoría de la dirección del partido su adhesión al sistema de la crisis capitalista y su complicidad en los pactos de la Moncloa y el régimen constitucional. La nueva dirección del PSUC, dirigida por el sector de Santiago Carrillo (los Bandera Blanca –Solé Tura y Jordi Borja) y los mal denominados “leninistas” (Frutos, Lopez Bulla, etc.) junto a los eurocomunistas encabezados por Gutierrez Díaz, desmontaron pieza a pieza las tesis del Vº Congrés, dando lugar a la ruptura del más importante y glorioso partido de masas en la historia de la Catalunya moderna y contemporánea, con la expulsión en bloque del Comité Central (diciembre 1.981) de los defensores de las tesis mayoritarias del Vº Congrés y la convocatoria de un Congreso extraordinario organizado por la fracción eurocomunista para tumbar los acuerdos del Vº Congrés del PSUC, vulnerando el centralismo democrático y estatutos del partido, ya que al ser el Congreso el órgano superior sus dirigentes tanto del Cté. Central como del Ejecutivo tenían la obligación militante de aplicar los acuerdos, no sólo no lo hicieron sino desde la finalización del mismo buscaron de forma fraccional la forma de eliminar la autocrítica y la estrategia revolucionaria acordada en el Vº Congrés con otro Congreso.

Ante este hecho el sector marxista-leninista fundaría en abril de 1.982 el PCC (VIº Congrés), que en su primera composición (8.000 militantes -1.982-) revela una militancia mayoritaria de miembros y cuadros procedentes de la clase obrera (antes de la ruptura de la fracción eurocomunista, el PSUC contaba con 14.000 militantes).

Sobre este congreso que marca la posterior trayectoria de los comunistas catalanes en 2 partidos confrontados, se dan varias claves. Descontento de las bases, divorcio bases-cuadros intermedios-dirección, aceptación de la ideología pequeñoburguesa en la que los intelectuales orgánicos no eran puestos al servicio de la teoría e ideología comunista del partido sino al revés, intelectuales orgánicos carentes de enfoque proletario e imbuidos de prejuicios pequeñoburgueses, intelectuales en el que se incluían los parlamentarios, concejales y alcaldes, que formaban una fracción dentro del partido, repitiendo la vieja historia de la IIª Internacional en la que las fracciones institucionales orgánicas con el dispositivo institucional del sistema se volvían contra su propio partido, partido territorial contra partido organizado en las masas. Perversión del centralismo democrático, rivalidad de fracciones por arriba, y ordeno y mando de la cúspide a la base del partido, vulneración por arriba de la política congresual y los estatutos, lo que provocaría las posteriores expulsiones en masa de los cuadros y militantes consecuentes con el mandato del Vº Congrés.

Y por último, la guinda la pusieron los medios de comunicación de la burguesía y la extrema derecha, que se tiraban de los pelos ante las conclusiones revolucionarias del Vº Congrés del PSUC. Un editorial de Diario 16 reclamaba que ante la “rebelión” de la base obrera inculta del partido contra la cúspide intelectual se dispusieran los mecanismos de represión oportunos, a la misma vez que elogiaba la labor de algunos intelectuales parlamentarios del PSUC (117) lo que nos descubre con claridad el interés de la burguesía porque tanto el PSUC como el PCE eurocomunistas siguieran evolucionando hacia posiciones pequeñoburguesas y socialdemócratas.

De todas formas, tanto el descontento, como la fustración de la base obrera, no provocan la pérdida de un congreso por la fracción dominante eurocomunista sino existen unas causas políticas (transición política fustrada y crisis económica galopante), ideológicas (abandono del marxismo-leninismo) y orgánicas, con un partido de masas y cuadros medios bregados en todos los frentes de masas (sindicato, movimientos vecinales, estudiantiles…) con una altísima actividad social y política de la que carecían cualquier partido político catalán. No fueron los obreros incultos como pretendían hacer ver la prensa burguesa y Santiago Carrillo, con su descontento e ingenuidad los que tumbaron a la mayoría dirigente culta del partido, sino militantes y cuadros obreros con sobrada experiencia, un grupo de intelectuales que ya se oponían al eurocomunismo y una nutrida militancia comunista, por tanto fue el partido en su conjunto quien tuvo capacidad para reponer intelectual y orgánicamente las posiciones de clase y revolucionarias en su sitio. A la fracción intelectual pequeñoburguesa y anti-leninista le tocaría jugar el papel de comparsa de la burguesía en el partido, catapultando su ruptura en el Congreso eurocomunista del Hotel Princesa Sofía.

5.8.1.2. El ataque contra el sindicalismo de nuevo tipo. Las Comisiones Obreras.

      La renuncia a la estrategia de ruptura democrática, tuvo graves consecuencias políticas para la clase obrera, se renunció a elevar la lucha de clases al altar supremo el poder político, se abogó por el institucionalismo en detrimento de la lucha de masas, dando pie al sistema para desmontar pieza a pieza el movimiento obrero organizado que eran las Comisiones Obreras, comenzando en la nueva situación con la legalización vía decreto-ley por parte del Estado franquista de los sindicatos UGT-CNT-USO-ELA marginando desde el principio a las CC.OO. (118). Consiguiendo la clase dominante distraer, hostigar y dividir el movimiento obrero a través de la división sindical. División artificial, dado que ésta era inexistente en la base del movimiento sociopolítico que eran las CC.OO, donde el proletariado se organizaba como clase y no como afiliados, organizado por la base, de carácter plural, democrático, asambleario, de masas, independiente y de clase.

Este movimiento se torpedeó desde fuera justificando por parte de algunos “dirigentes” sindicales y políticos (principalmente de la UGT y el PSOE) la existencia de una «contradicción» entre la existencia del movimiento y los sindicatos, con esta postura también se sentaron las bases que no sólo rompieron toda continuidad de las luchas y la organización de la clase obrera contra el régimen capitalista, sino que también se establecieron las bases definitivas dentro de la coyuntura política para no implantar la unidad sindical de clase en una sola central unitaria de los trabajadores que recogiese los fundamentos del movimiento de las Comisiones Obreras.

Cabe preguntarse si con la existencia del potente movimiento obrero y sindical organizado que eran las Comisiones Obreras, la política de pactos sociales y de recomposición capitalista de la crisis, hubiera podido llevarse a cabo. Precisamente por esta razón los dirigentes reformistas decidieron desmontar el puzzle de la unidad sindical y obrera. Si la política de represión del franquismo aplicada en sus últimos años fracasó fue precisamente por la amplificación de las movilizaciones y la organización de los trabajadores. Al desmantelar el proyecto de la clase obrera, el sistema capitalista en su reforma política pudo aplicar sus postulados económicos sin una fuerte oposición sindical y política alternativa y de clase.

5.8.1.3 La política económica en el cambio de estrategia, de la ruptura a la reforma 

El PIB per cápita español creció a un ritmo alrededor del 5,2% durante 1950-1973, tasa superior a los países capitalistas de Europa, con la excepción de Grecia y Portugal. Este crecimiento tuvo como motor el desarrollo de la producción industrial al igual que sucedió en los países más avanzados, pero no alcanzó a superar su condición de periferia dentro de Europa. A diferencia por ejemplo del capitalismo italiano que generó un tejido industrial con capacidad de producir y exportar tecnología propia (FIAT, Olivetti, Pirelli…), el desarrollo industrial de España estaba caracterizado por la alta dependencia tecnológica, con la adquisición de licencias y patentes de fabricación extranjeras, la implantación de transnacionales y la imitación de modelos extranjeros.

El franquismo concluyó como el régimen con el sistema de imposición fiscal más baja y regresiva de los países de la OCDE, en 1973 los ingresos de la administración pública equivalían al 19% del PIB, más bajo incluso que en Grecia y Portugal, mientras que en la Europa capitalista desarrollada el peso fiscal sobre el PIB rondaba entre el 25% y el 40%, la media era del 32%, las rentas salariales se llevaban la mayor parte de las retenciones fiscales.

La expansión del capitalismo y el aumento de la capacidad reivindicativa del movimiento obrero hizo que en la primera mitad de los años 70 se diese: un crecimiento de la productividad y del salario real por trabajador; un aumento de la masa salarial en la renta nacional, principalmente por el impulso de las cotizaciones a la Seguridad Social; una tasa de paro moderada (del 1,4% al 3% 1970-1974); predominio de la contratación fija con contratos temporales concentrados básicamente en actividades estacionales y en ramas tradicionalmente vinculados al trabajo precario (construcción, hostelería, servicios domésticos, etc.), eliminó el despido libre como consecuencia del auge de la lucha reivindicativa del movimiento obrero, conquistándose en ley el derecho a la readmisión obligatoria (abril 1976); focos de economía irregular irrelevantes; debilitamiento de la movilidad funcional y geográfica de la fuerza de trabajo como consecuencia de la reducción del ejército de reserva de mano de obra y el creciente potencial del movimiento obrero y sindical con el rechazo de las prácticas fordistas de la organización del trabajo; reducción del abanico salarial a través de la reivindicación sindical de incrementos lineales y la integración de primas y pluses en el salario base; y una fuerte presión social para el aumento del gasto público social, en especial las transferencias de la Seguridad Social.

Hasta 1978 los salarios crecieron por encima de los precios ganando poder adquisitivo,  resultado de la fase de expansión del capitalismo español y de la creciente capacidad reivindicativa del movimiento obrero, incluso los salarios reales crecieron más que la productividad lo que inclinó hacia arriba la participación de la los trabajadores en el PIB. A partir de los Pactos de la Moncloa los salarios crecen por debajo de los precios, lo que influirá que desde 1980 el crecimiento de los salarios se sitúe por debajo de la productividad, la consecuencia inmediata fue una reducción de los costes laborales por unidad de producto de forma contínua desde 1980, el salario que suponía el 68,3% de la producción media de cada trabajador bajó hasta casi 10 puntos en 1989 (58,7%).

A partir de octubre de 1977  en aplicación de los Pactos de la Moncloa el gobierno de UCD fija el tope del crecimiento de los salarios en función de la inflación prevista, que sistemáticamente era menor que el IPC real anterior, para entender la envergadura de esta medida baste decir que hasta entonces el crecimiento de los salarios en los convenios siempre habían superado en varios puntos el IPC real del año precedente. La consecuencia fue que entre 1979-1986 los salarios perdieron nada menos que -10,2 puntos en relación al IPC real, sólo hasta 1987 no volverían a crecer los salarios por encima del IPC real. Si entre 1970-1977 los salarios pasaron del 48,6% al 55,2% en la renta nacional debido a la lucha reivindicativa de la clase obrera, esta participación descendería al 49,7% en 1985 debido a la política de ajuste y moderación salarial. Pero eso no es todo, ya que si los salarios habían crecido desde 1970 hasta 1981 por encima de la productividad, a partir de 1982 la productividad se dispara, fundamentalmente debido al aumento del paro y la precariedad más que a la renovación del capital constante, pasando de una diferencia de 2,3 puntos en 1985 a 22,8 puntos en 1988 (Jordi Roca Jusmet).

Producto de las luchas obreras en 1977 se extiende el seguro de desempleo, se generaliza la Seguridad a todos los trabajadores asalariados y de forma obligatoria a los autónomos y se revalorizan las pensiones. El pacto de transición pacífica y de continuidad de las relaciones de producción capitalistas ofreció el desarrollo de un mínimo Estado de bienestar. Entre 1977 y 1981 las prestaciones sociales crecen en 4 puntos del PIB, a partir de ahí se frena su expansión, estancándose debajo del nivel europeo.

La crisis y la política laboral para gestionarla va a originar cambios radicales en las relaciones laborales. Un factor importante de este cambio es el aumento del ejército de reserva, que se amplia por la expulsión al paro de centenares de miles de trabajadores, por la incorporación de la mujer al mercado laboral aunque la tasa de actividad española sea muy baja, por el aumento de la población juvenil en edad de trabajar y por el retorno de parte de los emigrantes debido a la crisis en Europa.

Sobre esta base a partir de 1978 tiene lugar el incremento de la economía irregular, sumergida, el trabajo temporal y parcial, la creación de nuevos autónomos, dando lugar a una fragmentación del mercado laboral cuya lógica obedece al proceso de cambio productivo de descentralización productiva llevado a cabo por el capital para superar la crisis y recuperar las tasas de ganancia. Es en este contexto en el que se firman los Pactos de la Moncloa. La conflictividad laboral iba en crecimiento, en 1 año y medio, entre 1976 y 1977, 7,5 millones de trabajadores participaron en huelgas, el 88% de todos los asalariados (J.Albarracín), a pesar de la firma de los pactos de la Moncloa por la izquierda (PCE y PSOE) y ante el incumplimiento de las contrapartidas sociales la negociación colectiva del año siguiente se realizó bajo la conflictividad más alta desde la muerte de Franco, 5,7 millones de trabajadores participaron en huelgas en un solo año.

A nivel sindical, UGT se descolgaría de estas luchas entrando a pactar con la CEOE el nuevo marco de relaciones laborales con el recurso a las políticas de concertación social (ABI y AMI). UGT pasó a la táctica desmovilizadora desconvocando las acciones que promovía CC.OO. firmando infinidad de convenios al amparo del AMI. En este marco se produce la promulgación del Estatuto de los Trabajadores (E.T.) por el gobierno de UCD, que fue contestado por CC.OO. con una manifestación en Madrid de 400.000 trabajadores.

Tras el 23-F 1981 se marca el punto final de la transición y se impone el pacto social. Se refuerzan la política de acuerdos y de “solidaridad ante la crisis” pactados anteriormente (ABI y AMI 1979-1980), en el ANE de 1982 se pacta una reducción de salarios reales a cambio del compromiso de crear 350.000 empleos, que nunca se cumplirán. Paralelamente se produce un descenso notable de las movilizaciones, de 5,7 millones de trabajadores en huelga en 1979 se llega a 1 millón en 1982.  Estos acuerdos se producen bajo una situación de crisis, paro y amenaza de involución política, que vaciaron de contenido la negociación colectiva en la base, y supuso una pérdida de derechos de los asalariados. Todo ello tuvo sus consecuencias sindicales, en 1982 UGT pasaría a ser el primer sindicato con el 36,7% de los delegados frente al 33,4% de CC.OO., la afiliación a CC.OO. se redujo drásticamente, de 1,8 millones de afiliados en 1978 a sólo 702.000 en 1981. En 1984 la afiliación volvió a caer a 382.000 cotizantes, la línea sindical dominante del III Congreso era el “Plan de Solidaridad Nacional” para salir de la crisis, con esta estrategia era imposible combatir la línea de concertación. CC.OO. no recuperaría espacio hasta después de la huelga contra el recorte de pensiones en 1985, en el IV Congreso (1987) se frenó la caída afiliativa y se criticó la política de concertación.

El E.T. (1980) consolidará el principio de flexibilidad laboral en 3 ejes: contratación eventual, facilitar la rescisión de contratos indefinidos introduciendo la figura de despido por causas objetivas eliminando la posibilidad de la readmisión, y la movilidad funcional y geográfica dentro de las empresas. De esta manera los derechos conquistados en la última etapa del franquismo son suprimidos o limitados. El efecto inmediato de la nueva normativa es disminuir el poder de negociación de los trabajadores, para acabar abaratando el coste de la fuerza de trabajo por medio de la inestabilidad laboral, peores salarios y condiciones laborales, la segmentación de la fuerza de trabajo y el incentivo de comportamientos individualistas e insolidarios.  Los años 1980-1982 vieron caer el salario medio de los convenios al tiempo que se reducía la conflictividad laboral en un clima de agudización de la crisis con despidos y más paro, el cual se dispara del 5,3% (1977) al 16,5% (1982).

Con  el PSOE ya en el gobierno, la política económica  de ajuste adquiere un carácter neoliberal. Le tocó gestionar la crisis del capitalismo español para aceptar cargar a la clase obrera los costes de la salida capitalista a la crisis, olvidándose del keynesianismo y el estado de bienestar. En este período (1982-1986) el PSOE fue el partido más financiado por los 7 grandes bancos que observaban el alejamiento de toda política socialdemócrata redistributiva (García Durán), como consecuencia se incrementa la fusión de la burocracia estatal y la burocracia de los monopolios capitalistas con un innegable incremento de la influencia del PSOE (Mario Conde, Solchaga, Boyer…). El capital no había conseguido avanzar mucho en la flexibilización del mercado de trabajo, a pesar del E.T., y el PSOE profundizó la política de ajuste con el objetivo de elevar la tasa de ganancias del capital, lo que repercutiría negativamente en la clase obrera.

Primero con la reducción de los costes laborales de forma constante desde 1982-1989, vía crecimiento salarios por debajo de la inflación y también de la productividad que desde 1979 ya crece por encima de los salarios reales, el PIB creció un 1,1% (1977-1985) mientras que la productividad lo hizo al 3% anual gracias a la eliminación de 1,2 millones de empleos ligados a la reducción de la capacidad productiva, en consecuencia la participación de los salarios en el PIB se redujeron del 53,2% en 1982 a 49,7% en 1985, aumentando la tasa de explotación y plusvalía que paso del 31,6% (1977), y del 33,3% de 1982 al 41,2% de 1989, se ve en el primer periodo un crecimiento del 0,34% anual y en el segundo se dispara al 1,13% anual. La política de moderación salarial se agudizó aún más en este período con la firma del AI y el AES (1983-1985). Con el AES la cláusula de revisión salarial se atrasó de septiembre a final de año, además el gobierno impuso los topes salariales a los convenios de las empresas públicas (1984) y la prohibición a la negociación colectiva de los funcionarios, precisamente en ese año el salario medio subió el 7,8% y la inflación se elevo al 11,3%.

Segundo, aumentando la precariedad del empleo, el ejército industrial de reserva (parados + temporales), con la proliferación de modalidades contractuales que pasan de ser de carácter excepcional a ser norma, amplias subvenciones y bonificaciones a los empresarios, facilidades para los despidos. Sectores como agricultura, construcción, hostelería, comercio, servicios personales, ramas tradicionales de la industria y la pequeña empresa incorporan en general a trabajadores con menor cualificación, donde se concentra preferentemente el trabajo eventual.

Tercero, la reconversión industrial basada en la reducción de la capacidad productiva y un enorme volumen de fondos públicos para el saneamiento de las empresas afectadas. Política de ajuste que exigía además la reducción del déficit público, elevando los impuestos que recaen sobre los trabajadores (IRPF, IVA, cotizaciones sociales), disminuyendo los gastos sociales y las aportaciones empresariales a la Seguridad Social.

Durante este período la tasa de paro aumentó vertiginosamente hasta alcanzar el 22,2% en 1985, el mercado laboral experimentó una notable fragmentación, la economía sumergida y la contratación temporal (que se dispara a partir de 1986) pasan a ser la esencia de los procesos de segmentación y precariedad de la fuerza de trabajo, el nº de accidentes de trabajo se dobla (1983-1989), en este periodo el aumento de la producción no se vió reflejado en la creación de empleo estable, se ensanchó el abanico salarial en las empresas, las condiciones de trabajo se deterioraron con aumentos de los ritmos de producción lo que unido a la moderación salarial permitieron altas tasas de plusvalía, la presión fiscal se hizo más regresiva (IRPF, IVA) para los salarios de los trabajadores y benevolentes con las rentas altas y del capital. El aumento de la participación de las cotizaciones sociales y de los impuestos directos sobre los trabajadores en el total del salario bruto, además de la subida de los impuestos indirectos supuso que en los años de mayor ajuste salarial disminuyese el salario neto y el poder adquisitivo inmediato. Si entre 1970-1977 el salario neto aumentó el 6,7%, entre 1977-1978 se recortó un -4% (Jordi Roca Jusmet), aumentando en consecuencia la tasa de plusvalía del capital.

En su conjunto estas políticas fueron dirigidas para contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa de ganancias mejorando la rentabilidad de los capitales, la tasa de ganancia aumentó de un 18% al 30% (1982-1989) como consecuencia del ajuste, aunque continuaron por debajo de la de la década de los 60, debido al carácter estructural de la crisis capitalista. La tendencia decreciente de la tasa de ganancias en la CEE se realiza a partir de 1970, mucho antes de que se produjese la crisis del petróleo. En España el descenso fue del 32% de 1964 hasta el 20% en 1975 y el 18% en 1983 (J. Albarracín).

A partir de 1982 el gobierno del PSOE aplicaría una política fiscal emitiendo deuda y disparando los pagos por intereses que pasaron del 1% del PIB en 1982 al 3,8% en 1986. Desde entonces el déficit público se hace íntegramente atribuible al pago de intereses. La deuda pública es regresiva ya que los impuestos recaen en exceso sobre las rentas salariales y redistributivamente injusta ya que los poseedores de la deuda pública son las rentas altas. La deuda se convierte así en un mecanismo de trasvase de ingresos de los contribuyentes asalariados a los propietarios de títulos de deuda (sistema financiero, rentas altas).

Desde 1983 hasta 1988 el sector público es el principal agente socializador de las pérdidas y los costes, financiando la reconversión industrial, bancaria y energética, con la privatización de buena parte del sector productivo público, de empresas ya saneadas y las transferencias y subvenciones a empresas privadas, vía INI o entidades financieras públicas. El sector público fue decisivo en la recuperación de la tasa de ganancias por medio de la moderación salarial, la reforma de las pensiones (1985), la limitación de las prestaciones sociales por debajo de la media europea y la política fiscal regresiva, trasladando la mayor parte del coste de la crisis a las rentas salariales. Se reduce la carga fiscal de las rentas de propiedad y aumentan la presión fiscal sobre salarios, vía cotizaciones sociales, impuestos indirectos o inflación.

El sector público adopta una actitud de subsidiariedad frente al sector privado, trasladando a los contribuyentes el coste de la crisis, primero reduciendo capacidades instaladas y plantillas, y segundo una vez reestablecida la rentabilidad de las empresas públicas, su puesta en venta al sector privado, privatizando los beneficios. Se inicia así un proceso de expropiación de empresas del INI en beneficio de las transnacionales. La venta de Seat por 4.000 millones de pts. a VW, exigió asumir un coste de saneamiento público de 400.000 mill. pts. para luego entregarlo todo, patente incluida (el éxito del modelo Ibiza fue producto del diseño propio), a la transnacional alemana. Las privatizaciones de Repsol, Endesa, dos de las empresas más rentables del país, supuso renunciar a ingresos futuros del sector público. El coste total de la reconversión de la empresa pública, entre pérdidas y coste del saneamiento, superó los 2,5 billones de pts. asumidas por el Estado.

Este nuevo proceso con la incorporación de España a la CEE se hizo en un marco de fuerte dependencia donde la economía española no orienta la producción en función de sus necesidades internas, sino que responde a las necesidades del capital transnacional extranjero, abandonando a las grandes empresas y la empresa pública como pilares de una política industrial propia. Entre 1984-1989 se privatizan 35 empresas públicas, de las cuales las industriales (auto, bienes de equipo) son adquiridas por monopolios transnacionales (VW, Dalmler Benz, GEC Alsthom, Klockner Humboldt). La renovación del sector de medios de producción (bienes de equipo) se realiza mediante el aterrizaje de fabricantes extranjeros detentadores del monopolio tecnológico. La industria nacional se especializa en un conjunto de ramas como la minería, el sector naval y la siderurgia, con una demanda menos progresiva, se accede a un lugar intermedio en la división internacional del trabajo donde ciertas producciones estratégicas no tienen cabida en el sistema productivo español. Producto de esta dependencia, las decisiones de inversión, planificación y empleo, se toman en el exterior. Sólo una industria nacional pública podría haber sentado las bases para ir transformando las relaciones de producción.

A la penetración del capital extranjero contribuyeron todo tipo de facilidades e incentivos fiscales y arancelarios, además de la introducción de una legislación laboral muy flexible, y el ofrecimiento de empresas y sectores enteros a las transnacionales por parte del gobierno. Con ello se redujo la innovación y perpetuó la dependencia tecnológica. Los efectos de la adhesión a la CEE con la liberalización del comercio exterior y las reducciones aranceralias incrementaron las importaciones en exceso lo que supuso pasar de un déficit comercial del 3,3% del PIB al 7,1% (1985-1989), en aquella época por encima del abultado déficit de EE.UU. (2,3% del PIB) y Reino Unido (5% del PIB) en 1989.

La crisis bancaria española (Banco de Navarra, Banca Catalana, Rumasa entre 1977 y 1983) fue en aquel momento la mayor del mundo por los costes de su subvención a los bancos por el erario público. Reprivatizar Rumasa y sus bancos supuso soportar todo el saneamiento a cargo del erario público, nacionalizando las pérdidas, no los bancos, por lo que hubiese sido más rentable abandonar a los bancos privados a su crisis. Pero no, los fondos públicos desviados a los bancos se dividieron en subvenciones y deuda pública, créditos a coste cero o bajo interés, el coste total de la crisis bancaria (1977-1985) fue de 1,4 billones de pts. Sin esta intervención los beneficios de la banca hubieran sido negativos desde 1982 hasta 1985, pero ni en los órganos de dirección, ni en las futuras ganancias de los bancos reflotados se contempló una recuperación de la aportación pública para su saneamiento. El resultado fue que se consolidó el reparto del mercado financiero entre los granes y se obtuvo enormes ganancias en ejercicios posteriores (1988-1989) con la adquisición de los bancos en crisis. Tras esta crisis bancaria se reforzó el crédito al consumo con precios y condiciones muy rentables para la banca.

5.8.1.4 ¿Era posible la ruptura democrática?

      ¿Se puede decir que después de haber aceptado el marco político adecuado para la clase política dominante, después de haberse destruido sectores básicos de la economía española entregándola a la disposición del capital monopolista, después de haber recortado todos los derechos sociales adquiridos en la lucha por la clase obrera y recuperar la forma más brutal de explotación de la fuerza de trabajo, después de todo se puede decir aún que los pactos de la Moncloa y la firma de la constitución monárquica era un momento necesario para continuar la lucha de la clase obrera en la defensa de sus intereses político-económicos? Mas bien nos tememos lo contrario.

Si puntualizamos desde un punto de vista marxista-leninista las posibilidades que se daban para realizar la ruptura democratico-popular como la antesala política de la revolución socialista en la España de mediados de los 70 bajo la coyuntura político internacional de crisis y lucha de clases, deberemos preguntarnos ¿existían condiciones objetivas para la revolución democrática?. Sin lugar a dudas, pues en nuestro país existía en aquellos momentos un desarrollo de las fuerzas productivas como premisa material que lo situaba entre los de desarrollo capitalista avanzado, con la correspondiente estructura socio-clasista que permitía la existencia de fuerzas sociales capaces de jugar el papel de elemento motriz de la revolución, con la clase obrera como fuerza dirigente además de ser la más numerosa y mejor organizada.

Por otro lado, ¿existía una situación revolucionaria, de ruptura, como premisa política? Sí, pues primero para las clases dominantes se hacia imposible bajo el franquismo mantener su dominio, la crisis política del bloque dominante era inminente, y además era agravada por el descontento e indignación creciente de las masas oprimidas. Pues como decía Lenin:

«para que estalle la revolución no hace falta solo conque los de abajo no quieran, es decir no basta con el descontento organizado, sino que además que los de arriba no puedan seguir viviendo como hasta entonces y no puedan seguir con las mismas FORMAS DE DOMINACION POLITICA.» (119).

Además existía una agravación económica fruto de la crisis capitalista en aquella coyuntura, que aumentaba la penuria de las masas con el crecimiento del desempleo y la tasa inflacionista. Existía una intensificación manifiesta de la actividad consciente y organizada de las masas,

«las cuales en situaciones de crisis son empujadas a la acción política independientemente de los de arriba» (120).

Y por último, ¿existían condiciones subjetivas y objetivas completas? es decir, ¿tenía la clase revolucionaria la suficiente capacidad para llevar a cabo acciones revolucionarias?. Como podemos ver existía la necesidad y posibilidad histórico-concreta de la ruptura o revolución democrática en el proceso político, pero faltaba la capacidad y decisión de su vanguardia organizada, que no era otra sino el PCE-PSUC la organización vanguardia de masas de toda la oposición franquista más estructurada y amplia, que optó por la reforma con el simple cambio en las formas de dominación política, alimentando de liberalismo político a la clase obrera, e iniciando un proceso de desorganización y desarme de la clase, mientras el capitalismo iniciaba su salida de recuperación de la crisis.

5.8.1.5. Ni modélica, ni pacífica. (*)

A mediados de los años 70 el régimen franquista puso en marcha dos mecanismos para frenar las crecientes movilizaciones de masas obreras y populares y sortear la situación revolucionaria que la lucha de clases creaba. En primer, lugar su mutación hacia la monarquía parlamentaria para evitar la ruptura democrática y la desmantelación de los aparatos de Estado franquistas, y en segundo lugar, el terrorismo de Estado y mercenario para combatir a los sectores políticos y sociales antifranquistas que apostaban por la ruptura democrática.

El régimen franquista basó su estabilidad en la represión de los aparatos de Estado militar, policial y judicial. El despliegue del terrorismo mercenario que el imperialismo instauró en Europa occidental por medio de la red Gladio para evitar que los comunistas ganaran unas elecciones, tuvo en España la continuidad de estos aparatos que mantuvieron su personal, ideología y estructura durante la transición cambiando únicamente la fachada. En consecuencia la actividad de estos aparatos de Estado fascistas desempeñaron un papel central en la transición que no fue ni modélica ni pacífica.

Y lo desempeñaron por medio de un terrorismo mercenario cuyos ejecutores eran elementos policiales, militares y grupos de extrema derecha que respondían a una dirección de mandos policiales y militares y que fueron justificados por los gobiernos de Arias y Suárez, los ministerios del interior de Fraga, Martín Villa, Ibañez Freire y Rosón, y protegidos judicialmente, quedando impunes, absueltos o con penas menores, las cuales la mayoría no cumplen. Atentados realizados por medio de la tortura en las dependencias policiales, represión de las movilizaciones con el uso de armas de fuego, atentados indiscriminados contra la población en general, militantes de organizaciones políticas, sindicales y sociales de la izquierda (121), disparos por la espalda, palizas mortales, secuestros, violaciones y asesinatos.

La actuación de las bandas fascistas (Alianza Apostólica Anticomunista –Triple A-, Batallón Vasco Español, Anti Terrorismo ETA, Guerrilleros de Cristo Rey, Fuerza Nueva, Grupos Armados Españoles) se realizaba con armamento de la policía y el ejército ya que muchos miembros de los cuerpos policiales y militares eran miembros de las organizaciones de ultraderecha, incluso los mercenarios se intercambiaban entre las diferentes bandas terroristas (122).

El terrorismo de Estado alentado por los gobiernos de turno y la libre actuación de las bandas fascistas fué una estrategia de guerra sucia de la clase dominante dirigida para afianzar la reforma, disciplinar a la clase obrera y su vanguardia y combatir a quienes la cuestionaban (123), incluyendo a militantes de las organizaciones que como el PCE y CC.OO. terminarían por abandonar la ruptura democrática.

La represión con detenciones y asesinatos cometidos por la “razón de Estado” en el período de la transición (1976-1982) fué más intensa que en la última etapa de la dictadura franquista (1970-1975). Si en 1973 se produjeron 57.306 detenciones, en 1982 fueron 129.598, la población penitenciaria se multiplicó por 2,6 (1975-1982) y la población ingresada en prisión por 2 (1974-1981). Si entre 1970-1975 hubo 57 muertes por los aparatos represivos y 6 por bandas fascistas (1975), en el período de 1975-1982 hubo 273 más 71 asesinatos ejecutados por las bandas fascistas, un total de 341 muertes, de las cuales poco más de la mitad -171- suceden tras la promulgación de la constitución (1979-1982) (124). Estos datos ponen al descubierto la falacia de una transición “pacífica y modélica” con tal coste sangriento. Hay que destacar que todas estas muertes producidas no están consideradas por el Estado como víctimas de terrorismo y que policías y militares que participaron luego fueron promovidos, ascendidos y condecorados en el transcurso de sus carreras bajo los gobiernos del PSOE y PP.

El terrorismo de Estado no se agota en el período de la “modélica” transición. Según Olarieta Alberdi, entre 1983-1985 se producen 122 muertes más por los aparatos represivos (125). En ésta época surge el grupo parapolicial GAL (1983-1987) financiado por el ministerio del interior encabezado por Barrionuevo antiguo miembro del SEU franquista reconvertido al PSOE de Felipe González. Los Grupos Armados de Liberación realizaron 30 acciones, hiriendo a 29 personas y matando a 28 entre las que destaca el pediatra y diputado vasco por HB Santi Brouard (126). Las leyes antiterroristas de los gobiernos de UCD y PSOE supuso la detención de ¡¡¡más de 11.000 personas!!! para aplicarles dicha ley (1979-1987) con la privación de derechos fundamentales, de los cuales el 85% fueron puestos en libertad por la policía sin pasar a disposición judicial, y de los que pasaron por disposición judicial el 33% fueron puestos en libertad, en total el 90% fueron puestos en libertad, lo cual demuestra la espectacularidad de las cifras y el enorme desproporcionalidad de una ley declarada anticonstitucional que terminó por alcanzar a ciudadanos que nada tenían que ver con los delitos de terrorismo, dando legitimidad a las prácticas del terrorismo de Estado, sacrificando para ello los derechos y libertades de la población (127).

Por último, hay que destacar que la transición además de mantener intacto el aparato franquista, supuso un pacto de silencio excluyendo del debate político los crímenes del franquismo (asesinatos en masa, torturas, violaciones, desapariciones, robo de niños). La errónea política de “reconciliación nacional” de los eurocomunistas dejaron de lado la disolución de los cuerpos represivos, el juicio y castigo a los responsables de los crímenes bajo la dictadura y la devolución del patrimonio expoliado por los franquistas. Estas exigencias no se incluyeron en los organismos de la oposición democrática al franquismo (Junta Democrática, Plataforma de Convergencia Democrática, Coordinación Democrática, etc.), excepto en Euskadi. Mientras, en la vecina Portugal, la revolución de los claveles (abril 1974) dió lugar a la depuración de militares y policías responsables de la represión durante el régimen salazarista.

5.8.2 Situación revolucionaria en el mayo francés del 68

      La explosión de mayo de 1.968 fue preparada por una política económica antisocial del gobierno gaullista, el salario medio mensual de los obreros bajó a nivel de 1.957, aumentó el desempleo, crecieron los impuestos sobre los trabajadores, se realizó una reforma de la seguridad social que aumentaba las cotizaciones del trabajador y disminuía los subsidios. Esta situación fue promovida por la política autoritaria y anti-obrera del régimen presidencialista de la Vª República. Las movilizaciones estudiantiles como detonante fueron duramente reprimidas, entonces los sindicatos de clase llamaron a la huelga nacional en señal de protesta, huelga que se extendió como un reguero de pólvora: en el 16 de mayo 60.000 obreros en huelga, el 18 de mayo 2 millones, el 20 de mayo 6 millones y el 24 de mayo ya eran 10 millones.

La burguesía siempre ha intentado vender la situación en la Francia de 1.968 como una simple revuelta estudiantil, pregonando la idea de que la clase obrera se había aburguesado, coincidiendo con las ideas marcusiana y tercermundistas de que el proletariado ha muerto como sujeto revolucionario, elevando a los estudiantes a la categoría de sujeto revolucionario. La verdad fue que la revuelta estudiantil era la antesala de la reactivación revolucionaria del movimiento obrero francés, y que el PCF no supo convertir al estudiantado en un componente revolucionario junto a la clase obrera, precisamente por el abandono de la estrategia revolucionaria en la toma del poder.

En varias ciudades se crearon comités de barrio para organizar la lucha, en Nantes éstos se constituyeron en el Comité Central de huelga de la ciudad, en Francia eran 10 millones de huelguistas a fines de mayo que como onda expansiva se organizaban en comités de huelga con la ocupación de las fábricas y lugares de trabajo. A aquellos jóvenes estudiantes que buscaban la playa bajo los adoquines, se les unió la clase obrera, la fuerza productiva de la sociedad, que a través de los comités de huelga controlaban el funcionamiento de las fábricas, de los transportes, de los alimentos, de la prensa…etc., el sistema estaba tocado en su llaga con los anticuerpos del proletariado. La función economico-productiva era sustraida al capital por el proletariado como movimiento organizado.

Se produjo una situación objetiva y subjetivamente revolucionaria entre mayo y junio, con 10 millones de obreros manteniendo una huelga general política, dando lugar a una dualidad de poderes que desconcertaban a los aparatos del Estado, especialmente los represivos. Con una situación descontrolada para la reproducción del poder político de la clase dominante francesa y el bloque en el poder.

Ante esta coyuntura donde el elemento subjetivo, la capacidad de las masas para emprender acciones revolucionarias, estaba presente, le faltó el otro elemento, la capacidad revolucionaria de la vanguardia, del partido, que en aquellos momentos era el PCF con casi 500.000 militantes y cuadros, un partido de masas, con capacidad política suficiente para encabezar y dirigir el movimiento consejista del proletariado. Oportunidad perdida pues como dice Harich sobre la actitud del PCF

“…el Comité Central y la fracción parlamentaria, entumecidos por la rutina de la legalidad….habían olvidado la idea consejista… el mayo-junio del 68 ha refutado el prejuicio de la clase obrera integrada en el capitalismo, pero ha probado también que hoy, como ayer, es útil a la burguesía que los dirigentes obreros, impresionados por una coyuntura estable demasiado larga, se dejen obnubilar por concepciones legalistas” (128).

El PCF no supo distinguir la situación revolucionaria ni ver en el horizonte el salto cualitativo que se preparaba, sólo supo justificar su posición con el subterfugio de que la motivación del movimiento huelguístico era meramente económico y no tendía al derrocamiento del Estado, que no se había conseguido ganar el apoyo del campesinado y otras fracciones de clase, nada cierto pues al calor de las luchas obreras éstos se movilizaron, y confraternizaron donde los campesinos distribuían comida gratis a los huelguistas, y empleados públicos, trabajadores de la banca y artistas, daban su apoyo al movimiento.

Y esto pasaba en un partido con casi medio millón de militantes, suficientes para encabezar el movimiento e impregnarle una dirección revolucionaria, para que las reivindicaciones económicas de los trabajadores se soldasen en el transcurso de la lucha en reivindicaciones de carácter político.

Lo que sucedió entre mayo-junio en la Francia de 1.968, fue el intento espontáneo de formar consejos obreros, el intento de crear una democracia consejista como forma estatal de la dictadura del proletariado. La falta de una organización centralizada, de una dirección capaz y la indisciplina revolucionaria, contribuyó al aborto de la primera experiencia genuina en la historia posterior a la IIª Guerra Mundial en el movimiento obrero de Europa occidental.

La dirección del PCF fue sorprendida por una situación revolucionaria en la que no se supo estar a la altura, ello no fue culpa de la centralización del partido, sino de que precisamente de que el PCF no se propuso generalizar y dirigir la experiencia, su dirección había sobreestimado la utilización de los medios legales de la oposición parlamentaria y la negociación sindical, calcando la actitud que el ala reformista socialdemócrata del movimiento obrero había inculcado durante décadas, renunciando a la revolución política que se presentaba ante sus ojos con métodos de lucha (creación de consejos de fábrica y barriales) que superaban la democracia burguesa.

Al final, la situación revolucionaria fue sobrepasada y el conflicto acabó con el compromiso de una victoria económica parcial (acuerdos de Grenelle) y se consumó con una derrota política de la clase obrera y de su vanguardia revolucionaria. Las fracciones y clases que potencialmente podían haber sido revolucionarias en la situación de flujo, fueron recuperadas por la reacción en la situación de reflujo, el argumento de que las otras organizaciones sindicales y socialdemócratas adoptaran una posición pasiva tampoco era la excusa mas acertada para justificar que no existía una situación revolucionaria completa, porque precisamente el partido bolchevique ante la posición contraria a la toma del poder y la revolución de los mencheviques y los social-revolucionarios quienes fueron mayoría en los soviets en febrero de 1.917, pero una vez que los bolcheviques después de julio viendo la tendencia de las masas hacia la izquierda se dispusieron a la labor que fraguó que en septiembre ganaran la mayoría en los sindicatos y en los soviets de todas las ciudades industriales de Rusia, propiciando las condiciones subjetivas para la insurrección.

NOTAS de LA REVOLUCIÓN

(1) A vueltas con la rev. burguesa (Alvarez Junco)Zona Abierta 36-37, pág. 104.

(2) El Manifiesto del PC (Marx y Engels) Ed. Progreso, pág. 30.

(3) (4) (5) (6) (7) (8) (9) (10) (11) (12) (13) (14) (15) (16) (17) (18) Las rebeliones de los primeros movimientos sociales de la historia. Archivo Chile. Cuaderno 2.

(19) Ver M. Lowy, La teoría de la revolución en el joven Marx, pgs. 26 y 27.

(20) Lenin, La bancarrota de la IIª Internacional Ed. Progreso, pág. 22.

(21) VerLenin, La bancarrota de la IIª Internacional, pág. 23.

(22) K. Marx y F. Engels, La ideología alemana, pág. 38, Ed. L´Eina.

(23) “Formación de sociedades por acciones. En virtud de ello:

1)       Descomunal expansión de la escala de la producción y empresas que resultarían imposibles para capitales individuales. Al mismo tiempo, empresas que antes eran gubernamentales, ahora se convierten en sociales.

2)       El capital, que de por sí se basa en el modo de producción social y que presupone una concentración social de medios de producción y de fuerzas de trabajo, adquiere aquí directamente la forma de capital social (capital de individuos directamente asociados) por oposición con el capital privado, y sus empresas aparecen como empresas sociales en contraposición a las empresas privadas. Es la abolición (Aufhebung) del capital como propiedad privada dentro de los límites del propio modo capitalista de producción.

3)       Transformación del capitalista realmente activo en un mero director, administrador de capital ajeno, y de los propietarios de capital en meros propietarios, en capitalistas dinerarios…esa ganancia total sólo se percibe en forma de interés, es decir como mera recompensa por la propiedad del capital, que entonces se separa por completo de la función en el proceso real de reproducción, así como esa función se separa, en la persona del director, de la propiedad del capital…En las sociedades por acciones, la función está separada de la propiedad del capital, y en consecuencia también el trabajo está totalmente separado de la propiedad de los medios de producción y del plustrabajo. Este resultado supremo de la producción capitalista es un punto de transición necesario para la reconversión del capital en propiedad de los productores, pero ya no como la propiedad privada de productores aislados, sino como propiedad de ellos en cuanto asociados, como propiedad directa de la sociedad…es un punto de transición para la transformación de todas las funciones que en el proceso de reproducción han estado vinculadas hasta el presente con la propiedad del capital, en meras funciones de los productores asociados, en funciones sociales.” (K. Marx. El Capital. Libro III, vol. 7°,pág. 562. Ed. S. XXI).

(24) Ver Rosa Lux. Reforma o Revolución, Ed. Akal pág. 73. 

(25) “Una de las diferencias fundamentales entre la revolución burguesa y la revolución socialista consiste en que para la revolución burguesa, que brota del feudalismo, se van creando gradualmente en el seno del viejo régimen nuevas organizaciones económicas, que modifican poco a poco todos los aspectos de la sociedad feudal. La revolución burguesa tenía una sola misión: barrer, arrojar, romper todas las ataduras de la sociedad anterior. Al cumplir esta tarea, toda revolución burguesa cumple con todo lo que se exige de ella: intensifica el desarrollo del capitalismo”.(Lenin, Sobre el comunismo científico, recopilatorio de Ed. Progreso, págs. 76 y 77).

(26) K. Marx, Crítica del Programa de Gotha, Ed. Materiales, págs. 91 y 92. 

(27)“Al posesionarse socialmente de los medios de producción, cesa la producción de mercancías y con ello el dominio del producto sobre el productor…Las fuerzas objetivas y extrañas que hasta entonces dominaban la historia, pasan al dominio de los hombres. A partir de ese momento los hombres harán su historia plenamente conscientes” (no antes del socialismo) “a partir de ese momento, las causas sociales, puestas por ellos en acción producirán sobre todo, y en medida cada vez mayor, los efectos deseados. La humanidad saltará del reino de la necesidad al reino de la libertad.” (Engels. Anti-Duhring, Ed. Avant, p. 296)

(28) Las facultades antropológicas que fundamentan la democracia, Ed. Realitat, n° 48, 1.997.

(29) História moderna. Tomo I. Págs. 62 y 63. Ed. Progreso.

(30) Imperialismo y Globalización. Samir Amin. Ed. En Rebelión

(31) História Moderna. Tomo Iº. Pág. 7. Ed. Progreso.

(32) La otra historia de los EE.UU (Howard Zinn), págs. 79 y 82. Ed. Las otras voces, 1.994.

(33) El Manifiesto del PC Ed. Progreso págs. 36 y 37.

(34)Sobre este desarrollo de la ley de tendencia decreciente de la tasa de ganancias ver “Desarrollo de las contradicciones internas de la ley”. K. Marx. El Capital. Libro tercero. Vol. 6. capitulo XV, págs. 309-341. Ed. S.XXI.

(35)La teoría sobre el neoliberalismo ¿no será en realidad neoreformismo? Thomas Gounet, noviembre-diciembre 1998.

(36).Ver J. Albarracín. La economía de mercado. Ed. Trotta.

(37) La ideología alemana, K. Marx y F. Engels, pág. 38, Ed. L´Eina.

(38) La teoría del derrumbe se funda en que para el aumento de la composición orgánica del capital no hay límites, para el aumento de la tasa de plusvalía choca con límites absolutos: la imposibilidad de reducir el trabajo necesario a cero, por eso es imposible detener la caída de la tasa de ganancias mediante el aumento de la tasa de plusvalía, teniendo en cuenta además que el desarrollo del movimiento obrero también limita el crecimiento de la tasa de plusvalía.

(39) Gramsci Antología, pág. 311,312.

(40)K. Marx. El Capital. Libro III, págs.. 568 y 569. Ed. S.XXI. vol. 7º.

(41) K. Marx. El Capital. Tomo 3º, pág. 460. Ed. Ciencias Sociales. La Habana 1.973.

(42) “En consecuencia, el interés es sólo la expresión del hecho de que el valor general…el valor que, en el proceso real de producción, adopta la figuar de los medios de producción, se contrapone como fuerza autónoma a la fuerza de trabajo vivo y es el medio para apropiarse de trabajo impago; y que es ese poder al contraponerse al obrero como propiedad ajena. Sin embargo, por otra parte, en la forma de interés se halla extinguido ese antagonismo con el trabajo asalariado, pues el capital que devenga interés tiene por antítesis, en cuanto tal, no al trabajo asalariado sino al capital actuante; el capitalista prestamista se opone directamente, en cuanto tal, al capitalista realmente operante en el proceso de reproducción, pero no al asalariado, a quien, precisamente, sobre la base de la producción capitalista, le han sido expropiados los medios de producción. El capital que devenga interés es el capital en cuanto propiedad frente al capital en cuanto función. Pero en la medida en que el capital no funciona, no explota a los obreros y no entra en antagonismo con el trabajo.

      Por otra parte, la ganancia empresarial no configura una antítesis con respecto al trabajo asalariado, sino solamente al interés”-(Marx. El Capital. T3º, ps. 484,485 . S. XXI libro III, vol.7º).

(43) En España, por ej. tras los sucesos de la “Semana Trágica” de Barcelona (movimiento proletario contra la guerra de Marruecos, duramente reprimido), la pasividad del PSOE fue producto de la línea ortodoxa de la IIª Internacional, que ante el desgarramiento político de la monarquía se cohibía a la convocatoria de la huelga general revolucionaria, mientras en Barcelona envuelta en barricadas, la huelga y la insurrección era total. A partir de entonces, el movimiento anarquista cogería alas en Catalunya (zona mayoritariamente obrera), y al año siguiente se fundaba la CNT en Barcelona. Lenin ya decía que “…el anarquismo es con frecuencia una especie de penitencia por los pecados oportunistas del movimiento obrero” (Lenin. La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, pág. 18. Ed. Progreso), un efecto de la traición al marxismo llevada a cabo por la IIª Internacional hacia la revolución de octubre, introdujo una profunda diferenciación ideológica entre los anarquistas floreciendo en su seno los partidarios hacia el poder soviético.

      Luego vendría la política de colaboración con la dictadura primoriverista (1.923-29) llevada a cabo por el PSOE y UGT con Largo Caballero como miembro del “Consejo de Estado”.

      Posteriormente cuando la proclamación de la IIª República era un hecho en 1.930, o el golpe fascista en 1.936 estaba consumado, el PSOE se plegaba a la dirección política de los republicanos burgueses, mientras el PCE a partir de 1933 adoptaba una política similar a la defendida por Marx y Engels durante la revolución alemana de 1.848 y de los bolcheviques durante la revolución de 1.905-07, revolución de carácter antifeudal y antimonárquica, independencia política del partido y la clase obrera, ligar las tareas de la revolución democrática a la revolución socialista, alianza con los campesinos y reforma agraria, derecho de autodeterminación de Catalunya, Euskadi y Galicia, la independencia de Marruecos, a la que Largo Caballero y Prieto ¡se opusieron!, creándose así una base colonial de apoyo a los facciosos durante la intervención militar contra la República, tolerando además la creación de una base militar golpista al no limpiar al ejército de los elementos monárquicos y fascistas.

      La ortodoxia dominaba la dirección del PSOE que como partido proletario español consideraba que la revolución contra la monarquía la debían de dirigir los republicanos burgueses, no entendía la necesidad de la alianza con el campesinado, en vez de impulsar la revolución democrática en el campo se evitaba, de la misma manera que ignoraba el papel del ejército y el problema nacional y colonial, destinando al proletariado a cumplir únicamente las tareas reivindicativas de la lucha económica, como el lastre de la política de la burguesía liberal, cuando ésta jamás llevaría hasta el final su propia revolución democrática, sólo la clase obrera y el campesinado como fuerzas principales de la revolución democrática podían empujar y dirigirla hasta el final. Sobre el papel subalterno de los socialistas ante el gobierno de la IIª República decía El Socialista (órgano de expresión del PSOE, publicación 27-3-1.932): “La colaboración leal de nuestros ministros en el gobierno republicano burgués, implica un sacrificio de todas las horas de cada uno de nuestros principios y de muchas de las conveniencias de los proletarios. Los ministros socialistas ponen su inteligencia y su actividad en estos momentos al servicio de la causa burguesa…” (Citado en História del PCE. Ed. Sociales, pág. 44). El seguidismo hacia la burguesía y su gobierno es clarificante en esta cita.

(44) (*) El desarrollo del capitalismo impulsó la descomposición de la comuna agraria rusa como forma de producción y la introducción de la diferenciación paulatina del campesinado. La mayoría de la tierra estaba en manos de los terratenientes y los kulaks (burguesía rural).

      Para Lenin se había transformado la lucha de clases en el campo, de la lucha campesina contra el feudalismo, tras la introducción del capitalismo, se había pasado a la lucha de los campesinos medios, pobres y obreros agrarios contra los kulaks y terratenientes. La lucha de los campesinos pobres y medios (más de la mitad de la población) contra la explotación de los terratenientes y kulaks, podía aportar a la lucha revolucionaria del proletariado el apoyo de la mayoría del pueblo, y por medio de una política persuasiva del Estado proletario se podría ganar el apoyo del campesinado pobre y medio en la lucha contra los kulaks, para la producción colectiva en gran escala.

      Sobre la organización sindical de clase independiente del proletariado agrícola Lenin diría en junio de 1.917: “Nadie ayudará a los pobres si permanecen aislados. Ningún Estado ayudará al obrero asalariado del campo, al bracero, al jornalero, al campesino pobre, al semiproletario, si el mismo no se ayuda. El primer paso es la organización clasista independiente del proletariado agrícola” Sobre los sindicatos (Lenin) recopilatorio, págs. 310 y 311. Ed. Progreso.

(45) Ver Lisa Foa. Vía parlamentaria o vía consejista. Ed. Anagrama.

(46) Citado en La IIIª Internacional www.antorcha.org.

(47) N. Poulantzas. Clases sociales en el capitalismo actual, S. XXI pág. 309.

(48) K. Marx y F. Engels, El Manifiesto del PC, Ed. Progreso, pág. 31.

(49) K. Marx y F. Engels, La ideología alemana, pág. 45 Ed. L¨Eina.

(50) A. Gramsci: Algunos temas de la cuestión meridional, (Antología pág. 193, Ed. S.XXI.).

(51) “…aquel en el se alcanza la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan el círculo corporativo, de grupo meramente económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase más estrictamente política que señala el tránsito neto de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas, es la fase en la que las ideologías germinadas anteriormente se convierten en partido…determinando además de la unidad de los fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, situando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no en el plano corporativo sino en un plano universal, y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados” (A. Gramsci. Cuadernos. Libro III, pág. 39. Era).

(52) Conclusiones de J. Dimitrov. La unidad de la clase obrera en lucha contra el fascismo. Discurso VIIº Congreso IC.1935. http://www.ceoce.org.

(53) Marx en este terreno fue contundente: “…el proletariado…tiene que adoptar como gobierno, medidas encaminadas a mejorar inmediatamente la situación del campesino y que, por tanto, le ganen para la revolución medidas que lleven ya en germen el tránsito de la propiedad privada sobre el suelo a la propiedad colectiva y que suavicen ese tránsito, de modo que el campesino vaya a él impulsado por móviles económicos; pero no debe acorralar al campesino proclamando por ejemplo, la abolición del derecho de herencia o la anulación de su propiedad; esto último sólo es posible allí donde el arrendatario capitalista ha desplazado al campesino y el verdadero labrador es tan proletario, tan obrero asalariado como el obrero de la ciudad…” y más abajo “Una revolución social radical se haya sujeta a determinadas condiciones históricas de desarrollo económico…sólo puede darse allí donde, con la producción capitalista, el proletariado industrial ocupe por lo menos una posición importante dentro de la masa del pueblo, y para tener alguna probabilidad de triunfar, tiene que ser, por lo menos capaz de hacer inmediatamente por los campesinos…tanto como la burguesía francesa, en su revolución hizo por los campesinos franceses de aquel entonces” (Acotaciones libro Bakunin “El Estado y la Anarquía” en Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, pg. 133. Ed. Progreso).

(54) “No cabe duda que en un país donde la mayoría de la población son pequeños productores agrícolas, la revolución socialista puede hacerse únicamente mediante toda una serie de medidas de transición que serían completamente innecesarias en países de capitalismo desarrollado, donde los obreros de la industria y la agricultura constituyen una mayoría aplastante… en Rusia la situación es distinta, poseemos una minoría de obreros industriales y una inmensa mayoría de pequeños agricultores. En un país así la revolución socialista sólo puede alcanzar el éxito definitivo con dos condiciones. La primera es que sea apoyada a su debido tiempo por la revolución socialista en uno o varios países adelantados… La otra condición es el acuerdo entre el proletariado que ejerce su dictadura… y la mayoría de la población campesina…Sabemos que sólo el acuerdo con el campesinado puede salvar la revolución socialista en Rusia, en tanto no estalle la revolución en otros países” (Lenin, X° Congreso del PCb de Rusia Obras Completas, Tomo 43 págs. 56-57).

(55) K. Marx y F. Engels. La ideología alemana. Pág.36. Ed. L´eina.

(56) Gramsci, citado por Valentino Gerratana. La nueva estrategia que se abre paso en los Quaderni. Ed. Materiales. Nº 2. Gramsci hoy. 1977.

(57) A. Gramsci. Cuadernos Libro III, pág. 157. Ed. Era.

(58) A. Gramsci.Cuadernos Libro III, pág. 196. Ed. Era.

(59)(60)(61) A. Gramsci.Cuadernos Libro IV, pág. 357. Ed. Era.

(62) A. Gramsci.Cuadernos Libro VI, pág. 220. Ed. Era.

(63) A. Gramsci.Cuadernos Libro IV, pág. 252. Ed. Era.

(64) A. Gramsci.Cuadernos Libro IV, pág. 382. Ed. Era.

(65) A. Gramsci.Cuadernos Libro IV, pág. 247. Ed. Era.

(66) A. Gramsci.Cuadernos Libro II, pág. 37. Ed. Era.

(67) Gramsci, Notas sobre Maquiavelo(La política y el Estado moderno) Planeta Agostini, p. 133.

(68) A.Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, Citado en La política y el Estado moderno, recopilatorio, pág.133. Planeta Agostini.

(69) A. Granmsci. Antología,  pág. 421, Ed. S. XXI.

(70)Gramsci, cit.Quintín Hoare (Revolución y Democracia en Gramsci)Fontamara, ps. 112, 113.

(71) (72) “Las masas percibían que la clase obrera se dificía en distintos partidos que se combatían mutuamente, mientras que la clase capitalista entablaba contra ella una ofensiva única. En esta situación, la solución que se imponía consistía en unificar las fuerzas dispersas del proletariado para oponerlas al ataque del capitalismo” (Mathias Rakosi. 1.923. Citado en La IIIª Internacional Comunista. www.antorcha.org).

(73) Tesis de la táctica de la Internacional Comunista ante la ofensiva del capital. Citado por Nicos Poulantzas en Fascismo y Dictadura, pág. 179. Ed. S.XXI.

(74) V.I.Lenin Obras Completas tomo 52 pág. 266.

(75) V.I.Lenin Obras Escogidas tomo 3, págs. 647 y 650.

(76) El izquierdismo enfermedad infantil en el comunismo. (Lenin) Progreso.

(77) La Tercera Internacional, Ed. Progreso Moscú, Varios autores,  pág. 104.

(78) “El proletariado de todos los países  vertió mucha sangre por conquistar las libertades democrático burguesas y se comprende que luche con todas sus fuerzas para conservarlas.” (Por la unidad de la clase obrera contra el fascismo. Resumen ante el VIIº Congreso de la IC, 13 de agosto de 1.935. pág. 676. Obras Escogidas I. Ediciones Akal. Madrid. 1.977). 

(79) “Sería un error cardinal pensar que la lucha por la democracia puede desviar al proletariado de la revolución socialista o empeñar u oscurecer ésta, etc. Por el contrario, del mismo modo que no puede haber socialismo triunfante si éste no realiza la plena democracia, el proletariado no puede prepararse para la victoria sobre la burguesía sin librar una lucha en todos los aspectos, una lucha consecuente y revolucionaria por la democracia.” (V.I. Lenin. Citado por Dimitrov. (Por la unidad de la clase obrera contra el fascismo. Resumen ante el VIIº Congreso de la IC, 13 de agosto de 1.935. pág. 678 Obras Escogidas I. Ediciones Akal. Madrid. 1.977).

(80) La Internacional Comunista. Ed. Progreso Moscú, Varios autores

(81) Internacional Comunista. Progreso Moscú, Varios autores, pgs.132,133,134,140,141 y 142. 

(82) La Internacional Comunista. Ed. Progreso Moscú, Varios autores, págs. 143 y 144.

(83) La Internacional Comunista. Ed. Progreso Moscú, Varios autores, págs. 146.

(84) La Internacional Comunista. Ed. Progreso Moscú, Varios autores, págs. 146 y 147.

(85) J.Dimitrov, citado por N. Poulantzas en Fascismo y Dictadura, págs. 186 y 185.

(86)  Contenido y formas del frente único…Debemos conseguir que se establezca el frente único más amplio por medio de acciones conjuntas de las organizaciones obreras de las distintas tendencias, para defender los intereses vitales de las masas trabajadoras. Esto significa, en primer lugar, la lucha conjunta por descargar de un modo efectivo las consecuencias de las crisis sobre las espaldas de las clases dominantes…Significa, en segundo lugar la lucha conjunta contra todas las formas de la ofensiva fascista, por la defensa de las conquistas y derechos de los trabajadores, contra la liquidación de las libertades democrático-burguesas. Significa en tercer lugar, la lucha conjunta contra el peligro cada vez más inminente de la guerra imperialista, lucha que dificultaría la preparación de esta guerra” Informe de J. Dimitrov. La unidad de la clase obrera en lucha contra el fascismo.VIIº Congreso IC.1935. www.ceoce.org.

(87) “…abogamos decididamente por el restablecimiento de la unidad sindical dentro de cada país y sobre un plano internacional, abogamos por un sindicato único en cada rama de producción. Abogamos por una central única en cada país. Abogamos por centrales sindicales internacionales únicas por industrias. Abogamos por una internacional sindical única sobre la base de la lucha de clases…ponemos como única condición para la unificación de los sindicatos luchar contra el capital, luchar contra el fascismo y por la democracia sindical plena”. Informe de J. Dimitrov. La unidad de la clase obrera en lucha contra el fascismo. Discurso VIIº Congreso IC.1935. www.ceoce.org.

(88) “Esta unificación sólo será posible: Primero, a condición de independizarse completamente de la burguesía y romper completamente el bloque de la socialdemocracia con la burguesía; Segundo, a condición de que se realice previamente la unidad de acción; Tercero, a condición de que se reconozca la necesidad del derrocamiento revolucionario de la dominación de la burguesía y de la instauración de la dictadura del proletariado en forma de soviets; Cuarto, a condición de que se renuncie a apoyar a la propia burguesía en una guerra imperialista; Quinto, a condición de que se erija el partido sobre la base del centralismo democrático, que asegura la unidad de voluntad y de acción y que ha sido contrastado ya por la experiencia de los bolcheviques rusos.

      Tenemos que aclarar a los obreros socialdemócratas con paciencia y camaradería porqué la unidad política de la clase obrera es irrealizable sin estas condiciones. Con ellos debemos enjuiciar el sentido y la importancia de estas condiciones” Informe de J. Dimitrov. La unidad de la clase obrera en lucha contra el fascismo. Discurso VIIº Congreso IC.1935. www.ceoce.org.

      La única unificación que se daría sobre tales bases sería la del PSUC en Catalunya (1.936) y en los países de democracia popular constituidos tras la IIª Guerra Mundial.

(89) “La experiencia nos enseña, que el creer que en los países de la dictadura fascista es absolutamente imposible actual de un modo legal o semilegal es perjudicial y falso. Aferrarse en este punto de vista significa caer en la pasividad, renunciar por completo a un verdadero trabajo de masas en general…

      Para los comunistas de los países fascistas es, por tanto de especial importancia estar en todas partes donde estén las masas. El fascismo ha arrebatado a los obreros sus propias organizaciones legales. Les ha impuesto por la violencia las organizaciones fascistas y en éstas se encuentran las masas sea de grado o por fuerza. Estas organizaciones de masa del fascismo, pueden y deben ser nuestro campo legal o semilegal de operaciones desde el cual entraremos en contacto con las masas. Pueden y deben ser para nosotros un punto de partida legal o semilegal para la defensa de los intereses cotidianos de las masas. Para aprovechar estas posibilidades los comunistas deberán luchar por conseguir puestos electivos en las organizaciones fascistas de masas para mantener el contacto con las masas, y tienen que librarse, de una vez para siempre, del prejuicio de que esta labor es inapropiada e indigna de un obrero revolucionario.

      En Alemania, existe, por ejemplo, el sistema de los llamados delegados de fábrica. ¿Dónde está escrito que debemos ceder el monopolio en estas organizaciones a los fascistas? ¿No podemos acaso intentar unir a los comunistas, socialdemócratas, católicos y otros obreros antifascistas dentro de las empresas, para que al votar las listas de los delegados de fábrica tachen a los agentes declarados del patrono e incluyan en ella otros candidatos que gocen de la confianza de los obreros?” Informe de J. Dimitrov. La unidad de la clase obrera en lucha contra el fascismo. Discurso VIIº Congreso IC.1935. www.ceoce.org.

(90) Bullejos definía a España como un país capitalista avanzado, anteponiendo la reivindicación de una revolución socialista, lo cual contrastaba con la realidad (previvencia de estructuras socioeconómicas y políticas semifeudales). Esta posición llevó al PCE durante los años 20 a la incomprensión del carácter democrático de la revolución española, callendo en posiciones infantiles que les llevó a defender la consigna de ¡abajo la república! ante la caída inminente del régimen monárquico y el surgimiento de la IIª República española.

(91) (92) (93)  Informe de J. Dimitrov. La unidad de la clase obrera en lucha contra el fascismo. Discurso VIIº Congreso IC.1935. http://www.ceoce.org.

(94) “¿Bajo qué condiciones objetivas será posible la formación de tal gobierno?…bajo las condiciones de una crisis política, en que las clases dominantes ya no estén en condiciones de acabar con el ascenso del movimiento antifascista de masas…Cuando el aparato estatal de la burguesía esté ya lo bastante desorganizado y paralizado para que la burguesía no pueda impedir la formación de un gobierno de lucha contra la reacción y el fascismo…Cuando las más extensas masas de los trabajadores y en particular de los sindicatos de masas se levanten impetuosamente contra el fascismo y la reacción, pero no estén todavía preparados para lanzarse a la insurrección con el fin de luchar bajo la dirección del Partido Comunista por la conquista del Poder Soviético…Cuando el proceso de diferenciación y radicalización en las filas de la socialdemocracia y de los demás partidos que participan en el frente único haya conducido a que una parte considerable dentro de ellas exija medidas implacables contra los fascistas…y se manifieste abiertamente contra el sector reaccionario y hostil al comunismo de su propio partido.” Informe de J. Dimitrov. La unidad de la clase obrera en lucha contra el fascismo. Discurso VIIº Congreso IC.1935. http://www.ceoce.org.

(95) “Los doctrinarios de izquierda siempre pasaron de largo esta indicación de Lenin, hablando solamente de la meta, como propagandistas limitados, sin preocuparse jamás de las formas de transición. Y los oportunistas de derecha intentaban establecer una fase democrática intermedia especial, entre la dictadura de la burguesía y la dictadura del proletariado, para sugerir a la clase obrera la ilusión de un pacífico paseo parlamentario de una dictadura a otra…Lenin hablaba de una forma de transición y acercamiento a la revolución proletaria, esto es, el derrocamiento de la dictadura burguesa…” Informe de J. Dimitrov. La unidad de la clase obrera en lucha contra el fascismo. Discurso VIIº Congreso IC.1935. www.ceoce.org.

(96) “Frecuentemente se oyen argumentos de gente, que pretende ser partidaria de la democracia, tales como, que la creación del frente popular da como resultado sólo la intensificación de la agresión fascista, el aceleramiento de la acción armada del fascismo. De una afirmación semejante se puede sacar la conclusión: si quieren evitar la dominación bárbara del fascismo, no creen el frente popular, sino traten de entenderse con Hitler y Mussolini…Es sabido que en Alemania y Austria los líderes de la socialdemocracia y de los sindicatos renunciaban decididamente a cualquier acción en común con los comunistas, pretextando que el frente único con el Partido Comunista alejaría de la clase obrera a las capas medias, reforzaría las posiciones y la agresividad del fascismo, aceleraría su ofensiva general, conduciría a su victoria y al aniquilamiento de la democracia. Fruto de esta política, precisamente, fueron las graves derrotas, seguidas por los incalculables horrores y calamidades que recayeron sobre los pueblos alemán y austríaco. Paralelamente con eso, vemos que el Frente Popular en Francia le cerró el camino al fascismo y que el pueblo español, gracias precisamente al Frente Popular, está defendiendo heroicamente, desde hace ya cinco meses, su libertad e independencia”. (Por la unidad de la clase obrera contra el fascismo. Resumen ante el VIIº Congreso de la IC, 13 de agosto de 1.935. págs. 732 y 733. Obras Escogidas I. Ediciones Akal. Madrid. 1.977). 

(97) Tampoco se puede medir la figura de un revolucionario por sus errores, por lo que no podemos omitir el papel que jugó Thaelman tanto en su labor como dirigente sindical en su militancia socialdemócrata anterior a 1.917, como miembro activo de los espartaquistas, organizador de la sublevación de Hamburgo (1.923). Después de haber mantenido una posición muy sectaria hacia la socialdemocracia (aunque no le sobraran motivos), adoptó tardíamente la línea correcta de Frente Único (bajo las circunstancias de ascenso de Hitler al poder) antes del VII° Congreso de la Internacional Comunista y como luchador contra el fascismo, siendo asesinado por orden de Hitler en el campo de Buchenwald (1.944).

(98) “Los socialfascistas saben que en cuanto a nosotros no hay ninguna colaboración posible…Ningún comunista comparte que el fascismo pueda ser combatido con la ayuda del socialfascismo.” (Rote Flame 1.931. cit. por Poulantzas en Fascismo y Dictadura, p. 181. S.XXI).

(99) “…les engaña con la ilusión de una enorme aceleración del proceso histórico y sobre todo, de una gigantesca efectividad de la propia acción, es la impaciencia revolucionaria”. (W. Harich, Crítica de la impaciencia revolucionaria, pág. 38. Ed. Crítica).

(100) Eurocomunismo y Estado, pág. 134 (S. Carrillo) Ed. Crítica. Grijalbo.

(101) Poulantzas, Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Ed. S.XXI, pág. 355.

(102) Lenin, El Estado y la revolución, Ed. Progreso, pág. 64.

(103) Ver Crítica de la impaciencia revolucionaria (W. Harich) Crítica, p. 121.

(104) La CIA en España. Alfredo Grimaldos, pgs. 144,150. Ciencias Sociales. La Habana 2.007.

(105) La CIA en España. Alfredo Grimaldos, pág. 136. Ed. Ciencias Sociales. La Habana 2.007.

(106) La CIA en España. Alfredo Grimaldos, pág. 147. Ed. Ciencias Sociales. La Habana 2.007.

(107) La CIA en España. Alfredo Grimaldos, pág. 12. Ed. Ciencias Sociales. La Habana 2.007.

(108) La CIA en España. Ps. 112 y 113. Alfredo Grimaldos. Ciencias Sociales. La Habana 2007.

(109) Joan E. Garcés (Soberanos e Intervenidos) S. XXI. Madrid. 2.000.

(110) 10 años sin Franco. Desatado y bien desatado –El periódico 1.985.

(111) Sacristán, A propósito del Eurocomunismo.Icaria,1.985 p. 207.

(112) M.Sacristán “A propósito del Eurocomunismo”.  Icaria 1985 p. 205,206.

(113) Joan E. Garcés (Soberanos e Intervenidos) S. XXI. Madrid. 2.000.

(114)Joan E. Garcés (Soberanos e Intervenidos) pág. 221. S. XXI. Madrid.

(115) Documentos y actas IV° Congrés del PSUC. 29 Octubre-1 Noviembre de 1.977, Pág. 196.

(116) Documentos y actas IV° Congrés del PSUC. 29 Octubre-1 Noviembre de 1.977, Pág. 146.

(117) Ver A propósito del Vº Congreso del PSUC. Manuel Sacristán).

(118) Mientras UGT celebraba su XXX Congreso el 15 de abril de 1.976 bajo tolerancia de las autoridades franquistas, con Marcelino Camacho todavía en prisión, se prohibía la Asamblea de CC.OO. en Madrid. En julio de 1.976 clandestinamente se celebró en Barcelona la Asamblea General de CC.OO.

(119)(120) Lenin, La bancarrota de la IIª Internacional. Ed. Progreso.

(121) Las otras víctimas de una transición nada pacífica. Gonzalo Withelmi. UAM, pág. 1. (2012) http://www.congresovictimasfranquismo.org/wp-content/uploads/2013/10/gonzalo_wilhelmi_comunicacion_victimas.pdf

(122) Las otras víctimas de una transición nada pacífica. Gonzalo Withelmi. UAM, pág. 9. (2012) http://www.congresovictimasfranquismo.org/wp-content/uploads/2013/10/gonzalo_wilhelmi_comunicacion_victimas.pdf

(123) Las otras víctimas de una transición nada pacífica. Gonzalo Withelmi. UAM, pág. 7. (2012) http://www.congresovictimasfranquismo.org/wp-content/uploads/2013/10/gonzalo_wilhelmi_comunicacion_victimas.pdf

(124) (125) Transición y represión política. J.M. Olarieta Alberdi. Revista de Estudios Políticos, págs. 226 y 227. Diciembre 1990. Las otras víctimas de una transición nada pacífica. Gonzalo Withelmi. UAM, pág. 14. (2012) http://www.congresovictimasfranquismo.org/wp-content/uploads/2013/10/gonzalo_wilhelmi_comunicacion_victimas.pdf

(126) http://es.wikipedia.org/wiki/Grupos_Antiterroristas_de_Liberaci%C3%B3n#Condenas

(127) Transición y represión política. J.M. Olarieta Alberdi. Revista de Estudios Políticos, págs. 258 y 259. Diciembre 1990.

(128) Harich, Crítica de la impaciencia revolucionaria, p. 152. Crítica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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